Diana López Varela Periodista 31/10/2025
Manifestación en Madrid por el Día Internacional de la Mujer, a 8 de marzo de 2024.
Uno de los preceptos éticos básicos del periodismo es no aumentar el dolor de las víctimas. Quiere decir esto, que cuando informamos de hechos altamente violentos, dolorosos y traumatizantes, hemos de hacerlo con la máxima sensibilidad y empatía, sabiendo que probablemente lo leerán ellas o sus familiares, y que lo que escribamos quedará colgado y será comentado y compartido en este mundo virtual para el resto de la existencia. Esto es especialmente relevante cuando se habla de violencia sexual contra las y los menores de edad. Sin embargo, asistimos, una y otra vez, a una clase de ejercicio pseudoperiodístico que basa toda su fortaleza en la descripción pormenorizada y pornográfica de la violencia ejercida por delincuentes contra las mujeres y las niñas. No es casualidad que los panfletos así escritos estén firmados por hombres que, en demasiadas ocasiones, no han pisado la facultad de Periodismo ni para ir al baño.
No sé si este es el caso de Francisco José Fajardo, un supuesto periodista que hace apenas unos días firmó un artículo en Canarias 7 en donde describía, con todo lujo de detalles, aberraciones a las que fueron sometidas menores vulnerables tuteladas por el gobierno de Canarias en el marco de la operación Íncubo. Obviamente, no voy a enlazar su artículo, pero estaría bien que el medio de comunicación al que me refiero sopesase darle una vuelta para dejar de revictimizar a unas niñas que merecen rehacer su vida. Mientras, les recomiendo fijarse más en los pederastas, en las instituciones y en los financiadores y, en definitiva, en todos y cada uno de los puteros que han pagado para violar a niñas y que seguramente serán hombres de lo más normales, con vidas de lo más corrientes.
Ojalá este fuese un caso aislado, pero no lo es. Estamos hartas de leer este tipo de informaciones en medios de comunicación tanto privados, como públicos. Por eso, animo a los editores de estos medios a formarse sobre la relación entre la violencia sexual estructural que sufrimos las mujeres y la industria de la pornografía, que ha normalizado la violencia extrema hasta elevarla a la categoría de simples prácticas sexuales aceptables. Porque para informar, hay que informarse también, y creo que muchas de las personas que escriben sobre estos casos desde su atalaya de periodistas de Sucesos o de Tribunales desconocen profundamente la estrecha vinculación entre prostitución y pornografía. Seguramente, también desconozcan cómo el sistema patriarcal usa los relatos de violencia para disciplinarnos desde que somos niñas, y por eso nos los meten por cada poro de la piel desde la cultura y desde ese periodismo en donde tintinea la responsabilidad de chicas que aceptaron lo que no debían aceptar, que mordieron el anzuelo y se comieron la manzana prohibida. Y todo, por un caprichito.
Escribir sobre estos delitos es un ejercicio de enorme responsabilidad y ofrecer a los lectores relatos cargados de detalles escabrosos no protege jamás a las víctimas. Todo lo contrario. Las feministas sabemos que, entre el espanto de unas pocas, se esconde la excitación de muchos. Se llama cultura de la violación y consiste en normalizar la violencia hasta convertirla en anécdota. Por eso, no solo hay que abolir la prostitución y la pornografía que la alimenta, hay que abolir también las prácticas periodísticas que revictimizan y avergüenzan a quienes más necesitan ser protegidas. Dejen ya de usar las declaraciones de menores abusadas para hacer sensacionalismo barato, por favor.
Escribe Amelia Tiganus en su libro La Revuelta de las Putas que “recordar mi infancia y adolescencia es lo que más dolor me provoca” y añade la necesidad urgente de proteger a la infancia “como el bien más preciado, como responsabilidad política y social”. Cada vez más a menudo, siento que la infancia es una especie en peligro de extinción, y que los niños y las niñas se han convertido en una simple herramienta al servicio de los intereses de adultos que olvidan demasiado pronto que ellos también han tenido 4, 8, 12 ó 15 años. El abuso sexual infantil dentro y fuera de la familia debería ser un tema prioritario de debate parlamentario, mediático y judicial. Los niños sufren infinidad de violencias en todo el mundo y las niñas muchas más. Es lamentable que las instituciones que las acogen no las estén protegiendo. A ver si se los periodistas se lo ponemos un poquito más fácil.
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