Qué hacer con los
incrédulos, con los cobardes, con los cómodos. Qué hacer con los oportunistas,
siembradudas y creadores de opinión. Qué hacer con los que preguntan cosas que
no les incumben y cuyas respuestas no hacen mejor el mundo. Qué hacer con los
hipócritas y los fascistas de libro. Qué hacer con aquellos que no saben mirarse
hacia dentro sin ver solo vísceras. Qué hacer con los injustos y los que les
dejan hacer. Qué hacer con el villano amarrado a su látigo y a su sillón de
cuero. Qué hacer con la mujer apegada a ese villano. Qué hacer con los que no
quieren saber nada de la miseria del mundo, porque ya tienen bastante con la
propia. Qué hacer con los encontrados que nunca se perdieron entre las ramas de
un poema, con los que adoran escucharse vomitar estupideces, con los gallitos
de corral. Qué hacer con los inofensivos peligrosos, esa manada de nada que engulle
el tiempo en las ciudades. Qué hacer con los falsos idiotas. Qué hacer con los
que no educan a sus hijos en el respeto a los animales. Qué hacer con la ONU,
con los políticos y los banqueros. Qué hacer con la vida que nos queda rodeados
de tanta inmundicia.
Podemos seguir celebrando
cumpleaños, saliendo a la calle, parando desahucios, curando las flores enfermas
del huerto de Sol, gritar con las manos, saltarnos las leyes de los que no nos
acompañan, llevar la contraria a los cómodos, los incrédulos, los cobardes, los
oportunistas, los fascistas de libro. Los amargados de sillón. Podemos hacer frente
a la hipocresía con la lucidez, hacer saber que hay miseria en el mundo, además
de la propia, también a los falsos idiotas. Podemos educar a los niños en el
respeto a los animales, también a los suyos y perdernos entre las ramas de un
poema. Podemos cantarle a la manada que engulle el tiempo en las ciudades, hacer
oídos sordos a los que no saben escuchar y seguir en el camino que iniciamos
hace dos, cuatro o cien años. Podemos seguir alertando, denunciando,
aprendiendo, reflexionando, difundiendo el espíritu que nos hizo libres con
constancia y sin violencia ¿Por qué? Porque sí y porque el mundo nos necesita.
Podemos, ante todo, porque queremos y sabemos/intuimos que otro mundo es posible.
ResponderEliminarEn cuanto a "Qué hacer con los que no educan a sus hijos en el respeto a los animales" yo lo haría más amplio: Qué hacer con los que no educan a sus hijos en el respeto a los DEMÁS, a lo demás, a lo otro; sea persona, otro tipo de animal, planta, ambiente en que habitamos en general.
Disculpa la corrección. Un abrazo: PAQUITA