http://iniciativadebate.org/2014/06/22/podemos-la-casta-y-nosotros/ Texto de JUAN ALVAREZ GALÁN - Viento Sur - Sábado 21 junio 2014
Tras las elecciones europeas en las que el panorama político ha sufrido un desplazamiento inesperado que abre enormes expectativas de cambio, Podemos ha comenzado a recibir críticas y ataques desde todos los puntos del sistema político y mediático convencional. Algunos de ellos son simplemente una descalificación que recurre a la difamación pura y dura, como la que pretende vincular la financiación de la fundación CEPS con la de Podemos – producida, y el dato nos parece muy relevante, en El País, que no deja de ser el periódico de referencia aunque su credibilidad vaya a la par de la del resto de agentes del sistema tradicional, esto es, en caída libre. Pero hay también otras cuestiones que se abren con más profundidad, entre ellas la que afecta al término casta, que ha sido cuestionado desde muchos ámbitos, incluyendo algunos de los que podrían considerarse más o menos próximos a la iniciativa (por ejemplo, Alberto Garzón, en declaraciones a Público.es
http://www.publico.es/politica/5251…). El concepto de casta, por supuesto, no está libre de un componente equívoco y es difícil de acotar, pero eso no ha impedido que se convierta en uno de los ejes centrales del discurso de la campaña, ni que los activistas, militantes y simpatizantes se hayan identificado con su uso con una rapidez sorprendente. A primera vista, parece designar a una serie de miembros de la sociedad que han ocupado las posiciones de dominio aprovechando las estructuras en beneficio propio y de forma endogámica, pero es evidente que se trata de una categoría porosa y difícil de restringir.
Si echamos la vista atrás, el sustrato en el que parece haber brotado una iniciativa como Podemos – y no sólo Podemos, sino también, aunque en menor medida, para otros fenómenos como el ascenso de Izquierda Unida o el surgimiento del Procès Constituent – es el movimiento 15M y los movimientos que le dieron continuidad como las mareas, con su reflexión política sobre la representación, nuestro modelo concreto de representación y la ilegitimidad de los poderes que nos gobiernan. En el maremágnum de movimientos y proclamas que se escucharon aquellos días, uno de los de mayor peso era siempre el repetido “que no nos representan”; otro, tomado del movimiento norteamericano Occupy, era “we are 99%”. El término casta ha venido precisamente a poner una etiqueta a esos individuos que ocupan el poder pero no nos representan, a ese 1% que usurpa el poder. De ahí una de las primeras razones de su éxito: con la designación de la casta, el adversario tiene un nombre, se ha superado una indefinición que la izquierda alternativa no acertaba a definir con concreción y el 15M no se atrevía a nombrar, en su afán por consolidar una crítica que evitara cualquier vestigio de política convencional.
Con este paso no sólo se le ha puesto nombre al enemigo, sino que se ha dado continuidad a un conflicto. En los últimos años, desde el inicio de la crisis, el estado había venido respondiendo a las demandas de la ciudadanía con un discurso centrado en el carácter trágico de la crisis, tratando de atribuir el drama de forma igualitaria en la población, al margen de su situación; afirmaciones desgraciadamente repetidas como “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades” constituyen la forma que adquirió ese discurso que pretendía diluir las responsabilidades entre todos y que no era más que otro intento, pero a mayor escala, del funcionamiento típico del capitalismo neoliberal: privatizar beneficios, socializar costes. Al acuñar el término casta y emplearlo para señalar a aquellos que son culpables de la crisis, se ha recuperado el acceso a una realidad que trataban de escamotearnos, y es que la crisis no es culpa de todos y ni la sufrimos todos, es culpa de unos pocos y la sufrimos todos los demás. No estamos pasando una colectiva travesía del desierto, al contrario: estamos purgando las usurpaciones de unos pocos. Estamos en conflicto.
Aún falta un paso; hasta aquí hemos visto como la idea de casta ayudaba a visibilizar al adversario y a ponerle nombre a lo que nos está sucediendo, que es un conflicto. Pero falta un componente fundamental: el nosotros. Hasta ahora, el nosotros sólo se ha definido por vía negativa: nosotros somos los que no son casta; para algunos, la ciudadanía, para otros los ciudadanos, para otros el pueblo. Pero el único rasgo de esa ciudadanía/ciudadanos/pueblo es no ser casta. Durante la campaña electoral de las europeas esto ha parecido suficiente, pero una vez superado el 25M con éxito, la cuestión de la definición ha aflorado y se constituye como un tema fundamental. Creemos que hay dos cuestiones que apuntar en torno a esto.
La primera es la enorme potencialidad del grupo como fenómeno social. Desde una perspectiva psico-social, el grupo es una entidad básica en la psicología humana; los estudios muestran que algo tan simple como hacer un experimento en el que a un grupo de personas se les asigna un grupo aleatorio es suficiente para poner en marcha una serie de condicionantes a favor de los miembros del propio grupo, tanto en el plano del comportamiento como en el plano cognitivo /1; es decir, que no sólo tratamos mejor a los miembros de nuestra comunidad, sino que llegamos a deformar la realidad, a percibirla a través de un sesgo. Y es que nuestra tendencia social está enraizada profundamente, como demuestran también los estudios con primates /2, que evidencian una tendencia fuerte a establecer lazos internos en el grupo y a construir la socialización en torno a estos lazos. Esta necesidad de identificación colectiva ha sido desplazada sistemáticamente por la posmodernidad, que, como explica Jameson /3, ha producido un tejido cultural en el que los sujetos apenas pueden orientarse y en la que los proyectos colectivos no tienen lugar. En un mundo de individuos que producen y consumen, ser un proletario, un militante o un miembro de un colectivo marginal no tenía sentido. Aquí, una vez más, la cuestión de la casta venía a dar una salida rápida, un golpe de mano entre disquisiciones teóricas demasiado complejas. El discurso de la casta venía a decir: ellos son el adversario, nosotros somos todos los demás, el conflicto es que usurpan lo nuestro.
Esta cuestión enlaza con el segundo aspecto que queríamos apuntar, la centralidad de la cuestión del nosotros en el plano ético. No se trata de una cuestión teórica: cualquier política que se pretenda decente tendrá, necesariamente, que ser una ética de lo colectivo, tendrá que ser una ética/política. En ella, el nosotros será una cuestión central porque, como hemos visto, condiciona la percepción de la realidad al igual que el comportamiento. Creemos que en buena parte de los conflictos de Podemos lo que ha surgido es precisamente ese problema, el problema del nosotros, y en buena parte de los círculos, ante una propuesta más o menos controvertida, las reacciones han venido a dejar ver ese problema a través de la introducción de rivalidades internas; expresiones como “lo que ellos dicen”, “lo que ellos quieren” venían a sustituir al nosotros que había estado implícito en el funcionamiento de los círculos en casi toda la campaña. Riechmann /4 y otros autores han reflexionado en los últimos años sobre una cuestión paralela, la de la inclusión de los animales en la esfera moral. Este tema, en principio ajeno al debate sobre la configuración de un movimiento político, puede iluminarnos por su esfuerzo en configurar una ética que asuma las necesidades y capacidades de los sujetos que intervienen en lo ético con una voluntad inclusiva. A diferencia del caso de los animales, en la actividad política humana todos estamos en igualdad de condiciones, y la construcción del nosotros debe abarcar la necesidad de establecer desde esa igualdad unos rasgos comunes en los que todos nos encontremos con más seguridad, con más firmeza que en el simple “no ser casta”. El nosotros de los humanos siempre tiene una doble cara: es inclusivo porque establece los vínculos de la comunidad, pero es exclusivo porque al hacerlo deja fuera a quienes no comparten esos vínculos. El esfuerzo de Riechmann tiene el gran mérito de establecer distintos rangos que hacen posible la inclusión diferenciada, y el nosotros de Podemos deberá ser capaz de hacer algo similar: ser lo suficientemente definitorio como para permitir la identificación y lo suficientemente abierto como para constituirse como inclusivo. Hasta el momento, sólo tenemos claro el adversario y el conflicto, ahora se abre la posibilidad y la necesidad de construir un nosotros sólido y abierto.
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