Es difícil resistir a la tentación de vincular el proceso de constitución interna de Podemos con algunas noticias aparecidas recientemente a propósito de dos miembros del Consejo Ciudadano de Podemos: Iñigo Errejón y Pablo Bustinduy. Además de las críticas legítimas que todo portavoz de una formación política debe saber encajar y responder, Errejón había recibido ataques con anterioridad, pero nunca se había ensayado contra él la táctica del espejo: "tú, que tanto hablas de casta, eres igual que ellos". Por otro lado, Pablo Bustinduy, uno de los miembros del equipo de Podemos en Bruselas, recibe el tratamiento de "hijo de la casta": el motivo es su vínculo familiarcon una exministra socialista.
De esta deriva de algunos medios de comunicación cabe extraer algunas conclusiones:
- La parte de las élites mediáticas del país que se toma en serio a Podemos (a estas alturas ya mayoritaria en su seno) ha cambiado de estrategia: la ecuación Podemos = ETA + Venezuela carece de cualquier fundamento material, lo cual complica la vida al invento. Además, su eficacia como artefacto difamatorio no está nada clara a la luz de las encuestas.
- Tras producirse la visibilización del Consejo Ciudadano, han comenzado los ataques (no confundir con las críticas legítimas) a algunas personas que fueron escogidas como responsables de Podemos. Han ajustado el punto de mira y ahora se trata de golpear a las personas que ponen cara al proyecto de manera individual. Esta estrategia es compatible con sus recursos tradicionales (se rumorea desde hace semanas de docenas de redactores en medios escrutando toda clase de información sobre Podemos) y supone una novedad: revela su incomodidad con el hecho de que Podemos entre en escena como metáfora del cambio, un cambio que las mayorías sociales piensan que su país necesita, voten o no a Podemos. Como el bipartidismo no parece ser lo bastante sólido, entonces deben erosionar la credibilidad de los representantes de lo nuevo: divide y vencerás, siembra dudas y llegará el pánico. Lo significativo del asunto es, sin embargo, cómo están llevando a cabo esta campaña.
El recurso es doble: por un lado, atacan a Bustinduy diciendo que es hijo de la casta, es decir, un joven profesor con un currículum brillante pero privilegiado al fin y al cabo: con ello malinterpretan intencionadamente el significado del término "casta". Porque la casta no nace, sino que se hace. "Casta" es una manera de hacer y comprender la política que pone las instituciones de todos al servicio de unos pocos, que convierte la política no en una propuesta de solución (siempre imperfecta y discutible) a los problemas de la ciudadanía, sino en una carrera electoral ensimismada por conservar los privilegios del cargo. "Casta" es el atajo excepcional de quien no rinde cuentas porque "lo vale".
Es una obviedad que Bustinduy, en tanto que miembro del equipo parlamentario de Bruselas, no está en política ni para eso ni de esa manera. Si así fuera, cabe conjeturar que habría tenido oportunidades de sobra... lejos de Podemos. Su desarrollo profesional en Francia y Estados Unidos, completamente alejado de la clase política tradicional, da buena cuenta de ello.
Se trata, si acaso, de un miembro más de esa generación de españoles que mira hacia su país con la sensación de que se parece cada vez más a una montaña de oportunidades perdidas, a un espacio cerrado en el que son muy pocos los que tienen la oportunidad de trabajar y prosperar. Uno de los muchos que se preguntan: ¿cuántos créditos a pequeñas empresas y emprendedores dejó de dar Caja Madrid para que sus consejeros se dieran la vida black? ¿De cuántos empleos hablamos? En el afán por descalificarle como casta, lo que termina ocurriendo es, sin embargo, como en un efecto bumerán, que su currículum y sus habilidades (por ejemplo, para hablar otras lenguas) destacan aún más frente a las de los políticos tradicionales, habitualmente mucho más escasas. Nos ahorraremos los ejemplos porque están en mente de todos.
Estos argumentos permiten pensar un asunto fundamental: los políticos tradicionales tienen un problema serio con la meritocracia. Asombra el desprecio que sienten hacia el trabajo y el esfuerzo, el feroz resentimiento hacia lo político que denotan sus palabras cuando se refieren a personas ajenas a sus círculos de amigos, y asusta su intento de desprestigiar lo nuevo para conservar sus privilegios a toda costa. Quizá por ello algunos se muestran tan resentidos con Iñigo Errejón por las noticias sobre su beca en la Universidad de Málaga. Un resentimiento hacia la investigación que solamente se entiende por la ofensa cuya existencia supone para personas demasiado habituadas a no tenerla en consideración.
Lo impactante de este caso es que permite ver la lógica de lo viejo en su máxima expresión: Errejón cumple con los requisitos de la convocatoria y obtiene una beca de investigación bastante estándar en el ámbito universitario europeo. Es una beca por obra en la que la dedicación siempre es mayor de 40 horas semanales, por más que se plasmen 40 en el contrato, se trabajen donde se trabajen, y en la que la localización del trabajo es poco relevante y está sujeta a las dinámicas del departamento que la ofrece, como ocurre con otras becas. Se trata además de una beca compatible con las labores de Errejón en Podemos, tal como establece el decreto de 524/2008 de la Junta de Andalucía en su artículo tercero: sólo habrá que solicitar la autorización cuando, desempeñando una actividad pública, se pretenda realizar una privada. En este caso fue al revés.
Es sintomático que Errejón, que ha ido renovando cada tres meses su contrato (de 1600 euros) porque iba entregando avances satisfactorios de su trabajo y que, antes de la publicación de ninguna noticia, ya había avisado de que si salía elegido para la dirección de Podemos, iba a finalizar su contrato, sea objeto de un ataque tan ferozmente malintencionado. Pero, a efectos de la cacería, es preferible jugar a los espejos y decir que esto es un comportamiento de "mini-casta". Es mejor pasar de largo ante el hecho de que cumpliera con su contrato entregando los informes en tiempo y forma, no vayan a preguntarle al político viejo si él o ella ha hecho lo mismo en los últimos veinte años.
Si la realidad no se ajusta a tus proyecciones o prejuicios, tanto peor para la realidad: esta ha sido la estrategia de la caza. Primero se dijo que no cumplía con el trabajo, pero el grupo de investigación lo desmintió. Luego se atacó con que el contrato no estaba en regla, y tuvo que salir la Rectora de la Universidad de Málaga a decir que el contrato y la forma de trabajo eran perfectamente habituales y correctos. ¿Qué va a ser lo siguiente?
La impresión es que estamos asistiendo al último y agónico ritual de la vieja política: son ellos hablando entre ellos para tratar de convencer a todos los demás de que solamente se puede ser como ellos. Es la casta comunicando para la casta. ¿Acaso necesitan creerse y hacer creer que todos somos igual de incapaces que ellos? Su mensaje es claro: es ofensivo que haya alguien distinto, y si algo ha demostrado Iñigo Errejón en sus apariciones públicas (igual que en su vida profesional), es capacidad y talento político. Nadie ha dejado nunca de reconocer ese mérito, ni sus compañeros ni sus adversarios.
Si todo el mundo sabe que la casta no es, desde luego, sinónimo de trabajo, esfuerzo y brillantez, ¿por qué atreverse a estirar hasta el ridículo ese término para descalificar de forma malintencionada a quien se ha ganado justamente su reconocimiento? Los argumentos contra Errejón revelan el mismo problema con la meritocracia que los usados contra Bustinduy. Los ataques contra ellos son una muestra de que hay mucho miedo en algunos sectores, pero no porque se critique duramente a Podemos (cosa naturalmente legítima). Lo preocupante no son el ataque o la crítica como tales, sino el modo en el que han atacado esta semana. Este punto de inflexión evidencia la aparición de un nuevo y gran miedo.
Pero no se convence apelando al miedo y al paradójico "no ves, si es que son como nosotros". Por eso la conclusión que sacamos de esta caza de brujas es positiva: somos más conscientes que hace una semana de que el cambio en este país vamos a tener que pelearlo y ganarlo todos los días. Sabemos que hace falta seguir trabajando en convencer más y hacer mejores propuestas. Entendemos que todos los procesos de cambio incluyen partidos difíciles en campos embarrados. A veces toca mancharse la camiseta y tirarse al suelo para defender. Nunca nos escondemos de nuestros críticos, pero no podemos sino sonreír cuando nos acusan con un odio tan mezquino. Asumimos el momento que nos toca vivir y estamos preparados. La brecha que puede conducir hacia un modelo de país mejor, más próspero y equitativo, sigue abierta. No van a cerrarla tan fácilmente.
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