Texto de Cándido Marquesán Millán |
nuevatribuna.es | 8 Septiembre 2014
A la hora de organizar nuestra vida en sociedad las secuelas nocivas del neoliberalismo son numerosas. Una es la expansión imparable del individualismo insolidario y egoísta, que socava cualquier proyecto político colectivo. El neoliberalismo encuentra su razón de ser en una referencia común al “individuo responsable de sí mismo”, que debe prosperar por sí mismo sin esperar nada de los demás. Boaventura de Sousa Santos en la Segunda Carta a las Izquierdas, indica que los neoliberales pretenden desorganizar el Estado democrático a través de la inculcación en la opinión pública de la supuesta necesidad de varias transiciones. Primera transición, de la responsabilidad colectiva a la responsabilidad individual. Para estos, las expectativas de la vida de los ciudadanos derivan de lo que ellos hacen por sí mismos y no de lo que la sociedad puede hacer por ellos. En la vida tiene éxito quien toma buenas decisiones o tiene suerte, y fracasa quien toma malas decisiones o tiene poca suerte. Las condiciones diferenciadas de nacimiento o de país no deben ser significativamente alteradas por el Estado. Esto es puro darwinismo social.
Tal como exponen Luis Enrique Alonso y Carlos J. Fernández Rodríguez en su libro extraordinario y de profundo calado ideológico Los discursos del presente. Un análisis de los imaginarios sociales contemporáneos, y en el Epílogo. El individualismo contemporáneo y el espacio de lo social, del que he tratado de sacar las ideas fundamentales, esta explosión de individualismo contemporáneo ha generado que muchos autores hablen del declive del hombre público, como lo denominaba Richard Sennett que preveía la progresiva disolución del ciudadano moderno en proyectos individualizados. Según Robert N. Bellah tras estudiar las comunidades locales norteamericanas de los años ochenta, el individualismo ha penetrado fuertemente en su vida, lo que les ha hecho perder el lenguaje necesario para darle sentido moral a sus vidas y abandonar el compromiso con los demás. La idea, por tanto, es que el norteamericano de esas ciudades se percibía cada vez más sólo, independiente y preocupado por sí mismo, y carente de compromiso con todo aquello que no le afecte individualmente. Para Robert Putnam una peligrosa debilidad del tejido social de las democracias contemporáneas se manifiesta en una fuerte reticencia de los ciudadanos a identificarse, comprometerse y responsabilizarse con la vida pública. Para Putnam se ha producido un auténtico declive del capital social en los Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial, pero sobre todo a partir de los años setenta, lo que significa un empobrecimiento generalizado de las relaciones sociales, asociado a problemas claros de cohesión cívica y de individualización de la vida cotidiana. Todo ello lleva a la soledad y aislamiento como manifiesta en su obra Solo en la bolera; descripción de esa sociedad civil americana cada vez más fragmentada, individualizada y solitaria y, a la vez, menos interesada por las instituciones de gobierno, el sistema político o la acción colectiva, al quedar encerrada en su propia privacidad. El uso del concepto de capital social como confianza generalizada, -encarnado en forma de normas y redes de compromiso que mejoran la eficiencia de las instituciones facilitando las acciones coordinadas-, es la importancia de la lealtad y de la cantidad y calidad de los vínculos sociales en el funcionamiento de todo tipo de estructura organizacional, sea política o económica; así como la quiebra de esta confianza interpersonal en las democracias occidentales y especialmente en los Estados Unidos. Tanto Putnam, como Francis Fukuyama del uso que hacen del concepto de capital social dictaminan con matices diferentes, pero en sintonía, la quiebra o al menos la fuerte erosión de las jerarquías burocráticas y del sistema de autoridad racional-legal organizado y estable, propio e indispensable en las sociedades industriales, tal como nos lo había descrito Max Weber. Destrozadas hoy, según estos autores, las certidumbres, autoridades y normas de la sociedad industrial; debido a la rapidez del tratamiento de las informaciones, la descentralización de las formas económicas de producción y comercialización, la subjetivación de las formas de conocimiento y la enorme expansión de una sociedad de consumo muy poco dependiente de los valores de ahorro, esfuerzo y paciencia, etc.; parece definitiva, pues, la llegada de una cultura del individualismo feroz y la pérdida de confianza tanto en los demás como en las instituciones económicas. Utilizando la misma idea Ralf Dahrendorf dijo que la transición a formas más flexibles e informacionales de organización socioeconómica ha aumentado vertiginosamente las opciones y ha disminuido las ataduras (los seres humanos siempre han conocido muchísimas más ataduras que opciones). Pero en esa banalización de las ataduras, si no conservamos formas de vínculos sociales cooperativos y respetuosos de las instituciones, también experimentamos el peligro de arruinar los fundamentos de nuestra propia sociedad, porque las opciones vitales individuales sólo pueden realizarse si existen instituciones, que no son otra cosa que sistemas de obligaciones mutuas. Un individualismo ha sustituido a los valores que animaron a lo que Putnam llamó para los Estados Unidos las grandes generaciones cívicas, nacidas en las dos postguerras mundiales y volcadas hacia los grandes problemas públicos. Olvidado el atractivo que tuvieron para muchos jóvenes los dilemas cívicos, la generación de los hijos de la televisión y el ordenador personal esta volcada al ámbito personal.
Recurro ahora para apuntalar las ideas ya expresadas y por si acaso alguno anda un poco desorientado o despistado a la politóloga norteamericana Wendy Brown que lleva a cabo un corrosivo diagnóstico de la crisis democrática en los países occidentales o, con mayor exactitud, del proceso de desdemocratización iniciado en estos países, comenzando por Estados Unidos. En su ensayo El liberalismo y el fin de la democracia el proyecto político neoliberal viene a sustituir la normativa política y moral hasta entonces vigente en «las democracias liberales», practicando una considerable labor de destrucción de las formas normativas precedentes. Un proyecto que certifica la eliminación del sujeto democrático que fuera referente idóneo de la democracia liberal. De este modo, paulatinamente va desapareciendo la figura del ciudadano que, junto a otros ciudadanos iguales en derechos, expresaba cierta voluntad común, determinaba con su voto las decisiones colectivas y definía lo que había de ser el bien público, para verse reemplazado por el sujeto individual, calculador, consumidor y emprendedor, que persigue finalidades exclusivamente privadas en un marco general de reglas que organizan la competencia entre todos los individuos.
Según Francesc Serés, las reuniones de comunidad de vecinos son terribles pero es mucho peor que no las haya. He visitado países que dan fe de ello. Ves fachadas precarias y zonas comunes que mejoran con la hierba crecida. Las puertas blindadas marcan un privado y un público distinguibles frente a escaleras sin luz y ataúdes que son ascensores.
¿Realmente somos conscientes del monstruo que estamos construyendo y tolerando?
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