Hay 112.000 indígenas en Paraguay y el 75% de ellos vive en situación de extrema pobreza y bajo amenaza de etnocidio
Los monocultivos de soja y las explotaciones ganaderas les obligan a migrar a pesar de que gran parte de las tierras usadas para este cultivo les pertenecen
Asunción 23 DIC 2014
Son las siete de la mañana en Cerro Poty, una comunidad indígena de la
etnia avá guaraní, situada junto al vertedero de Asunción, Paraguay. El
sol, ya en lo alto del cielo, se refleja en el suelo aún encharcado
desde la última inundación. A los pies del cerro Lambaré crece la
vegetación exuberante impulsada por el calor y la humedad del clima.
Allí decenas de familias indígenas expulsadas de sus tierras sobreviven
desde hace años. "La vida es difícil aquí porque no hay trabajo. No hay
apoyo desde el Gobierno", cuenta Petrona Ruíz. "Algunos reciclan basura
en el centro o venden artesanía". Petrona tiene 38 años y cinco hijos y
fue elegida responsable de la comunidad hace dos años. Lleva viviendo
aquí 14, desde que llegó de Curuguaty, una localidad rural del interior
del país.
Cerro Poty no es un caso aislado. "En Paraguay hay 112. 000 indígenas",
afirma Claudelina González, jefa de comunicación del Instituto Paraguayo
del Indígena, INDI, y un 75% de ellos vive en situación de pobreza
extrema, según datos de la propia institución.
Expulsados de sus tierras: "En el año 2002 la mayor parte de la población indígena del Paraguay estaba en la región occidental del país una vasta región árida conocida como Chaco, pero actualmente se encuentra en la fértil región oriental", asegura Claudelina. "El monocultivo y el ganado provoca que los indígenas sean expulsados de sus tierras, y las personas pobres busquen acceso a los servicios básicos en otro lugar", señala.
En la Comunidad de Cerro Poty viven actualmente 43 familias indígenas.
"Conozco a muchas personas de mi pueblo que fueron desalojadas y
tuvieron que emigrar a la ciudad", asegura Petrona a las puertas de su
humilde casa de ladrillo. Estas migraciones forzosas suelen estar
provocadas por el hambre, la falta de servicios o las expulsiones para la expansión de las granjas de ganado o la plantación de soja. La mitad de las tierras usadas para este cultivo pertenecían a familias campesinas o indígenas, según un informe de Oxfam América.
El antropólogo paraguayo René Alfonso lo afirma tajante: "La
deforestación y la expansión del monocultivo de soja están llevando a
los pueblos a su desaparición. Estamos ante un etnocidio de los pueblos
indígenas".
El caso de la Comunidad de Cerro Poty no es un hecho aislado. El pasado
22 de octubre el fiscal Santiago González, de la Unidad Especializada de
Derechos Humanos, llevó a cabo el allanamiento de los terrenos de la
empresa agropecuaria San Antonio S.A., situada en la zona del bajo
Chaco, por una denuncia de restricción al derecho a la circulación que
tienen los indígenas en sus tierras ancestrales. "Una restricción que,
en algunos casos, ha afectado hasta la vida", explica Ireneo
Téllez, abogado de la ONG Tierra Viva. Esta organización asesora a los
indígenas y sostiene que en el interior de esas tierras viven decenas de
personas de la etnia enxet en una comunidad llamada Santa María. Carlos
Reinfeld, administrador de la empresa, niega su existencia y mantiene
que las personas que hay allí son sólo trabajadores de la finca.
El procedimiento se inició a raíz de una denuncia del año pasado porque
"podrían estar vulnerándose los derechos humanos de los indígenas que
están en el asentamiento", según dijo el fiscal. "Podría haber el tipo
penal de genocidio", añadió.
Este y otros muchos casos hacen que cada vez haya más indígenas
expulsados de sus tierras. Una gran parte de ellos se desplazan a
Asunción y terminan viviendo en las zonas más empobrecidas de la ciudad.
Pobreza, racismo y exclusión social: El pequeño arroyo que pasa junto a Cerro Poty, y que desemboca en el río Paraguay, está completamente lleno de basura. Una parte proviene del vertedero cercano. Las inundaciones arrastran los desperdicios y cuando el agua se va los desechos se quedan. Otra parte es de los propios vecinos. Allí no hay recogida, nadie pasa a limpiar. "Hay mucha contaminación", se lamenta Petrona, la representante de la comunidad, señalando a su alrededor.
Los indígenas, cuando llegan a Asunción, tienen que enfrentarse a la falta de trabajo, de vivienda y al racismo de la mayor parte de la sociedad.
Ausencio Gómez es un indígena avá guaraní y reside en Cerro Poty junto a
su mujer, María, y a sus cinco hijos. Tiene 42 años y vive desde hace
11 en este lugar. Llegó a Asunción porque tuvo un accidente con la moto
en el que se rompió una pierna y en Curuguaty, su lugar de origen, no le
podían atender. Actualmente trabaja reciclando basura durante ocho o 10
horas al día a cambio de unos 40.000 guaraníes, unos 7 euros. Recorre
las calles del centro de la ciudad empujando un enorme carro que llena
de cartones y plásticos hasta que ya no entran más. Si un día no sale a
reciclar no tiene nada que vender y, por lo tanto, nada que cobrar.
En el año 1981 se creó el Instituto Paraguayo del Indígena para "velar
por los derechos de los pueblos indígenas" en palabras de Claudelina
González, aunque ella misma reconoce que el INDI tiene sólo 68
funcionarios "y poca capacidad para atender las necesidades de todas las
comunidades".
Joaquín Domínguez, indígena de la etnia mbyá guaraní, lleva 15 días
acampado frente a esta institución reclamando "tierras y educación" y es
mucho más duro en sus críticas. "El INDI y el Gobierno no hacen nada,
no quieren saber nada de nuestros problemas", asegura. No es el único
que piensa así. Junto a él hay decenas de personas durmiendo bajo lonas
desde hace semanas.
A la exclusión social y a la falta de ayudas institucionales hay que sumarle que "hay muchos asunceños muy racistas", opina
el antropólogo René Alfonso. "Es posible escuchar frases como 'son
puercos', 'hay que matarles' o 'que sus mujeres no tengan más hijos'",
remarca.
Menores entre drogas y prostitución: El día transcurre tranquilo en Cerro Poty. Una familia toma tereré (infusión tradicional de hierba mate y agua fría) en la puerta de su casa mientras algunos niños corretean descalzos. La pobreza y la basura les rodean, pero lo peor está más allá de los límites de las pequeñas comunidades como esta.
"Contabilizamos 3.000 indígenas en situación de calle entre Asunción,
Curuguaty y Ciudad del Este donde están expuestos a drogas como la cola
de zapatero, que les quita el hambre, y a la prostitución", asegura el
antropólogo René Alonso. Esta realidad afecta tanto a adultos como a
menores, pero son estos últimos los más vulnerables.
"Hay entre 200 y 300 menores indígenas en las calles de Asunción",
explica Leonarda Duarte, educadora social en el Centro Pedagógico y de
aprendizaje Nemity de San Lorenzo. Ella también es indígena, de la etnia
aché guaraní, y lleva desde 2010 trabajando en esta institución
dependiente de la Secretaría Nacional de la Niñez y la Adolescencia.
"Uno de los factores más importantes para que los menores estén en las
calles es la invasión de la soja en sus comunidades", sostiene Leonarda.
"Una vez desalojados de sus tierras van a las ciudades. Buscan las
grandes ciudades dónde poder sobrevivir", afirma.
En un terreno situado justo enfrente del Hotel Bourbon de Asunción, uno
de los más lujosos de la ciudad, vivían hasta hace poco decenas de
menores indígenas. "Esnifaban cola de zapatero y por las noches las
niñas eran prostituidas. Hasta hace 15 días había menores por aquí",
asegura Leonarda señalando varias latas de adhesivo sintético esparcidas
por la tierra rojiza. Botellas, cenizas de varias hogueras y bolsas de
plástico que usaban para esnifar el pegamento respaldan sus palabras.
Durante los últimos meses el Estado ha recogido a 70 niños en ese lugar.
Algunos tenían familiares pero otros fueron trasladados a albergues
infantiles o cuarteles militares, dependiendo de su edad.
En el centro donde trabaja Leonarda hay siete niños, todos ellos de la
etnia mbyá guaraní. Los menores estudian, juegan al fútbol o pasean por
las instalaciones construidas hace cinco años por la Agencia de
Cooperación Internacional de Corea (Koica). Todos ellos, por ahora,
están alejados de la miseria, las drogas, los abusos sexuales y la
prostitución. Pero no se puede saber si mañana volverán a estar en las
calles. Las educadoras tienen contratos sólo por un año (renovables), el
centro apenas tiene presupuesto y nadie arregla las cosas que se
estropean.
Mientras tanto las plantaciones de soja y las explotaciones ganaderas
continúan expandiéndose y expulsando a los indígenas de sus
comunidades. Muchos de ellos llegarán a Asunción.
Los que tengan mejor suerte podrán asentarse en lugares como Cerro
Poty, los que no, tendrán que sobrevivir en cualquier esquina.
Comienza a anochecer en el Centro Pedagógico y de aprendizaje Nemity y
los niños ven absortos una película en un viejo televisor que reproduce
mal los colores. Mientras Leonarda hace una reflexión en voz alta:
"Durante más de 500 años han intentado que nos comportemos como ellos.
¿Y si cambiamos y ellos prueban a vivir como nosotros?".
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