http://blog.cristianismeijusticia.net/?p=11781&lang=es#more-11781 9 enero 2015
Pepa Torres. “La barbarie la encontramos allá donde la humanidad es negada y con ello la humanidad dividida. Superiores e inferiores, blancos y negros, ricos y pobres, los míos y los otros… Hay barbarie donde haya un trato in-humano que deshumaniza también al que lo inflige: El trato humanizante respecto al otro y el trato humanizante respecto a uno mismo son correlativos. Con lo que se corresponde, en definitiva, la afirmación antropológica de que el tratamiento que se dé al otro es la manera indirecta de pensar la propia identidad”. (J. A. Pérez Tapia)
Se llaman Daniel, Erik, Maurice, Jules Cesar, Kessian… así hasta 48 personas. La mayoría de ellos han vivido en propia carne las “devoluciones en caliente”. Cuando les preguntamos cuantas veces intentaron saltar la valla nos responden que cuatro, seis, ocho… y enseguida se levantan la camiseta y nos enseñan las cicatrices como carta de presentación. Hay dolor en su mirada, pero también proyectos, sueños, futuro. Tras meses de estancia en el CETI de Melilla y un breve pero “movido periplo” por la península, finalmente están en Madrid, como un tránsito hacia Bélgica, Francia, Alemania. Algunos de ellos son profesores en su país de origen: Mali, Costa de Marfil, Camerún, otros quieren ser futbolistas.
Hace tiempo que España ha dejado de ser para ellos el lugar de sus sueños, por lo que han oído a otros compañeros y por lo que han vivido en propia piel. A los pocos días de su llegada a Madrid a dos de ellos, que iban tranquilamente paseando por la calle, les detuvieron por no tener papeles. Uno permaneció 48 horas en comisaría y finalmente a otro le metieron en el CIE. ¡Cuestión de jueces!. Aunque ambos llevaban la misma documentación y contaban con los mismos apoyos. Al primero, le tocó un juez con sensibilidad para “hacerse cargo” de la situación de una persona sin papeles y al otro, un juez con una mirada miope y patologizada por el estigma de la peligrosidad social, aun cuando el detenido, apenas se atrevía a mirarle a los ojos y una familia amiga presentó su casa como domicilio de localización y se puso a disposición del juez para todo lo que tuviera que ver con el chico.
El desconcierto, la vulnerabilidad y el shock de nuestro amigo al ingresar en el CIE fue total, como nos ha ido compartiendo en las visitas, a través del locutorio: “En Marruecos nos pegaban y aquí nos encierran sin haber hecho nada y sin explicarnos por qué”. Sus palabras fueron el detonante que nos hizo poner en marcha los talleres de información y el Kit de supervivencia en caso de detención que tenemos ahora con toda la gente que llega a Madrid procedentes de los saltos de la valla.
En su imaginario de Europa y los derechos humanos era impensable que la policía pudiera atacarles ni agredirles y menos en un lugar público, como le sucedió a otro de ellos el pasado 25 de diciembre, en la estación de Legazpi, cuando iba a casa de unos amigos españoles y varios policías frustraron violentamente sus planes. La policía interpretó la incomprensión del castellano y la lentitud de nuestro amigo en identificarse como resistencia a la autoridad. Se avalanzaron sobre él, golpeándole con saña, hasta romperle un tendón de la mano derecha y llevándole finalmente a la comisaria, negándole su derecho a hacer uso de una llamada y pedir un intérprete.
Tampoco recibió asistencia sanitaria aquella noche en la comisaría. Al día siguiente, cuando quedó libre, un amigo le llevó a urgencias de un hospital, porque no podía aguantar tanto dolor. Le hicieron una cura rápida y le dijeron “que no era para tanto“, tras superar un montón de dificultades en admisión por no tener papeles. Sólo dos días después, cuando volvió de nuevo a urgencias a otro hospital, porque el dolor no cesaba, le hicieron una pequeña intervención para intentar que no perdiera la movilidad de su mano y un parte de lesiones.
En todo este proceso nuestro amigo ha perdido la sonrisa. Creía que lo peor lo había pasado ya en el monte Gurugú, o en la frontera con Argelia, o en tantos intentos fallidos de saltar la valla reprimidos a golpes. Pero ahora su tristeza es distinta, nos dice. Ahora no tiene fuerza para levantarse cada día y no quiere coger el metro solo y no puede dormir porque su cabeza todo el rato “pensar, pensar”.
Nuestro amigo no sabe todo lo que nos ha costado conseguir una cita para las siguientes curas que tiene que hacerse y no perder así la movilidad de su mano. Ignora el laberinto administrativo que las gentes de yo sí sanidad universal hemos tenido que recorrer. Le hemos querido ahorrar ese tramo doloroso del camino de sentirse excluido del tratamiento por no tener papeles. No sabe de las gestiones y la inteligencia colectiva de los administrativos y personal sanitario “desobedientes” por introducirle en el sistema hasta conseguirlo, pese a la inhumanidad de otros, que, parapetados tras la pantalla de un ordenador y un corazón de piedra, custodian inflexibles la ley, negando incluso las grietas que el sistema mismo contempla, pues con una Tarjeta de transeúnte (TIR) todo hubiera sido mucho más sencillo, si hubiera habido voluntad, porque hay cosas que “sí se pueden, si se quiere”. Porque las leyes no sirven, si no hay quien las cumple, porque desobedecer es un derecho cuando las leyes son injustas y está en juego la dignidad y la vida de las personas, como las gentes de Yo si sanidad universal venimos practicando desde que se aprobó el Real Decreto y tanto otras iniciativas de desobediencia civil.
Porque, en definitiva, todo se resuelve en una decisión que resulta fundamental en nuestra vida cotidiana: ponerse de parte de la humanidad o de la cruel inhumanidad, que divide a las gentes entre a quienes se les reconocen derechos humanos y sociales y entre a quienes se les arrebatan. En definitiva, entre la humanidad y la barbarie.
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