29/6/2015
http://blogs.publico.es/davidtorres/2015/06/29/papa-dinero/
Una frase de Woody Allen viene a explicar bastante bien el pollo que
hay montado en torno a Grecia. Le preguntan a un director de cine qué le
parece la democracia y el tipo responde: “La democracia está muy bien,
pero el sistema americano tampoco está mal”. La maniobra de Tsipras al
consultar a la ciudadanía sobre su destino ha revelado una vez más todas
las falacias, mentiras y tramoyas en las que se basa la democracia
parlamentaria.
Como si fuese necesaria otra revelación, después de las cosas que
hemos visto en Palestina, en Argelia e incluso en el Congreso de los
Estados Unidos, aquel día aciago en que nos levantamos con la noticia de
que el sistema financiero se había ido a la mierda. Los congresistas
estadounidenses votaron no al rescate bancario, pero la votación fue
anulada y las grandes marionetas republicanas y demócratas (no faltaba
ni una) subieron al podio para explicar por qué había que inyectar
toneladas de dinero público a Lehman Brothers. Al parecer, los
representantes del pueblo no habían entendido nada. Tras la terrorífica
exposición, una profecía pletórica de catástrofes y amenazas, los
congresistas recularon y votaron lo que había que votar, lo que les dijo
Papá Dinero que votaran.
Papá Dinero es el amo del mundo, lo que pasa es que no le gusta
enseñar la cara. Prefiere mantener la comedia de la libre elección,
delegar su poder patriarcal en ministros, recaderos y correveidiles.
Suponer que la ciudadanía griega tiene la capacidad de discernir sobre
su propio futuro coloca a Papá Dinero en la enojosa circunstancia de
sacarse la correa y demostrar quién manda. Ya no es cuestión de
economía, claro está, sino de política, puesto que la salida de Grecia
del euro haría más daño a los acreedores que los propios griegos. Pero
Papá Dinero, que ya dio dos golpes de estado incruentos en Grecia y en
Italia, pasándose la soberanía popular por la puerta del Bundesbank, no
va a permitir que los niños se le desmanden. Hay que comerse la deuda
hasta la última cucharada y, si no, a la cama sin cenar. A la puta
calle.
Les ha tocado a los griegos, una vez más, hacer un gesto heroico y
salvar la civilización occidental frente a los bárbaros. Su sacrificio
más memorable tuvo lugar en Las Termópilas, aquel estrecho paso de
montaña donde Leónidas y un reducido grupo de guerreros detuvieron
durante unos días el avance del todopoderoso ejército persa. El
Eurogrupo (una denominación que suena a franquicia de la Marvel, pero
que en realidad oculta a una banda de criminales de altos vuelos) le ha
planteado a Grecia una elección entre dos abismos. Las dos opciones son
malas o más bien pésimas, pero una de ellas significa salvaguardar el
honor nacional, la soberanía popular que, al fin y al cabo, es de lo que
va el juego. Como a los neoliberales les encanta citar a Churchill, yo
quiero recordar en este trago la soberbia respuesta que aquel gordo
fumador de puros le dio a Chamberlain después de que éste regresara de
firmar un pacto con los nazis: “Entre la guerra y el deshonor habéis
elegido el deshonor, y tendréis la guerra”.
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