Nº: 238
     
       
         Agosto
      
      
    
       2015  
     
    
http://www.monde-diplomatique.es/?url=editorial%2F0000856412872168186811102294251000%2Feditorial%2F%3Farticulo%3D2d049be4-c300-475d-9643-2749edf55aad
  
Sólo
 en las películas de terror se ven escenas tan sádicas como las que 
vimos el 13 de julio pasado en Bruselas, cuando el primer ministro 
griego Alexis Tsipras –herido, derrotado, humillado– tuvo que acatar en 
público, cabizbajo, el diktado de la canciller de Alemania, 
Angela Merkel, renunciando así a su programa de liberación por el cual 
fue elegido, y el cual precisamente acababa de ser ratificado por su 
pueblo mediante referéndum.
Exhibido
 por los vencedores como un trofeo ante las cámaras del mundo, el pobre 
Tsipras tuvo que tragarse su orgullo y tragar también tantos sapos y 
culebras que el propio semanario alemán Der Spiegel, compadecido, calificó la lista de sacrificios impuestos al pueblo griego de “catálogo de horrores”...
Cuando
 la humillación del líder de un país alcanza niveles tan espeluznantes, 
la imagen se queda en la historia para aleccionar a las generaciones 
venideras, incitadas a no aceptar nunca más un trato semejante. Así han 
llegado hasta nosotros expresiones como “pasar por las horcas caudinas” 
(1) o el célebre “paseo de Canossa” (2). Lo del 13 de julio fue tan 
enorme y tan absolutamente irreal que quizás este día también será 
recordado en el futuro de Europa como el día del “diktado de Alemania”.
La
 gran lección de ese escarnio es que se ha perdido definitivamente el 
control ciudadano con respecto a una serie de decisiones que determinan 
la vida de la gente en el marco de la Unión Europea (UE) y, sobre todo, 
en el seno de la zona euro, hasta tal punto que podemos preguntarnos: 
¿de qué sirven las elecciones si los nuevos gobernantes se ven obligados
 a hacer lo mismo que los precedentes en los temas esenciales, es decir,
 en las políticas económicas y sociales? Bajo este nuevo despotismo 
europeo, la democracia se define, en menor medida, por el voto o por la 
posibilidad de escoger y, en mayor medida, por el imperativo de respetar
 reglas y tratados (Maastricht, Lisboa, Pacto Fiscal) adoptados hace 
tiempo y que resultan verdaderas cárceles jurídicas sin posibilidad de 
evasión para los pueblos. 
Al
 presentar a las muchedumbres a un Tsipras con la soga al cuello y 
coronado de espinas –“Ecce Homo”–, Merkel, Hollande, Rajoy y los otros 
pretendían demostrar que no hay alternativa a la vía neoliberal en 
Europa. Abandonad toda esperanza, electores de Podemos y de otros 
frentes de izquierda europeos; estáis condenados a elegir gobernantes 
cuya función consistirá en implementar las reglas y los tratados 
definidos una vez por todas por Berlín y el Banco Central Europeo.
Lo
 más perverso es que, al igual que en un juicio estalinista a semejanza 
del “Proceso de Praga”, se le ha exigido a quien más criticó el sistema,
 a Alexis Tsipras, que sea quien se humille ante él, que lo elogie y que
 lo suplique.
Los
 que ignoraban que vivíamos en un sistema despótico lo han descubierto 
en esta ocasión. Algunos analistas dicen que ya estamos en un momento 
que podríamos calificar de “postdemocrático” o de “postpolítico”, ya que
 lo que pasó el 13 de julio en Bruselas demuestra el desgaste del 
funcionamiento democrático y del funcionamiento político. Además, 
muestra que la política ya no consigue dar las respuestas que los 
ciudadanos esperan, aunque voten mayoritariamente a favor de ellas.
La
 ciudadanía observa, desesperanzada, cómo se exige al partido griego 
Syriza, que ganó las elecciones y que ganó un referéndum con un discurso
 contra la austeridad, que aplique con mayor brutalidad la política de 
recortes que los electores rechazaron. Consecuentemente, muchos se 
preguntan: ¿para qué sirve elegir una alternativa si la alternativa 
acaba siendo exactamente una repetición de lo mismo?
Lo
 que Angela Merkel ha querido demostrar de manera muy clara es que, hoy 
en día, no existe lo que llamamos alternativa económica, representando 
ésta una opción contraria a la política neoliberal de recortes y de 
austeridad. Así, cuando un equipo político elabora un programa 
alternativo, lo somete a la ciudadanía para que pueda elegir entre éste y
 otros programas y cuando dicho programa gana las elecciones y un equipo
 nuevo alcanza legítimamente, democráticamente, la dirección de un país,
 ese equipo de gobierno, con su proyecto alternativo antineoliberal, 
descubre que, en realidad, no tiene margen de maniobra. En materia de 
economía, de finanzas y de presupuestos no dispone de ningún tipo de 
margen de maniobra porque, además, están los acuerdos internacionales, 
que “no se pueden tocar”; los mercados financieros, que amenazan con 
sanciones si se toman ciertas decisiones; los lobbys mediáticos, que hacen presión; los grupos de influencia oculta como la Trilateral, Bildeberg, etc. No hay espacio.
Todo
 esto significa, simplemente, que el gobierno de un Estado de la zona 
euro, por mucha legitimidad democrática que posea y aunque haya sido 
apoyado por el sesenta por ciento de sus ciudadanos, no tiene las manos 
libres. Sí las tiene si decide realizar reformas legislativas para 
modificar aspectos importantes de vida social como, por ejemplo, el 
aborto, el matrimonio homosexual, la reproducción asistida, el derecho a
 voto de los extranjeros, la eutanasia, etc. Sin embargo, si desea 
reformar la economía para liberar a su pueblo de la cárcel neoliberal, 
se encuentra con que no puede hacerlo. Sus márgenes de maniobra aquí son
 prácticamente inexistentes, no sólo por la presión de los mercados 
financieros internacionales sino también, sencillamente, porque su 
pertenencia a la zona euro le obliga a someterse a los imperativos del 
Tratado de Maastricht, del Tratado de Lisboa, del Pacto fiscal (que 
exige que el presupuesto nacional no puede tener un déficit superior al 
0,5% con respecto al PIB del país), del Mecanismo Europeo de Estabilidad
 Financiera (que endurece las condiciones impuestas a los países que 
necesitan un crédito), etc. 
Como consecuencia, se ha creado,
 efectivamente, en Europa en la actualidad, el estatus de “nuevo 
protectorado” para los Estados que han pedido un rescate. Grecia, por 
ejemplo, es gobernada de manera “soberana” para todas las cuestiones que
 tienen que ver con la gestión de la vida social de sus ciudadanos (los 
“indígenas”). No obstante, todo lo que tiene que ver con la economía, 
con las finanzas, con la deuda, con la banca, con el presupuesto y, 
evidentemente, con la moneda está gestionado por una instancia superior:
 la tecnocracia euro de la Unión Europea. Es decir, Atenas ha perdido 
una parte decisiva de su soberanía, el país ha sido rebajado al grado de
 protectorado.
Dicho
 con otras palabras: lo que está ocurriendo no sólo en Grecia sino en 
toda la zona euro –en nombre de la austeridad, en nombre de la crisis– 
es, básicamente, el paso de un Estado de bienestar hacia un Estado 
privatizado en el que la doctrina neoliberal se impone con un dogmatismo
 feroz, puramente ideológico. Estamos ante un modelo económico que está 
arrebatando a los ciudadanos una serie de derechos adquiridos después de
 largas y, a veces, sangrientas luchas. 
Algunos dirigentes 
conservadores tratan de calmar al pueblo diciendo: “Bueno, se trata de 
un mal periodo, un mal momento que hay que pasar. Tenemos que apretarnos
 el cinturón, pero saldremos de este túnel”. La pregunta es: ¿qué 
significa “salir del túnel”? ¿Nos van a devolver lo que nos han 
arrebatado?¿Nos van a restituir los recortes salariales que hemos 
padecido? ¿Van a restablecer las pensiones al nivel en el que estaban? 
¿Vamos a volver a tener créditos para la salud pública, para la 
educación?
La
 respuesta a cada una de estas preguntas es “no”. Porque no se trata una
 “crisis pasajera”. Lo que ocurre es que hemos pasado de un modelo a 
otro peor. Y ahora se trata de convencernos de que lo que hemos perdido 
es irreversible. “Lasciate ogni speranza” (3). Ése fue el 
principal mensaje de Angela Merkel el pasado 13 de julio en Bruselas 
mientras exhibía, cual teutónica Salomé, la cabeza de Tsipras en una 
bandeja...
(1)
 La batalla de las Horcas Caudinas tuvo lugar el año 321 a. C., entre 
los ejércitos romano y samnita. Los samnitas de Cayo Poncio, gracias a 
su posición estratégica, rodearon y capturaron a un ejército romano de 
unos 40.000 hombres. Los soldados fueron desarmados, despojados de sus 
vestimentas y, únicamente con una túnica, fueron obligados a pasar de 
uno en uno por debajo de una lanza horizontal dispuesta sobre otras dos 
clavadas en el suelo, lo que les obligaba a inclinarse como condición 
para ser liberados. Esta derrota es el origen de la frase “pasar por las
 horcas caudinas” o “pasar bajo el yugo”, utilizadas en varias lenguas 
occidentales cuando hay que pasar un trance difícil, humillante y 
deshonroso por la fuerza.
(2) El “paseo de Canossa” hace referencia 
al viaje del emperador Enrique IV del Sacro Imperio Romano Germánico 
desde Espira (Speyer, Alemania) al castillo de Canossa (Italia) para ver
 al Papa Gregorio VII en enero de 1077. El objetivo era solicitarle que 
le levantara la excomunión. Cuando llegó a Canossa, Enrique IV tuvo que 
permanecer arrodillado a las puertas del castillo tres días y tres 
noches, nevando, vestido como un monje, con una túnica de lana y 
descalzo, para poder conseguir el perdón papal. Hoy en día, la expresión
 “Paseo de Canossa” (“Gang nach Canossa” en alemán, “Walk to Canossa” en inglés, “Aller à Canossa” en francés y “L’umiliazione di Canossa” en italiano) se usa para señalar una petición humillante.
(3) “Abandonad toda esperanza”, Dante Alighieri, La Divina Comedia. El Infierno. Canto III.
No hay comentarios:
Publicar un comentario