Fernando Pedrós - 21/8/2015
Periodista, filósofo y miembro de Derecho a Morir Dignamente (DMD)
En semanas pasadas la prensa europea e incluso en EEUU y Canadá han dado y comentado un tanto sesgadamente la noticia de que una joven belga, Laura, de 24 años, afectada de una seria depresión, había pedido la eutanasia. El caso ha afectado a mucha gente al menos de ciertos sectores poco tolerantes que incluso se han molestado de que los belgas no le diesen importancia al caso. Estos días me he molestado en repasar estas reacciones que han aparecido en la prensa. Hubiera sido normal hacer una interpretación racional de la noticia con la ley belga en la mano, viendo que era un caso que se acomodaba perfectamente a lo regulado jurídica y médicamente en la ley. Se apreciaría que la joven Laura es una ciudadana que ejerce sus derechos lo mismo que las cerca de 50 personas que al año son ayudadas a morir por eutanasia en Bélgica por razón de sufrimientos psíquicos. Esta cifra, como dice el profesor Wim Distelmans, presidente de la Comisión federal de Control y Evaluación de la Eutanasia, viene a ser el 3% del total de eutanasias (1.500 de media al año, es decir, el 2% de los fallecimientos). Pero no, lo que molesta no es meramente el caso de Laura sino que los médicos y políticos belgas hayan dado paso a la legalidad de la eutanasia y no den importancia a estas cifras. Así algún comentarista se indignaba ante el silencio llamativo de los políticos belgas hasta el punto de considerar tal despreocupación y silencio como un acto de complicidad. U otros comentarios que atacaban la laxitud de los médicos que lanzaban a la enferma a la muerte. Desde un blog se arremetía contra los médicos belgas: “¿qué hacen los médicos que precipitan a Laura a la muerte?”. En breve, se acusa a Bélgica como un país donde la eutanasia se banaliza.
Desde diversos lugares de EE UU, Canadá Alemania, Francia… han ido llegando al centro donde se encuentra Laura ofertas de ayuda tanto médica como asistencial para solventar la vida de la enferma. Y, en mi opinión, el colmo del sentimentalismo y la sinrazón ha sido el mensaje que le enviaban en una carta desde una asociación de Canadá: hace unas semanas apareció en Internet una carta (‘Letter of hope to Laura’) en que se invitaba a los lectores a firmarla y así liberar a Laura de su depresión y de la eutanasia. Lo mismo que en el caso Lambert, en Francia, la noticia de la petición de eutanasia por parte de Laura ha desatado todo un mundo desenfrenado en contra de la libertad de la persona enferma para decidir de su vida. Parece ser que a muchos les molesta que el ciudadano sea libre, autónomo. ¿Estaremos entrando en un proceso de fascismo ideológico?
Legalmente la eutanasia está despenalizada en Bélgica desde el año 2002, y una de las razones para poder solicitar la asistencia médica para morir es “un sufrimiento psíquico constante, insoportable y sin paliación”. Tres médicos han aceptado esta situación como causa justificante de la solicitud de muerte de Laura. No es cuestión de hacer una crónica clínica sobre la vida de Laura. Solo algunos datos que nos orienten. Hija de un matrimonio con ambiente marcado por el maltrato y el alcohol hasta el punto de que se les retiró a la niña a los seis años. En el relato de su vida -que Laura hizo a una periodista del diario De Morgen en el mes de junio- decía de sí: “mi vida es un combate desde el nacimiento. Es diario. Mis 24 años han sido una eternidad. La vida no es nada para mi”. Pero, a pesar del sufrimiento que arrastra la joven- la periodista la ve “tranquila, equilibrada, segura de sí misma”. Y en estas condiciones y con equilibrio y serenidad la habrán visto los médicos que han aceptado su solicitud, piensen lo que piensen los que quieren tutelar su vida a kilómetros de distancia y haciendo caso omiso de la realidad de una ley.
Si una persona libre y racionalmente ha sopesado y decidido el sentido de su vida; si ha solicitado la eutanasia, se puede estar a favor o en contra del suicidio asistido o la eutanasia, pero siempre hay que respetar a la persona, su autonomía que es su libertad ética. Si la ley tiene sus requisitos, y los médicos los han cumplido y han considerado la petición de la enferma correcta y conforme a la ley, hay que respetar la responsabilidad profesional y moral de los médicos. ¿Por qué reaccionar como si Laura fuera una menor de edad, como si se estuviera manipulando su voluntad, como si Bélgica fuera una ‘ciudad sin ley’? Bélgica respeta la pluralidad de los ciudadanos, tiene una ley que permite a todo ciudadano optar libremente bien por respetar el ritmo natural de su vida y esperar la muerte o bien decidir personalmente, dadas unas circunstancias trágicas, el tiempo y el modo de la propia muerte. Por suerte en Bélgica –libre de un fascismo ideológico- se puede gozar de autonomía incluso en el momento de morir, en otros lugares solo se puede optar libremente por el suicidio asistido, otros países tienen en estudio y en proceso de deliberación pública la cuestión de la disponibilidad de la vida… Se sabe, como ha ocurrido con otros problemas morales, que la aceptación legalizada de las conductas eutanásicas es cuestión de tiempo y de esfuerzo político. Pero en este escenario que puede resultar novedoso para algunos, también los integristas morales e intolerantes debieran empezar a advertir que con la libertad no se juega, que a nadie se le puede quitar u obstaculizar su autonomía, que nadie quiere morir sin más, que desear la muerte como una liberación algo dice de lo que se siente de la propia vida que se está llevando o mejor dicho sufriendo. Según la percepción de Laura, “la vida es nada para mi”.
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