11 de
Enero de
2016
Artur Mas tenia razón cuando durante la negociación se le llenaba la boca diciendo que es tan importante el qué como el quién. Y lo ha demostrado haciendo tragar a la CUP un acuerdo brutal. Brutal por sus formas revanchistas y humillantes. Y brutal por su contenido, que obliga a la CUP a mantener la estabilidad parlamentaria en Cataluña, esto es, a votar con JxS en aquello que no sea calderilla parlamentaria. Todo a cambio de que Mas dé algo parecido a un paso atrás, pero de esos que tienen pinta de ser de los de tomar impulso, y de un plan de choque social de apenas 200 millones de euros --cantidad irrisoria frente a los mas de 7.000 millones de recortes acumulados desde 2010--.
La negativa a investir a Mas, en la que se reconocía al menos la mitad de la CUP, ha quedado reducida a poco mas que un fetiche. Y lo que es peor, nos hace olvidar la lógica antiausteridad y contraria a la corrupción estructural y el clientelismo que estaba detrás del veto. La CUP ha firmado un acuerdo que, de manera inexplicable, da el apoyo a unos más que probables presupuestos austeritarios, y al tiempo establece mecanismos para que las posibles comisiones parlamentarias de investigación de la corrupción no salgan adelante. Los portavoces de la CUP continúan afirmando que su apoyo a JxS se limitará a las áreas de la independencia y el procés constituent. No obstante, la letra del acuerdo dice claramente otra cosa.
Y es que lo terrorífico de lo sucedido el sábado 9 de diciembre no es que se nombre presidente a un sucedáneo de Mas, sino que entre las razones se aduzca como principal: “Garantizar la estabilidad parlamentaria y fortalecer la acción de gobierno durante esta legislatura”. Se trata de algo más grave que dar respiro al principal partido del régimen en Cataluña, para organizar su operación de transformismo tras rozar el abismo entre los recortes de pasadas legislaturas y el descrédito de su anterior capo —con todo el derecho, campeón de la corrupción en el sur de Europa—. Sin ambages, la CUP ha ofrecido un pacto de gobierno en toda regla que le relega a la subalternidad. ¿No tenía a su alcance proponer un simple pacto de investidura y quedar como pieza decisiva a la hora de bloquear las mayorías de JxS?
Se pueden aducir algunas razones que han empujado esta decisión de la CUP. Entre otras, cuenta y mucho, la fuerza que ha conseguido Convergencia a través de movimientos como la ANC o Omnium, lo que refleja una forma de gobernar desde fuera de los partidos bastante sofisticada y eficaz. Otra es el chantaje permanente que ejerce el procesismo sobre cualquier tentativa transformadora. En este caso, ha sido la amenaza de nuevas elecciones y el miedo a peores resultados (harto probables) tanto para JxS como para la CUP; lo que no deja de sorprender en una organización que, al menos retóricamente, no sitúa lo electoral en el centro de su práctica política. En este sentido, la CUP ha revelado aquí las maneras de “un partido más”, lo que vendría a confirmarse en bochornosos gestos oportunistas como la no-dimisión del anticapitalista soberanista cool, Antonio Baños.
Tampoco se debe menospreciar la larga sombra del pujolismo sobre las izquierdas catalanas desde la Transición, el miedo edípico a despojar a los dueños patrimoniales de la finca de sus derechos adquiridos. De hecho, a la CUP se le ha cobrado todo aquello que permitió su salida a la bolsa electoral como partido radical y con fuerte presencia parlamentaria: los guiños de los medios, la simpatía de la sociedad civil catalana, la propia aquiescencia de Mas & Co. Para un partido que tiene por bandera el anticapitalismo, todo esto parece un peaje demasiado fuerte y contradictorio en aras de sostener unas instituciones y un proyecto —no el de la independencia sino el de la recomposición de las viejas élites catalanas— propia y genuinamente "capitalistas".
Por decirlo claramente, la CUP ha podido liquidar a CDC. Ha preferido no hacerlo. Y la ha puesto de nuevo a la cabeza de ese futuro continuo que es el procés. Sobra decir que es del todo improbable que en 18 meses vaya a existir una nueva “república catalana” y que en ese tiempo se vaya a conseguir algo más que una serie de declaraciones vacías y pomposas al más puro estilo procesista, contestadas con otra batería de legalismos vacíos y pomposos por parte del Estado central. Desde luego podemos estar muy seguros de que la cuestión del poder financiero europeo, base de cualquier pregunta real por la soberanía, no va a ser tocada en Cataluña, más allá de pronunciamientos pueriles y escasamente operativos sobre la “Europa de los pueblos” y la “salida del Euro”.
De lo que también podemos estar seguros es de que en ese tiempo se tramitará una ley de presupuestos, con dosis variables de austeridad que dependen de la discrecionalidad de Bruselas, que por tamaño de la economía catalana bien podría andar, si la Comisión Europea así lo impone, en los 3.000 millones de recortes sociales. Se quiera o no, la CUP ya ha dado su visto bueno a estos presupuestos. Y si intenta dar marcha atrás, volveremos a ver el fantasma de las elecciones anticipadas y de la amenaza del descarrilamiento del procés.
Que una organización política como la CUP, con su innegable carga democrática y transformadora, se suicide no es una buena noticia. Después de todo las CUP son una de las pocas organizaciones militantes, y por ello orgánicas, y por ende con potencia democrática, de todo el panorama electoral del Estado español. Tampoco es muy halagüeña la confirmación del procés, que antes que una línea de ruptura se afirma una y otra vez como la forma más eficaz de recomposición del régimen. De hecho, y a la contra de las declaraciones de Mas, en Moncloa se descorchó el mejor cava catalán. La decisión de este fin de semana ha dado un buen espaldarazo al PP en su ambición de formar ese gobierno “de emergencia” que pliegue a la vez al PSOE y C's.
Dicho esto, lo cierto es que en estos tiempos de ingobernabilidad y caos bajo el sol, ni siquiera está claro que la configuración que emerge hoy en Cataluña vaya a ser medianamente sólida. Esperamos que no lo sea. Más allá de Catalunya, lo sucedido este fin de semana debería ser un aviso para las fuerzas políticas que aspiran a la ruptura y a la transformación. Quién no quiera, o no se atreva, a llevar hasta el final las potencialidades políticas de la ingobernabilidad en nombre la estabilidad, contribuirá a la recomposición del proyecto de las élites; y aquí igual da que sea en Catalunya o en España.
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