Helios F. Garcés - 19/03/16
Imagen del momento de las humillaciones de hinchas del PSV a gitanas rumanas.
En primer lugar, me gustaría advertir que esta crítica al artículo “Sólo racismo” publicado por Barbijaputa en el blog Zona Crítica de eldiario.es se construye desde el respeto sincero y desde el reconocimiento. Dado el clima general de odio machista, consideramos que su labor revela hasta qué punto los feminismos son absolutamente imprescindibles. Por eso, nos parece importante manifestar nuestro apoyo total ante la ola de insultos y amenazas que tanto ella como otras activistas reciben a diario únicamente por hurgar en los dominios del patriarcado y poner al descubierto el carácter constitutivo y estructural del machismo, tanto en la dimensión macro como en la micro. Así bien, esta respuesta nace de una intención dialogante, no enconada con la autora pero crítica con la izquierda blanca española en general. Aunque el artículo es firmado por mí, la perspectiva que lo alumbra nace al abrigo de lo que podría denominarse como un ‘renacimiento kaló’ en el Estado español, por lo que a menudo hablaré desde un plural colectivo y no desde el singular. Es precisamente por eso por lo que, dada su influencia en el universo virtual, nos parece necesario establecer un diálogo crítico a partir de su último artículo, escrito a tenor de los bochornosos sucesos acaecidos en Madrid el pasado 15 de marzo.Recordemos. Dos estudiantes de periodismo de la UAM grabaron el vídeo en el que puede verse con todo lujo de detalles parte del horrible espectáculo que nos congrega. Poco antes de que se disputase el partido de fútbol entre el PSV Eindhoven y el Atlético de Madrid, unas gitanas rumanas pobres pedían unas monedas a las decenas de aficionados holandeses reunidos en las terrazas de la Plaza Mayor. Como respuesta, los hinchas, entre gritos de desprecio y risas, comenzaron lanzar al aire y al suelo una lluvia de céntimos frente a la mirada pasiva de la ciudadanía madrileña presente durante el suceso. Acto seguido, los aficionados hicieron grandes corros en los que rodearon a las gitanas rumanas. A cambio de las monedas les pedían que bailaran, que hicieran flexiones y se arrodillaran. En un mayor alarde de brutalidad quemaron algunos de los billetes que les ofrecían y los dejaron caer con sorna sobre ellas para divertirse mientras aquellas mujeres se lanzaban entre empujones y con desesperación sobre los mismos. El audiovisual, colgado en Youtube no recoge todo lo sucedido. Un profesor entrevistado por El País en la misma plaza aseguró lo siguiente: "Y ya fue el colmo cuando tiraron cachos de pan". Para ‘arreglar’ la situación, la Policía decidió llevarse a las mujeres gitanas rumanas a otro lugar, es decir, hicieron desaparecer el problema: ellas.
Barbijaputa, en su artículo “Sólo racismo” hace hincapié en la idea de que calificar los hechos atendiendo a su dimensión racista constituye una reducción ingenua de las causas por las que realmente se desarrollaron los mismos. La razón es que el racismo, según su interpretación, jugó un papel poco importante en las humillaciones. La autora escribe como si fuese fácil articular el complejo y estructuralmente invisibilizado debate en torno al racismo, lo cual desde la experiencia de las comunidades racializadas es sencillamente asombroso. Así mismo, maneja, desde nuestro punto de vista, un concepto de ‘racismo’ extremadamente convencional que no se ha dejado contaminar por las sólidas e importantes perspectivas críticas construidas por las comunidades humanas afectados por el mismo.
Descolonizar la conciencia crítica comienza por reconocer cuál es nuestra situación en el mapa de las identidades raciales
Y sí, podríamos coincidir con lo esencial de su artículo si percibiéramos que lo que trata de denunciar es la forma sesgada y reduccionista en la que proceden los medios mayoritarios; esa manera simplista, superficial e hipócrita de identificar el racismo. Pero no es a tales cuestiones a las que la Barbijaputa hace mención. Citamos sus propias palabras: "'Racista' ni siquiera es el primer apelativo que merecían los susodichos, porque lo cierto es que no quemaron billetes porque ellos fueran payos y ellas gitanas". No es la primera vez que nos encontramos a la militancia gadjí (no gitana) dando por hecho que es fácil llamar al racismo antigitano por su nombre y llevamos tiempo asegurando que tal ilusión constituye un síntoma inequívoco de etnocentrismo naturalizado.
Descolonizar la conciencia crítica comienza por reconocer cuál es nuestra situación en el mapa de las identidades raciales impuesto desde la arcaica y persistente dimensión colonial del poder moderno. A partir de entonces podemos comprender que nuestra perspectiva está condicionada por nuestra experiencia y que de ahí brotan determinados privilegios étnicos a los cuales podemos renunciar si conseguimos explicitarlos ya que ser blanco, como diría Houria Bouteldja, es, principalmente, una forma de pensar, no tanto una pigmentación determinada de la piel.
Las comunidades gitanas han representado tradicionalmente el contrapunto interior al orden deseable en las sociedades europeas; han sido históricamente asociadas a la delincuencia y a la marginalidad; de hecho, han sido observadas como parte indisociable y conformadora del ‘lumpen’, incluso desde la propia izquierda. Tal y como el propio Marx escribió, el ‘lumpen’ es “el partido de las fulanas y los gitanos, a él sólo acuden la descontenta masa campesina, iluminada y esotérica, mística y alocada, o esos sarnosos limpiabotas, mendigos y sicarios, que inevitablemente son tan enemigos del proletariado como la Reacción [...] Cuando el Proletariado triunfe deberá aplastarlos". Es por eso que el desprecio de clase exhibido por los jóvenes holandeses al que Barbijaputa hace mención encuentra su punto de intersección con el de raza/etnia, el cual contribuye a explicar el lugar que las personas gitanas ocupan en el imaginario europeo mayoritario.
Blanquear las jerarquías raciales
Negar que parte esencial del desprecio manifestado por los hinchas del PSV ante las gitanas rumanas tiene que ver con el estructural racismo antigitano es blanquear lo sucedido y desperdiciar una gran oportunidad. Rara vez los medios mayoritarios se hacen eco de la situación de alarma social que sufre el pueblo gitano en todo el continente y llaman a las cosas por su nombre. La indignación mediática española durante estos días es hipócrita porque consiste en presentar los hechos como si constituyeran una excepción abominable.El pueblo rom representa la comunidad humana racializada más numerosa y antigua de Europa, y si los y las activistas gadjé (no gitanos) no aprenden a mirar desde la terrible situación en la que se encuentra un porcentaje desolador del mismo perderán la oportunidad de afinar en su diagnóstico sobre las patologías del poder en el interior del continente. El racismo antigitano no es un sencillo paquete de prejuicios y tópicos generalizados; se trata de una ideología institucionalizada tan antigua como los Estados–nación que impregna las relaciones sociales y desemboca en la deshumanización naturalizada de las personas gitanas de carne y hueso.
El caldo de cultivo que hace de las personas romaníes individuos subhumanos está preparado en todo el continente
En el marco de tal esquema, la excepción consiste en tratar a los gitanos como a seres humanos. Atendiendo a ello, aseguramos que si los aficionados holandeses ningunearon con tal insensibilidad la dignidad de las mujeres gitanas rumanas de la Plaza Mayor es porque el caldo de cultivo que hace de las personas romaníes individuos subhumanos está preparado en todo el continente y nunca se ha rebatido con la voluntad política necesaria.
La forma en la que la autora aborda lo sucedido nos recuerda a la frecuente actitud marxista imperante en la izquierda masculinizada; a la rapidez con la que desde dicha trinchera se suele acudir a desmantelar el supuesto carácter inofensivo de la crítica contra el machismo o el racismo. Para ellos, lo que realmente está en juego es la “objetiva y científica” opresión de clase. Las feministas decoloniales nos han educado haciéndonos ver que los principales defensores de esta perspectiva son hombres blancos cisgénero y que al blindarse ante la crítica violeta y decolonial están protegiendo sus privilegios como observadores de la realidad desde lo que Amaia Pérez Orozco llama “la hegemonía crítica”. Es la sensibilidad política de los feminismos la que precisamente nos puede ayudar a superar el estrabismo etnocéntrico, ese estrabismo que no percibe la dimensión estructural del racismo y sus puntos de intersección con el clasismo y el sexismo.
Clasismo/racismo/sexismo
"Quemaron billetes por puro y duro clasismo, declarando así su odio hacia las indigentes por el hecho de serlo, a las que por supuesto perciben como seres inferiores. Y las hicieron bailar por pura y dura misoginia, sin ningún temor a una respuesta agresiva por tal humillación. Las mujeres, ya saben, ante las agresiones rara vez responden con más agresiones. Y eso, un seguidor del PSV, como cualquier otro, lo sabe bien". Efectivamente, las jerarquías de clase y de sexo/género estuvieron presentes y formaron parte esencial del horrible espectáculo. Sin embargo, a Barbijaputa se le olvida un factor esencial: la importancia del papel del antigitanismo/romofobia naturalizado en las sociedades europeas. Los linchamientos y vejaciones a las poblaciones gitanas representan una constante a lo largo y ancho de la Europa actual y solo hay que acudir a los informes de Amnistía Internacional o del European Roma Rigths Center para comenzar a percatarse de ello.No hay nada mejor que dejarse intoxicar por el feminismo decolonial, que atiende a las intersecciones de raza, sexo y clase sin crear una jerarquía epistemológica en torno a las mismas
Si nuestra voluntad es comprender adecuadamente la verdadera dimensión de lo ocurrido es importante recordar cuál fue uno de los principales cánticos que los hinchas blancos dedicaron a las mujeres romaníes: "¡No crucéis la frontera!". Es evidente que aquellos jóvenes holandeses consideran España como parte de su hogar y también lo es que en su imaginario las gitanas rumanas no forman parte del mismo. No importa que las gitanas fuesen europeas y que los romaníes vivan en Europa desde su propia conformación, lo importante es que no deben cruzar “la frontera”. ¿Qué frontera? La frontera delimitada por el arcaico racismo que las sitúa por debajo de la línea de lo humano. Por eso la Policía, fiel a los marcos de dicha frontera, arregló el problema expulsando a las gitanas del lugar en el que eran vejadas. Se trata de una vieja y constante estrategia europea que se está haciendo claramente explícita en su gestión de la denominada ‘crisis de los refugiados’.
Nuestra autora asegura que el hecho de que las mujeres humilladas fuesen gitanas constituye el último factor de importancia en lo ocurrido: "Probablemente, el hecho de ser gitanas fue, de hecho, el último motivo y no el primero, ¿o alguien cree que en el caso de haber sido mujeres indigentes blancas los agresores hubieran mostrado respeto?". Pensamos que la pregunta es simplista y encierra un privilegio inconsciente: el privilegio naturalizado de ser una persona blanca en Europa. Cualquier persona cuyo origen étnico la ligue a una comunidad racializada sabe perfectamente cuál es la respuesta a la pregunta de Barbijaputa. No, evidentemente, si las mujeres hubieran sido indigentes blancas, los hinchas no se hubiesen transformado, de repente, en fraternos compañeros; ¿qué ingrediente de la reflexión alumbra tal pregunta? Sin embargo, el hecho de que eran ‘visiblemente’ gitanas tuvo un peso extraordinario, esencial y aplastante en lo acontecido.
Una mujer gitana y empobrecida sufre y resiste ante la jerarquía sexual, la jerarquía de clase y la jerarquía racial, así que el hecho de indicar la importancia principal del racismo no implica negar las otras jerarquías implicadas. Hubiésemos estado de acuerdo en una reconsideración de los hechos atendiendo a las jerarquías sexuales y de clase presentes en los mismos. Pero no podemos estarlo si las implicaciones nos hacen desembocar en uno de los errores clásicos de manual procedentes del etnocentrismo: subestimar la colonialidad del poder. No seremos nosotros los que vengamos a afirmar que la misoginia jugó un papel menor en lo acontecido. Lo que aseguramos es que no hay nada mejor que dejarse intoxicar por el feminismo decolonial, que atiende a las intersecciones de raza, sexo y clase sin crear una jerarquía epistemológica en torno a las mismas, lo cual es una tendencia propia de aquellas identidades racialmente privilegiadas que no tienen que enfrentar el racismo.
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