Os dejo un artículo que me ha parecido muy interesante. Obviamente, nosotrxs trabajamos con la tierra, por lo que el sentimiento de reconocimiento en los parrafos, las citas etc, es alto. Dejo aquí uno de esos frangmentos de Bertrand Russell en su libro "conquista de la felicidad". Aprovecho para expresar la inmensa felicidad que nos da trabajar nuestras huertas, verlas florecer y dar frutos exquisitos, sanos y justos. ¡ A poner huertas justas !
“somos criaturas de la tierra; nuestra vida es parte de la vida de la tierra, y nos alimentamos de ella lo mismo que los animales y las plantas. (...) Los procesos que nos ponen en contacto con la vida de la tierra tienen en sí mismos algo que satisface profundamente. Cuando cesan, la felicidad que habían producido permanece”
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La agricultura concebida como cuidado de la T(t)ierra tiene el potencial de hacer saludablemente presente para todos y todas los estrechos vínculos que la acción humana mantiene con la ecología del planeta
Conviene recordarlo en un momento en que bastantes “ayuntamientos del cambio” están apoyando o poniendo en marcha iniciativas agroecológicas y de agricultura urbana
La agricultura concebida como cuidado de la T(t)ierra tiene el potencial de hacer saludablemente presente para todos y todas los estrechos vínculos que la acción humana mantiene con la ecología del planeta
Conviene recordarlo en un momento en que bastantes “ayuntamientos del cambio” están apoyando o poniendo en marcha iniciativas agroecológicas y de agricultura urbana
Jorge Riechmann - 9/02/2016 - http://www.eldiario.es/ultima-llamada/agroecologia-agricultura_urbana-huertos_urbanos_6_482311766.html
Tendemos a olvidar la tupida red de
interdependencias ecológicas y sociales dentro de la cual vivimos. Ahora
bien, la agricultura concebida como cuidado de la T(t)ierra tiene el
potencial de hacer saludablemente presente para todos y todas los
estrechos vínculos que la acción humana mantiene con la ecología del
planeta. Aquí están en juego asuntos de suma importancia para la vida
buena del ser humano, y conviene recordarlo en un momento en que
bastantes “ayuntamientos del cambio” están apoyando (y en algunos casos
poniendo en marcha) iniciativas agroecológicas y de agricultura urbana.
Escribió Bertrand Russell en La conquista de la felicidad que
“somos criaturas de la tierra; nuestra vida es parte de la vida de la
tierra, y nos alimentamos de ella lo mismo que los animales y las
plantas. (...) Los procesos que nos ponen en contacto con la vida de la
tierra tienen en sí mismos algo que satisface profundamente. Cuando
cesan, la felicidad que habían producido permanece” (Espasa-Calpe,
Madrid 1978, p. 75).
Hortus, en latín, significa tanto
jardín como huerto. El cultivo del huerto/jardín probablemente sea el
conjunto de prácticas humanas donde más cerca llegamos a estar de una
experiencia de salvación. ¿Parece demasiado exagerado? Reflexionemos un
poco.
El cultivo del jardín/huerto hace tangible para
nosotros la utopía concreta de una vida sin violencia (vida que se
sitúe parcialmente fuera de la cadena de devoraciones que hallamos en la
naturaleza) y sin dominación (esa aspiración “de máximos” que sería
vivir sin esclavos: sin “esclavos energéticos” fósiles, sin esclavos
animales –y sin esclavas y esclavos humanos). El huerto del campesino
adyace con el jardín del filósofo.
David E. Cooper,
profesor emérito de filosofía en la Universidad de Durham (Gran
Bretaña), publicó hace algún tiempo un libro profundo y hermoso sobre el
hortus ( A Philosophy of Gardens, Oxford University Press, 2006) . Podemos
convenir con él en que el cuidado del huerto y la jardinería es una
práctica que, si se realiza con atención despierta y sensibilidad
adecuada, llega a encarnar –quizá de forma más sobresaliente que
cualquier otra práctica- la verdad de la relación entre los seres
humanos y su mundo. Además, los huertos-jardines ejemplares nos hacen
experimentar –de buena manera-- no solo nuestra ecodependencia (la
co-dependencia entre la actividad humana y el mundo natural), sino un
vínculo fértil con la “tierra profunda” del mundo y de nosotros mismos.
Para Cooper, el hortus es una epifanía de la relación del ser humano con el misterio de la existencia.
¿Se van mostrando las dimensiones existenciales, morales y estéticas de la experiencia del hortus?
A poco que las circunstancias sean propicias y las cosas se hagan bien,
viviremos sentimientos de plenitud y gratitud hacia la naturaleza que
florece y nos nutre. Podrá darse una comunión con algo que es mucho más
grande que nosotros, lo cual infunde sentido a nuestra vida. En su tesis
doctoral Opción cero, observa Emilio Santiago
Muíño –a partir de su trabajo etnográfico en Cuba— que las historias de
vida de los pioneros agroecológicos cubanos están marcadas por un
profundo enamoramiento: no solo de su trabajo, también de otra forma de
entender la felicidad que ha sido, para ellas y para ellos, una
divisoria de aguas biográfica. Veamos alguno de los testimonios citados:
"Con la permacultura yo creo que yo me encontré a mí misma, sentí que
podía ser útil. La tierra te desgasta un poco, pero te da mucho placer,
también felicidad. No hay cosa que más me guste que levantarme por la
mañana y ver que las matas dan flores, que hay frutos, que puedes
conversar con las plantas, es como si descubrieras tu esencia. Yo estuve
muy separada de la tierra, y descubrirla, eso es como volver a nacer,
es muy bonito" (Carla, pionera agroecológica y antigua ingeniera
petrolera, entrevista).
"Yo no sabía nada de
permacultura. Y cambió mi concepto de las cosas. Lo primero que me
sorprendió fue cuidar la naturaleza. Yo antes a todos los deshechos del
jardín les metía candela. El agua, lo mismo podía echar agua por el
tragante y la planta necesitada. En la permacultura todas las cosas son
necesarias, ya uno se da cuenta de las cosas que son buenas y cosas que
son malas. Me sorprendió que se hacen las cosas con cultura. No es como
tradicionalmente la agricultura, que son los canteros largos que se
pierden por allá y solo es lechuga, lechuga, lechuga… En la permacultura
me sorprendió que siempre tienes alimento" (Sánchez, permacultor
habanero, entrevista).
"Fue algo muy bonito, éramos
como una guerrilla, un pequeño grupo de compañeros donde todos hacíamos
todo (…) Vivía muy entusiasmado con el trabajo, con el sueño de hacer
realidad la Agricultura Urbana (Mario García, productor de organopónico,
refiriéndose al inicio del movimiento de los organopónicos)" (
Opción Cero. Sostenibilidad y socialismo en la Cuba postsoviética:
estudio de una transición sistémica ante el declive energético del siglo
XXI, tesis leída en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid, 11 de enero de 2016).
En este año cervantino de 2016, quiero releer unas líneas donde Kenneth
Rexroth, el gran poeta, traductor y activista libertario, comenta Don Quijote. En
cierto momento hace las observaciones siguientes: "Don Quijote aprende
‘por la vía difícil’ –como dicen algunos—que el Sábado fue hecho para el
hombre, y no el hombre para el Sábado. Ésta es una enseñanza que la
mitad de la cultura española se ha negado violenta y constantemente a
aceptar: una visión de esplendores verdaderos que sobrepasan todos los
imaginados, afirma Cervantes, y que solo está al alcance de la nobleza
de un loco, el loco más noble de toda la literatura. ¡Cuán urbano es
todo esto!, a pesar de que las aventuras de Don Quijote tienen lugar
entre campesinos y castillos, entre miseria y esplendor. La inteligencia
que opera sobre este material es la inteligencia de un ciudadano que no
habita un pueblo miserable; habita antes bien esa república
mediterránea universal que se remonta hasta la Jericó de la Edad de
Piedra con sus calles de arena, sus buenas acequias, sus casas de adobe
rodeadas de jardines, sus foros en que los hombres iban a escuchar y a
charlar acerca de cada una de las novedades, su vida de decencia y
orden" (Recordando a los clásicos, FCE, México DF, 2001, p. 165).
La “república mediterránea universal” que aquí ejemplifica la aldea
neolítica de Jericó, en ese momento de la historia humana en que la
igualdad básica de todas y todos no se ha precipitado aún apenas hacia
el patriarcado y la Megamáquina de Lewis Mumford (la triste historia de
los últimos cinco-seis milenios), tiene rasgos de un ideal que no
deberíamos perder de vista. Como señala Santiago Muíño en su tesis
doctoral, “debe ser estudiado el potencial para la conversión biográfica
de la agroecología: despierta un amor y una pasión fascinantes.
Sospecho, siguiendo a Mumford, que la agricultura descubre, en personas
socializadas bajo el modelo de personalidad de la megamáquina, un tipo
de relación orgánica con el medio, que si bien puede ser físicamente
mucho más exigente, presenta, también por ello, algunas satisfacciones
inauditas”.
Vale la pena citar por extenso a Mumford
en este punto. “Fue en el huerto donde, gracias sobre todo a los
esfuerzos de la mujer, pudo sentirse el ser humano en su casa: en paz,
aunque solo fuera de forma efímera y precaria, con el mundo que le
rodeaba (…) En el huerto y el jardín, un mundo en que la vida prosperaba
sin grandes esfuerzos ni matanzas sistemáticas, el hombre tuvo sus
primeros atisbos del paraíso, pues paraíso no es
más que el término persa original para un jardín vallado. (…) La
capacidad de crecer, la expresión de exuberancia y la trascendencia, que
las plantas en flor simbolizan estética y sexualmente, es un don
original de la vida; y en el hombre florece mejor cuando están presentes
de forma constante criaturas vivas y símbolos vivientes que agiten su
imaginación y los alienten a llevar a cabo actos de expresión, tanto en
su mente como en las labores cotidianas dedicadas al sostén de la vida y
al cuidado humano. El amor engendra amor al igual que la vida engendra
vida. (…) Un día sin tales contactos ni estímulos emocionales
–reacciones al aroma de una flor o una hierba, al vuelo o la canción de
un pájaro, al resplandor de una sonrisa o al cálido roce de una mano--,
esto es, un día como los millones de días que se pasan en fábricas,
oficinas o autopistas, es un día ausente de contenidos orgánicos y
gratificaciones humanas” (Lewis Mumford, El pentágono del poder, Pepitas de Calabaza, Logroño, 2011, pp. 621-622).
El filósofo Emilio Lledó ha llamado la atención sobre un pasaje del canto VII de la Odisea,
de extraordinaria belleza, que expresa un humanísimo sueño de felicidad
concentrado en unas cuantas imágenes vegetales. “Ahí han crecido
grandes y florecientes árboles: perales, granados, manzanos de
espléndidas pomas, dulces higueras y verdes olivos. Los frutos de estos
árboles no se pierden ni faltan, ni en invierno ni en verano: son
perennes; y el céfiro, soplando constantemente, a un tiempo mismo
produce unos y madura otros. La pera envejece sobre la pera, la manzana
sobre la manzana, la uva sobre la uva y el higo sobre el higo” ( El epicureísmo. Una sabiduría del cuerpo, del gozo y de la amistad, Taurus, Madrid, 2003, p. 101).
Concluyamos aquí. Lledó cita estas líneas en un significativo libro
suyo sobre el epicureísmo, y precisamente Epicuro de Samos ha pasado a
la posteridad como “el filósofo del jardín”, el pensador del hortus.
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