
El poder de la gente da resultados. Los políticos europeos nunca 
habrían imaginado que un acuerdo comercial suscitaría ningún interés, ni
 mucho menos protestas masivas. La causa anti-TTIP se ha manifestado por
 toda Europa
Owen Jones - 5/05/2016 http://www.eldiario.es/theguardian/Manifestarse-sirve_0_512699117.html 
Para aquellos que queremos 
sociedades dirigidas según los intereses de la mayoría y no los 
inexplicables intereses empresariales, "ardua lucha" es la mejor forma 
de definir esta era. Por eso, cuando se logran victorias, habría que 
darles gran difusión para motivarnos de cara a una lucha más amplia 
contra una poderosa élite de grandes empresas, medios de comunicación, 
políticos, burócratas y  thinktanks financiados por corporaciones.
Hoy es uno de esos momentos. El Tratado Transatlántico de Comercio e 
Inversión (TTIP) –esa infame propuesta de acuerdo comercial que da un 
poder incluso más amplio a los gigantes empresariales– está herido, 
quizá de muerte. Aún no ha fallecido, pero el TTIP es un conjunto de 
restos que será difícil volver a unir.
A los que hemos hecho campaña contra el TTIP –en particular  otro columnista de the Guardian, George Monbiot– nos
 han tachado de alarmistas. Dijimos que el tratado llevaría a una 
carrera hacia el abismo en todo, desde la protección del medio ambiente a
 la de los consumidores, y nos empujaría al nivel más bajo que hay en 
Estados Unidos. Advertimos de que socavaría nuestra democracia y nuestra
 soberanía y permitiría a los intereses empresariales usar tribunales 
secretos para bloquear políticas que no les gustaran.
Alarmistas, nos llamaron. Pero cientos de documentos filtrados de las 
negociaciones revelan, de alguna forma, que la realidad es peor, y ahora
 el gobierno francés se ha visto obligado a  insinuar que podría bloquear el acuerdo.
 Los documentos insinúan que incluso los líderes europeos más cobardes 
creen que las demandas de EEUU van demasiado lejos. Como dice  War on Want,
 muestran que el TTIP "abriría la puerta" a productos ahora prohibidos 
en la UE "por razones de salud pública y medioambiental".
Como revelan los documentos, ahora  hay diferencias "irreconciliables" entre las posturas de
 la Unión Europea y Estados Unidos. Según Greenpeace, "la postura de la 
UE es muy mala, y la de EEUU es terrible". Los documentos muestran que 
Washington está intentando activamente diluir las regulaciones europeas 
sobre protección del consumidor y del medio ambiente. En el futuro, para
 que la UE pudiera siquiera aprobar una normativa, podría estar obligada
 a implicar a las autoridades y las grandes empresas estadounidenses, 
dando a estas últimas el mismo peso que a las europeas.
Con estas revelaciones condenatorias, las autoridades francesas, 
asediadas, se han visto obligadas a decir que rechazan el TTIP "en esta 
fase". El presidente Hollande dice que Francia rechazaría "que se pongan
 en duda los principios esenciales de nuestra agricultura, nuestra 
cultura y el acceso mutuo a los mercados públicos". Y con el responsable
 de comercio del país diciendo que "no puede haber un acuerdo sin 
Francia y mucho menos contra Francia", el TTIP tiene ahora un futuro 
verdaderamente sombrío.
Hay varias cosas que podemos 
aprender de esto, y todas ellas deberían dar esperanzas. En primer 
lugar, el poder de la gente da resultados. Los políticos y burócratas 
europeos nunca habrían imaginado que un acuerdo comercial suscitaría 
ningún interés, ni mucho menos protestas masivas. Como síntoma de su 
desprecio hacia la gente a la que se supone que sirven, por la que 
existen, las negociaciones sobre los aspectos más importantes del 
tratado se llevan en secreto. Es fácil, entonces, acusar a los 
activistas anti-TTIP de "alarmismo" mientras revelan poco de la realidad
 en público.
Sin embargo, en lugar de rendirse, los 
activistas de todo el continente se han organizado. Han intoxicado el 
TTIP y obligado a sus diseñadores a ponerse a la defensiva. Alemania –el
 mismísimo núcleo del proyecto europeo– ha tenido manifestaciones 
masivas con la participación de hasta 250.000 personas.
De Londres a Varsovia, de Praga a Madrid, la causa anti-TTIP se ha 
manifestado. Los eurodiputados se han visto sometidos a la presión 
apasionada de ciudadanos enfadados. Sin esta presión popular, el TTIP 
habría tenido poca vigilancia ciudadana y seguramente se habría 
aprobado, con consecuencias catastróficas.
En segundo
 lugar, esta es una situación muy embarazosa para el gobierno británico.
 En 2011, David Cameron vetó un tratado de la UE para defender 
supuestamente el interés nacional. En realidad, le preocupaba que fuera 
una amenaza para el sector financiero británico. Está claro que la City 
de Londres y Reino Unido no son lo mismo, pero Cameron está entre los 
defensores más acérrimos del TTIP. Está más que satisfecho de socavar la
 soberanía y la democracia británicas, siempre y cuando los intereses 
empresariales sean los beneficiados. Por eso acabamos en la perversa 
situación en la que es el gobierno francés, y no el nuestro propio, el 
que protege nuestra soberanía.
Y en tercer lugar, 
esto tiene consecuencias reales para el debate del referéndum sobre la 
UE. De forma bastante cínica, el UKIP se ha apropiado del argumento del 
TTIP. Ha criticado, con razón, que el tratado amenaza nuestro Servicio 
Nacional de Salud (NHS). Pero, teniendo en cuenta que su líder, Nigel 
Farage, ha propuesto suprimir el NHS en favor de los seguros de salud 
privados, eso es el colmo de la desfachatez.
El UKIP 
se ríe de la gente de izquierdas que, como yo, en este asunto del 
referéndum del Brexit respalda la postura de permanecer en la UE con una
 postura crítica. Pero si saliéramos de la unión, no solo se abandonaría
 el capítulo social y varios derechos de los trabajadores –sin que 
nuestro gobierno de derechas los reemplace–, sino que Reino Unido 
acabaría negociando una serie de acuerdos TTIP. Acabaríamos viviendo con
 las consecuencias del TTIP, pero sin los elementos progresistas que 
quedan en la UE.
En lugar de eso, hemos visto lo que 
pasa cuando los europeos corrientes dejan de lado los obstáculos 
culturales y lingüísticos y se unen. Su fuerza colectiva puede lograr 
resultados. Esto sin duda debería ser el punto de partida de un 
movimiento que construya una Europa democrática, sensata y transparente 
gobernada según los intereses de sus ciudadanos, y no de las grandes 
empresas. Esto también implicaría extenderse a través del Atlántico.
A pesar de la retórica de esperanza y cambio del presidente Obama, su 
gobierno –que ha promovido con fervor el TTIP– ha defendido con 
demasiada frecuencia los intereses empresariales. Sin embargo, aunque 
Bernie Sanders tiene pocas probabilidades de ser el candidato demócrata,
 el increíble movimiento que hay tras él muestra –en particular entre 
los estadounidenses más jóvenes– un deseo creciente de unos Estados 
Unidos diferentes.
En los próximos meses, esos 
europeos que han hecho campaña contra el TTIP deberían sin duda ponerse 
en contacto con sus homólogos estadounidenses. Incluso si se frustra el 
TTIP, seguimos viviendo en un mundo en el que las empresas más 
importantes tienen a menudo más poder que los Estados-nación: solo los 
movimientos organizados que crucen fronteras pueden tener alguna 
esperanza de desafiar ese dominio incomprensible.
Desde la justicia fiscal hasta el cambio climático, se ha demostrado que
 la brigada del "las protestas nunca sirven de nada" estaba equivocada. 
Aquí hay una posible victoria en la que deleitarse y sobre la cual 
construir algo más.
Traducción de  Jaime Sevilla Lorenzo
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