El PP corre el riesgo de sufrir un nuevo correctivo electoral, 
Ciudadanos a quedarse definitivamente desdibujado y convertido en la 
“marca blanca” de la derecha que dicen sus críticos, y el PSOE a verse 
superado en votos Carlos Elordi 
      - 27/05/2016 - 
      19:59h
¿Pero de verdad cree algún estratega del PP, del 
PSOE o de Ciudadanos que se pueden reducir las posibilidades electorales
 de Podemos-IU haciendo numeritos con Venezuela o deformando hasta el 
absurdo lo que está pasando en el barrio de Gracia? Que Mariano Rajoy, 
Pedro Sánchez y Albert Rivera acepten encabezar esas y otras iniciativas
 parecidas pone seriamente en cuestión su solvencia política. Porque no 
hace falta ser muy listo para deducir que tanto aspaviento insensato 
sólo puede obedecer a que temen que la potencialidad de Podemos-IU sea 
bastante más consistente de lo que dicen los sondeos oficiales. Ni 
tampoco para comprobar que no saben cómo revertir esa eventual 
tendencia. Y unos políticos inteligentes no deberían permitir que eso se
 notara tanto.
Están nerviosos, cada uno por sus 
motivos particulares y unos más que otros. El PP corre el riesgo de 
sufrir un nuevo correctivo electoral, a perder alguno de los escaños que
 obtuvo hace seis meses. Ciudadanos a quedarse definitivamente 
desdibujado y convertido efectivamente en la “marca blanca” de la 
derecha que dicen sus críticos. Y el PSOE a verse superado en votos y 
escaños por Podemos-IU.
Analistas españoles, justamente los que más vienen 
acertando en los dos últimos años, creen que todo eso, o parte de ello, 
puede perfectamente ocurrir, aunque no sea necesariamente seguro. Algún 
articulista de la prensa extranjera, de los pocos que últimamente se 
ocupan de España, ha percibido algo de eso en lo que le dicen sus 
fuentes. Y de cómo se respira al respecto en el mundo empresarial y 
financiero habla la extraordinaria expectación con que ha sido recibido 
Pablo Iglesias en las Jornadas del Círculo de Economía en Sitges.
Algunos de los asistentes a ese tradicional encuentro de los patronos 
catalanes figuran en la lista de las personas que han apoyado con toda 
suerte de medios a Ciudadanos en su intento, como dijo en su momento el 
presidente del Banco de Sabadell, de construir un “Podemos de derechas”.
 No deben estar precisamente contentos. Porque el partido  que han 
ayudado a crear parece haber llegado al final de su carrera ascendente, 
aunque nunca se puede descartar la posibilidad de que Albert Rivera 
renazca de sus cenizas.  Porque no han desaparecido los motivos por los 
cuales les defraudó el PP, fundamentalmente su inanidad en la política 
económica y en la cuestión catalana, sino que se han agravado y, encima,
 con más corrupción. Y, para colmo, porque Pablo Iglesias les ha contado
 su programa. Que habla de más impuestos para los que más tienen, de 
reformas para hacer que paguen, de aumentos salariales, de más gasto 
social y de menos subvenciones.
El amplio y 
multiforme establishment español, y el catalán es una parte importante 
del mismo, no está preparado para asumir un cambio en la dirección que 
propone Iglesias, por mucho que una coalición con otras fuerzas moderara
 su contenido. Tras los ajustes que se vio obligado a hacer durante la 
transición, en su acepción temporal más amplia, ese establishment ha 
visto durante décadas como las fuerzas políticamente dominantes, primero
 los socialistas, luego el PP, y siempre Convergencia i Unió, se avenían
 a respetar sus intereses. Y en los últimos años se han enriquecido más 
que nunca.
Por primera vez una fuerza política 
relevante, Podemos y ahora aún más con IU, está poniendo en cuestión ese
 enjuague. Eso genera inquietudes enormes. Y los partidos que habrían de
 despejarlas no están en condiciones de garantizar que vayan a ser 
capaces de hacerlo. En España se ha abierto un nuevo ciclo político. Es 
imposible prever cómo va a terminar cerrándose. Pero lo que está claro 
es quienes pretendan doblegar la marcha de las cosas recurriendo a los 
mismos instrumentos que les han sido útiles en el pasado van a fracasar.
Lo de jugar con Venezuela, lo de tratar de hacer creer que Barcelona 
está ardiendo por culpa de Ada Colau y de los violentos, lo de tirar 
contra todo lo que hace Manuela Carmena –incluyendo la exigencia de 700 
millones por haber parado la operación Chamartín que acaba de formular 
el gobierno- o el alcalde de Cádiz,  forma parte de ese arsenal 
inservible. Porque los ciudadanos que están con Podemos e IU o los que 
podrían estarlo no van a cambiar de postura por mucho que traten de 
distraerles con esas añagazas. Ni por mucho que Pedro Sánchez diga que 
Podemos fue el culpable de que no hubiera pacto de gobierno en la 
anterior legislatura. Otras son las razones que podrían alejarlos de la 
coalición: que sus dirigentes se endiosaran, que traicionaran su 
programa, o que se olvidaran de la democracia interna o de la 
plurinacionalidad española. Pero hoy por hoy nada de eso parece que vaya
 a ocurrir.
Tal y como se está configurando el 
ambiente tiene cada vez menos sentido hablar de pactos postelectorales. Y
 visto con una cierta distancia esa cuestión es cada vez menos 
importante. Lo relevante es el nuevo escenario que puede crearse tras el
 26-J. En el que una fuerza ascendente y sustancialmente unida que 
quiere un cambio de verdad va ser uno de sus actores principales. 
Mientras que algunas de las demás, quien sabe si todas ellas, estarán 
abocadas a intensos procesos de recomposición interna, si no a crisis 
abiertas.
El gobierno que surja de esa situación será
 inevitablemente provisional, por decirlo de alguna manera. El mar de 
fondo político que agita y va a seguir agitando a España no le va a 
ayudar a consolidarse. Y además, aunque ahora nadie parece pensar en 
ello, el panorama político internacional, y particularmente el europeo, 
puede sufrir modificaciones  muy importantes que abrirán nuevas 
oportunidades a los que piden cambios en España. En esos terrenos se va a
 dilucidar el futuro. Y no jugando con Venezuela.
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