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 27 de junio de 2016
  
No se arredra. No se 
mueve. No parece que hay nada capaz de causar espanto a ese pueblo 
español diezmado ideológicamente  hace tres cuartos de siglo por una de 
las más sangrientas dictaduras de la Europa del siglo XX. ¿Será que 
inoculado el terror en lo más hondo de sus entrañas ha ido transmitiendo
 a las nuevas generaciones el temor a los cambios? Ni un millón de 
parados, ni la pobreza que avanza a pasos agigantados, ni la desfachatez
 de una clase política que no se molesta siquiera en esconder la poca 
vergüenza que la caracteriza hacen que parpadee la mayor parte de la 
población a la hora de emitir su voto.
Pasó el 26J, esa fecha 
que debía mostrar en las urnas una reflexión que el impase político de 
los anteriores comicios ameritaba, pero no sucedió apenas nada. El 
inmovilismo político sigue campando por sus anchas en esta España sin 
alma ni conciencia, sin principios sociales que muevan masas ni aun 
cuando el ahogo oligárquico asfixie a gran parte de la población. La 
pelota sigue en el tejado. Nada ha resuelto el nuevo escrutinio de 
deseos políticos del electorado. Nada va a cambiar acá por ahora. Ni el 
ejemplo de la clase obrera de la vecina Francia ni el hartazgo de la 
población del Reino Unido han hecho mella en la mente del rebaño que 
mansamente ha acudido a las urnas o ha dejado de ir a ellas. 
Con gran júbilo se frota
 las manos la derecha española y con ella la europea. En esta Piel de 
Toro que las fuerzas conservadoras domesticaron a placer durante el 
pasado siglo, el abuso institucional sigue asegurado. Por lo menos en 
tanto que las pensiones de los abuelos contribuyan a paliar parte de las
 necesidades de su descendencia. Luego habrá que ver por dónde se 
decanta la masa no pensante. Habrá que ver si la indignación estalla ya 
de una vez o si puede más el temor y la estulticia que cimientan la 
prodigiosa indignidad de este pueblo que acepta sin inmutarse tanta 
mentira y tanta corruptela política.
No pasaron los tiempos 
que hicieron pensar a Machado que un español quería vivir y a vivir 
empezaba entre una España que moría y otra que sin terminar de despertar
 bostezaba. Hoy esa España apenas si empieza a desperezarse cómodamente 
tumbada sin ponerse de pie. Y no porque no haya gente que se mueva. No 
porque la totalidad de la población viva a modo de zombi, sino porque la
 inquietud de quienes se mueven no alcanza a despertar a los inertes. 
La derecha mundial sabe 
bien como arremeter contra las poblaciones rebeldes. Sabe que 
estupidizando a las mayorías logra neutralizar cualquier esfuerzo 
humanizador que las escasas minorías pensantes puedan hacer. Y eso le 
sirve para pueblos como el español del presente y para buena parte de 
algunos que otrora fueron bravos en la defensa de sus derechos, por más 
que para estos últimos tenga que poner en juego a la vez otros recursos 
más contundentes. Pero y la izquierda, ¿qué es lo que sabe la izquierda?
 Nada, de momento no parece que sepa nada. Es como si le faltase 
encontrar un lenguaje con el cual dirigirse al pueblo, a esa masa de 
población no pensante que es la que siempre vota a favor de quienes más 
la perjudican. 
Muchas son las hipótesis
 que ante la evidencia de esa gran incomunicación pueden llegar a 
formularse, pero en opinión de quien esto escribe, la partida la perdió 
la izquierda por vía afectiva. La gente pobre adora a los ricos y ansía 
tener acceso a cuanto ellos muestran como medios para alcanzar la 
felicidad. Tanto es así, que los logros materiales han paso a ocupar el 
primer plano en el orden axiológico, con desprecio de cualquier 
manifestación de felicidad que no venga del placer corporal o de la 
presunción de estar en el camino recto para llegar cuanto antes al 
paraíso terrenal que el sistema promete.
Se nos han metido en el 
bolsillo mediante el confort y la estética. Han logrado que la debilidad
 mental de los menos pensantes, que dicho sea de paso son las grandes 
mayorías, se quede boquiabierta de admiración ante el poder de los 
déspotas que tratan como a perros a quienes no se acercan a su altura. 
Han logrado que el pobre desprecie al pobre y adore al rico que lo 
esclaviza, al tiempo que sueña con ser él quien esclavice a quienes 
tenga alrededor. Han logrado deshumanizar a la humanidad entera y a 
fuerza de palos y regalos convertirla en rebaños de animales domésticos 
que aceptan las cargas que se les imponen, convencidas de que tras ellas
 llegarán las correspondientes gratificaciones.  
La competitividad se ha 
instalado en el pensamiento colectivo del mundo “desarrollado”. Millones
 de personas tienen hoy día como principal objetivo el de alcanzar un 
empleo bien gratificado y, al igual que los perros con los que 
experimentaba Iván Pavlov, salivan copiosamente con tan solo pensarlo. 
No va a ser fácil que la gente descubra que esa es una forma de sutil 
esclavitud. Pero aun cuando llegasen a darse cuenta, faltaría todavía 
lograr que descubriesen el valor de la libertad y la amasen.
Ese es el gran reto que 
en nuestra opinión la izquierda tiene: lograr formas de vida que 
enamoren al pueblo más que de lo que lo enamoran las melifluas 
carantoñas del consumismo capitalista. Ánimo pues, militantes del alma, 
porque en el campo de lo inmaterial se juega la batalla. /PC
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http://
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MÁS... Reflexiones postelectorales... PGP
Antes
 éramos personas libre-pensadoras y sin miedo al debatir (con quienes 
luchamos para que tengan libertades de disentir y así acaso alguna vez 
puedan ayudarnos a desfidelizarnos de alguna errónea rigidez con 
prejuicio superable ya) insumisa mente... 
Más nos valdrá todavía oír y atender a quienes nunca nos gustaría, por si acaso...
Más nos valdrá todavía oír y atender a quienes nunca nos gustaría, por si acaso...
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