Rafael Gil Bracero, presidente de la Asociación
Granadina para la Recuperación de la Memoria Histórica y una de las
referencias más acreditadas en la provincia sobre la Guerra Civil, firma
este relato especial sobre los días previos en Granada a la
sublevación. Con este artículo y las informaciones que publicaremos en
días sucesivos, El Independiente de Granada quiere rendir homenaje a los
que lucharon por la II República, legítimamente constituida, en el 80
aniversario del inicio de la cruel Guerra Civil.
http://www.elindependientedegranada.es/cultura/conspiracion-sublevacion-antirrepublicana-20-julio-1936-granada Rafael Gil Bracero
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Domingo, 17 de Julio de 2016
P.V.M.
Tapia del Cementerio de Granada. declarado Lugar de la Memoria Histórica.
La sublevación antirrepublicana
del 36 se retrasó en Granada hasta el 20 de julio, hasta primeras horas
de aquella tarde. De inmediato se controlaron y detuvieron a las
autoridades legítimas de la República y se procedió a desarrollar el
terror, en el que participaron elementos militares y civiles, con
protagonismo de los falangistas y militantes cedistas fascistizados.
En la primavera de 1936 se registran los
primeros movimientos de una trama conspirativa militar de marcado sesgo
antirrepublicano y antidemocrático en Granada. Trama conspirativa que
cuenta con cualificada participación de la derecha tradicional y la
ultraderecha fascista de la época (los monárquicos, los
tradicionalistas-carlistas, los católicos de la CEDA, los “camisas
viejas” de la Falange Española, los “jonsistas”) quienes respaldaron y
alentaron al mando militar para derrocar al gobierno legítimo mediante
una insurrección armada. Para cierto sector de la derecha -sin duda
asustada ante el triunfo de las izquierdas y los avances del Frente
Popular- sería la insurrección militar una solución defensiva
....”porque -según se lee en el editorial de 1 de julio de IDEAL-
todavía es tiempo de unirnos a quienes luchan para salvar los
principios tradicionales de España y volver a una organización donde el
espíritu ocupe el cenit de la jerarquía. Llegamos cuando más falta hacen
los luchadores”.
Una conspiración militar que en todo
caso obtuvo en éxito parcial porque el desenlace del pronunciamiento en
Granada se decidió casi tres días después que en el resto de España
sublevada: fue realidad sólo a partir de las seis de la tarde del lunes
20 de julio de 1936. La salida del ejército a la calle, acompañado de
varias decenas de voluntarios civiles vino a ser más el resultado de la
decisión de varios jefes que actúan in extremis frente -y para eludir-
la escrupulosa legalidad con que se conducen tanto el Comandante Militar
de la Plaza, el general Miguel Campins Aura, como el gobernador civil César Torres Martínez
y el resto de autoridades locales desde los parlamentarios como
directivos de partidos, sindicatos y concejales de la capital y pueblos
granadinos.
No hubo unanimidad rebelde, por lo que no es
correcto hablar de “Alzamiento” del Ejército como un todo monolítico, lo
que explicaría las dudas y dilacciones de los tres días que median
entre el 17 y el 20 de julio de 1936 en Granada capital. Respecto a la
conspiración civil tampoco hay una iniciativa clara por las direcciones
de partidos políticos, si bien el objetivo último de la insurrección
militar coincide con los intereses que aquellos persiguen. Si se
advierte un protagonismo de la Falange Española es porque en ella
militan destacados rebeldes (Valdés, Nestares),
falangistas, monárquicos, cedistas que se pliegan a las condiciones de
los militares. Granada va a ser fácilmente dominada por los uniformes
militares tan pronto como se neutralice al general Campins Aura y a un
grupo reducido de oficiales reacios a proclamar el estado de guerra y a
sacar las fuerzas a la calle contra la legalidad republicana.
El General Miguel Campins Aura en calidad de
Comandante Militar de la Plaza de Granada mantuvo desde la tarde noche
del 17 de julio su firme postura de permanecer al lado del Gobierno: “en
Granada no habría un soldado rebelde” dijo al último gobernador civil
republicano César Torres Martínez. Frente a esa firme resolución -que al
final le costó la vida- los conspiradores pensaron que “aquí no queda
más remedio que emplear las pistolas”. La determinación de Campins se
explica por su sentido del deber, por sus convicciones liberales y su
elevado sentido profesional de la milicia al servicio del poder civil y
de la legalidad. Considera Campins que no se daban condiciones en
Granada que justificaran “un bollo y aventura militar”. Como él mismo
dejara escrito tampoco conocía los planes que tramaban desde meses en
los acuartelamientos de la guarnición granadina....Por el contrario para
los intereses de los rebeldes, la lealtad del Comandante Militar era un
obstáculo que ponía en peligro la insurrección armada en la demarcación
territorial.
El acoso y vigilancia de los jefes y oficiales hacia
Campins se acentúa cuando se conoce su negativa a proclamar el estado
de guerra en los termino categóricos y duros que le manda el general Queipo de Llano
(el nuevo “virrey de Andalucía”), quien ya desde esas primeras horas
solicita y actúa de forma dura y cruel contra todos los opuestos al
Alzamiento. Desechada la solución Campins, la dirección rebelde (Muñoz Jiménez, Rodríguez Bouzo, Rosaleny Burguet, Valdés Guzmán)
se aprestarán a cerrar el compromiso de la oficialidad de Infantería,
Guardia Civil, Cuerpo de Seguridad y Asalto y Comisaría de Vigilancia.
Ciertamente hubo que vencer alguna duda o reticencia del Arma de
Infantería (Basilio León Maestre esgrimiría la escasa guarnición, escaso
municionamiento y una clase de suboficiales y tropa poco propicia a
asonadas e intentonas militares).
Esas dudas derivaron en reuniones y movimientos de enlace en los que sobresalen por su “habilidad” los capitanes José María Nestares Cuéllar, Mariano Pelayo Navarro y Antonio Fernández Sánchez.
Tras dos días de encuentros más o menos clandestinos en los cuartos de
banderas de los regimientos, los jefes y oficiales rebeldes lograron el
apoyo de todos las armas e institutos de orden público con sede en la
capital de la provincia y además habrían logrado el respaldo de la
Falange Española, de la CEDA y de los monárquicos quienes se van a
incorporar a una hora determinada al grueso de las fuerzas que operen en
la calle.
Mientras esto ocurría en la parte rebelde las dos
máximas autoridades republicanas -el gobernador civil y el comandante
militar- respetaron la legalidad con escrupulosidad que se demostró más
tarde suicida para la suerte del régimen. Confiaron en que nada iba a
suceder por lo que se negaron armar y repartir municionamiento a los
grupos milicianos y sindicalistas que las reclamaban.... para impedir
cualquier intento insurreccional.
Se ultimaba un plan de ocupación del centro de
capital de Granada (para el día 21) cuando los preparativos hubieron que
adelantarse a la tarde del lunes 20 de julio de 1936, ¡casi tres días
después de la sublevación de la guarnición de Africa!. El desencadenante
fue la orden cursada desde la Comandancia Militar a los jefes y
oficiales para organizar una milicia armada que debía socorrer a los
gubernamentales de Córdoba y la propia constatación de que se iba a
proceder a entregar armas a voluntarios que se habrían desplazado desde
Jaén por encargo del gobernador y partidos republicanos.
Rafael Gil Bracero es desde 2012 presidente de la Asociación Granadina para la Recuperación de la Memoria Histórica. Autor de numerosas publicaciones, como Revolucionarios sin revolución: marxistas y anarcosindicalistas en guerra, Granada-Baza, 1936-1939 (Universidad de Granada, 1998); Caciques contra socialistas: poder y conflictos en los ayuntamientos de la república, Granada 1931-1936, junto a Mario López Martín, Diputación Provincial de Granada, 1997 o Motril en guerra: de la República al franquismo (1931-1939), también junto a Mario López Martín (El Varadero de Motril (Granada) : Asukaría Mediterránea, 1997). Es profesor de Historia en la Universidad de Granada.
Rafael Gil Bracero es desde 2012 presidente de la Asociación Granadina para la Recuperación de la Memoria Histórica. Autor de numerosas publicaciones, como Revolucionarios sin revolución: marxistas y anarcosindicalistas en guerra, Granada-Baza, 1936-1939 (Universidad de Granada, 1998); Caciques contra socialistas: poder y conflictos en los ayuntamientos de la república, Granada 1931-1936, junto a Mario López Martín, Diputación Provincial de Granada, 1997 o Motril en guerra: de la República al franquismo (1931-1939), también junto a Mario López Martín (El Varadero de Motril (Granada) : Asukaría Mediterránea, 1997). Es profesor de Historia en la Universidad de Granada.
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