El politólogo Sami Naïr (Tlemcen, Argelia, 1946) es un 
europeísta desencantado con la actual Europa, un defensor de los 
derechos humanos que ve cómo cada día se vulneran sistemáticamente. Pero
 no deja de aportar ideas para dar la vuelta a las variadas crisis que 
nos azotan: económica, política, de valores. En su último libro, Refugiados. Frente a la catástrofe humanitaria una solución real
 (Editorial Crítica), no se anda con rodeos para dar respuesta a un 
problema que está poniendo en entredicho los cimientos sobre los que se 
sustenta la Unión Europea. Por eso, en sus columnas, una de las palabras
 que más se repiten es vergüenza.
Pregunta. ¿Es el sustantivo que mejor describe la actuación europea con los refugiados?
Respuesta. Para los que creen en la Unión 
Europea, para quienes Europa es un sueño, como es mi caso, lo que está 
pasando te avergüenza. El sueño se empezó a topar con el tratado de Maastricht,
 que proponía una Europa estrictamente economicista. Pensaba que íbamos a
 llegar a una Europa política y nos presentaron una Constitución que era
 en realidad un plan de ajuste estructural de los países, sin visión de 
futuro. Cuando llegó la crisis todo eso estalló. Hemos visto que Europa 
estaba totalmente desunida, no hemos tenido una política común para 
manejar los efectos del euro, que han sido gestionados solo por Alemania
 y Francia, con dos jefes de Estado decidiendo solos e imponiendo sus 
decisiones al resto y una política de austeridad que ha incrementado los
 efectos de la crisis en vez de combatirlos, lo que ha producido más de 
12 millones de parados. Después de eso, la crisis de los refugiados, 
ahora el Brexit... Está claro que hay un problema de solidaridad 
intereuropea y yo me temo que si los europeístas de verdad no toman las 
riendas del futuro de la UE podemos acabar con el proyecto. Creo en la 
necesidad absoluta de revisarlo y poner por encima de todo dos elementos
 clave: primero, tratar de solucionar los problemas de Europa en el 
mundo y tener una política común de gestión de las fronteras, frente a 
los grandes problemas de seguridad. Y por otro lado, poner en el centro 
de la UE la aceptación de valores comunes que tienen que ver no 
solamente con los refugiados y con la demanda de solidaridad 
internacional, sino también con el modelo económico que elijamos. 
Necesitamos un modelo socioecológico mucho más desarrollado para que la 
gente pueda creer que Europa es una solución y no un problema.
P. No parece que vayamos por esa senda.
Si con una población de 512 millones de habitantes no podemos dar el estatuto de refugiados a cinco millones es que algo no funciona bien
P. También en otros países están surgiendo movimientos que van contra estos valores.
R. El auge de la extrema derecha hoy no es
 debido a los refugiados. Los refugiados son el combustible de los 
partidos de extrema derecha para desarrollarse. El problema fundamental 
es el económico y social: la destrucción de servicios públicos 
precisamente por la política ultraliberal de Merkel y su partido que han
 impuesto a países como Italia, Grecia, España. Esto supone un divorcio 
cada vez más grande de la ciudadanía con esa política. Y lo que pasa con
 los inmigrantes y los refugiados es emblemático.
Ahora hay tres peligros muy importantes. Primero, cómo se 
va a gestionar el Brexit, porque va a servir de ejemplo para muchos 
otros países si no somos capaces de proponer algo nuevo para los 
europeos. Segundo, cómo gestionar la cuestión de los refugiados. Y el 
problema es sencillo: o de manera civilizada o no civilizada. No hay 
otra solución. La OCDE ha publicado un informe diciendo que es 
importante, peor no da respuesta a cómo. ¿Lo vamos a solucionar con los 
argumentos de la extrema derecha o con los argumentos de la solidaridad y
 civilización? Tercero: cómo solucionar el tema económico. Es imposible 
hoy volver a una política de pleno empleo si no somos capaces de integar
 la dimensión ecologista, social, medioambiental. Hay que relanzar la 
industria, pero qué tipo de industria. En el libro enfoco la cuestión de
 los refugiados porque ahí hemos visto pisoteados todos los valores 
europeos. Y no es una cuestión de solidaridad, sino de derecho 
internacional que la UE ha aprobado en sus textos fundamentales.
P. ¿Pero hay algún país que esté acatando esta legalidad?
R. No hay ninguno, pero hay unos que lo 
hacen más que otros: Alemania, Suecia han dado un ejemplo. Alemania ha 
recibido más de 100.000 refugiados, integrándolos a su manera, pero 
haciendo un esfuerzo. Francia también. Pero no es suficiente frente a la
 demanda. Se trata de cuatro millones de refugiados de conflictos en los
 que estamos implicados. Para ellos es absolutamente necesario que los 
europeos tomen sus responsabilidades. Si con una población de 512 
millones de habitantes no podemos dar el estatuto de refugiados a cinco 
millones es que algo no funciona bien, sobre todo de conflictos en los 
que estamos implicados.
Para ellos tenemos que poner en marcha lo que se hizo en 1920 con las víctimas de la primera guerra mundial: el Pasaporte Nansen.
 Hay que otorgar a esa gente hoy un documento de tránsito que les 
permita, solucionando sus problemas esenciales, como la comida, en vez 
de quedarse en los campos poder pedir asilo en todo el mundo; circular 
por todos los países que les acepten. Pero no tenemos el derecho de 
dejar a esa gente encerrada.Tendremos cada vez que plantearnos la cuestión de elegir civilización o barbarie, como sucede con los refugiados
P. La ONU estos días se ha reunido por 
primera vez para tratar en exclusiva el problema de los refugiados. 
¿Habría sido un buen momento para adoptar una solución así?
R. No, han adoptado un texto muy bueno,
 magnífico, perfecto, pero no es vinculante. Lo que va a ser 
probablemente vinculante es la reunión que quiere organizar Obama la 
próxima semana. Ahí probablemente sí habrá propuestas, pero la 
Administración americana está muy sigilosa. Necesitamos una política 
mundial en la que se comprometan las grandes potencias, el Consejo de 
Seguridad para transformar este texto en medidas concretas. Y no creo 
que lo vayan a hacer. Y elaborar una estrategia mundial para volver a 
reconstruir la convención de 1951, adaptarla a la realidad y a nivel 
europeo necesitamos reconsiderar la estrategia europea. La de las cuotas
 no es buena, pero probablemente es la única que hemos podido conseguir 
tal y como está Europa. Tenemos que aplicar el derecho para los 
refugiados, asegurar lo mínimo que necesitan y aportar un pasaporte de 
tránsito. Y para los inmigrantes económicos tener una política global 
vinculando la inmigración a la política de cooperación para acabar con 
esa demanda migratoria que ha transformado el Mediterráneo en un 
cementerio. No podemos seguir así. Hay que introducir la movilidad entre
 la demanda de los países pobres y la posibilidad de hacer propuestas 
por parte de los países desarrollados. Europa necesita una visión, no se
 puede reducir al proyecto económico, porque la economía no solidariza a
 la gente, la divide.
P. ¿Cómo se articula este balance entre cooperación y demanda migratoria?
R. De varias maneras. La más importante es
 que la política de cooperación de la UE se transforme en política de 
desarrollo en países de origen. Eso significa financiar proyectos de 
desarrollo en los países del Magreb que lo necesitan. Proyectos que 
puedan crear empleos. Invertir para estabilizar las poblaciones. Segundo
 elemento: reconsiderar las naciones de circulación entre Europa y estos
 países, tener otra política de visados, que pueda otorgarlos a jóvenes 
para venir y formarse en Europa, que puede permitir a trabajadores 
trabajar y tener el derecho de volver a su país. El problema actual es 
que los inmigrantes ilegales no quieren volver porque pierden el 
estatuto aquí. Darles visados es lo que yo había llamado una política de
 codesarrollo. Eso organizado, con convenios con estos países: he 
negociado con Senegal, Malí, Marruecos… Y funcionan. Francia recibe 
jóvenes, les da una formación y vuelven y trabajan en sus países. Pero 
esa gente tiene la posibilidad de viajar a Europa, no están considerados
 como peligros. Cuando uno tiene la seguridad de ir y venir no hay 
problemas. Es lo que ocurrió en España con los ecuatorianos. Cuando 
llegó la crisis muchos se fueron a su país, y espero que con el tiempo 
puedan volver. Es una situación de fluidez muy importante, no reservar 
esa posibilidad a los comunitarios. Es la manera de controlar los flujos
 y, sobre todo, de luchar realmente en contra de las mafias que 
gestionan ahora la situación entre las dos orillas del mediterráneo.
P. ¿Y en los países del África Subsahariana?
R. Allí problema es mucho más grave: el 
medioambiental. Hay regiones enteras en las que la gente ya no puede 
vivir. Las migraciones ecológicas van a ser mucho más importantes que 
las económicas, porque cuando se trata de pueblos enteros que no tienen 
agua se tienen que marchar y las ciudades no pueden acogerlos. Hay 
millones de personas preparadas para migrar. La toma de conciencia de 
esto es fundamental, y precisamente en la reconstrucción de una nueva 
convención de Ginebra hay que integrar la idea de refugiados 
medioambientales.
Las migraciones ecológicas van a ser mucho más importantes que las económicas. Tenemos que asumir el concepto de refugiado medioambiental
P. ¿Habría que repensar el Acuerdo de Schengen?
R. Totalmente. Yo siempre lo he combatido,
 pero no porque crea que hay que abrir las fronteras, se deben 
controlar. Pero no había permeabilidad. Hay que introducir flexibilidad 
para las idas y vueltas. Siempre he defendido esa postura. Pero Schengen
 ya no corresponde a la realidad, porque la demanda migratoria ya no 
viene de la UE, sino de fuera. Frente a esa demanda ningún país solo 
puede responder, la única posibilidad es una política común europea.
P. ¿Quién puede liderar esta política?
R. No veo ningún Gobierno con esa postura. Estos 
últimos 20 años hemos visto lo que llamo de manera tajante la 
destrucción de la política en nombre de la economía. Son los 
supuestamente expertos de la economía, el poder de los grandes polos 
macroeconómicos que dominan el mundo, el poder financiero, de la bolsa, 
de los bancos que han provocado la crisis de 2008. Ese poder ha 
destruido la política. Y los políticos que tenemos ahora, salvo algunas 
excepciones individuales, no son capaces de pensar de manera diferente 
de la visión economicista imperante.
P. Usted ha escrito que hace falta "un choque eléctrico" para que Europa despierte. ¿Como cuál?
R. Creo que ahora Europa sigue existiendo 
únicamente y solo porque el eje franco-alemán, sigue existiendo aunque 
esté en crisis. Y creo que en realidad, mientras los alemanes y los 
franceses no se pongan de acuerdo en qué hay que hacer en el futuro, 
mientras no pongan sobre la mesa sus divergencias, estaremos en una 
crisis latente. El país que podía contribuir a eso era Inglaterra, pero 
decidió dejar el barco. El choque eléctrico sería que eso estallara de 
una u otra forma. Que en Francia o en Alemania llegue un Gobierno que 
diga: "Basta". Los franceses siempre estuvieron en contra de política de
 austeridad, incluso la derecha, pero la han aceptado.
P. ¿Cree que esta Europa puede asumir los Objetivos de Desarrollo Sostenible de 2030?
R. Si seguimos en este camino Europa va a 
desaparecer. Eso lo tengo totalmente seguro, la globalización se va a 
tragar a Europa. El debate sobre el TTIP lo demuestra claramente. No 
estoy en contra de un tratado comercial con EE UU, estoy en contra del 
contenido porque va a debilitar la economía europea. Necesitamos 
tratados con todas las potencias. Cuando hay normas para el comercio, 
para mí está bien. Pero un tribunal descontrolado, elegido por las 
multinacionales, con jueces que son hombres de negocios… por favor, no 
podemos entrar en eso.
P. ¿Hay motivos para el optimismo?
R. Europa es muy viva políticamente. 
Avanzamos a base de crisis. Tendremos cada vez que plantearnos la 
cuestión de elegir civilización o barbarie, como sucede con los 
refugiados.
 
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