Excelente análisis de Alberto Garzón. La política habitual como teatro.
Ahora, algunos decorados ya no lo tapan todo.
................................................ Ahora, algunos decorados ya no lo tapan todo.
"¿Y quién hay detrás de la estructura del PSOE? Pues una élite, estructurada en torno a Felipe González y su círculo de confianza, ideológicamente reunida en la convencida defensa del régimen económico-político español nacido en 1978", afirma el autor.
Lo que conocemos vulgarmente como política no es 
otra cosa que un gran escenario teatralizado donde se suceden los 
personajes, las máscaras, los relatos y tantos otros componentes de la 
interpretación. En ese escenario cobran especial importancia los 
discursos, la retórica, las habilidades de unos y otros para seducir o 
para hacer reír y llorar; para ganarse al público, en definitiva. En ese
 plano todos parecen iguales -pues todos juegan a lo mismo- aunque el 
guión otorgue papeles desiguales. Y siempre hay oportunidad para los 
giros argumentales en esta obra sin fin. Si el espectador se despista, 
todo lo que ve le parecerá real y sincero y no percibirá que es, en 
realidad, un escenario.
Partido Popular y Partido 
Socialista son dos de esos personajes. Sus papeles son polifacéticos y 
controvertidos pero se reconocen mutuamente como perfectos antagonistas.
 Y es precisamente ese rol, el del antagonista, el que ha nutrido de 
coherencia, y de seguidores, a ambos personajes. Sin embargo, un fino 
analista siempre habrá de mirar hacia los bastidores, pues nunca es oro 
todo lo que reluce.
Tras la crisis económica de 2008 una contradicción 
emergió sobre el sistema político español. La costura de la bambalina se
 resquebrajó, y la obra de teatro colapsó parcialmente. Los espectadores
 empezaron a ver lo que había detrás. Tras el 20 de diciembre de 2015 la
 presión se focalizó sobre el PSOE, ahora necesitado de ciertos giros 
argumentales para no revelar su verdadera naturaleza, esto es, para no 
reconocer que estaba actuando, que era un personaje. Pero diez meses más
 tarde, el 23 de Octubre de 2016, el PSOE tiró la toalla. 
Definitivamente, dijo, era imposible encontrar un nuevo papel como 
protagonista principal.
Erraríamos el tiro si así 
creyésemos que hablamos sólo de una cuestión literaria. En sus análisis 
de la coyuntura política francesa del siglo XIX, un lúcido Karl Marx 
defendió que la política es representación, escenario de interpretación,
 como contracara de lo que sucede en la base material de la sociedad. 
Los partidos políticos se disputan su base social en torno a discursos y
 representación, pero tienen una correspondencia con lo que sucede en la
 realidad material, esto es, en la economía. Marx negó que existiera una
 correspondencia exacta, así que hoy en día el PP no sería exactamente 
el partido de los grandes empresarios como tampoco el PSOE lo sería de 
los trabajadores. Las cosas son más complicadas.
El 
personaje del PSOE ha tenido desde siempre un papel de defensa de los 
trabajadores, y esto le ha permitido despertar las simpatías de una base
 social muy amplia en el sector de la izquierda sociológica. Pero cuando
 el espectador comprueba que detrás de bastidores lo que hay es una 
incongruencia, una contradicción, con lo que él veía y escuchaba, una 
crisis particular emerge. Así sucedió en mayo de 2010, con los recortes 
de Zapatero; en agosto de 2011, con la modificación de la Constitución; y
 ahora en octubre de 2016 con la investidura a Rajoy. El desgaste es 
progresivo, y sin embargo rápido. No obstante, aún quedan muchos cuadros
 que se rebelan y defienden una posición de congruencia entre relato y 
realidad, como también quedan militantes que cantan la Internacional a 
las puertas de Ferraz esperando que no sea real, que no sea verdad, lo 
que han visto tras el telón.
Un fino analista, como 
decía, debe ser capaz de ver y estudiar todo lo que esté a su alcance, 
con el objeto de evitar ser engañado por trucos de prestidigitación y 
elocuencia. Si uno obra así habrá tenido oportunidad de comprobar, por 
ejemplo, quién manda realmente en el PSOE. Pues no es la base social, ni
 la militancia ni tampoco los cuadros que aún creen en el relato. Es la 
oligarquía que, como ya advirtió Robert Michels allá por 1921, gobierna 
de facto todos los partidos de masas en su época de madurez. El tipo de 
organización, jerárquica y clientelar, define los márgenes de actuación 
de unos y otros en el seno de los partidos políticos modernos y, en 
suma, concede a la oligarquía una suerte de capacidad extra para imponer
 decisiones políticas. No quiere esto decir que dichas decisiones no 
tengan costes, o que tal oligarquía no sepa verlos, sino que, 
sencillamente, hay personas con más poder que otras. Es más, con un 
poder clave.
¿Y quién hay detrás de la estructura del
 PSOE? Pues una élite, estructurada en torno a Felipe González y su 
círculo de confianza, ideológicamente reunida en la convencida defensa 
del régimen económico-político español nacido en 1978. Las relaciones de
 estas personas con el mundo empresarial son harto conocidas, bien 
porque durante los años de gobierno se entrelazaron hasta niveles 
obscenos, como el caso de las puertas giratorias, bien porque 
actualmente son los puentes entre el poder institucional del PSOE y las 
grandes empresas. En realidad, no es casualidad que las grandes empresas
 andaluzas no hayan apostado nunca por el PP andaluz; no les resulta 
necesario, allí su mejor representante es el PSOE de Susana Díaz. Por 
eso detrás de las bambalinas lo que vemos es a un apuntador, ¡que 
resulta ser el mismo para el personaje del PP que del PSOE! He ahí 
nuestra actual sorpresa, ¡siguen el mismo guión, al mismo guionista, al 
mismo dramaturgo!
En  El 18 brumario de Luis Bonaparte,
 Marx puso de relieve la contradicción que emergió durante la breve II 
República francesa (1848-1852) cuando dos grandes partidos, los 
orleanistas y los legitimistas, ambos monárquicos, se unieron en lo que 
se llamó el Gran Partido de Orden. Hay dos aspectos simbólicos en aquel 
caso histórico. En primer lugar, ambos se unieron a pesar de representar
 a sectores sociales distintos, pues unos representaban a la burguesía 
financiera y otros a los terratenientes. En segundo lugar, aunque ambos 
eran monárquicos, cada uno de ellos defendía una dinastía distinta. Sin 
embargo, el terreno de juego de su unión fue el de ¡la república! Marx 
no tenía ninguna duda de la razón que les había unido en tan 
contradictorio matrimonio: el Orden. Es decir, el Orden frente a los 
socialistas y sus revoluciones.
Es fácil ver cómo, en
 realidad, lo que hemos llamado el bipartidismo no deja de ser otro Gran
 Partido del Orden a la española. Ahora bien, esto no es, tampoco, una 
novedad. Dejando de lado lo sucedido en las últimas décadas, en las que 
ambos partidos se han puesto de acuerdo –o más aún: trabajado codo con 
codo- en relación a temas de crucial importancia, como la construcción 
europea o la consolidación del modelo de crecimiento español, tenemos un
 ejemplo notable en el marco de la crisis económica. Hemos apuntado ya 
algunos ejemplos, pero convendría recordar que cuando Susana Díaz 
intentó por primera vez expulsar a IU del gobierno andaluz, en el caso 
de los desahucios de La Corrala, lo hizo en nombre de la estabilidad. 
Con estabilidad decían orden, y con orden decían régimen del 78.
Para algunos observadores puede ser llamativo que en los últimos meses 
Susana Díaz haya recuperado la figura de Carrillo. Lo hizo durante la 
campaña electoral y lo hace a menudo. En realidad elogia a Carrillo 
porque éste también fue de orden, es decir, defensor del régimen –aunque
 por motivos bien distintos. Susana no da puntada sin hilo y trata de 
seducir, subida de nuevo en el escenario, a los neocarrillistas que, 
conscientemente o no, no apuestan o incluso rechazan la ruptura 
democrática.
Y aquí es donde llegamos a la última 
parte de esta breve historia. A lo que sucedió entre diciembre de 2015 y
 octubre de 2016. Diez meses que han dado para mucho. En este tiempo la 
contradicción del PSOE, que es la contradicción del régimen, ha 
aguantado echando la pelota hacia delante. Es más, intentaron un giro 
argumental, muy bien pensado por cierto, según el cual era posible 
seguir siendo antagónico al PP sin, en cambio, ser alternativa real. La 
alianza con Ciudadanos, partido comodín, era el último refugio que le 
quedaba al PSOE antes de enfrentar definitivamente la contradicción. El 
PSOE movió cielo y tierra, y los mismos altavoces que ahora han 
descabezado a Sánchez fueron entonces los que trataron de alentar la 
salida reformista dentro de Izquierda Unida y de Podemos; los mismos que
 criminalizaron las posiciones rupturistas o radicales de nuestras 
organizaciones. Los mismos que, como Susana Díaz, consideraron que los 
Maillo, Garzón o Iglesias éramos el problema por ser los radicales. Si 
no hubiéramos aguantado, si hubiésemos cedido a la presión y a la 
tensión, el PSOE nunca hubiera tenido que enfrentar realmente su 
contradicción y el régimen habría salvado la situación temporalmente.
Pero no ha sido así. La bambalina está ya en los suelos y el escenario 
político ha dejado paso a la realidad material. Detrás de Pedro Sánchez 
había una oligarquía, y detrás de ella están las grandes empresas. Todos
 ellos aparcan ahora sus diferencias, sean del tipo que sean, porque lo 
que más importa es el Orden. Su Orden, su Régimen, su corrupción, sus 
negocios, su riqueza. El aparente antagonismo del relato ha caído, y 
hemos visto otro antagonismo, más crudo, más directo y más real: el de 
las verdaderas formas de representación en que se organizan las clases 
sociales en nuestro país. Nuestro turno, por lo tanto, es ahora. Con las
 bambalinas en el suelo nos toca romper con este guión de farsantes, 
recomponer los imaginarios para que obedezcan a la cruda realidad y 
sobre todo ser voz y cuerpo de nuestra clase social, de las millones de 
personas que sufren las consecuencias de la crisis y del capitalismo.
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