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Las milicias que cazan refugiados en Hungría tienen el apoyo de un grupúsculo fascista francés, usan armas de la policía y reciben el aliento de Fidesz, el partido del primer ministro, Viktor Orban, y de Jobbik
Hibai Arbide Aza - Budapest | 5 de Octubre de 2016
http://ctxt.es/es/20161005/Politica/8824/Hungria-ultraderecha-refugiados-Jobbik-Fidesz.htm
Un todoterreno Toyota circula por un camino de tierra junto a campos de maizales. Se detiene junto a la valla que delimita la frontera de Hungría con Serbia, a pocos metros de una garita del Ejército húngaro. Su conductor se llama Peter Barnabas. Viste uniforme de camuflaje y va armado con una pistola semiautomática de 10 milímetros, esposas y spray de defensa personal. Barnabas saluda a la pareja de policías a caballo que vigilan la frontera. En el todoterreno hay un logotipo que pone Patrulla Rural de Ásotthalom.
Barnabas no es policía. Forma parte de la milicia comandada por Laszlo Toroczkai, el alcalde de Ásotthalom, una pequeña localidad de apenas cuatro mil habitantes. La granja del alcalde está a 200 metros de la frontera. Desde su jardín puede observar la valla con alambre de espino erigida por el gobierno del primer ministro Víktor Orban. “Estoy muy orgulloso de haber impulsado la construcción de la valla”, dice el alcalde. “Pronto vamos a reforzarla con cámaras térmicas, más concertinas y mejores drones. Cuando propuse la valla fui atacado en toda Europa. Especialmente por el gobierno de Austria, y ahora la propia Austria está construyendo vallas. Cada vez más gente en Europa es consciente del problema de la inmigración masiva”, prosigue.
Laszlo Toroczkai es el vicepresidente de Jobbik, un partido neofascista que tiene 23 diputados. Es la tercera fuerza en el parlamento de Hungría. Toroczkai presume de haber sido elegido alcalde por todos sus conciudadanos. “Es mi pequeño reino. Antes sólo me votaba el 53%, pero ahora tengo el 100%”, se pavonea. En su página de Facebook publica numerosas fotos de sus milicianos posando junto a refugiados esposados. Como otros partidos de extrema derecha europeos, Jobbik trata de dar una imagen alejada de su estética fascista inicial. Ya no celebra desfiles paramilitares, no ondea esvásticas en sus mítines y se esfuerza en subrayar su carácter parlamentario. A Viktor Orban no le desgasta ser homófobo, ultraconservador, xenófobo, antisemita y euroescéptico. También Jobbik es todo eso. Pero la corrupción sí desgasta a Orban y es con eso con lo que juega Jobbik para erigirse en alternativa de gobierno.
La pistola que llevan los milicianos de la patrulla es una Jericho 941, una de las armas de dotación de la policía nacional húngaraPara no perder apoyos por la derecha, los dirigentes de Jobbik escenifican bien una estrategia dual: mientras el presidente del partido Gábor Vona juega la carta institucional, Laszlo Toroczkai hace de poli malo. O de poli a secas.
La pistola que llevan los milicianos de la patrulla es una Jericho 941, una de las armas de dotación de la policía nacional húngara. “Las armas nos las da la policía; las llevamos con licencia”, asegura Barnabas. En el 4x4 hay una gran pegatina con la bandera francesa de La France Rebelle. Su presidente, Philippe Gibelin, se desplazó el pasado 28 de agosto a Ásotthalom para hacer entrega del vehículo, financiado por este grupúsculo fascista que acusa al Front National de ser demasiado moderado.
El giro ultraconservador de Hungría
Hungría tiene una tasa de inmigración neta del 1,34 por cada 1.000 habitantes. Hay muchos más húngaros emigrando que extranjeros llegando a Hungría. En toda la llamada “crisis de los refugiados”, apenas 150.745 personas solicitaron asilo en Hungría para evitar ser deportados. La OIM ha constatado, sin embargo, que casi todos ellos se han marchado a Alemania, Bélgica o Dinamarca. Durante la cobertura del referéndum contra los refugiados, los fixers, los periodistas locales que facilitan contactos a los enviados especiales, han tenido enormes dificultades para encontrar algún refugiado en Budapest. La mayoría de los reporteros extranjeros no han conseguido entrevistar a ninguno.
Hungría tiene una tasa de inmigración neta del 1,34 por cada 1.000 habitantes. Hay muchos más húngaros emigrando que extranjeros llegando a Hungría.A pesar de ello, tanto Fidez, el partido del primer ministro, Viktor Orban, como Jobbik, hablan de “invasión masiva de inmigrantes”. En su valoración del referéndum, el primer ministro Viktor Orban, declaró que “por el futuro de nuestro niños, de nuestro estilo de vida, de nuestro modelo de familia y de nuestras raíces cristianas, tenemos derecho a elegir con quién vivir, a decidir la composición étnica de nuestro país".
Tanto Fidesz como Jobbik rechazan el multiculturalismo y creen que éste supone un peligro para Hungría. Toroczkai ha llegado a afirmar que los húngaros y los vascos son las únicas etnias puras de Europa, a pesar de que el 3% de los húngaros son gitanos y en Budapest hay una de las comunidades judías más grandes de Europa. Tanto Fidesz como Jobbik consideran que los judíos no son verdaderos húngaros.
En la calle, el discurso xenófobo es hegemónico y la celebración de un referéndum sobre la posibilidad de que 1.300 refugiados sean reubicados en Hungría ha reforzado aún más la xenofobia. “Voy a votar No porque no quiero que vengan inmigrantes” afirma Palzso Bence, un joven estudiante de dieciocho años. No sabe cuál es la cifra de refugiados que ha establecido la Comisión Europea para la república magiar y no conoce a ningún migrante ni refugiado pero considera que “hay demasiados”.
Laszlo tiene 72 años. Es afinador de pianos y ha vivido la mayor parte de su vida en Alemania. Ha vuelto a su Hungría natal porque está enfermo de cáncer. Quiere pasar sus últimos meses aquí. “Soy húngaro, esta es mi tierra, aunque he vivido casi toda mi vida en Alemania. Voy a votar que no. No es un tema partidista, no es por política. No es que lo digan Fidesz o Jobbik, es una cuestión nacional”, asegura. Preguntado si él en Alemania era un inmigrante niega con rotundidad: “Yo en Alemania era un trabajador legal. Fui allí invitado por el Gobierno. Yo nunca he sido un inmigrante”.
Nandor Balalssy ha ido a votar vistiendo una camiseta negra con la bandera nacional en la que pone Hungary, en inglés, lengua que domina. “Por supuesto, voy a votar No porque este país es suficientemente pobre y los habitantes de este país no necesitan inmigrantes que bajen el nivel de vida” afirma. Cuando se le pregunta si vive en un barrio en el que residan muchos inmigrantes, contesta: “En Budapest hay algunos homeless y ya son suficientes pobres. Mi opinión es que los refugiados tienen que ir a los países que les inviten. Aquí no”.
Para él, el referéndum consiste en “si la Unión Europea puede imponer un número de refugiados o inmigrantes ilegales a Hungría, República Checa, Polonia, Rumanía, Eslovaquia. A los países pobres del Este. Eso no es justo”. Antes de irse, añade “sé que vas a decir que soy un neonazi, o algo así. Los periodistas del Oeste venís aquí a contar que somos nazis. Sólo te pido que no saques de contexto mis palabras”.
La víspera del referéndum, el grupo Romantikus Erőszak congregó, en un concierto frente al parlamento, a más de 500 seguidores. Romantikus Erőszak es el principal exponente del Nemzeti rock, una subcultura húngara derivada de la white power music o el RAC (Rock Against Comunism, la música de los skinhead nazis). Durante dos horas, tanto el cantante como el público corearon canciones y lemas en contra de los inmigrantes y a favor del Partido de la Cruz Flechada, partido político de carácter fascista, pro-alemán y antisemita liderado por Ferenc Szálasi, que gobernó Hungría durante los meses finales de la Segunda Guerra Mundial.
Durante la campaña del referéndum, movimientos liberales y de izquierda se han esforzado en demostrar que también existe una Hungría solidaria y abierta. Dos días antes de la consulta, tres mil personas se congregaron en la plaza del parlamento de Budapest, siguiendo el llamamiento de personalidades de la cultura. Una concentración plural y alegre que contó con actuaciones en vivo, lectura de poesía en árabe y discursos de refugiados. Una de las asistentes es Keig. Viste un peto fluorescente que la identifica como organizadora del evento. Está aquí en representación del AMPA del colegio de sus hijos. “Estamos en contra del odio y de la política que está llevando a cabo nuestro gobierno contra los refugiados. Ahora mismo tengo pocas esperanzas, pero estamos trabajando en ello y espero que en el futuro tengamos un sistema educativo eficiente, un buen sistema de salud y que tengamos refugiados que se sientan integrados y vivamos juntos” explica.
-- ¿Qué Hungría se imagina para sus hijos?
-- Ahora mismo no tengo muchas esperanzas, lamenta, pero hay que intentarlo.
La acción más visible de la oposición durante la campaña del referéndum han sido los carteles del El Partido del Perro con dos Colas, una agrupación centrada en el sarcasmo que aspira a presentarse a las elecciones generales de 2018. Sus promesas son tres: no hacer promesas, establecer una especie de renta básica consistente en cerveza gratis para todos los ciudadanos y, su promesa estrella, garantizar la vida eterna de todos los húngaros. Su líder Zsolt Victora asegura que su programa es igual de realista y honesto que el del primer ministro Víktor Orban.
Para el referéndum, el Partido del Perro de las Dos Colas ha empapelado el centro de Budapest con carteles que ridiculizan los lemas de la campaña de Orban. En uno de ellos se podía leer “¿Sabías que un húngaro ve más OVNIS que refugiados a lo largo de su vida?”. Otros eran geniales juegos de palabras imposibles de traducir.
El Partido del Perro de las Dos Colas no pedía la abstención, sino el voto nulo. Los votos no válidos alcanzaron el 6,2%.
Un referéndum difícil de leer
El 2 de octubre de 2016, el 42% del electorado fue a votar. Descontando los votos nulos, sólo el 39% de los electores participó en la consulta. Paradójicamente, una reforma legal introducida hace dos años por Fidesz, el partido de gobierno, establece que para que un referéndum tenga validez debe contar con el 50% de votos emitidos válidos. Tanto la oposición de izquierda como Jobbik pidieron la dimisión de Orban por su “fracaso” en el referéndum. El primer ministro, por el contrario, compareció exultante y aseguró que el mandato de los electores era claro. Aseguró que la cantidad de votantes no era relevante y que la consulta tendrá “efectos políticos”. Prometió cambiar la Constitución para fijar la prevalencia de las leyes nacionales por encima de los tratados internacionales como las leyes comunitarias. Es una aberración jurídica que Jobbik reclama desde 2012.
En realidad, el resultado del referéndum no complace a nadie. La politóloga Kornelia Magyar es una de las analistas más prestigiosas del país. Es experta en el auge de la extrema derecha y ha sido asesora de comunicación en varios ministerios. “Si miras el número de votos de Fídesz y Jobbik verás que suman aproximadamente 3,2 millones. Es el mismo número que ha votado No a los refugiados. Así que pidieron a sus votantes que fueran a votar y pudieron movilizar a sus votantes. En ese sentido tuvieron éxito. Pero no tuvieron éxito en su intento de sumar votantes liberales e izquierdistas” opina Magyar. “Pero 3,2 millones de votos son muchos, no se puede negar. Yo lo resumiría en que ni es la aplastante derrota que dice la oposición, ni la rotunda victoria de la que habla el gobierno”.
Para Magyar, una de las claves del futuro de Hungría es la falta de consistencia de una alternativa de izquierdas. “Quienes viven en regiones realmente pobres de Hungría no ven que exista una alternativa por la izquierda. Esa gente pobre, que está realmente enfadada con el gobierno y no ve alternativas, va a votar a Jobbik”
En las elecciones de 2014 Fidesz obtuvo 2,26 millones de votos y Jobbik 1,02 millones. Los diarios húngaros hablan de un "aumento" en el apoyo a Jobbik, ya que ha sabido capitalizar la cuestión de los refugiados, pero no dan números exactos. Oscilan entre un 10 y un 20% de aumento.
Al otro lado de la frontera
El campo de refugiados de Subotica está situado en Serbia, al otro lado de la frontera que patrullan los milicianos de Toroczkai. Fue concebido como un campo de paso, es decir, como un lugar en el que los refugiados no estaban más de dos días, antes de seguir su ruta hacia el norte. El blindaje de las fronteras de Hungría lo ha convertido en un campamento abarrotado en el que cientos de refugiados esperan durante meses su oportunidad para saltar la valla construida por Hungría.
En el campo de refugiados de Subotica hay 400 personas, pero sólo cuenta con 100 plazas. Las únicas cuatro habitaciones están reservadas para los niños y las mujeres. Hay tiendas de campaña de cuatro plazas en las que viven diez personas. “En esta tienda dormimos diez personas” cuenta Idrisa, refugiados afgano. “No tengo palabras, no sé qué decir. Yo le pido a la Unión Europea, a España, Alemania, Polonia, Noruega y espacialmente a Hungría: por favor, somos como vosotros, aceptadnos. No somos terroristas, somos gente agradable que sólo quiere escapar de los talibanes y el Daesh.”
“He intentado muchas veces pasar la frontera. Me han detenido, golpeado, llevan perros que nos muerden. ¿Dónde están nuestros derechos humanos? ¿Cuáles son los derechos humanos de los que habla Europa?”, se lamenta Nour, también afgano.
El referéndum de Hungría es, fundamentalmente, una operación de propaganda. No puede tener efectos sobre la reubicación de refugiados porque, de hecho, ningún Estado miembro la está cumpliendo. Pero sí cumple una función. Refuerza la idea de una Europa construida contra la solidaridad, contra la humanidad, contra las personas que escapan de la guerra.
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