No importa lo que ponga en el maldito envase, es igual que la
 empresa de las toallitas siga mintiéndonos a todos y llevándonos a 
engaño al decir que son biodegradables
 
    
Hay problemas relacionados con el deterioro del 
medio ambiente que nos inquietan pero nos parecen lejanos, que superan 
nuestro radio de acción y no nos movilizan. La deforestación del 
Amazonas, el deshielo del Ártico, la pérdida de biodiversidad, el 
agotamiento de los mares. ¿Qué puedo hacer yo contra todo eso? Nos 
preocupamos un instante, y seguimos a lo nuestro.
Pero, aunque tardaríamos poco en demostrar la estrecha relación entre 
nuestros hábitos de consumo y los graves problemas que aquejan al 
planeta, en este apunte quiero recuperar un tema mucho más doméstico, un
 problema que tratamos aquí hace unos meses y que cada día es más grave.
 Me refiero a las famosas toallitas húmedas y la maldita costumbre de 
tirarlas por el váter.
La semana pasada volvimos a asistir al desagradable 
espectáculo del desbordamiento de un colector de aguas fecales colapsado
 por un enorme tapón de toallitas húmedas. Las imágenes del incidente, 
recogidas por los medios de comunicación y las redes sociales, mostraban
 un enorme amasijo de 350 kilos de toallitas emergiendo de las 
alcantarillas como un monstruo mugriento que inundó de aguas fecales la 
carretera del aeropuerto en San Javier (Murcia).
Hay 
que ponerse en la piel de los operarios que echaron la jornada entera en
 desatascar el colector y retirar el cenagal de la carretera. Hay que 
ponerse en la piel de los responsables de la empresa de gestión de aguas
 (Hidrogea) que tuvieron que movilizar a todos sus efectivos disponibles
 con la maquinaria necesaria para desobstruir la canalización y atajar 
el vertido.
Hay que ponerse en la piel de los responsables municipales que este mismo verano  han llevado a cabo una campaña de concienciación ciudadana para pedir a la gente que deje de echar toallitas húmedas por el váter 
¿Qué más podemos hacer?, deberán estar pensando en San Javier. Hemos 
forrado los escaparates de los comercios con carteles, hemos repartido 
miles de folletos a los vecinos, hemos hablado de ello en los medios de 
comunicación local, en las redes sociales, hay pegatinas por todas 
partes alertando sobre la gravedad del problema y sin embargo la gente 
sigue pasando de todo.
Porque 350 kilos de toallitas 
húmedas son miles de toallitas, es decir: miles de ciudadanos echándolas
 por el váter. Miles de personas que creen que, como nadie les ve en la 
intimidad del lavabo, como no queda registrado en ninguna parte, pueden 
seguir deshaciéndose de ellas así, tirando de la cadena. Además 
-argumentarán muchos de ellos- la culpa es del fabricante porque lo pone
 en el envase. Y no. Como señalamos aquí hace unos meses esa no es 
excusa.  
No importa lo que ponga en el maldito 
envase, es igual que la empresa de las toallitas siga mintiéndonos a 
todos y llevándonos a engaño al decir que son biodegradables: porque 
todos sabemos a estas alturas que eso es mentira. Es muy simple de 
entender caramba: NO HAY QUE ECHAR LAS TOALLITAS POR EL VÁTER. Diga lo 
que diga el envasador. Nunca: ninguna.
Cuando uno ve 
crecer problemas tan graves a partir de gestos tan irresponsables cae en
 la desesperación. Cae en la cuenta de lo desesperante que resulta 
dedicarse a promover la participación ciudadana en el cuidado del medio 
ambiente en este país.
Porque si no somos capaces de 
hacer un gesto tan simple como el de echar la toallita usada a la 
papelera en lugar de tirarla al váter ¿Cómo vamos a solicitar mayores 
sacrificios por parte de todos? Bueno, pues a pesar de todo seguiremos 
intentándolo.
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