sábado, 26 de noviembre de 2016

Banderas abatidas, de Fernando Broncano

 Pasada la era romántica de los nacionalismos, son mucho más interesantes los fracasos contemporáneos y más inquietantes en este cambio de régimen que no oculta este banal pacto de restauración entre los partidos de la Transición . 7 de Noviembre de 2016
http://ctxt.es/es/20161102/Firmas/9346/Broncano-franquismo-transicion-FAES-izquierda-Prisa.htm

Una historia de banderas abatidas. Esta es la historia del Estado español, siempre en guerra consigo mismo, enlosado de derrotas y fracasos, incapaz de producir un sistema de símbolos común en el que se reconozcan las partes en conflicto por encima o debajo de sus diferencias. En su singularidad moderna, vio de lejos constituirse los Estados-nación europeos. Él, que nació como una de las primeras potencias-Estado de la modernidad, fue incapaz de construirse como Estado-nación. Álvarez Junco ha relatado en Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX el fracaso de los liberales en la construcción de este sistema simbólico. Pasada la era romántica de los nacionalismos, son mucho más interesantes los fracasos contemporáneos y más inquietantes en este cambio de régimen que no oculta este banal pacto de restauración entre los partidos de la Transición.
El franquismo fue un proyecto de indiscutible eficacia simbólica
El primer fracaso fue el franquismo como proyecto de nación-Estado. Como proyecto y como fracaso debe seguir siendo examinado con cuidado por más que lo haya sido de manera tan exhaustiva por los historiadores. Fue un proyecto de indiscutible eficacia simbólica. Unió el programa estético fascista y nazi con la doctrina y experimentada práctica del integrismo católico que había surgido en el XIX contra el modernismo. Sus cuarenta años de vigencia no pueden explicarse solamente por el genocidio y la represión sistemática. Al igual que se está revisando el mito gaullista de la Resistencia del Pueblo Francés a los nazis, sería conveniente revisar el mito de la resistencia contra el franquismo. Fue un mito creado para enmascarar el fracaso histórico de las fuerzas democráticas, un poco mejor organizadas en la izquierda pero impotentes y débiles ante el consenso generalizado que sostenía el Régimen. Sin embargo fue derrotado por las mismas condiciones que lo crearon. Apoyado por una parte beligerante en la Guerra Fría, dejo de tener sentido cuando el frente se trasladó a la televisión, el turismo y la abundancia de mercancías. El poder simbólico del integrismo no podía sobrevivir ante las pantallas productoras de mitologías disneylandianas. La historia de este fracaso está bien narrada en Bienvenido Mr. Marshall, una comedia que esconde la tragedia de la derrota simbólica del franquismo cultural. 
La primera parte de la Transición agrupó a una generación entera, la primera después de las hambres de posguerra
La segunda derrota ocurrió en la primera parte de la Transición. Los jóvenes nacionalistas del PSOE, los jóvenes periodistas de PRISA y los jóvenes filósofos e historiadores diseñaron un potente proyecto cultural que se ordenaba en unos pocos, de hecho, muy pocos, núcleos simbólicos: laicismo, modernidad y frivolidad cultural. Guerra, Almodóvar, Savater, Santos Juliá…, gente biempensante e inteligente que construyeron una identidad imaginada, la de un pueblo que saltaba alegre etapas históricas desde la Inquisición a la Movida. Fue también un proyecto cultural potente, mucho más que los tristes recursos progres de la izquierda: cantautores, conciertos con velitas, tabaco y discusiones. Fue un programa que agrupó a una generación entera, la primera después de las hambres de posguerra. Y no hay duda de que consiguió una movilización emocional que aún subsiste entre simpatizantes del PSOE y compradores religiosos de El País Semanal.
No hay ninguna duda de su carácter simbólico y mítico, cargado de una religiosidad laicista y anticlerical (muchas veces teorizada por exseminaristas). No hay duda tampoco de su fuerza histórica transformadora. Pero tampoco hay duda de su fracaso en la producción de una identidad simbólica que transformase el Estado en Estado-nación.  Los hijos de los hijos de la ira (en feliz expresión del poeta Ben Clark) se distanciaron pronto del proyecto y se engancharon los auriculares con Radiohead para no soportar los ripios de Sabina. Pero, sobre todo, la raíz del fracaso estaba también en las condiciones iniciales de su proyecto: no se puede crear un proyecto simbólico contra la Iglesia Católica, bien experimentada en la tarea, con cuatro ritualillos medio masónicos. El pueblo llano siguió casándose por la Iglesia, bautizando a sus nenes y votando al PP. 
Contranacionalismo
El tercero de los fracasos tuvo lugar en la segunda parte de la Transición, bajo el auspicio de los Bush y del neoliberalismo. El proyecto nace de los tanques de pensamiento de FAES donde se reúnen exizquierdistas y exfalangistas para acomodar la cultura al nuevo pensamiento único que extiende el mercado desde las finanzas a las relaciones familiares, desde la enseñanza a los proyectos de vida (“sea empresario de sí mismo”, “en sus manos está su futuro”…). Su sistema simbólico fue aún más exiguo que el del PSOE pero mucho más efectivo en eficacia mitopoética. Consistió en movilizar todos los recursos culturales contra el nacionalismo periférico. Tal fue su éxito hegemónico que la cúpula de intelectuales de la primera Transición se abonó en bloque al nuevo motor de sentimientos. Ignacio Sánchez Cuenca, en La desfachatez intelectual, ha descrito con precisión este poder movilizador del contranacionalismo. El recurso a la “víctima”, ahora convertida en icono de una nueva religiosidad antiherética, mediadora entre la indignación por la situación comparativa de la aldea propia y el futuro perfecto de una patria constitucional, una bandera y una marca comercial, consiguió lo que la frivolidad de la primera época de PRISA fue incapaz de lograr: la constitución de un bloque histórico que aunase a las dos grandes “sensibilidades”, la “progre” y la conservadora. 
También fracasó, claro. No se puede articular un proyecto de Estado-nación contra sentimientos nacionalistas en el propio espacio político y cultural sin producir como reacción proyectos contrarios de independencia de nuevos Estados-nación. No se puede estigmatizar sin crear resistencias poderosas. Suficientes para hacer inviable el proyecto simbólico, por más que sirviera para reclutar votos y mantenerse en el poder.
La raíz del fracaso de los tres proyectos está en que comparten una misma estrategia de construcción simbólica
Sorprendentemente, la raíz del fracaso de los tres proyectos está en que comparten una misma estrategia de construcción simbólica. La construcción de los Estados nación a lo largo y ancho del mundo se produjo generando mundos simbólicos de resistencia y liberación frente a un enemigo externo de carácter político o cultural. Desde los Estados Unidos de América del Norte, a los Estados desunidos de América Central y del Sur, a los Estados europeos, desde los estados africanos a los estados asiáticos, la contraposición entre lo externo y lo interno generó banderas y sentimientos comunes que permanecieron aún bajo las divisiones de clase, género y etnia. En España no. La estrategia fue en el siglo XX, como lo había sido en siglos anteriores, la construcción de un enemigo interno como palanca simbólica para una nueva nación libre de traidores. 
No sé si estamos en los albores de un nuevo fracaso que habría de ser producto de la incomprensión de las claves culturales que han motivado la crisis de régimen en la que vivimos. Hay muchos signos que abogan por el pesimismo. La ilusión que producen los afectos compartidos en manifestaciones de ira multitudinarias, en actos de indignación donde se levantan banderas de cambio, puede sugerir la idea de que ya hay otro universo simbólico que, ahora sí, hecho de vestimentas informales y lenguaje cheli, producirá por sí mismo lo que los grandes proyectos contemporáneos no han logrado. Y mientras sigue en marcha la construcción sistemática de estigmas y del enemigo interior. 
Sería iluso proponer banderas del consenso y la reconciliación donde reina la desigualdad
Es cierto que todo nace del conflicto, que al final es la madre de la Historia. Sería iluso proponer banderas del consenso y la reconciliación donde reina la desigualdad y el resentimiento por las promesas incumplidas. Sería iluso un moralismo buenista de “todos dentro” cuando se deja tanta gente al pairo, descartada del “nosotros”.  El conflicto ha estado presente en nuestra historia y lo estará. Se ha instalado ya como parte constitutiva de las sociedades contemporáneas. Ahora bien, no es menos cierto que los conflictos, por reales que sean, se producen cada vez más en el terreno simbólico, en gestos y ademanes que traducen la ira interna. En muchos países estos conflictos, curiosamente, se expresan como reproches denigratorios al otro por no ser capaz de captar el viejo proyecto histórico. En España, no. El conflicto se limita al conflicto. 
Esta teatralización universal de los conflictos es una de las asignaturas pendientes de este Estado. La teatralización evita la violencia, la transforma. Muta las tragedias en comedias y hace vivible la tensión. No es por casualidad que la gente de la calle halle modos de trasladar el conflicto a lugares simbólicos. Sin ninguna duda el fútbol es uno de esos territorios privilegiados. Aúna voluntades, casi siempre malas voluntades, pero crea lazos de dependencia del otro que son permanentes. Nada habría más desolador para un seguidor del Barcelona que el no poder seguir derrotando al Real Madrid porque una nueva frontera artificial lo impide. Y viceversa. Es sorprendente la capacidad creativa de un pueblo tan sometido a violencia real y simbólica. Mucho más sabio que sus dirigentes, hace del conflicto su bandera y transforma en fiesta la desdicha. “¡Hola Fondo Norte!”, “¡Hola Fondo Sur!”…. No sería una mala letra para un futuro himno multinacional de un estado multinacional.
Ya sé que todo esto del fútbol es alienante, como lo es la religión y como lo es la televisión. No hay objeción. Pero no menos alienante que las malas estrategias culturales que ha producido la política española contemporánea, incapaz de hacer de un pueblo cantonalista de corazón un pueblo que sea capaz de hacer comedia de sus conflictos. Ya sé que parece que oculto las guerras de clase bajo la alfombra de un proyecto simbólico común, pero quienes quieren abolir los proyectos simbólicos se condenan a repetirlos bajo la forma de ópera bufa. 
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Fernando Broncano. Departamento de Humanidades: Filosofía, Lenguaje y Literatura. Universidad Carlos III de Madrid.

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