German Cano ha compartido un enlace.
..............................................................
Mike Savage 02/11/2016 http://www.sinpermiso.info/textos/acabar-con-las-guerras-de-clase
 
  
Las
 divisiones económicas globales han sido tan duras en la década pasada 
que han transformado la agenda investigadora. El libro El capital en el siglo XXI
 de Thomas Picketty (Harvard Univ. Press, 2014) ha tenido una profunda 
influencia, con más de un millón y media de copias vendidas. Picketty ha
 mostrado que en muchos países ricos, el saldo de la riqueza acumulada 
comparada con el ingreso nacional está volviendo a niveles de disparidad
 como no veíamos desde hacía 100 años. Picketty sostiene que estamos 
asistiendo al resurgimiento de una “clase patrimonial”.
Estos
 desplazamientos económicos proponen desafíos para entender cómo las 
clases sociales están siendo transformadas. El economista Branko Milanovic señala la emergencia de una plutocracia global, el declive de las clases 
medias en los países desarrollados como EEUU y Europa, y el crecimiento 
de las clases medias en general, especialmente en Asia.
Hay un intenso interés público en estos cambios. En nuestro trabajo con la BBC en la “Gran Encuesta Británica de Clase”[1],
 definimos de forma polémica siete “nuevas” clases, que van desde una 
“élite” hasta un “precariado”. Una cifra impactante de nueve millones de
 personas clicaron en el “class calculator” online de la BBC para 
descubrir a qué clase pertenecerían (ver go.nature.com/2ccvwcv)
Los desplazamientos – especialmente las 
élites ricas aislándose de la mayoría de las capas medias y bajas de 
asalariados – parecen estar dando forma a eventos mundiales. Hay un 
fuerte sentimiento anti-élites que atraviesa los países desarrollados. 
En la carrera presidencial estadounidense de este año, por ejemplo, 
Bernie Sanders y Donald Trump se situaron a sí mismos como “outsiders” 
respecto a Washington. En Inglaterra y Gales, la geografía del 
referéndum del Brexit narra una historia similar. Las áreas con grandes 
proporciones de riqueza que concentraban a altos ejecutivos y 
profesionales de alto nivel educativo y buenos contactos, votaron 
desproporcionadamente por permanecer en la Unión Europea. Las áreas de 
gran desventaja económica, cultural y socialmente amputadas, la mayoría 
en las viejas zonas industriales del sureste de Inglaterra, votaron por 
salirse de la Unión Europea (véase la siguiente imagen)
Estos desarrollos exigen una mejor 
comprensión de cómo la clase social opera hoy día, y cómo se relaciona 
con otros factores como el género, la raza y la etnicidad. Por ello, 
muchas universidades y fundaciones están invirtiendo en este área. Por 
ejemplo, el International Inequalities Institute de la London School of Economics and Political Science’s (LSE),
 el cual co-dirijo, recibió en junio 64.4 millones de libras (86 
millones de euros) para formar liderazgos que combatan la desigualdad. Esta beca, que proveyó la fundación privada Atlantic Philanthropies, es la más grande en la historia de la LSE.
 Estamos trabajando con compañeros del Sur, especialmente de la escuela 
de postgrado de Política del Desarrollo de la Universidad de Cape Town y
 el Centro para el Estudio del Conflicto y la Cohesión Social en Chile
Asimismo hay un programa multidisciplinar en
 desigualdad y política social en la Universidad de Harvard en 
Cambridge, Massachusetss, y también en el Centro sobre Pobreza y 
Desigualdad en Stanford, California; el Instituto sobre Democracia y 
Desigualdad de la Universidad de California, Los Ángeles; y el Centro 
para el estudio de la Desigualdad en la Universidad de Cornell en 
Ithaca, Nueva York (también apoyado por la financiación de Atlantic Philanthropies). Otros programas destacados son el 
del Centro por la Ia Oportunidad e Igualdad en la Organización por la 
Cooperación y el Desarrollo Económicos. 
Pero
 para hacer progresos, los sociólogos deben resolver sus profundamente 
arraigadas diferencias sobre cómo debe ser entendida y medida la clase 
social. Para entender la naturaleza de este debate, debemos primero 
echar una mirada al pasado.
Definiendo “clase”
El
 estudio de la clase social comenzó en el siglo diecinueve. Cuando los 
investigadores de la Revolución Industrial (mayoritariamente ingleses)  proyectaron sus investigaciones sobre la pobreza y la 
desigualdad, no lo hicieron sin fuertes insinuaciones morales. Ellos 
asumieron que los profesionales y los gentlemen eran más respetables y valiosos que la gente pobre, quienes fueron considerados responsables de sus infortunios. 
De
 acuerdo con un estudio pionero, el propietario del navío Liverpool, 
Charles Booth, definió los pobres de las calles del Londres de 1880 como
 “viciosos y semi-criminales”. Clasificó a la gente en siete clases 
según las bases sobre las que vivían y su posición económica familiar 
(como juzgaron los oficiales de escuela, policías y otros). Booth 
definió a los más pobres como poseedores de “la vida de salvajes, con 
vicisitudes de extrema dureza y cuyo único lujo es la bebida”; vio a las
 clases medio-bajas como “una clase de sobrios y enérgicos 
trabajadores”. Las clases medio altas fueron definidas como una “clase 
con servicio”.
 Ecos de estos juicios estigmatizadores permanecen con fuerza hoy día – 
como pusieron en evidencia los recientes discursos sobre los “gorrones 
de impuestos” (benefit scroungers) y la “basura blanca” (White trash). [2]
Desde
 mediados del siglo XX, los sociólogos han buscado eliminar estas 
dimensiones morales y proporcionar una definición de clase objetiva, más
 exacta y precisa – una que pudiera ser medida precisamente a pesar de 
las perspectivas privadas de cada cual. Desde 1940 hasta 1960, 
investigadores predominantemente estadounidenses desarrollaron escalas 
de “estatus socio-económico” que realizaban las típicas combinaciones de
 ingresos, educación y prestigio profesional. El Índice Socioeconómico Duncan de 1960, por ejemplo, 
monitoriza la proporción de gente que piensa qué trabajos en particular 
tienen un “buen” o “excelente” prestigio social; y vincula esto a los 
porcentajes de población activa que finalizaron la educación secundaria o
 fueron más allá, y aquellos que declaran más de un ingreso determinado.
 
Por
 el contrario, los investigadores británicos del mismo período 
desarrollaron un enfoque que tuvo gran impacto en todas partes. Ellos 
argumentaron que la clase social debe ser determinada sólo de una forma:
 de acuerdo a la ocupación de la persona. Esta aproximación databa de 
1913, y clasificaba a la gente en una de las seis clases conforme a la 
“cualificación” (skill) de su trabajo. Ello condujo a la diferencia entre ocupaciones cualificadas no-manuales y ocupaciones cualificadas manuales. Es una manera muy británica de pensar sobre la clase social.
Vida laboral
En
 1980, el sociólogo británico John Goldthorpe reveló una versión más 
refinada del enfoque ocupacional, en sus estudios pioneros sobre la 
movilidad social en Reino Unido[3].
 Encontró insatisfactorio el viejo modelo debido a su definición opaca 
de “cualificación”, y no tuvo en cuenta si las personas eran autónomas o
 asalariadas, o si supervisaban el trabajo de otras personas. Su nuevo 
modelo (véase el siguiente cuadro) fue acogido oficialmente por la 
Oficina Nacional de Estadística del Reino Unido a finales de los años 
noventa. Además el modelo ha sido desarrollado internacionalmente, sobre
 todo a través de la Clasificación Socioeconómica Europea[4].
Clasificando clases
| 
John Goldthorpe refinó las categorías de clase social atendiendo a cómo los trabajadores interactuaban con sus empleadores. | ||
| 
Class | 
Denomination | 
Form of regulation of employment | 
| 
I | 
Higher-grade professionals, administrators and managers | 
Service relationship | 
| 
II | 
Lower-grade professionals, administrators and managers, and higher-degree technicians | 
Service relationship (modified) | 
| 
IIIa | 
Higher-grade routine non-manual employees | 
Mixed | 
| 
IIIb | 
Lower-grade routine non-manual employees | 
Labour contract (modified) | 
| 
IVabc | 
Small proprietors and employers, and self-employed workers | 
Not applicable | 
| 
V | 
Lower-grade technicians and supervisors of manual workers | 
Mixed | 
| 
VI | 
Skilled manual workers | 
Labour contract (modified) | 
| 
VIIa | 
Non-skilled manual workers (other than in agriculture) | 
Labour contract | 
| 
VIIb | 
Agricultural workers | 
Labour contract | 
Goldthorpe
 diferenció entre una clase trabajadora asalariada y una clase del 
sector servicios asalariada. Los autónomos, técnicos cualificados y 
supervisores los consideró capas intermedias. Obreros bajo contrato – 
conductores de autobús, mineros del carbón o trabajadores industriales –
 son aquellos que reciben salarios fijos por su trabajo. Por el 
contrario, en la clasificación de Goldthorpe los doctores, abogados, 
altos ejecutivos y académicos tienen una relación más difusa con sus 
empleadores, reciben primas potenciales (como incrementos salariales o 
fondos de pensión) como reconocimiento por el trabajo realizado es algo 
que no puede ser fácilmente demarcado y regulado. De forma confusa, él 
denominó a esto “relación de servicios” – no confundir con el servicio 
doméstico o con la gente que trabaja en el sector servicios (como el 
comercio al por menor o la sanidad), muchos de los cuales eran empleados
 por contratos laborales. 
La
 obra de Goldthorpe fue pionera gracias a sus encuestas nacionales 
representativas, que se volvieron habituales en Gran Bretaña y en otras 
partes del mundo desarrollado desde finales de los años cincuenta. 
Construyendo la clase como una variable – la naturaleza del trabajo de 
cada uno – es posible emplear dicha variable para monitorizar la 
movilidad social, y para medir su influencia en características tales 
como la salud o la mortalidad. Permite en teoría, además, diferenciarse 
del efecto de otras variables como la renta, la educación, la etnicidad o
 el género. Este enfoque ha sido mostrado como robusto (al menos en Gran
 Bretaña, donde es ampliamente empleado) para predecir relaciones de 
empleo – incluyendo salarios, la provisión del margen de beneficios de fondos de pensiones, los riesgos del desempleo y el control sobre los horarios laborales[5].  
El
 modelo Golthorpe ha probado una gran eficacia en la investigación 
comparada. Anteriormente, los países tenían diferentes maneras de 
clasificar las ocupaciones en grandes grupos sociales. El esquema 
Goldthorpe permitió a los investigadores medir diferencias en la 
movilidad social en diferentes países, especialmente aquellos que tenían
 preguntas similares y comparables en las encuestas sobre empleo. Por 
ello, Goldthorpe y Robert Erikson[6]
 fueron capaces de refutar las opiniones comúnmente extendidas que 
defendían la existencia de una mayor movilidad social en los EEUU que en
 los países europeos, así como demostrar que la movilidad social era 
incluso mayor en países del Este de Europa que habían sufrido una 
transformación socialista. Esta ha sido una contribución muy importante. 
Un instrumento desafilado
A
 pesar de su elegancia, el enfoque de Goldthorpe ha recibido montañas de
 críticas en los últimos años, principalmente de cuatro fuentes. La 
primera, debido a que este modelo se centra en el empleo como la medida 
clave de la clase, es por ello menos útil en aquellas partes del mundo –
 especialmente en el sur global – donde la gente tiene menos 
probabilidad de entrar en el mercado laboral formalizado y a menudo 
trabaja en casa[7].
 Igualmente, las personas jubiladas, discapacitadas o desempleadas no 
tienen lugar en el modelo. De forma similar las mujeres tampoco encajan 
bien dado que el modelo se centra en el trabajo formal y retribuido.
En
 segundo lugar, el modelo agrupa a la gente en clases de ocupaciones 
demasiado amplias. Médicos o abogados no son tratados por separado, por 
ejemplo. Los sociólogos estadounidenses Kim Weeden y David Grusky 
defienden una metodología de “microclase”, que permita distinguir entre 
diferentes ocupaciones. Ésta nos ofrece un mejor tratamiento de la 
generación de desigualdades y mejores predicciones de las prácticas de 
consumo de los americanos, y sus actitudes políticas en la pasada década
 comparada con la de los años 70[8]. 
Tercero,
 los economistas han mostrado que las dimensiones clave de la riqueza y 
la renta que han predominado en las últimas décadas no pueden ser 
mapeadas bajo esas grandes clases ocupacionales. Esto es especialmente 
cierto para el caso donde las rentas del 10%  superior
 de los asalariados – e incluso más, del 1% superior – se ha alejado 
muchísimo del resto (en vez de ello, algunos economistas, incluido 
Picketty, prefieren pensar las clases sociales como amplios grupos de 
rentas).
Finalmente,
 el modelo de clase de Goldthorpe no ha probado su eficacia en explicar 
algunos hechos sociales claves. Por ejemplo, las actitudes y acciones 
políticas están sólo débilmente correlacionadas con los tipos de 
trabajo. Hasta la década de los ochenta, había una fuerte tendencia – en
 Europa y algunas partes más – a apoyar movimientos sociales y de 
izquierdas por parte de aquellas personas que ocupaban trabajos 
manuales, mientras que los trabajadores asalariados a menudo votaban más
 por partidos conservadores o ya establecidos. Este patrón es ahora 
mucho menos claro. Incluso Goldthorpe concede que sus mediciones no 
predicen patrones de consumo como las lecturas de prensa o los intereses
 en el mundo del ocio. 
Ganancias del capital
Desde
 finales de los años noventa, un enfoque alternativo a la clase se ha 
vuelto enormemente atractivo a sociólogos que buscan comprender cómo la 
desigualdad y la clase intersectan. Esta perspectiva, “capital, assets and resources” (CARs), viene influenciada por el sociólogo francés Pierre Bourdieu. En su libro La distinción
 (Routledge, 1984) contempla la clase como una propiedad emergente de 
diferentes “capitales” – esos que permiten a la gente acumular recursos a
 lo largo del tiempo de tal manera que sus ventajas sobre los demás 
aumentan.
Para
 Bourdieu, había tres capitales: económico, cultural y social. Concibió 
las actividades culturales como similares a la renta y la riqueza, en el
 sentido de que permiten generar ventajas. Señaló la forma en la cual 
los niños que se exponen a los teatros o museos se familiarizan con 
ideas abstractas y se desenvuelven bien en el sistema educativo. Ellos 
se valen de su capital cultural para la consecución de sus logros 
educativos o para acceder a mejores trabajos. El capital social es el 
fenómeno por el cual aquellos que tienen mejores contactos salen 
adelante. En parte, esto es el viejo y conocido enchufe del sistema educativo para la “juventud dorada”, 
pero el concepto también permitía capturar la forma en la cual personas 
con muchos lazos sociales – obtenidos a través de la fe religiosa, 
sindicatos o hobbies por ejemplo – podían ganar ventajas. Los tres 
capitales tienen fuertes sinergias. 
La
 perspectiva CARs puede clasificar inmediatamente gente que no tiene 
trabajos formales, incluyendo jubilados, trabajos de cuidados (a menudo 
ocupado por mujeres) y niños. Es posible emplear encuestas y otros datos
 para cartografiar el capital económico, social y cultural de alguien. 
Este modelo reconoce además que la naturaleza del capital cultural varía
 entre contextos diferentes[9].  
En
 lugares donde los ricos son también personas culturalmente integradas y
 con buenos contactos, ellos forman una clase social fuerte y 
diferenciada. En el libro Clase social en el siglo XXI
 (Penguin, 2015), otros colegas y yo hemos defendido que esto ocurre hoy
 día con los muy ricos, quienes tienen círculos exclusivos y comparten 
ocupaciones similares, y a menudo provienen de las mismas universidades 
de élite. Londres y otras ciudades grandes se han convertido en los 
lugares clave para la formación de esta élite.
Por
 el contrario, el “precariado” obtiene la puntuación más baja en todas 
las categorías – ellos carecen de dinero en efectivo, de acceso a la 
cultura y de contactos (ver la siguiente imagen). Otra clase, que 
llamamos clase emergente de trabajadores de servicios, tiene mucho más 
capital social y cultural, pero no dinero. Son los jóvenes educados 
incapaces de obtener apoyos en el mercado laboral competitivo de hoy 
día. Nuestro modelo no encuentra una línea clara entre clase media y 
clase obrera; en vez de ello, es sensible y por ello capta la 
polarización, la cual se intuye como muy poderosa en muchas partes del 
mundo.
 
 
El
 enfoque CARs muestra que las divisiones de clase no se reducen 
necesariamente por invertir en educación. Aquellas familias con más 
capital cultural y económico están mejor emplazadas para asegurar que 
sus hijos obtengan acceso a las instituciones más prestigiosas, dado que
 entrar es una competición y que aquellos con más ventajas tenderán a 
ser los mejores. Es un desafío, incluso una visión pesimista, de las 
actuales tendencias sociales. Este modelo está basado en datos de EEUU. 
Necesita ser afinado en otros países para considerar sus situaciones 
específicas. 
Las
 críticas al CARs caen sobre sus conceptos y metodología, argumentando 
que mezclar la clase con dimensiones sociales y culturales lleva a la 
imprecisión[10].
 Los críticos se lamentan de que la renta pueda fluctuar 
considerablemente y sea difícil de medir: ¿estamos midiendo individuos u
 hogares? ¿Incluimos los beneficios y los ahorros de pensiones? Es más, 
la gente a menudo declara su ocupación con más exactitud que sus rentas.  
Algunos
 críticos argumentan que la cultura es menor o de importancia 
secundaria. Numerosos sociólogos han examinado la emergencia de “el 
omnívoro cultural” que se alimenta de Mozart, Gran Hermano, películas de
 Bollywood y el equipo de basket Los Angeles Lakers. Esto es una visión mucho más pluralista 
que la de Bourdieu, la cual muchos de estos críticos sienten que es 
específicamente francesa en su veneración de “lo culto” y “lo 
intelectual”[11]. 
Las
 diferencias entre estos enfoques sobre la clase no son sólo académicas.
 Afectan a cómo los gobiernos abordan las desigualdades crecientes. Para
 el enfoque ocupacional, las divisiones se originan en la estructura del
 empleo. Sus defensores sostienen que invertir en educación por sí sólo 
no aborda las desigualdades de clase subyacentes. Reestructurar la 
economía y las relaciones de empleo debe ser central. 
Los
 defensores del enfoque CARs quieren romper la acumulación de los 
diferentes capitales. La llamada de un impuesto anual del 1% sobre la 
riqueza de Picketty es un conocido ejemplo. Políticas de vivienda, 
patrimonio y ciudadanía son importantes, como lo es permitir a la gente 
procedente de grupos con backgrounds desfavorecidos acceder a la educación superior, y forjar nuevos lazos sociales para los sectores marginalizados.
Guerras de clase
¿Por
 qué los sociólogos están en desacuerdo sobre estas diferentes 
aproximaciones a la definición de clase? Hay varias razones. Hasta 
cierto punto, es algo tribal: diferentes comunidades de investigadores 
tienen sus lealtades. Los sociólogos establecidos sienten que los 
enfoques del pasado siglo han sido probados y refinados a lo largo de 
muchos años. Las categorías sobre el empleo son particularmente queridas
 por investigadores que se centran en análisis cuantitativos de 
encuestas representativas a nivel nacional, como los famosos estudios 
británicos sobre las cohortes de nacimiento. 
Los
 defensores del CARs son más populares entre los más jóvenes, sociólogos
 más heterodoxos, especialmente aquellos formados en métodos 
cualitativos como las etnografías o los estudios de caso. Estos nuevos 
investigadores se sienten más atraídos hacia colecciones de datos de 
encuestas no representativas. Hay también estilos teóricos diferentes. 
La escuela de la clase ocupacional prefiere modelos formales que puedan 
ser predictivos, mientras que los investigadores CARs están más 
preocupados con explicaciones descriptivas. 
¿Pueden
 ambos bandos ser reconciliados? Bajo mi punto de vista, pueden. En 
parte es una cuestión de mostrar modestia por parte de ambos bandos, 
reconociendo lo que el otro tiene que ofrecer, y ofreciendo ramas de 
olivo. Ante todo, ambos campos están preocupados con las injusticias y 
la desigualdad y con desafiar las ventajas de los ricos y los poderosos.
 Sería una pena si este objetivo compartido se perdiera entre riñas 
internas.
Bajo
 este espíritu de reconciliación, deberíamos apreciar que los dos 
“bandos” utilizan el concepto de clase de diferentes maneras. El enfoque
 ocupacional busca definir la clase como una variable, de tal manera que
 sus efectos distintivos puedan ser apreciados en oportunidades vitales,
 mortalidad, éxitos educativos etc. Han hecho este trabajo francamente 
bien. El enfoque CARs se ocupa de la clase como proceso histórico – 
identificando las formas en las que se crean las clases y moldean el 
cambio social. 
Se
 sigue de esto que cada uso tiene su utilidad. Una forma de hacer 
progresos sería una consideración más a fondo de cómo las clases 
ocupacionales están asociadas con procesos culturales, sociales y 
económicos. Aquí, es posible aprovechar las nuevas formas de recoger 
datos para explorar congruencias y diferencias en sus perspectivas. Las 
encuestas representativas a nivel nacional a menudo no han desarrollado 
preguntas sobre capital social y cultural. Y con muestras cuyo tamaño 
raramente supera las 10.000 personas, a menudo hay limitaciones para 
examinar casos excepcionales y “microclases”.
Hay
 un interés creciente en usar los registros de impuestos para examinar 
la desigualdad económica. Con éstos no hay necesidad de tomar muestras, y
 los análisis de rentas y ocupaciones pueden hacerse sobre toda la 
población. Tales datos no dan información sobre capital social y 
cultural, pero ellos quizás puedan ser combinados con datos 
geodemográficos, recogidos por investigadores de mercados en zonas 
locales. Esto provee una información amplia sobre consumo y gasto. De 
forma similar, Google, Facebook, Amazon y otros manejan un vasto tesoro 
de datos sobre comunicación, conexiones, consumo, nivel de salud, etc. 
Como
 un primer paso, desarrollar trabajos interdisciplinares ofrece grandes 
posibilidades. Involucrar a economistas, antropólogos y politólogos 
junto a los sociólogos es la manera más probable de hacer que las 
mezquinas disputas internas parezcan discusiones de parroquia. Los 
científicos sociales han sido más lentos que sus colegas de ciencias 
naturales en salir de las identidades de cada disciplina para formar 
equipos interdisciplinares que trabajen problemas comunes. 
El estudio de 
nuestras sociedades desgarradas por la desigualdad sólo puede ser 
afrontado si los académicos y los políticos de todos los campos ponen en
 común sus habilidades. 
Notas:
[1] Savage, M. et al. Sociology 47, 219–250 (2013). http://soc.sagepub.com/content/47/2/219 
[2] Tyler, I. Revolting Subjects: Social Abjection and Resistance in Neoliberal Britain (Zed Books, 2013)
[3] Goldthorpe, J. H., Llewellyn, C., & Payne, C. Social Mobility and Class Structure in Modern Britain (Clarendon, 1980)
[4] Rose, D. & Harrison, E. (eds) Social Class in Europe: An Introduction to the European Socio-economic Classification (Routledge, 2010)
[6] Erikson, R. & Goldthorpe, J. H. The Constant Flux: A Study of Class Mobility in Industrial Societies (Clarendon Press, 1992).
[7] Véase, por ejemplo, Maloutas, T. South Eur. Soc. Polit. 12, 443–460 (2007). http://www.tandfonline.com/doi/abs/10.1080/13608740701731382 
[8] Weeden, K. A. & Grusky, D. B. Am. J. Sociol. 117, 1723–1785 (2012). http://www.journals.uchicago.edu/doi/10.1086/665035 
[9] Prieur, A. & Savage, M. Eur. Soc. 15, 246–267 (2013). http://www.tandfonline.com/doi/abs/10.1080/14616696.2012.748930 
[11] Milanovic, B. Global Inequality: A New Approach for the Age of Globalization (Harvard Univ. Press, 2016).
Mike Savage 
    es profesor de la London School of Economics.  
Fuente: Nature nº537, 475-479 (22 de septiembre 2016)
Traducción: Julio Martínez-Cava
No hay comentarios:
Publicar un comentario