 
 Al aceptar un falso yugo geoestratégico y sin entender el nuevo desorden global, se ha entregado el pueblo sirio a un dictador asesino, a la Rusia de Putin, al Irán de los ayatolás, al Estado Islámico y a las teocracias del Golfo - 21 de Diciembre de 2016 - Santiago Alba Rico
http://ctxt.es/es/20161214/Firmas/10137/santiago-alba-rico-alepo-eeuu-israel-Putin-geopolitica.htm
Para matar a gran escala, lo sabemos, 
hay que mentir y además insultar y despreciar a las víctimas. Eso es lo 
que hizo EEUU en Iraq o lo que ha hecho siempre Israel en Palestina. 
Toda la izquierda compartió en 2003 esta denuncia al lado de la gente 
normal y decente; y se indignó y se condolió al lado de la gente normal y
 decente tras los bombardeos de Bagdad o de Gaza. Pues bien, ocurre que 
eso que tanto nos duele y enrabieta cuando son EEUU o Israel los 
verdugos se ha convertido en la rutina mental de la izquierda en su 
relación con Siria. Hemos aceptado mentir a gran escala para que el 
régimen de Asad y sus aliados ocupantes --Rusia, Irán y Hezbollah-- 
maten a gran escala; y al hacerlo no sólo hemos abandonado y despreciado
 a las víctimas, sino que nos hemos separado de la gente normal y 
decente. Una buena parte de la izquierda mundial se ha situado, en 
efecto, al margen de la ética y al lado de los dictadores y de los 
muchos imperialismos que doblegan la zona. En una Europa en la que crece
 el neofascismo –y el terrorismo islamista-- a velocidad acelerada, este
 nuevo error, sumado a tantos otros, nos puede costar muy caro.
Para permitir a Asad matar a gran escala ha hecho falta 
mentir mucho: ha hecho falta negar que el régimen sirio fuera 
dictatorial y afirmar, aún más, que es antiimperialista, socialista y 
humanista; ha hecho falta negar que hubo una revolución democrática muy 
transversal, no sectaria, en la que participaban millones de sirios, 
muchos de ellos de izquierdas, que no se reconocían en una dirección o 
un partido (una especie de 15M gigantesco cristalizado en Consejos y 
Coordinadoras Locales); ha hecho falta negar la represión brutal de las 
manifestaciones, las detenciones, las torturas, las desapariciones; ha 
hecho falta negar la legitimidad del Ejército Libre Sirio; ha hecho 
falta negar los bombardeos con barriles de dinamita y el uso de armas 
químicas por parte del régimen; ha hecho falta negar o justificar los 
bombardeos masivos de la Rusia de Putin; ha hecho falta negar la 
tolerancia de todos (Asad, Rusia, Irán, EEUU, Arabia Saudí, Turquía) 
hacia el crecimiento del ISIS; ha hecho falta negar la ocupación iraní 
de Siria; ha hecho falta negar el imperialismo ruso y su excelente 
relación con Israel; ha hecho falta negar la indiferencia errática de 
EEUU, que sólo ha intervenido para dejar el paso libre al mismo tiempo 
al régimen sirio y a Arabia Saudí; ha hecho falta negar el embargo de 
armas, que ha dejado la rebelión en manos de los sectores más radicales,
 tan contrarrevolucionarios como el propio régimen; ha hecho falta negar
 la existencia de manifestaciones simultáneas contra Asad y contra el 
ISIS (u otras milicias yihadistas) en pueblos y ciudades destruidos y 
asediados; ha hecho falta negar la ausencia del ISIS en Alepo, expulsado
 por el ELS en 2014; ha hecho falta negar el sufrimiento y terror de la 
población alepina bajo asedio; pero ha hecho falta –lo peor-- negar el 
heroísmo, el sacrificio, la voluntad de lucha de miles de jóvenes sirios
 que se parecen a nosotros y quieren lo mismo que nosotros; ha hecho 
falta –aún peor y peor-- despreciarlos, calumniarlos, insultarlos, 
convertirlos en terroristas, mercenarios o enemigos de la “libertad”. 
Nunca la izquierda, frente a una revolución popular, se ha comportado de
 un modo tan innoble: no sólo no se ha solidarizado con ella ni --una 
vez derrotada-- ha honrado a sus héroes y lamentado el desenlace, sino 
que les ha escupido en la cara y ha celebrado su muerte y su derrota. 
Coherentes con este negacionismo típicamente imperialista (o 
estalinista) se ha situado al lado de la extrema derecha europea y ha 
reprimido además las movilizaciones en nuestras ciudades, criminalizando
 para colmo a la izquierda sensata que, al lado de la gente normal y 
decente, ha denunciado los crímenes de Asad y sus aliados sin  dejar de 
denunciar asimismo los de Arabia Saudí, Turquía y EEUU ni –por 
supuesto-- el fascismo intolerable, en todo equivalente al del régimen, 
del ISIS o del Frente-al-Nusra. 
Para permitir a Asad matar a gran escala ha hecho falta mentir mucho: ha hecho falta negar que el régimen sirio fuera dictatorial y afirmar, aún más, que es antiimperialista, socialista y humanista
Como dice el comunista Yassin Al Haj Saleh, preso 16 años 
en las cárceles del régimen y uno de los más grandes intelectuales 
vivos, Siria revela el estado de la vieja izquierda y certifica su 
muerte. Cuando hace seis años estalló una revolución democrática mundial
 cuyo epicentro fue el “mundo árabe”, la izquierda no estaba preparada 
ni para protagonizarla ni para aprovecharla; ni siquiera para 
entenderla. Hoy, cuando las contrarrevoluciones victoriosas extienden 
las redivivas “dictaduras árabes” a EEUU y Europa, la izquierda ha 
quedado fuera de juego como resistencia y como alternativa. Incomodados o
 molestos, todos los actores abandonaron o combatieron a las fuerzas 
democráticas sirias y todos –gobiernos, organizaciones fascistas y 
partidos comunistas-- han acabado por coincidir en el relato del “mal 
menor” que condena a Siria a la dictadura eterna, a la región a la 
violencia sectaria y a Europa al terrorismo sin fin. Esta teoría del 
“mal menor” (¡mal menor el asesino de cientos de miles de sirios, 
bombardeados, torturados o desaparecidos!) ha sido la matriz histórica 
de esa “estabilidad” regional, opresora y mortal para los pueblos, que 
justificó durante la segunda mitad del siglo XX el apoyo occidental a 
todas las dictaduras de la zona. Tras una revolución malograda, ese 
modelo del siglo pasado vuelve ahora con ferocidad redoblada, embragado y
 lubricado por un sector de la izquierda que aplaude y se entusiasma con
 “la gran victoria” de Bachar Al Asad; un modelo hasta tal punto 
perteneciente al siglo pasado que se diría que algunos la viven –esa 
“gran victoria”-- como si, 25 años después y gracias a Putin, la URSS 
hubiera ganado finalmente la Guerra Fría. Una cosa es segura: los que la
 han perdido también esta vez, en Siria y en Europa, y en Rusia y en 
América Latina, son la democracia y la justicia, las únicas soluciones 
posibles frente a los autoritarismos, los imperialismos y los fascismos 
--yihadistas o pardoeuropeos--, hermanos trillizos que van ganando 
terreno sin resistencia, que se reclaman recíprocamente y que, por 
tanto, sólo podrán ser vencidos si se los combate al mismo tiempo. 
Cuando hace seis años estalló una revolución democrática mundial cuyo epicentro fue el “mundo árabe”, la izquierda no estaba preparada ni para protagonizarla ni para aprovecharla; ni siquiera para entenderla
¿Cómo definir esas “revoluciones árabes” que hoy mueren 
definitivamente en Alepo con la complicidad del yihadismo y la 
complacencia de la amplia alianza internacional, de derechas y de 
izquierdas, volcada contra Siria? Esas revoluciones fueron, sobre todo, 
una revuelta contra el yugo de la geopolítica que mantenía congeladas, 
como bajo el ámbar, las desigualdades y resistencias de la zona desde 
hacía al menos 70 años. En un mundo de relaciones de fuerza desiguales 
entre naciones-Estado, la geopolítica impone siempre límites a toda 
política emancipatoria de izquierdas. La geopolítica –es decir-- no es 
de izquierdas y, si hay que tomarla en cuenta para hacer mínimos 
progresos realistas frente a los imperialismos y en favor de la 
soberanía, no podemos llegar al punto de contradecir los principios 
elementales asociados al carácter universal de toda ética de la 
liberación: eso que antes se llamaba “internacionalismo”, cuyo impulso 
es necesario recuperar en una versión no-identitaria y democrática. El 
llamado “mundo árabe” (que es kurdo y amazigh y bereber y tubu, etc.) es
 el ejemplo más doloroso de una entera región, rehén de sus propias 
riquezas petroleras, sacrificado al interés común de potencias y 
subpotencias en liza: la así llamada “estabilidad”. Cuando los pueblos 
de la zona se rebelaron en 2011 contra este “equilibrio” monstruoso, sin
 pedir permiso a nadie y al margen de todos los intereses 
inter-nacionales, la geopolítica les cayó encima, como una camisa de 
fuerza, y la izquierda corrió, al lado de sus enemigos, a anudarle las 
mangas y apretarle los botones de hierro. 
En un contexto en el que la hegemonía de los EEUU se 
debilita, en el que otras potencias igualmente imperialistas se 
independizan de su hegemonía para imponer sus propias agendas y en el 
que el campismo de la 2ª mitad del siglo XX es sustituido por un 
avispero de intereses reaccionarios contrapuestos muy parecido al de la 
1ª Guerra Mundial –también porque no hay ahí ni una sola fuerza o 
proyecto anticapitalista o emancipador-- la izquierda, sin entender nada
 del “nuevo desorden global” ni de su musculatura reaccionaria, se ha 
precipitado a entregar el pueblo sirio, atado de pies y manos, a un 
dictador asesino, a la Rusia de Putin, al Irán de los ayatolás y, de 
paso, al Estado Islámico y a las teocracias suníes del Golfo. Es decir, a
 lo que muy justamente Pablo Bustinduy ha llamado “la geopolítica del 
desastre”. No lo hace ahora y en nombre del “mal menor” (¡Franco y 
Pinochet un mal menor!). Molesta y desbordada por esas intifadas 
populares que no entendía (salvo un puñado de “trotskistas” que eran 
“trotskistas” sólo porque sí las entendían y las apoyaban), la izquierda
 mundial reaccionó desde el principio de la misma manera que los 
gobiernos y la extrema derecha: apoyando a los dictadores. Para los 
imperialistas eso no ha supuesto jamás un problema (“nuestros hijos de 
puta”) pero sí debería plantear alguno a la gente que se dice “de 
izquierdas”, que han acabado por renunciar a comprender el mundo al 
tiempo que a sus principios éticos y políticos. Para abandonar a 
nuestros afines sobre el terreno, apoyar a sus verdugos y dejar matar a 
gran escala, decíamos, ha hecho falta deshacerse de la verdad y 
someterse a los mismos clichés culturalistas, racistas e islamófobos de 
la peor derecha europea.
Apostando por un esquema geopolítico superado que impide 
abordar el “nuevo desorden global”, la izquierda ha abandonado, en 
efecto, sus principios éticos a cambio de nada; o, mejor dicho, para 
favorecer así el regreso, en versión expandida y agudizada, de las 
dictaduras, los imperialismos y los yihadismos. Este gran éxito 
geoestratégico se ha alcanzado a costa de aceptar una triple 
contradicción, incompatible con la universalidad de la ética de la 
liberación y brutalmente occidental y orientalista. 
Aceptar este yugo geoestratégico –por lo demás ilusorio y 
mal fundamentado-- supone, en primer lugar, declarar sin vergüenza que 
un madrileño tiene derecho a combatir una monarquía insuficientemente 
democrática y un bipartidismo corrupto y a desear, sin arriesgar la 
vida, más democracia y más justicia social para su país mientras que un 
sirio debe en cambio soportar una dictadura que lo encarcela, lo tortura
 y lo asesina y renunciar a todo atisbo de democracia y de justicia 
social. 
Aceptar este falso yugo geoestratégico supone, en segundo 
lugar, declarar también que es mucho más grave que encarcelen a Andrés 
Bódalo en España que a Yassin Al Haj Saleh o a Salama Keile o a Samira 
Khalil, todos comunistas, en Siria; o que es mucho más grave la 
detención de unos titiriteros o el procesamiento de un concejal en 
Madrid que el asedio por hambre y el bombardeo de un entero país.
Aceptar este falso yugo geoestratégico supone, finalmente,
 reclamar con toda naturalidad el derecho de los españoles (o los 
latinoamericanos) a decidir si y cuándo y de qué manera pueden rebelarse
 los “árabes” contra sus dictadores. Los sirios, al parecer, deben hacer
 lo que les indique desde fuera una izquierda que se ha revelado 
impotente, inútil y ciega en sus propios países. Eso implica, además, 
vivir como una amenaza, y no como una esperanza, la voluntad democrática
 y las luchas sociales de los otros pueblos: los que luchan en 
condiciones más difíciles por lo mismo que nosotros se convierten no en 
compañeros sino en enemigos, no en valientes afines con los que hay que 
solidarizarse sino en criminales “terroristas”, ese término que tan 
justamente denunciamos o relativizamos cuando lo utilizan nuestros 
jueces o nuestros gobiernos “imperialistas”.
Una buena parte de la izquierda árabe, europea y 
latinoamericana –en resumen-- ha sacrificado el internacionalismo a un 
orden geoestratégico en el que los pueblos y sus luchas democráticas no 
tienen ya ningún amigo y en el que, fuera de juego y en claro retroceso,
 esa izquierda ha dejado avanzar sin resistencia, ahora en todo el 
mundo, los regímenes contra los que se alzaron los “árabes” en 2011. No 
hemos comprendido nada, no hemos ayudado nada, hemos entregado al 
enemigo todas las armas, incluso la conciencia. La democracia retrocede 
desde Siria en todo el planeta. Alepo es, sí, la tumba de los sueños de 
libertad de los sirios, pero también la tumba de la izquierda mundial. 
Justo cuando más la necesitamos. 
Autor
Santiago Alba Rico
Es filósofo y escritor. Nacido en 1960
 en Madrid, vive desde hace cerca de dos décadas en Túnez, donde ha 
desarrollado gran parte de su obra. El último de sus libros se titula Leer con niños.              
                                
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