«En España todavía hay un sustrato franquista, un franquismo sociológico, autoritario, considerable»
Álvaro Corazón Rural, 2 de diciembre de 2015 https://factinfop.blogspot.com.es/2015/12/el-engano-del-psoe-felipe-gonzalez-la.html
Tras más de cincuenta años de profesión a las espaldas, José García Abad (Madrid, 1942) está celebrando el veinticuatro aniversario de la revista de la que es editor, El Siglo.
¿Por qué no el veinticinco? Porque aquí cada año que se sobrevive es
una fiesta, me dice. En papel, el éxito es existir. Y perderemos cuando
no esté. El Siglo fue la única publicación en España que informó sobre el caso Noos y los presuntos chanchullos de Urdangarin cuando
se produjeron. El resto de la prensa llegó después, cuando la causa
judicial no podía obviarse. Pero José García Abad siempre ha entendido
que la Casa Real es la primera perjudicada si hay ley del silencio.
Tarde o temprano todo se sabe, sentencia. Por eso sus libros sobre la
monarquía tampoco sentaron muy bien en palacio. Ahora, no aspira a ser
historiador con sus investigaciones sobre la corona y el PSOE, sus
materias favoritas, pero sí a servir a los historiadores.
En
tus libros sobre el Partido Socialista subrayas que, durante el
franquismo, si no se le conoce una actividad contra el régimen realmente
relevante fue porque la represión después de la guerra se ensañó
especialmente con sus miembros destacados y militantes, más que con los
comunistas, pero faltan las cifras. ¿De qué proporciones estamos
hablando?
Traté de cuantificar las
cifras, pero no llegué a ver ninguna estadística. Me basé en una
reflexión que me hacía la gente con la que fui hablando. Creo que es la
verdad, la represión se ensañó especialmente con los socialistas. Mi
padre lo era y hasta bastante después de muerto siguió viniendo a
visitarlo a casa una vez al mes un policía de la Brigada Político-Social
para ver si se movía, dónde había estado, qué había hecho e interrogar a
los vecinos sobre sus rutinas. Y eso que mi padre era un socialista
moderado, pero las pasó canutas. A mí me negaron una beca por ser mi
padre quien era.
De todas formas, que la
represión aplastara a los socialistas más que a nadie es comprensible
sencillamente porque los comunistas eran muy poquitos. Tuvieron un papel
importante en la guerra, en la medida en que la URSS ayudó a la
República, porque fueron gente ordenada que daba prioridad a lo que
había que dárselo, que era ganar la guerra y eran militantes
disciplinados con los que se podía contar, sobre todo por parte de Negrín.
Pero eran pocos, los socialistas eran los predominantes junto con los
anarquistas, lo que pasa es que estos no eran muy amigos de votar ni de
involucrarse en tareas de gobierno hasta que llegó la guerra.
Por aquel entonces, Felipe González está en Bruselas y señalas en tu libro Las mil caras de Felipe González que
le marca la situación de los emigrantes españoles, a los que califica
como «explotados, oprimidos, desamparados, odiados como seres
inferiores, como una raza maldita».
Eso lo dice en las cartas que
le enviaba a su novia de aquel entonces, con la que hablé. Creo que
Felipe tenía una especie de impronta cristiana.
También indicas que Alfonso Guerra le definía como «cristianorro».
Es que Felipe fue a Lovaina con
una beca que le dieron los obispos alemanes. Al principio él estaba en
una línea de democracia cristiana progresista, como la que representaba
su paisano Manuel Giménez Fernández o los
demócratacristianos italianos. De hecho, se casó por la Iglesia. Luego
se disculpó diciendo que el cura era progre y tal… lo típico que hacen
muchos progres, justificarse diciendo que van al altar por los padres de
ella y demás. Luego sí es verdad que el hombre dejó de creer, pero eso
deja una impronta, como digo. Él tenía compasión por los pobres. No
partía de una visión ideológica o teórica, como Alfonso Guerra.
El padre de Felipe tenía una
vaquería, rico no era, pero venía de una clase media acomodada. Alfonso,
por su parte, tenía diez hermanos y llegaron a tener que pedir por la
calle. Él que podría haber tenido una reacción política motivada por lo
mal que lo pasó su familia, fue, sin embargo, por lo intelectual. Es
algo que también se puede explicar. Pero el caso es que Felipe tuvo una
visión más pragmática y menos ideológica. Y tuvo la intuición de que,
una vez establecida la democracia, las siglas del PSOE tendrían un gran
atractivo, contra la idea general entonces de que la hegemonía de la
izquierda la tendría el Partido Comunista, tal como había ocurrido en
Italia.
En
el PSOE de aquellos tiempos abundaba la masonería, citas a Ana María
Ruiz-Tagle, compañera del despacho laboralista de Felipe, que te dice
que los masones eran una «estructura seudomafiosa ineficaz», que «no
hacían más que pasarse papelitos unos a otros» y que en las reuniones
«te los encontrabas con el babi puesto, cuando salías a la calle veías a
un policía y querías echarte en sus brazos».
Ruiz Tagle es una chica
estupenda, describe muy bien aquella época. Es verdad que una parte muy
importante de los socialistas de aquella época eran masones, empezando
por Rodolfo Llopis. Pero la masonería, no es que no me
la tome en serio, pero nunca le he dado demasiada importancia. Tenía su
interés y su morbo, sin embargo, su capacidad para cambiar Gobiernos la
pongo en duda. Y eso que Franco tuviera una brigada contra la masonería y
el comunismo lo veo desproporcionado. No creo que los masones tengan la
trascendencia que se les ha dado.
Ana María Ruiz-Tagle también admite que los jóvenes socialistas del momento se portaron muy mal con los compañeros del exilio.
Es verdad. Felipe y Guerra
cuando mejor conjuntados estuvieron fue para desmontar todo el tinglado
de Llopis y demás en el exilio. El grupo de los sevillanos no jugó del
todo limpio con ellos, con los ancianos del PSOE que eran los guardianes
de la marca. El resultado luego fue positivo para el partido, pero
excluyeron a mucha gente que había tenido una vida de compromiso y una
larga trayectoria política. Era cierto, no obstante, que el exiliado
estaba un poco fuera de la realidad, que tenía una visión de España
deformada por la nostalgia y por el propio exilio y con eso habría sido
muy difícil que el PSOE hubiera tenido el desarrollo que tuvo
posteriormente. González, tener, tenía razón, pero se portó fatal.
Señalas que, de hecho, Felipe no demonizó el régimen anterior con el fin de sumar a su proyecto a gente que hubiera colaborado con el franquismo.
Él jamás hablaba mal de Franco.
A mí me dijo en una ocasión que porque Franco meara, él no se iba a
aguantar sin mear. Felipe no ponía el énfasis de sus discursos en decir
que el dictador era un cabrón y un asesino. A diferencia de otra gente
del PSOE que tuvieron tuvo un papel importante en esta primera fase,
como Pablo Castellanos o Francisco Bustelo,
quienes habían tenido otro tipo de experiencias con el franquismo.
Tanto Felipe como Guerra, sobre todo este último, encontraron en Madrid
un territorio hostil. A Felipe el régimen le trató con mucho cuidado
pues estimaba que su pretendida «apertura» no tendría credibilidad si no
integraba al PSOE. Cuando Felipe llega a Madrid como «Isidoro», por
ejemplo, un día fueron a poner flores a la tumba de Pablo Iglesias y la policía que se lo impidió ya tenía orden de no tocarle.
Pablo
Castellanos te dice en el libro que uno de esos excolaboradores del
franquismo era, por ejemplo, Rodríguez Ibarra, que había organizado las
elecciones al tercio familiar al falangista Enrique Sánchez de León.
A Pablo Castellanos hay que
tomarle con precaución, pero él no me mentiría con una cosa así sabiendo
que la iba a publicar. Es más, a todos los que me hicieron
declaraciones les pasé los textos para que los corrigieran y matizaran y
esto se quedó así. Vamos, que es cierto.
El caso es que Arias Navarro contaba con el PSOE para prolongar el franquismo mutatis mutandis.
Con el llamado espíritu del 12
de febrero que impulsó Arias Navarro, la idea era admitir al PSOE, pero
hasta ahí; a su izquierda: nada. La palabra partido era impronunciable
todavía para ellos, eran asociaciones. Si Felipe, que era moderado,
aceptaba, suponía para ellos la consolidación del régimen después de
Franco. Sin el PSOE hubiese sido imposible, porque además estaba apoyado
por el alemán Willy Brandt, el francés Mitterrand o el sueco Olof Palme.
Era una socialdemocracia nada peligrosa. Sin él tampoco se podía
aspirar a entrar en el Mercado Común. Nunca habrían admitido a España
con los partidos fuera de la ley, pero quedaba la posibilidad de hacerlo
excluyendo al comunismo, como en Alemania.
Dentro del partido hubo una
pugna entre la visión de Felipe y la de otros compañeros que tenían unos
planteamientos más radicales de cara al régimen, como Castellanos,
Bustelo o Gómez Llorente. La idea de Felipe era la de
ir ganando espacios de libertad. Como abogado laboralista había
representado a despedidos o huelguistas y pensaba que sí se podía forzar
la legislación del régimen de forma lenta y pacífica.
Un ala del partido se oponía a
esas ideas, pero al final el carisma de Felipe y su discurso se
impusieron. De hecho, en la democracia Izquierda Socialista nunca ha
llegado a ser una fuerza de importancia dentro del PSOE. Felipe fue el
tipo de líder que logró que el partido apoyara su visión, unas ideas un
tanto difusas, pero que, con ese verbo que tenía, encandilaban a la
gente. Aunque luego miraras con atención lo que había dicho y no era
gran cosa.
Tras
analizar las memorias de todos los protagonistas, llegas a la
conclusión de que sus recuerdos o su memoria se orientan demasiado a
reforzar su ego.
Son insaciables y no admiten la
crítica, aunque alardeen de lo contrario. La única que suelen admitir,
ocurre con todos los presidentes de Gobierno que ha tenido este país, es
que no lo saben explicar. Solo admiten una crítica por un problema de
comunicación. Somos tan buenos, pero no lo hemos sabido explicar, no
hemos sido capaces de que la gente lo vea.
Guerra, por ejemplo, en sus
memorias da una visión romántica de la librería donde se reunían, donde
había una tertulia en la que se arreglaba España hasta altas horas de la
noche. Eso es hacer teatro. Por eso luego despotricaba mucho contra
Madrid, pero lo que le pasaba es que nunca le gustó la capital porque
ahí su teatro no funcionaba. En Sevilla tenía su corte, un núcleo que no
participó en actividades antifranquistas. Lo más que hicieron fue un
abucheo a Fraga en la universidad, un suceso que Guerra cuenta en sus memorias como si fuese el asalto al Palacio de Invierno.
Y luego hay detalles
significativos, como que en el homenaje a Pablo Iglesias en el que
Felipe tuvo que pedir a la policía que por favor le detuviera también a
él, Guerra ni siquiera hizo acto de presencia. Dijo que se había perdido
en Moratalaz y no llegó.
Semprún lo ridiculiza especialmente.
En su libro en el que relata sus experiencias como ministro de Cultura critica esa especie de impostura intelectual de Alfonso Guerra, que nunca había comido caliente en el terreno cultural, que no era un lector de solapillas, pero trataba de sacar partido intelectual a un bagaje bastante inconsistente, desde el punto de vista de Semprún. Todo eso le cabreaba y lo ridiculiza en esas páginas, esa actitud de falso intelectual que presumía de hacer el amor escuchando a Mahler. Además, si algo no podía ni ver era esa actitud de Guerra en los consejos de ministros, que llegaba antes y se sentaba apartado de los demás para que se le acercasen y le comentaran confidencias, en algunos casos poniéndose de rodillas, para que les impartiera doctrina. Y luego decía que él estaba solo de oyente, que no se implicaba en las labores de gobierno, sobre todo en las más desagradables.
En su libro en el que relata sus experiencias como ministro de Cultura critica esa especie de impostura intelectual de Alfonso Guerra, que nunca había comido caliente en el terreno cultural, que no era un lector de solapillas, pero trataba de sacar partido intelectual a un bagaje bastante inconsistente, desde el punto de vista de Semprún. Todo eso le cabreaba y lo ridiculiza en esas páginas, esa actitud de falso intelectual que presumía de hacer el amor escuchando a Mahler. Además, si algo no podía ni ver era esa actitud de Guerra en los consejos de ministros, que llegaba antes y se sentaba apartado de los demás para que se le acercasen y le comentaran confidencias, en algunos casos poniéndose de rodillas, para que les impartiera doctrina. Y luego decía que él estaba solo de oyente, que no se implicaba en las labores de gobierno, sobre todo en las más desagradables.
Y
a Semprún tú le reprochas que en sus vastas memorias critique tanto las
purgas del Partido Comunista y se le olvide relatar en las que él tomó
parte.
Hay olvidos muy significativos y
es una pena. Si has estado en campos de concentración, en la
clandestinidad casi toda tu vida, haz una autocrítica explicando que
también has cometido errores. Ese reconocimiento te dará más
credibilidad, no te quita méritos. Al contrario. Resulta más atractivo
alguien con méritos que reconozca que en un momento dado estuvo
abducido, que no veía nada más que lo que quería ver, que las posiciones
estaban muy polarizadas. Se puede entender perfectamente que el
ambiente de una época determinada te condicione.
El
caso es que Felipe González con sus posiciones moderadas también sedujo
a gran parte del exilio, que venía, detallas, «de vivir historias
truculentas».
La gente del exilio quería
buscar la reconciliación. Estaba por la visión de Felipe de tratar de
evitar por todos los medios otra guerra civil. Eso ha contado mucho en
España y sigue contando. Una guerra civil es incomparable con ninguna
otra, ni siquiera la Mundial. Te deja una huella tremenda. Los que la
habían vivido iban con mucho cuidado. En razón de esto Felipe estaba
obsesionado con el orden público, tenía pánico a que se reprodujeran las
violencias de la II República, donde esta serie de problemas dieron un
pretexto a los militares.
Esas lecciones aprendidas del pasado son recurrentes. En tu último libro, Cataluña, diez horas de independencia,
explicas que la II República, a su vez, nunca barajó la posibilidad de
establecer un Estado federal por la experiencia de la guerra cantonal de
la I República.
Creo que la historia no se
repite, pero sí se alimentan los mitos. Hay un proceso de acumulación de
mitos, digamos. En la II República, la declaración de independencia de Companys del
6 de octubre de 1934 habla de la República Catalana dentro de la
República Federal Española, que no existía. Él lo deja ahí como
diciendo: no queremos romper del todo. Hay un catalanismo, pero también
un vértigo a la ruptura. También queda claro esto en el 31, cuando Macià proclama
la independencia de Cataluña dentro de una confederación de pueblos
ibéricos. Siempre había un «dentro de». Pero claro, le fueron a ver tres
ministros de la República, Marcelino Domingo, Fernández de los Ríos, Nicolau d´Olwer,
dos catalanes y un andaluz, y le dicen que van a inaugurar un nuevo
régimen en el que Cataluña iba a tener un encaje muy diferente al que
tenía en la Corona, que por favor no les hiciera esa faena. Entonces
Macià aceptó cambiar la independencia por la autonomía y la República
asume el compromiso del Estatuto. He mirado en el archivo de las Cortes
los debates sobre el Estatuto, sobre todo el cara a cara de Ortega y Gasset frente a Azaña, y los argumentos tienen una actualidad tremenda.
No faltan analogías con la situación actual.
Para empezar, decía Companys
que al ganar las derechas se produce un proceso recentralizador. Igual
que se ha dicho ahora. El Tribunal de Garantías Constitucionales de la
República anuló una ley aprobada casi por unanimidad en el Parlamento
catalán, la ley de cultivos. Ahora, lo que más ha alimentado las
pasiones es que el Constitucional cepillara, como dijo Guerra, el
Estatuto.
Hay coincidencias interesantes y
también diferencias abismales. La España actual no es la del 34. Ya no
hay tanta pobreza, hay un estado del bienestar, o del medioestar.
Entonces Lerroux puso al Ejército a cañonear la
Generalitat. Hoy el Ejército es distinto. Resultaría inconcebible algo
así en la actualidad. Aunque este es un tema sensible para el Ejército y
se le está sometiendo a una tensión tremenda. Por mandato
constitucional le corresponde mantener la unidad de España. Puede haber
un general que diga que esto no se está cumpliendo. Ya sabemos eso de
que España antes roja que rota. Aunque el Ejército se ha civilizado
mucho, valga la paradoja.
El caso es que Companys tampoco era independentista, como Mas.
Reaccionó ante el ala más radical de su partido, de Esquerra
Republicana, que tenía una milicia parafascista uniformada y armada
denominada Estat Catalá, mandada por Josep Dencás que
quería la independencia pura y dura y la Revolución. Companys tuvo que
defenderse de que le acusaran de tibieza. Nada más salir del balcón de
la Generalitat desde donde había declarado la independencia dijo a un
correligionario : «A ver si ahora decís que no soy catalanista». Ahí
tiene con Mas cierta similitud psicológica. Aunque Companys, cuando el
fiscal del Tribunal de Garantías Constitucionales pidió para él y para
los consellers veinte años de cárcel, se enzarzó con él y le
dijo: «Usted quiere humillarme al no pedir par a mí la pena de muerte».
Mas con las consecuencias legales de su referéndum dijo que no tenía
madera de héroe ni de mártir. Franco le dio a Companys categoría
histórica al fusilarle. Y, lo que son las cosas, a Artur Mas le llaman a
declarar ante el juzgado justo el día en que fusilaron a Companys.
Dices
que Companys prefiere rendirse ante el Ejército español que ante la
revolución social que se estaba gestando en las calles de Barcelona. Eso
recuerda a cuando Mas tuvo que entrar en helicóptero al Parlament e
inmediatamente puso en marcha la maquinaria independentista. Unos dicen
que para que no le pasase por encima, otros que para diluir las demandas
sociales en el caldo nacionalista.
Exactamente. Lo que a la
burguesía catalana más le aterraba era el anarquismo. Esos días había en
toda España un intento de huelga general, que solo funcionó en
Asturias, pero en Barcelona los sindicatos, particularmente la CNT,
controlaban la calle. Además, había socialistas por ahí, trotskistas,
los de Estat Catalá paseando con escopetas. Todo esto en realidad les
asustaba más que el Ejército. No obstante, antes en estas
reivindicaciones había un anclaje con España, aunque fuese de forma
flácida. Ahora se pide la ruptura total. Esa es la gran diferencia.
Lo que me sorprende es que el
catalanismo elude como mito la proclamación de Companys en 1934 y
prefieren irse a 1714, cuando hay un enfrentamiento entre dos monarquías
absolutistas. Un anclaje en una rebelión de algunos catalanes de
entonces para buscar un precedente que está absolutamente fuera de
lugar. No tiene mucho contenido, no es más que una guerra de sucesión.
Pero aunque las situaciones cambian, los mitos permanecen. Engordan. Y
al final tienen una fuerza tremenda en los imaginarios y los discursos
de las distintas formaciones políticas. De modo que es inevitable que
haya reacciones derivadas de la historia, como la de Felipe que
mencionas o la de los que trajeron la República en el 31, porque la
historia enseña; es evidente que los grandes conflictos enseñan.
Y así se llega a que en los mítines del PSOE de los setenta estuvieran proscritas las banderas republicanas.
En el primer congreso del PSOE
en el interior, cuando todavía no estaba legalizado, solo tolerado,
recuerdo a Alfonso Guerra con su equipo de vigilancia detrás de que no
apareciera ni una sola bandera republicana. Pero fíjate, ahora en las
manifestaciones cada vez se ven más. La represión siempre termina
teniendo un efecto contrario al que se pretende.
Hay
un congreso del PSOE en el que el líder socialista portugués Mario
Soares le recomienda a Felipe que no se preocupe por las resoluciones,
«que los papeles no sirven para nada».
Esto me recuerda a lo que decía Lenin.
En un congreso del Partido Bolchevique estaba todo el mundo loco por
los pasillos peleándose por las resoluciones, y dijo: «Discutid las
resoluciones y dejadme a mí la nota de prensa». Guerra y Felipe, cuando
tomaron casi al asalto el PSOE, es lo primero de lo que se apropiaron,
de la secretaría de prensa. Ahí fueron muy listos. Conclusiones y
ponencias, las que quieras, pero lo que importa es cómo se cuenta esto.
Ahí fueron leninistas. Hay que tener en cuenta que se dieron cuenta muy
pronto de que con esa mochila no iban a conseguir el poder. Se cargaron
todo lo que veían tópico e impracticable y ampliaron el campo en el
terreno ideológico. En esos congresos se llegó a aprobar el derecho de
autodeterminación para las nacionalidades españolas. Felipe decía: «Con
esto no voy a ninguna parte». Luego renunciaron al marxismo y todo lo
demás. Y fue determinante cuando Suárez le ganó la
segundas elecciones apelando a su radicalismo, diciendo que eran un
partido sin Dios ni patria, y Felipe se revolvió y dijo: «A mí no me
vuelven a ganar con mi programa».
Mencionas
unas palabras de Heribert Barrera, líder de ERC en la Transición,
durante la ponencia constitucional: «Pretender que España sea monárquica
por agradecimiento me parece propio de una mentalidad arcaizante, me
recuerda a las leyendas medievales del caballero que salvaba a la
doncella del dragón y en recompensa obtenía su mano y su dote». Parece
lúcido.
Es muy lúcido. Absolutamente.
El núcleo central de franquismo no era la Falange, era el
nacionalcatolicismo, con la Asociación de Propagandistas y después con
el Opus Dei. Los falangistas cantaban aquello de que no querían «reyes
idiotas» y proclamaban el Estado sindical, una república fascista, pero
con ese toque «sindical», lo social siempre está presente en toda
ultraderecha. Sin embargo, el resto de los franquistas decían que no,
que continuase como fuera el régimen del 18 de julio, con un rey elegido
por Franco y que le debía todo a Franco que, obviamente, continuaría
todo lo andando por Franco. El matiz es que el rey se dio cuenta de que
Franco se había muerto y de que por ese camino iba a durar cuatro días.
Tonto no era. Y creo que reaccionó más por él y la monarquía que por
convicciones firmes. De todas formas, su obligación era mantener la
institución que representa.
En tu otro libro, La soledad del rey, la historia que relatas del pequeño timo que le mete el rey al sah de Persia en estas fechas es, cuando menos, curiosa.
Suárez en un viaje a Irán había visto que el sah tenía esculturas de oro macizo. Al contárselo a Juan Carlos cuando
regresó, al rey se le ocurrió escribirle una carta al sah pidiéndole
mil millones de pesetas, unos diez millones de dólares, para poder hacer
frente a la amenaza del PSOE, que como hemos visto de radical no tenía
gran cosa. El jefe de gabinete del sah les hizo notar que fuesen más
discretos, pero sí que se lo envía y ese dinero se lo embolsa don Juan
Carlos. Una pequeña muestra de picaresca real. Esta actitud yo la
comparo con Lo que el viento se llevó, cuando Scarlett O´Hara
dice eso de «Juro por Dios que nunca volveré a pasar hambre». Juan
Carlos lo había pasado mal en el exilio y en cuanto pudo se puso a
acumular dinero como un poseso.
Ya en la propia boda de Juan
Carlos, que era Juan pero Franco decidió que se llamase Juan Carlos para
que fuese primero, los banqueros pasaron la gorrilla para un regalo del
orden de cien millones de pesetas de la época, en plan como dicen ahora
los hijos: no me compres un regalo, dame el dinero. [Risas]
Manuel Prado y Colón de Carvajal,
administrador privado del rey, se ocupó de pasar la gorrilla
especialmente en el mundo árabe. Enviaba cartas pidiendo dinero en
nombre del rey. Luego el jefe de la Casa, Sabino Fernández Campo,
recibía cartas respondiendo a misivas de Juan Carlos que no habían
pasado por sus manos. Cuando le preguntaba al monarca, este decía: «No
te preocupes, son cosas de Manolo».
Consiguió un crédito sin
intereses del rey de Arabia a devolver en diez años, pero lo invirtió
tan mal que no pudo devolverlo y al final se lo perdonaron. Más grave
fue lo de Kio. Cuando Husein fue desalojado del emirato, el Gobierno de Kuwait acusó ante los tribunales a Javier de la Rosa,
representante del instituto de inversión kuwaití, de haberse quedado
con millones de dólares que no tenían justificación. Javier de la Rosa
se defendió asegurando que había entregado más de cien millones de
dólares al rey de España a través de su administrador Manuel Prado con
el fin de apoyar la causa de la monarquía kuwaití en el exilio tras la
invasión del emirato por Sadam Husein.
Prado aseguró que los cien millones los recibió en labores de asesoramiento, para estudios y proyectos [risas].
De la Rosa y Colón de Carvajal fueron condenados, pero el juez no pudo
investigar si el dinero había llegado a don Juan Carlos pues el rey,
según la Constitución, es irresponsable. No puede ser juzgado. Lo cierto
es que, después de estos hechos, Manuel Prado siguió contando con la
amistad del monarca.
En tu libro sobre el expresidente Adolfo Suárez, Una tragedia griega,
presentas a un político que viene del franquismo pero que,
paradójicamente, al contrario que Felipe, hacia lo que se escora,
peligrosamente para él, es hacia la izquierda.
Suárez a la banca la llama «la
madrastra». Y era recíproco, el poder económico desconfiaba de él porque
lo consideraba imprevisible, que es lo peor que te pueden considerar
los empresarios. Ahora, por ejemplo, están encantados con Rajoy porque,
si algo es, es previsible. La incertidumbre los pone muy nerviosos a
los empresarios. De hecho, la CEOE se dejó mucho dinero intentando
cargarse a Suárez. La nacionalización de la banca, ningún partido de
izquierdas se hubiera atrevido a llevarla a cabo, pero Suárez estuvo
mucho tiempo dándole vueltas. Él tenía cierto síndrome de que, como
había sido secretario general del Movimiento, temía que se le
considerase un derechista, quería hacer notar que él en realidad era
progre y que le hubiera gustado ser Felipe González, con el que tenía
cierto complejo.
Cuando se constituyó el
Congreso, Suárez pidió estar en el ala izquierda y le tuvieron que decir
que ni hablar. Tenía un síndrome de cierto izquierdismo cristiano pero
muy radical frente a los grandes poderes. Entre otras cosas porque era
de una familia muy humilde y su padre tuvo problemas con el franquismo,
había sido un republicano de Sánchez Albornoz, un
republicano ilustrado, y su familia pasó penurias tremendas. Suárez fue
maletero en una estación, vendió neveras, se tuvo que buscar la vida y
hacer la carrera por libre. Este tipo de condicionamiento de clase creo
que fue muy importante y jugó un papel en su visión. Se consideraba un
chusquero de la política, todos sus compañeros tenían muchos libros y
doctorados, él solo hizo unas oposiciones pequeñas y le despreciaban.
Ahora es un icono de la democracia.
Al final se ha terminado
reivindicando su figura, pero muy tarde, tengo que presumir de que yo
escribí este libro cuando todavía no se había desatado esta pasión
tardía por Suárez. Creo que fue un presidente capaz de salvarte cuando
estás al borde del precipicio, pero en situación de normalidad,
gobernando el día a día, le patinaba el embrague. Para llevar el país a
una democracia normal, homologable, hacía falta valor, incluso valor
físico, y Suárez lo tuvo. La gente del entorno del rey, Fernández-Miranda, Fraga o Areilza,
todavía esperaba una transformación paulatina del régimen. Una
Constitución nueva, con todos los partidos políticos, eso Suárez lo hizo
a contrapelo, a veces del propio rey, que siempre le decía: «Oye, a ver
si nos equivocamos y nos pasamos».
Carrillo me dijo una vez: «Con lo que el rey me ha dicho a mí de Suárez, qué no le habrá dicho a Miláns del Bosch».
Con los militares lo ponía a parir. Fue muy imprudente ganándoselos con
frases en plan «si yo soy el primero que está con vosotros». Él
provocó, alimentó y cortó el golpe. Como en la historia lo que cuentan
son los hechos, pues ha quedado que lo abortó. Pero el papel fundamental
fue de Sabino, que fue quien llamó uno por uno a los militares, en el
orden que era preciso, para pararlo. Y mientras lo hacía, Juan Carlos le
decía: «Sabino, a ver si nos estamos equivocando». Dudaba qué hacer. Y
Suárez ya había avisado de que veía venir el peligro.
En su despacho tenía fotos de
todos los presidentes de España asesinados. Pensaba que se lo iban a
cargar. Pero no se anduvo con paños calientes, actuó con esa arrogancia
democrática, chulería, como cuando le dijo a Tejero: «¡Cuádrese
ante su presidente!». Un valor que tampoco le faltó ante el rey, porque
hay dos Suárez, el que es elegido por el monarca y el que es elegido
por los ciudadanos. Ese creo que fue su gran mérito, el valor. Porque
hasta su propia gente le consideraba un traidor. Cuando estaba en misa y
se daban la paz, los que estaban al lado se negaban a darle la mano.
Los golpistas, cuentas, utilizaron la infraestructura del Banco Santander y del Banco de Bilbao.
Quiso dejar muy claro que él no
era como la derecha del franquismo, que no iba a defender los intereses
de los poderosos, y tomó muchas medidas que iban en contra de la gran
banca española. Una vez, el padre de Botín fue a verle a
la Moncloa. Estuvieron sentados departiendo y de vez en cuando Suárez
tenía que excusarse para atender alguna llamada telefónica. En una de
estas salidas, Botín padre apoyó la pierna en la mesita. Al volver
Suárez y verle, le gritó: «¡Quite inmediatamente ese pie de mi mesa!».
Cuando luego su ayudante le explicó que el señor Botín padecía de gota,
contestó «ni gota ni pollas».
Cuentas
también que a Felipe González Gutiérrez Mellado le pidió después de
desarticular la Operación Galaxia que no abriera heridas sacando el tema
de la Guerra Civil.
En aquella época seguía
contando. Era un asunto tabú en cierta manera, algo muy delicado. Hay
que entender que la Constitución del 78 fue una especie de acuerdo de
paz, un abrazo de Vergara. Felipe fue muy consciente de eso. Se dijo,
vamos a lo nuestro, a modernizar este país y olvidemos esas diferencias
ideológicas que a nada conducen. No mentemos la bicha porque las
pasiones son tremendas. Y lo siguen siendo, mira lo que pasó cuando Zapatero habló de la memoria histórica y ahí sigue la gente en las cunetas. Es muy fuerte.
A
Felipe se le pasó por delante el 50 aniversario del inicio de la guerra
y el 50 del final y en ninguna de las dos oportunidades hizo
absolutamente nada.
Durante este periodo yo fui a la Moncloa habitualmente junto a María Antonia Iglesias, Enric Sopena y José Luis Martínez a departir con el presidente de lo divino y lo humano. En cierta manera, a Felipe le interesaba saber a través de nosotros cómo estaba la situación, pero la verdad es que luego no dejaba hablar a nadie [risas]. Y como dijeras algo que le molestara un poco se acababa la conversación. Pues en esas charletas, admitía que había que hacer algo con la Guerra Civil. Concretamente, reconocía dos tareas pendientes. Una, poner las cosas en claro sobre la rebelión de Franco y homenajear a las víctimas de la guerra y la dictadura. Y otra, la Iglesia. Dejar clara su complicidad con el franquismo, ajustarle las cuentas y avanzar hacia un Estado laico de verdad. Decía que ambas cosas las tenía pendientes.
Durante este periodo yo fui a la Moncloa habitualmente junto a María Antonia Iglesias, Enric Sopena y José Luis Martínez a departir con el presidente de lo divino y lo humano. En cierta manera, a Felipe le interesaba saber a través de nosotros cómo estaba la situación, pero la verdad es que luego no dejaba hablar a nadie [risas]. Y como dijeras algo que le molestara un poco se acababa la conversación. Pues en esas charletas, admitía que había que hacer algo con la Guerra Civil. Concretamente, reconocía dos tareas pendientes. Una, poner las cosas en claro sobre la rebelión de Franco y homenajear a las víctimas de la guerra y la dictadura. Y otra, la Iglesia. Dejar clara su complicidad con el franquismo, ajustarle las cuentas y avanzar hacia un Estado laico de verdad. Decía que ambas cosas las tenía pendientes.
Pero gobernó sin pisar ningún callo.
Porque tenía la simpatía de
mucha gente de derechas. Le encantaba recibir a empresarios y salían de
su despacho felices, pensando que era uno de los suyos. Era un
encantador de serpientes, como se dice, con ansiedad de apoyo universal.
A la izquierda, al centro y a la derecha. Quería ser el gran patriota
que sacaba el país adelante.
Me suena a Podemos.
En cierta manera sí, es eso.
Podemos habla de un proceso de regeneración en el que entra la derecha y
la izquierda, porque no somos ni una cosa ni otra, algo que por cierto
también decía José Antonio Primo de Rivera, y que te lleva al populismo a una velocidad… También lo pretende Marine Le Pen una vez que ha echado a su padre del partido. Lo cierto es que Pablo Iglesias me
parece un tipo inteligente, se da cuenta de que con su programa básico
nunca llegará y va a buscar todo lo que puede ser aceptado de entrada,
esto es, todo el mundo está en contra de la corrupción, todos queremos
un sistema electoral más democrático, a nadie le gustan los vicios en
los que han caído los partidos que parecen asociaciones de auxilio
mutuo. Pero ha sido dar ese paso y empezar a tener contradicciones
internas fuertes. La gente que se movilizó en Sol, los del «no nos
representan», creen que para esos planteamientos no han hecho la guerra,
que se están convirtiendo en algo como los demás. Lo están reflejando
las encuestas, aunque tampoco era muy normal que hubiera tanta gente de
extrema derecha dispuesta a votarles. Cuando uno trata de unificar o de
unir cosas difíciles de soldar siempre hay problemas, si te vistes de
una cosa que no es, la gente detecta la impostura.
Nada nuevo bajo el sol.
Hay pocas cosas nuevas, coño.
Desde la democracia que inventaron los griegos ha habido ya muchos
inventos. Eso de descubrir la fórmula de que todo el pueblo unido se
ponga en una misma tarea, pues no es tan fácil.
Esos
empresarios que iban a ver a González… pasado el tiempo han cambiado
los presidentes, pero siguen siendo los mismos empresarios los que van a
Moncloa.
El poder económico es un
bloque, los cabezas de las grandes empresas, la plutocracia, son los
mismos. Ha habido pequeñas bajas y casi siempre es la muerte la causa de
sucesión en las empresas. Entre otras cosas, porque no dimite ni dios.
La cantidad de gente por encima de setenta años es altísima. Botín en su
día, Villar Mir que debe tener noventa… Las empresas
españolas son monarquías absolutas. El presidente busca a los consejeros
con el único fin de perpetuarse fácilmente. En una empresa se puede
exigir cierta unidad de gestión, pero es necesario que el consejo de
administración exija cierto control. Esto es una asignatura pendiente de
nuestro mundo empresarial.
¿Y en la prensa?
La autocensura. La hay en el
interior de cada medio porque tienen sus personajes intocables, asuntos
que más vale no tocar. Desde el 78, periodista que llegaba a una
empresa, si quería salvar su promoción, lo primero que tenía que saber
eran los códigos de la empresa. Qué personas eran intocables y de qué
temas no se podía hablar o no se podía abordarlos por los intereses
económicos de su grupo. Además, desde un consenso de que perro no come
perro y de que más vale no criticar a la competencia porque todos tenían
algo que ocultar. Por todo esto, uno de los factores para la
consolidación democrática, como es la prensa libre, ha cojeado.
En Las mil caras de Felipe González destaca
la extensa entrevista que le hiciste a Barrionuevo sobre el GAL, en las
contradicciones que pone de manifiesto están todas las claves.
Se quejaba de que le pasó como
cuando Moisés abrió las aguas del mar Rojo y, nada más pasar él, se
cerraron. Hizo un papel, y me decía que nunca lo hubiera desempeñado sin
haberlo hablado con Felipe. Esto es evidente. Trató de salvarse
tirándole a los caballos y estaba muy jodido.
La guerra sucia contra ETA surgió en los estertores del franquismo para vengar el asesinato de Carrero, explicas.
Y la prensa nunca le dio
importancia. Incluso, cada vez que había un atentado de ETA la prensa
casi animaba a la guerra sucia. El ambiente era que había que acabar con
ellos antes de que ETA acabara con la democracia, porque ese peligro
existía.
Barrionuevo
dice que había muchos grupos terroristas cuando llega el PSOE al poder,
que los GAL eran solo unos más, pero desliza «y ocurría en Francia y en
algunos casos nos resolvía problemas».
Es verdad que luego Felipe
proclama aquello de que ellos acabaron con ello, pero lo mantuvieron
unos añitos. Pero lo fundamental de esta entrevista es que me reconocen
que Felipe no se enteraba por la prensa de estos asuntos.
Le insistes: «No se acaba con algo si no se tiene constancia de que ahí estaba» (en el Ministerio).
Belloch le
dijo a Felipe que podía salvarlo, pero que en el lance tenían que
perecer otros personajes. Y Felipe compró. Esta es la misma idea que
tenía al incorporar a Garzón a su candidatura. Pero ahí
se juntó la ambición frustrada de Garzón de luego no ser ministro con
que, como decía Guerra, tampoco le dieron un par de helicópteros para
que montara películas de acción como secretario de Estado contra la
droga. Siente que no tiene todo el protagonismo que González le había
prometido o, al menos, que Felipe no le presta atención. Pero Felipe ya
ni recibía a los ministros, para verle había que pedir audiencia poco
menos. Los nombraba porque tenía que hacerlo, pero ya iba completamente
por libre a esas alturas.
Garzón salió rebotado y al
volver a su despacho lo primero que sacó del cajón fue el caso GAL, lo
cual también es un poco fuerte. Cuando escribí este libro, Felipe, según
me dicen, se quedó sorprendido de que un amigo suyo entrara al detalle
en lo del GAL, especialmente eso le molestó mucho. A mí ahora también me
ha decepcionado un poco. Fue presidente del Gobierno con un partido de
izquierda y no veo bien que ahora solo se codee con millonarios. Al
final uno termina pensando como vive, como dicen. No digo que tenga que
pasarse todos los días con la UGT, pero sí le critico que debería tener
cierta responsabilidad por lo que representa. Pero a Felipe siempre le
gustó ese ambiente, el aroma de los ricos siempre le sedujo.
Años
después, tomó el poder Zapatero, otro que utilizó como ascensor en el
partido la secretaría de prensa, que estaba en manos de Rubalcaba.
Esto por un lado, por el otro
que, cuando se empezó a gestar aquello de la Nueva Vía, él le fue
filtrando a los periodistas que él era el líder del movimiento, cuando
no estaba decidido ni mucho menos. Tuvo dotes de seducción con los
periodistas. Se lo decía en plan confidencia: «no lo digáis, ¿eh?, pero
venga, va, soy yo». Gracias a eso consiguió luego postularse para
secretario general, porque logró que se publicase en la prensa que él
era la alternativa y al final de tanto decirse se convirtió en un hecho
consumado.
Esto
de Nueva Vía tampoco parecía muy sólido, primero que, cuando Blair
invade Irak, lo tuvieron que meter corriendo en un cajón. Y luego, en El hundimiento socialista escribes
que Jordi Sevilla le dijo a Jesús Caldera, cuando este buscaba una
doctrina con la que estructurar la corriente, «Eso no es lo prioritario
Jesús, las ideas vendrán luego, ya lo verás, hay gente en la universidad
muy lista, lo que hay es un vacío de poder de la hostia en el partido y
hay que decidir si lo queremos coger o no».
Me lo contó uno de los próximos
de Zapatero, que fue ministro, pero más no te puedo contar. Tiene
nombres y apellidos, pero me dijo que no los pusiera. Tenerlo, lo tengo
grabado. Y sí, de esto venía Zapatero. Algo muy típico, una especie de
pragmatismo al que ya directamente le dan igual las ideas. El poder por
el poder. Poner el carro antes que los bueyes. Primero a coger el poder y
luego a ver qué hacemos con él. Es una degeneración democrática
tremenda en la que incurren todos los partidos.
En el congreso en el que también se postuló Rosa Díez comentas
que tampoco ella iba muy sobrada de doctrina, que tras su intervención a
los compromisarios «lo único que les había quedado claro era que se
llevaba muy bien con su hijo».
Es verdad, me quedé asombrado.
Ella es lista y tiene mucho peligro, pero apareció con un discurso
rarito, de la juventud y tal, diciendo lo bien que se llevaba con su
hijo. Quizá quería dar a entender que no era mayor para tomar el relevo,
pero era una cosa tan flácida que daba vergüenza que se pudiera hacer
política con esos mensajes. Vergüenza ajena y vergüenza propia.
Te
quejas de que con Zapatero solo prosperan en el partido los fabricantes
de frases. Aquí, una antología: «Nadie tiene los planos del paraíso»,
«no hay que buscar una solución verdadera, las fronteras difusas
permiten un alto grado de contrabando de ideas», «no estar más al centro
o más a la izquierda sino más adelante, debemos reivindicar la fuerza
de la cultura frente a la cultura de la fuerza», «una cultura que saque a
las persona del vasallaje pero que no avasalle»…
Zapatero funcionó con estas
frases y con gestos espectaculares, como poner a una mujer embarazada
como ministra de Defensa o promocionar a Madina porque ETA le había herido. Recuerdo especialmente un día durante el debate de los Presupuestos. Resulta que Miguel de la Quadra-Salcedo tenía
un programa financiado por el BBVA en el que se premiaba a unos niños
con excursiones a lugares que tenían que ver con la historia de España.
Los del programa pidieron ver a Zapateo con los críos y les dieron un
viernes, cuando había Consejo de Ministros. La persona que los llevaba
pensaba que se habían debido de equivocar, pero fue hasta ahí y les
tenían montado un puesto con Coca-cola y Fanta. Cuando se estaba
discutiendo lo más gordo de los Presupuestos, Zapatero salió de la
reunión a hacerse un montón de fotos. Le dijeron: «Pero ¿cómo haces
esto?», y contestó: «No os preocupéis, esto ya no es lo que era, desde
que nos han puesto límite de gasto da igual y va un poco más o un poco
menos para cada cosa». Una frivolidad increíble. Y así se ha quedado el
partido.
Hablas de que ha entrado en una dinámica de entropía.
Es una ley que se aplica a la
economía pero que funciona en los partidos, la de rendimientos
decrecientes. Es decir, cuando sube el más mediocre, el que genera menos
resistencias o envidias, el que no es un peligro para muchos, el que es
capaz de pasar como un camaleón. Un triunfo de la mediocridad y el
cálculo mezquino. La gente con personalidad, la que puede enfrentarse a
una línea oficial, la que actúa de una forma coherente con sus ideas,
está considerada un peligro en los partidos. Se ha producido un
deterioro tremendo.
Zapatero era un dirigente,
digamos, limitado, pero con ambiciones mesiánicas. El tío no era ningún
genio, pero se movió bien en León, con mucha audacia y, sin embargo, en
lugar de aceptar sus limitaciones, pasó a pensar que era el mesías. Este
cóctel de insuficiencia y una opinión tan elevada de sí mismo siempre
lleva al desastre. Ocurrió como con Felipe González, que le daban igual
los ministros porque consideraba que él era el único personaje
relevante, pero aquí fue peor. Felipe con la ejecutiva de su partido
tenía unas trifulcas tremendas, mucha pasión, pero con Zapatero duraban
lo mínimo para guardar la compostura. No se apoyó ni en los órganos del
Gobierno ni en los del partido, sino en una camarilla de amiguetes, Javier de Paz, el hombre que hacía de enlace con los empresarios que querían algo, Miguel Barroso, Miguel Sebastián…
Prefería tener una camarilla de gente de adhesión inquebrantable,
aplauso y halago, antes que el Gobierno o el partido, por eso funcionaba
a veces a base de ocurrencias.
En
su programa de 2004 llevaba promesas serias de cambiar la estructura
económica de este país, como una reforma fiscal que nunca se llevó a
cabo.
Su Gobierno tuvo dos vertientes económicas, la de Solbes y
la de Sebastián, un liberal reconvertido del que Zapatero estaba
enamorado. Le fascinaba. Y era un tío brillante, pero también limitado.
Es profesor, pero no catedrático. Muy capaz, pero no un genio. Recuerdo
que formaba parte de un grupo de sabios que tenemos en El Nuevo Lunes para
comentar la actualidad, y cada vez que nos juntábamos Zapatero le
llamaba dos o tres veces. Tuvo una influencia enorme. Pero Sebastián no
era un hombre de gran compromiso político ni social. Llegó al PSOE por
cierto oportunismo. Le habían echado del BBVA por algunas críticas que
hizo al Gobierno del PP como director del servicio de estudios. Rato pidió
su cabeza y se la dieron. En su situación, le vino muy bien ligarse al
destino de Zapatero. Solbes, en cambio, estaba en las antípodas. Seguía
la línea liberal de Solchaga, pero era como un gran funcionario y tampoco quería grandes cambios en la política fiscal.
Ni siquiera Zapatero pareció
mostrar un gran interés. Cuando hizo el decreto de desgravación de los
cuatrocientos euros a todo el mundo, desde Botín hasta su jardinero, iba
contra todos los principios de la socialdemocracia. Volvemos a eso de
Felipe de tratar de lograr que todo el mundo te quiera, pero con otro
fundamento. Eso te da idea de su verdadera mentalidad. Tampoco tocó las
sicav, que son una cosa escandalosa, dio también el cheque bebé para
todos. Tenía una actitud como si no hubiera clases sociales, ni guerra
de clases. Efectivamente, en el terreno fiscal esto se manifestó
claramente.
Botín le dijo, revelas: «Tú eres el gran presidente que necesitábamos, ¿para qué quieres un ministro de Economía?».
Se lo dijo delante de mí. Fue
en una copa de Fin de Año en la Moncloa. Me confesó el propio Botín que
se lo había soltado. Así que esto lo cuento de primera mano. Se lo dijo a
Zapatero, pero antes le habría dicho algo similar a Aznar.
Pero
a lo que voy es a que Botín le acarició el lomo y luego su reforma
laboral fue la antesala de la actual, le metió un palo a la negociación
colectiva… no sé si tendrán relación ambas cosas…
Ese tipo de decisiones son las
que han machacado al partido. Cambiar la Constitución por la vía rápida
también. Por mucho miedo al rescate que se tuviera, una política tan
radical y antisocial debía estar precedida de una convocatoria de
elecciones. Eso era lo decente.
Al final de El hundimiento socialista hablas
con Barranco y te confiesa que las capas urbanas abandonaron al PSOE ya
en 1986, que se han convertido en un partido de implantación rural.
El PSOE todavía tiene el
problema de las grandes ciudades, donde se supone que un partido
progresista más apoyo tiene que tener, donde está la gente con más
formación y más sofisticada. Y ya hemos visto en Madrid los resultados
que han obtenido. En Andalucía todos los Ayuntamientos de las grandes
ciudades eran del PP hasta hace poco. El PSOE se ha salvado por un voto
que no voy a decir que sea rural, pero casi. Convertir un partido
progresista con vocación de Gobierno nacional en un partido rural, o en
un partido para Andalucía, tiene mucho mérito. Con eso no se va a ningún
lado. Encima se ve que, en las encuestas, los votos que pierde Podemos
se los está llevando Ciudadanos. Se decepcionan con la alternativa de
Pablo Iglesias, pero esos votos no vuelven a la casa del padre. Ya hay
encuestas que les dan como tercera fuerza.
¿Cómo ves a Pedro Sánchez?
Como el partido tiene tanta
necesidad de resucitar de entre los muertos creo que hay un gran
consenso entre los parroquianos. Sánchez da los mínimos para
recuperarse, ha conseguido el apoyo de la militancia y se ha ganado la
vida fuera del partido. Zapatero fuera del PSOE no ganó un solo euro en
toda su vida, una situación que te condiciona mucho. Por eso Pedro me
parece que tiene más condiciones, es menos frívolo, pero tengo mis dudas
sobre su consistencia. No existen aún razones objetivas para decir que
ha metido la pata, pero me parece zapateril eso de meter de número 6 en
las listas a la exmilitar Zaida Cantera. O lo de Irene Lozano. Me recuerda a Felipe con Garzón, para probar que han cambiado meten a la chica que les ha machacado.
Pero todo esto me lo explico
porque creo que Sánchez no ha podido elegir a su gente. El PSOE es un
partido muy complicado donde mandan los barones, él tiene un pequeño
margen y ha querido demostrar que mandaba más de lo que manda, aunque
fuesen medidas criticadas, pero como su autoridad está en entredicho…
Aunque aún no tengo elementos de juicio, no es como con Zapatero, que
antes de que llegase mi revista fue muy crítica con él por todos los
detalles que ya había dejado que indicaban que no era un líder sólido.
No puedo decir lo mismo de Sánchez ni ponerme a criticarlo porque sea
guapo [risas].
En 2005, el diputado balear Antoni Diéguez denuncia irregularidades de la empresa de Iñaki Urdangarin. Solo tu revista, El Siglo, siguió el caso y le disteis varias portadas.
Fuimos los primeros que lo
dimos y los únicos. Ahí se ve el consenso que había entre los medios a
la hora de informar sobre los asuntos reales. Cuando saqué la primera
portada del yernísimo, me llamó el propio Urdangarin y tuve con él una
conversación demencial. Me dijo que la gente no podía entender que él
pudiera organizarse su vida profesional al margen de que fuese parte de
la familia real. «Yo es que me voy a hacer republicano», me dijo. Yo le
contesté que si había algo que no fuese cierto, se rectificaba. Y
respondió: «Si es que no es eso, es el enfoque principal».
Luego hicieron que me llamase
un ministro del PSOE, suponiendo Urdangarin que yo era del PSOE, cosa
que no es cierta, estoy en una izquierda moderada pero nunca he tenido
ningún carné. El ministro me pidió si no se podía cambiar alguna cosa,
pero él mismo ya le había advertido a Urdangarin de que yo iba por libre
y que no se podía hacer idea de qué manera, que ya les había dado
bastantes disgustos a ellos.
Cuando explotó el tema judicialmente, ya salió en todos los medios. En la Sexta y en Telecinco entrevistaron aInmaculada Sánchez,
la directora de la revista, yo soy el editor, pero es una vergüenza que
los periodistas no hicieran su trabajo. Porque esto no es atacar al
jefe del Estado, es informar. Deberíamos hacer una petición de perdón
colectiva por nuestra connivencia con el rey y sus asuntos
impresentables.
Esta ley del silencio supuso
además que con los años el rey se cortase menos e hiciera estas cosas
con más descaro. Todo esto lo decía Aznar, que le dijo a alguien «yo sé
lo que sé y él sabe que lo sé». Rajoy, pues igual. Además, todos han
reconocido que leían mis libros, aunque más bien sería por amabilidad [risas].
Pero no, mi revista sí que la han recibido en todos los gabinetes de
prensa y ha habido un silencio, una complicidad con unos manejos.
Pensaban que esto iba a durar eternamente y nunca se llegaría a saber,
pero eso es imposible.
Hombre, el rey sabía devolver los favores, ¿no?
Sí, a Felipe González le
encargó que influyera en Grecia para que la familia de la reina pudiera
recuperar sus propiedades. El presidente envió para allá a Julio Feo y
algo consiguió. Luego el rey en un discurso de Navidad pidió moderación
a la prensa cuando peor lo estaban pasando los socialistas. Felipe y el
rey tuvieron muy buena relación. Había química. A los dos les gustaban
los mismos chistes chabacanos, se entendían muy bien. Con Aznar no, el
rey decía en público textualmente: «A mí ese del bigote…». Y Felipe
también se lleva muy bien con el hijo, con el otro Felipe. Con lo de Eva Sannum y lo de Letizia,
Juan Carlos quiso que mediara para que hiciera entrar en razón a su
hijo, pero González dijo: «Una persona que está en condiciones de
reinar, también lo está para elegir a su mujer». Hay que tener claro
también que sin Felipe no habría habido monarquía. Una monarquía de
derechas es imposible. Alfonso XIII nunca recibió a Pablo Iglesias ni a los socialistas, hizo una monarquía de derechas y así le fue.
Felipe quiso el primer día poner orden en los regalos que se recibían y no pudo.
Me lo dijo un ministro, tampoco
voy a decir quién. Se le dijo a Juan Carlos, que se iba a hacer una
norma para regular los regalos que recibían el presidente y él, y el rey
gritó: «Ni hablar, ¡encima de que estoy todo el día pringando!».
Cuando publicaste La soledad del rey, ¿qué te dijo?
Apeló al hecho de que saqué lo de la novia, Marta Gayá,
con la que estuvo dieciocho años. Yo no quería meterme en cotilleos de
estos, pero en la medida en que esta Marta consiguió que se cesase al
secretario general de la Casa Real, para mí es noticia. José Luis de Vilallonga estaba
introduciendo a Marta en cierta sociedad mallorquina. Era un grupo
restringido, pero le daba cuartelillo y presencia. El secretario general
lo criticó, le dijo que tuviera más cuidado y cuando ella se enteró le
pidió que lo cesara. Si una cosa de amores tiene relevancia hay que
contarla, porque si no es imposible explicar los hechos. A mí me entró
por ese lado. Me dijo que todo lo que decía el libro lo aguantaba, que
tenía las espaldas anchas, pero que la reina estaba desolada. Yo no
quería romper un matrimonio, pero también el rey es rey todos los
minutos del día, no es un funcionario con un horario determinado. Tiene
que dar ejemplo. Y eso de que Sofía le tuviera que preguntar a Sabino si era normal que el rey tuviera que ir al dentista a las cuatro de la mañana…
En tu siguiente libro, El rey y su hijo,
planteas que la institución tiene anacronismos irresolubles en estos
tiempos. Como la imposibilidad de tasar el tráfico de influencias, que
un yerno sin formación termine en consejos de administración, la
publicidad que hacen las gafas que llevan, etc.
Es que patrocinaban hasta el
carrito del bebé, el coche, el equipo para navegar, todo tenía un fin
crematístico. Ahora ha cambiado mucho, también es verdad, pero eso de
que el rey recibe un dinero del que dispone libremente lo interpreta
como que no tiene que dar cuentas y esto no es así. Eso no pasa en
ninguna monarquía europea. El auditor de las cuentas solo daba el
informe al propio rey, no pasa ni por el Congreso ni por el Tribunal de
Cuentas. Recibir regalos gordos, coches de lujo, las motazas de Juan
Carlos… ningún monarca europeo puede aceptar eso.
Relatas
un episodio en el que Marichalar hace que un avión tenga que aterrizar
de emergencia por «una indisposición» y que el rey dijo: «Le metería
cuatro tiros. ¿He dicho cuatro tiros? No, quería decir seis».
Estaba muy encabronado, pero
luego el que era peor era el otro yerno. Marichalar, al no haber régimen
de incompatibilidades, se ha colado en tantas cúpulas empresariales…
Tampoco lo hay en Inglaterra, pero la reina decide. Y en teoría aquí
también, pero como estas cosas las hacía el rey mismo, no tenía
autoridad moral para impedirlo. Aquí podría ocurrir que Felipe pusiera
un puticlub en la carretera de Extremadura. Ninguna ley lo impide. Y sin
una ley es imposible evitar que la gente sepa que estás en la familia
real, de modo que el tráfico de influencias está servido y casi sin que
nadie lo exprese. Urdangarin pedía un dinero a distintas empresas para
la organización de eventos o como asesoramiento, pero es que, además,
cuando empezó con el negocio fue el propio rey el que hizo las primeras
llamadas a los grandes empresarios en favor de su yerno. Sí que han
actuado inteligentemente dejando la familia real solo en el núcleo duro:
rey, reina e hijos. Antes era mucho más amplia y se ha dejado lo
meramente institucional porque hay mucho Borbón por ahí y cualquiera te
puede meter en un brete. Lo bueno que podemos decir del actual rey, de
Felipe, es que no se le conocen golfadas de esta clase.
Lo del elefante también marcó un antes y un después.
Afortunadamente, las últimas
tropelías del rey Juan Carlos generaron cierta reacción en la gente de
que por ese camino no íbamos a ninguna parte y la autocensura ha ido
desapareciendo con mucha lentitud. Aquel día, con lo del elefante, Juan
Carlos le hizo un gran servicio al país porque consiguió que la prensa
entendiera que la monarquía no era un apartado para la sección de
corazón o sociedad, sino algo político. Por fin se llegó a plantear un
debate sobre la conveniencia de la monarquía o si se puede aceptar que
sea hereditaria. En términos puramente políticos.
Me parece muy relevante el detalle que recogiste en El rey y su hijo de
que Juan Carlos se empeñara en que Felipe hiciera la carrera militar.
En su proclamación, de hecho, lo primero que ocurrió en la Zarzuela fue
que su padre le hizo entrega del fajín rojo de capitán general de las
Fuerzas Armadas. Él luego se vistió de militar, un uniforme que tiene un
significado que lo siga llevando el jefe del Estado.
Los socialistas le dijeron a
Juan Carlos en su momento que no les parecía bien que el príncipe Felipe
hiciera la carrera militar, que en estos tiempos era más apropiado un
futuro rey que fuese civil. Pero Juan Carlos dijo que no, que de ninguna
manera. Primero, que había que meterle en el Ejército cuanto antes, no
se le fuesen a quitar las ganas, y segundo, que eso era esencial para la
defensa de la democracia. Se trata de flecos, ni más ni menos, de que
todavía no estamos en plena normalidad; son flecos del franquismo. En
España todavía hay un sustrato franquista, un franquismo sociológico,
autoritario, considerable. Y tiene una base importante de ciudadanos.
Todavía hay reflejos franquistas en cantidad de cosas. Y esa es la
percepción que tenía el rey cuando insistió tanto en querer ponerle un
uniforme militar a su hijo para que reinase.
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