«En España todavía hay un sustrato franquista, un franquismo sociológico, autoritario, considerable» 
Álvaro Corazón Rural, 2 de diciembre de 2015 https://factinfop.blogspot.com.es/2015/12/el-engano-del-psoe-felipe-gonzalez-la.html
Tras más de cincuenta años de profesión a las espaldas, José García Abad (Madrid, 1942) está celebrando el veinticuatro aniversario de la revista de la que es editor, El Siglo.
 ¿Por qué no el veinticinco? Porque aquí cada año que se sobrevive es 
una fiesta, me dice. En papel, el éxito es existir. Y perderemos cuando 
no esté. El Siglo fue la única publicación en España que informó sobre el caso Noos y los presuntos chanchullos de Urdangarin cuando
 se produjeron. El resto de la prensa llegó después, cuando la causa 
judicial no podía obviarse. Pero José García Abad siempre ha entendido 
que la Casa Real es la primera perjudicada si hay ley del silencio. 
Tarde o temprano todo se sabe, sentencia. Por eso sus libros sobre la 
monarquía tampoco sentaron muy bien en palacio. Ahora, no aspira a ser 
historiador con sus investigaciones sobre la corona y el PSOE, sus 
materias favoritas, pero sí a servir a los historiadores.
En
 tus libros sobre el Partido Socialista subrayas que, durante el 
franquismo, si no se le conoce una actividad contra el régimen realmente
 relevante fue porque la represión después de la guerra se ensañó 
especialmente con sus miembros destacados y militantes, más que con los 
comunistas, pero faltan las cifras. ¿De qué proporciones estamos 
hablando?
Traté de cuantificar las 
cifras, pero no llegué a ver ninguna estadística. Me basé en una 
reflexión que me hacía la gente con la que fui hablando. Creo que es la 
verdad, la represión se ensañó especialmente con los socialistas. Mi 
padre lo era y hasta bastante después de muerto siguió viniendo a 
visitarlo a casa una vez al mes un policía de la Brigada Político-Social
 para ver si se movía, dónde había estado, qué había hecho e interrogar a
 los vecinos sobre sus rutinas. Y eso que mi padre era un socialista 
moderado, pero las pasó canutas. A mí me negaron una beca por ser mi 
padre quien era.
De todas formas, que la 
represión aplastara a los socialistas más que a nadie es comprensible 
sencillamente porque los comunistas eran muy poquitos. Tuvieron un papel
 importante en la guerra, en la medida en que la URSS ayudó a la 
República, porque fueron gente ordenada que daba prioridad  a lo que 
había que dárselo, que era ganar la guerra y eran militantes 
disciplinados con los que se podía contar, sobre todo por parte de Negrín.
 Pero eran pocos, los socialistas eran los predominantes junto con los 
anarquistas, lo que pasa es que estos no eran muy amigos de votar ni de 
involucrarse en tareas de gobierno hasta que llegó la guerra.
Por aquel entonces, Felipe González está en Bruselas y señalas en tu libro Las mil caras de Felipe González que
 le marca la situación de los emigrantes españoles, a los que califica 
como «explotados, oprimidos, desamparados, odiados como seres 
inferiores, como una raza maldita».
Eso lo dice en las cartas que 
le enviaba a su novia de aquel entonces, con la que hablé. Creo que 
Felipe tenía una especie de impronta cristiana.
También indicas que Alfonso Guerra le definía como «cristianorro».
Es que Felipe fue a Lovaina con
 una beca que le dieron los obispos alemanes. Al principio él estaba en 
una línea de democracia cristiana progresista, como la que representaba 
su paisano Manuel Giménez Fernández o los 
demócratacristianos italianos. De hecho, se casó por la Iglesia. Luego 
se disculpó diciendo que el cura era progre y tal… lo típico que hacen 
muchos progres, justificarse diciendo que van al altar por los padres de
 ella y demás. Luego sí es verdad que el hombre dejó de creer, pero eso 
deja una impronta, como digo. Él tenía compasión por los pobres. No 
partía de una visión ideológica o teórica, como Alfonso Guerra.
El padre de Felipe tenía una 
vaquería, rico no era, pero venía de una clase media acomodada. Alfonso,
 por su parte, tenía diez hermanos y llegaron a tener que pedir por la 
calle. Él que podría haber tenido una reacción política motivada por lo 
mal que lo pasó su familia, fue, sin embargo, por lo intelectual. Es 
algo que también se puede explicar. Pero el caso es que Felipe tuvo una 
visión más pragmática y menos ideológica. Y tuvo la intuición de que, 
una vez establecida la democracia, las siglas del PSOE tendrían un gran 
atractivo, contra la idea general entonces de que la hegemonía de la 
izquierda la tendría el Partido Comunista, tal como había ocurrido en 
Italia.
En
 el PSOE de aquellos tiempos abundaba la masonería, citas a Ana María 
Ruiz-Tagle, compañera del despacho laboralista de Felipe, que te dice 
que los masones eran una «estructura seudomafiosa ineficaz», que «no 
hacían más que pasarse papelitos unos a otros» y que en las reuniones 
«te los encontrabas con el babi puesto, cuando salías a la calle veías a
 un policía y querías echarte en sus brazos».
Ruiz Tagle es una chica 
estupenda, describe muy bien aquella época. Es verdad que una parte muy 
importante de los socialistas de aquella época eran masones, empezando 
por Rodolfo Llopis. Pero la masonería, no es que no me 
la tome en serio, pero nunca le he dado demasiada importancia. Tenía su 
interés y su morbo, sin embargo, su capacidad para cambiar Gobiernos la 
pongo en duda. Y eso que Franco tuviera una brigada contra la masonería y
 el comunismo lo veo desproporcionado. No creo que los masones tengan la
 trascendencia que se les ha dado.
Ana María Ruiz-Tagle también admite que los jóvenes socialistas del momento se portaron muy mal con los compañeros del exilio.
Es verdad. Felipe y Guerra 
cuando mejor conjuntados estuvieron fue para desmontar todo el tinglado 
de Llopis y demás en el exilio. El grupo de los sevillanos no jugó del 
todo limpio con ellos, con los ancianos del PSOE que eran los guardianes
 de la marca. El resultado luego fue positivo para el partido, pero 
excluyeron a mucha gente que había tenido una vida de compromiso y una 
larga trayectoria política. Era cierto, no obstante, que el exiliado 
estaba un poco fuera de la realidad, que tenía una visión de España 
deformada por la nostalgia y por el propio exilio y con eso habría sido 
muy difícil que el PSOE hubiera tenido el desarrollo que tuvo 
posteriormente. González, tener, tenía razón, pero se portó fatal.
Señalas que, de hecho, Felipe no demonizó el régimen anterior con el fin de sumar a su proyecto a gente que hubiera colaborado con el franquismo.
Él jamás hablaba mal de Franco.
 A mí me dijo en una ocasión que porque Franco meara, él no se iba a 
aguantar sin mear. Felipe no ponía el énfasis de sus discursos en decir 
que el dictador era un cabrón y un asesino. A diferencia de otra gente 
del PSOE que tuvieron tuvo un papel importante en esta primera fase, 
como Pablo Castellanos o Francisco Bustelo,
 quienes habían tenido otro tipo de experiencias con el franquismo. 
Tanto Felipe como Guerra, sobre todo este último, encontraron en Madrid 
un territorio hostil. A Felipe el régimen le trató con mucho cuidado 
pues estimaba que su pretendida «apertura» no tendría credibilidad si no
 integraba al PSOE. Cuando Felipe llega a Madrid como «Isidoro», por 
ejemplo, un día fueron a poner flores a la tumba de Pablo Iglesias y la policía que se lo impidió ya tenía orden de no tocarle.
Pablo
 Castellanos te dice en el libro que uno de esos excolaboradores del 
franquismo era, por ejemplo, Rodríguez Ibarra, que había organizado las 
elecciones al tercio familiar al falangista Enrique Sánchez de León.
A Pablo Castellanos hay que 
tomarle con precaución, pero él no me mentiría con una cosa así sabiendo
 que la iba a publicar. Es más, a todos los que me hicieron 
declaraciones les pasé los textos para que los corrigieran y matizaran y
 esto se quedó así. Vamos, que es cierto.
El caso es que Arias Navarro contaba con el PSOE para prolongar el franquismo mutatis mutandis.
Con el llamado espíritu del 12 
de febrero que impulsó Arias Navarro, la idea era admitir al PSOE, pero 
hasta ahí; a su izquierda: nada. La palabra partido era impronunciable 
todavía para ellos, eran asociaciones. Si Felipe, que era moderado, 
aceptaba, suponía para ellos la consolidación del régimen después de 
Franco. Sin el PSOE hubiese sido imposible, porque además estaba apoyado
 por el alemán Willy Brandt, el francés Mitterrand o el sueco Olof Palme.
 Era una socialdemocracia nada peligrosa. Sin él tampoco se podía 
aspirar a entrar en el Mercado Común. Nunca habrían admitido a España 
con los partidos fuera de la ley, pero quedaba la posibilidad de hacerlo
 excluyendo al comunismo, como en Alemania.
Dentro del partido hubo una 
pugna entre la visión de Felipe y la de otros compañeros que tenían unos
 planteamientos más radicales de cara al régimen, como Castellanos, 
Bustelo o Gómez Llorente. La idea de Felipe era la de 
ir ganando espacios de libertad. Como abogado laboralista había 
representado a despedidos o huelguistas y pensaba que sí se podía forzar
 la legislación del régimen de forma lenta y pacífica.
Un ala del partido se oponía a 
esas ideas, pero al final el carisma de Felipe y su discurso se 
impusieron. De hecho, en la democracia Izquierda Socialista nunca ha 
llegado a ser una fuerza de importancia dentro del PSOE. Felipe fue el 
tipo de líder que logró que el partido apoyara su visión, unas ideas un 
tanto difusas, pero que, con ese verbo que tenía, encandilaban a la 
gente. Aunque luego miraras con atención lo que había dicho y no era 
gran cosa.
Tras
 analizar las memorias de todos los protagonistas, llegas a la 
conclusión de que sus recuerdos o su memoria se orientan demasiado a 
reforzar su ego.
Son insaciables y no admiten la
 crítica, aunque alardeen de lo contrario. La única que suelen admitir, 
ocurre con todos los presidentes de Gobierno que ha tenido este país, es
 que no lo saben explicar. Solo admiten una crítica por un problema de 
comunicación. Somos tan buenos, pero no lo hemos sabido explicar, no 
hemos sido capaces de que la gente lo vea.
Guerra, por ejemplo, en sus 
memorias da una visión romántica de la librería donde se reunían, donde 
había una tertulia en la que se arreglaba España hasta altas horas de la
 noche. Eso es hacer teatro. Por eso luego despotricaba mucho contra 
Madrid, pero lo que le pasaba es que nunca le gustó la capital porque 
ahí su teatro no funcionaba. En Sevilla tenía su corte, un núcleo que no
 participó en actividades antifranquistas. Lo más que hicieron fue un 
abucheo a Fraga en la universidad, un suceso que Guerra cuenta en sus memorias como si fuese el asalto al Palacio de Invierno.
Y luego hay detalles 
significativos, como que en el homenaje a Pablo Iglesias en el que 
Felipe tuvo que pedir a la policía que por favor le detuviera también a 
él, Guerra ni siquiera hizo acto de presencia. Dijo que se había perdido
 en Moratalaz y no llegó.
Semprún lo ridiculiza especialmente.
En su libro en el que relata sus experiencias como ministro de Cultura critica esa especie de impostura intelectual de Alfonso Guerra, que nunca había comido caliente en el terreno cultural, que no era un lector de solapillas, pero trataba de sacar partido intelectual a un bagaje bastante inconsistente, desde el punto de vista de Semprún. Todo eso le cabreaba y lo ridiculiza en esas páginas, esa actitud de falso intelectual que presumía de hacer el amor escuchando a Mahler. Además, si algo no podía ni ver era esa actitud de Guerra en los consejos de ministros, que llegaba antes y se sentaba apartado de los demás para que se le acercasen y le comentaran confidencias, en algunos casos poniéndose de rodillas, para que les impartiera doctrina. Y luego decía que él estaba solo de oyente, que no se implicaba en las labores de gobierno, sobre todo en las más desagradables.
En su libro en el que relata sus experiencias como ministro de Cultura critica esa especie de impostura intelectual de Alfonso Guerra, que nunca había comido caliente en el terreno cultural, que no era un lector de solapillas, pero trataba de sacar partido intelectual a un bagaje bastante inconsistente, desde el punto de vista de Semprún. Todo eso le cabreaba y lo ridiculiza en esas páginas, esa actitud de falso intelectual que presumía de hacer el amor escuchando a Mahler. Además, si algo no podía ni ver era esa actitud de Guerra en los consejos de ministros, que llegaba antes y se sentaba apartado de los demás para que se le acercasen y le comentaran confidencias, en algunos casos poniéndose de rodillas, para que les impartiera doctrina. Y luego decía que él estaba solo de oyente, que no se implicaba en las labores de gobierno, sobre todo en las más desagradables.
Y
 a Semprún tú le reprochas que en sus vastas memorias critique tanto las
 purgas del Partido Comunista y se le olvide relatar en las que él tomó 
parte.
Hay olvidos muy significativos y
 es una pena. Si has estado en campos de concentración, en la 
clandestinidad casi toda tu vida, haz una autocrítica explicando que 
también has cometido errores. Ese reconocimiento te dará más 
credibilidad, no te quita méritos. Al contrario. Resulta más atractivo 
alguien con méritos que reconozca que en un momento dado estuvo 
abducido, que no veía nada más que lo que quería ver, que las posiciones
 estaban muy polarizadas. Se puede entender perfectamente que el 
ambiente de una época determinada te condicione.
El
 caso es que Felipe González con sus posiciones moderadas también sedujo
 a gran parte del exilio, que venía, detallas, «de vivir historias  
truculentas».
La gente del exilio quería 
buscar la reconciliación. Estaba por la visión de Felipe de tratar de 
evitar por todos los medios otra guerra civil. Eso ha contado mucho en 
España y sigue contando. Una guerra civil es incomparable con ninguna 
otra, ni siquiera la Mundial. Te deja una huella tremenda. Los que la 
habían vivido iban con mucho cuidado. En razón de esto Felipe estaba 
obsesionado con el orden público, tenía pánico a que se reprodujeran las
 violencias de la II República, donde esta serie de problemas dieron un 
pretexto a los militares.
Esas lecciones aprendidas del pasado son recurrentes. En tu último libro, Cataluña, diez horas de independencia,
 explicas que la II República, a su vez, nunca barajó la posibilidad de 
establecer un Estado federal por la experiencia de la guerra cantonal de
 la I República.
Creo que la historia no se 
repite, pero sí se alimentan los mitos. Hay un proceso de acumulación de
 mitos, digamos. En la II República, la declaración de independencia de Companys del
 6 de octubre de 1934 habla de la República Catalana dentro de la 
República Federal Española, que no existía. Él lo deja ahí como 
diciendo: no queremos romper del todo. Hay un catalanismo, pero también 
un vértigo a la ruptura. También queda claro esto en el 31, cuando Macià proclama
 la independencia de Cataluña dentro de una confederación de pueblos 
ibéricos. Siempre había un «dentro de». Pero claro, le fueron a ver tres
 ministros de la República, Marcelino Domingo, Fernández de los Ríos, Nicolau d´Olwer,
 dos catalanes y un andaluz, y le dicen que van a inaugurar un nuevo 
régimen en el que Cataluña iba a tener un encaje muy diferente al que 
tenía en la Corona, que por favor no les hiciera esa faena. Entonces 
Macià aceptó cambiar la independencia por la autonomía y la República 
asume el compromiso del Estatuto. He mirado en el archivo de las Cortes 
los debates sobre el Estatuto, sobre todo el cara a cara de Ortega y Gasset frente a Azaña, y los argumentos tienen una actualidad tremenda.
No faltan analogías con la situación actual.
Para empezar, decía Companys 
que al ganar las derechas se produce un proceso recentralizador. Igual 
que se ha dicho ahora. El Tribunal de Garantías Constitucionales de la 
República anuló una ley aprobada casi por unanimidad en el Parlamento 
catalán, la ley de cultivos. Ahora, lo que más ha alimentado las 
pasiones es que el Constitucional cepillara, como dijo Guerra, el 
Estatuto.
Hay coincidencias interesantes y
 también diferencias abismales. La España actual no es la del 34. Ya no 
hay tanta pobreza, hay un estado del bienestar, o del medioestar. 
Entonces Lerroux puso al Ejército a cañonear la 
Generalitat. Hoy el Ejército es distinto. Resultaría inconcebible algo 
así en la actualidad. Aunque este es un tema sensible para el Ejército y
 se le está sometiendo a una tensión tremenda. Por mandato 
constitucional le corresponde mantener la unidad de España. Puede haber 
un general que diga que esto no se está cumpliendo. Ya sabemos eso de 
que España antes roja que rota. Aunque el Ejército se ha civilizado 
mucho, valga la paradoja.
El caso es que Companys tampoco era independentista, como Mas.
 Reaccionó ante el ala más radical de su partido, de Esquerra 
Republicana, que tenía una milicia parafascista uniformada y armada 
denominada Estat Catalá, mandada por Josep Dencás que 
quería la independencia pura y dura y la Revolución. Companys tuvo que 
defenderse de que le acusaran de tibieza. Nada más salir del balcón de 
la Generalitat desde donde había declarado la independencia dijo a un 
correligionario : «A ver si ahora decís que no soy catalanista». Ahí 
tiene con Mas cierta similitud psicológica. Aunque Companys, cuando el 
fiscal del Tribunal de Garantías Constitucionales pidió para él y para 
los consellers veinte años de cárcel, se enzarzó con él y le 
dijo: «Usted quiere humillarme al no pedir par a mí la pena de muerte». 
Mas con las consecuencias legales de su referéndum dijo que no tenía 
madera de héroe ni de mártir. Franco le dio a Companys categoría 
histórica al fusilarle. Y, lo que son las cosas, a Artur Mas le llaman a
 declarar ante el juzgado justo el día en que fusilaron a Companys.
Dices
 que Companys prefiere rendirse ante el Ejército español que ante la 
revolución social que se estaba gestando en las calles de Barcelona. Eso
 recuerda a cuando Mas tuvo que entrar en helicóptero al Parlament e 
inmediatamente puso en marcha la maquinaria independentista. Unos dicen 
que para que no le pasase por encima, otros que para diluir las demandas
 sociales en el caldo nacionalista.
Exactamente. Lo que a la 
burguesía catalana más le aterraba era el anarquismo. Esos días había en
 toda España un intento de huelga general, que solo funcionó en 
Asturias, pero en Barcelona los sindicatos, particularmente la CNT, 
controlaban la calle. Además, había socialistas por ahí, trotskistas, 
los de Estat Catalá paseando con escopetas. Todo esto en realidad les 
asustaba más que el Ejército. No obstante, antes en estas 
reivindicaciones había un anclaje con España, aunque fuese de forma 
flácida. Ahora se pide la ruptura total. Esa es la gran diferencia.
Lo que me sorprende es que el 
catalanismo elude como mito la proclamación de Companys en 1934 y 
prefieren irse a 1714, cuando hay un enfrentamiento entre dos monarquías
 absolutistas. Un anclaje en una rebelión de algunos catalanes de 
entonces para buscar un precedente que está absolutamente fuera de 
lugar. No tiene mucho contenido, no es más que una guerra de sucesión. 
Pero aunque las situaciones cambian, los mitos permanecen. Engordan. Y 
al final tienen una fuerza tremenda en los imaginarios y los discursos 
de las distintas formaciones políticas. De modo que es inevitable que 
haya reacciones derivadas de la historia, como la de Felipe que 
mencionas o la de los que trajeron la República en el 31, porque la 
historia enseña; es evidente que los grandes conflictos enseñan.
Y así se llega a que en los mítines del PSOE de los setenta estuvieran proscritas las banderas republicanas.
En el primer congreso del PSOE 
en el interior, cuando todavía no estaba legalizado, solo tolerado, 
recuerdo a Alfonso Guerra con su equipo de vigilancia detrás de que no 
apareciera ni una sola bandera republicana. Pero fíjate, ahora en las 
manifestaciones cada vez se ven más. La represión siempre termina 
teniendo un efecto contrario al que se pretende.
Hay
 un congreso del PSOE en el que el líder socialista portugués Mario 
Soares le recomienda a Felipe que no se preocupe por las resoluciones, 
«que los papeles no sirven para nada».
Esto me recuerda a lo que decía Lenin.
 En un congreso del Partido Bolchevique estaba todo el mundo loco por 
los pasillos peleándose por las resoluciones, y dijo: «Discutid las 
resoluciones y dejadme a mí la nota de prensa». Guerra y Felipe, cuando 
tomaron casi al asalto el PSOE, es lo primero de lo que se apropiaron, 
de la secretaría de prensa. Ahí fueron muy listos. Conclusiones y 
ponencias, las que quieras, pero lo que importa es cómo se cuenta esto. 
Ahí fueron leninistas. Hay que tener en cuenta que se dieron cuenta muy 
pronto de que con esa mochila no iban a conseguir el poder. Se cargaron 
todo lo que veían tópico e impracticable y ampliaron el campo en el 
terreno ideológico. En esos congresos se llegó a aprobar el derecho de 
autodeterminación para las nacionalidades españolas. Felipe decía: «Con 
esto no voy a ninguna parte». Luego renunciaron al marxismo y todo lo 
demás. Y fue determinante cuando Suárez le ganó la 
segundas elecciones apelando a su radicalismo, diciendo que eran un 
partido sin Dios ni patria, y Felipe se revolvió y dijo: «A mí no me 
vuelven a ganar con mi programa».
Mencionas
 unas palabras de Heribert Barrera, líder de ERC en la Transición, 
durante la ponencia constitucional: «Pretender que España sea monárquica
 por agradecimiento me parece propio de una mentalidad arcaizante, me 
recuerda a las leyendas medievales del caballero que salvaba a la 
doncella del dragón y en recompensa obtenía su mano y su dote». Parece 
lúcido.
Es muy lúcido. Absolutamente. 
El núcleo central de franquismo no era la Falange, era el 
nacionalcatolicismo, con la Asociación de Propagandistas y después con 
el Opus Dei. Los falangistas cantaban aquello de que no querían «reyes 
idiotas» y proclamaban el Estado sindical, una república fascista, pero 
con ese toque «sindical», lo social siempre está presente en toda 
ultraderecha. Sin embargo, el resto de los franquistas decían que no, 
que continuase como fuera el régimen del 18 de julio, con un rey elegido
 por Franco y que le debía todo a Franco que, obviamente, continuaría 
todo lo andando por Franco. El matiz es que el rey se dio cuenta de que 
Franco se había muerto y de que por ese camino iba a durar cuatro días. 
Tonto no era. Y creo que reaccionó más por él y la monarquía que por 
convicciones firmes. De todas formas, su obligación era mantener la 
institución que representa.
En tu otro libro, La soledad del rey, la historia que relatas del pequeño timo que le mete el rey al sah de Persia en estas fechas es, cuando menos, curiosa.
Suárez en un viaje a Irán había visto que el sah tenía esculturas de oro macizo. Al contárselo a Juan Carlos cuando
 regresó, al rey se le ocurrió escribirle una carta al sah pidiéndole 
mil millones de pesetas, unos diez millones de dólares, para poder hacer
 frente a la amenaza del PSOE, que como hemos visto de radical no tenía 
gran cosa. El jefe de gabinete del sah les hizo notar que fuesen más 
discretos, pero sí que se lo envía y ese dinero se lo embolsa don Juan 
Carlos. Una pequeña muestra de picaresca real. Esta actitud yo la 
comparo con Lo que el viento se llevó, cuando Scarlett O´Hara 
dice eso de «Juro por Dios que nunca volveré a pasar hambre». Juan 
Carlos lo había pasado mal en el exilio y en cuanto pudo se puso a 
acumular dinero como un poseso.
Ya en la propia boda de Juan 
Carlos, que era Juan pero Franco decidió que se llamase Juan Carlos para
 que fuese primero, los banqueros pasaron la gorrilla para un regalo del
 orden de cien millones de pesetas de la época, en plan como dicen ahora
 los hijos: no me compres un regalo, dame el dinero. [Risas]
Manuel Prado y Colón de Carvajal,
 administrador privado del rey, se ocupó de pasar la gorrilla 
especialmente en el mundo árabe. Enviaba cartas pidiendo dinero en 
nombre del rey. Luego el jefe de la Casa, Sabino Fernández Campo,
 recibía cartas respondiendo a misivas de Juan Carlos que no habían 
pasado por sus manos. Cuando le preguntaba al monarca, este decía: «No 
te preocupes, son cosas de Manolo».
Consiguió un crédito sin 
intereses del rey de Arabia a devolver en diez años, pero lo invirtió 
tan mal que no pudo devolverlo y al final se lo perdonaron. Más grave 
fue lo de Kio. Cuando Husein fue desalojado del emirato, el Gobierno de Kuwait acusó ante los tribunales a Javier de la Rosa,
 representante del instituto de inversión kuwaití, de haberse quedado 
con millones de dólares que no tenían justificación. Javier de la Rosa 
se defendió asegurando que había entregado más de cien millones de 
dólares al rey de España a través de su administrador Manuel Prado con 
el fin de apoyar la causa de la monarquía kuwaití en el exilio tras la 
invasión del emirato por Sadam Husein.
Prado aseguró que los cien millones los recibió en labores de asesoramiento, para estudios y proyectos [risas].
 De la Rosa y Colón de Carvajal fueron condenados, pero el juez no pudo 
investigar si el dinero había llegado a don Juan Carlos pues el rey, 
según la Constitución, es irresponsable. No puede ser juzgado. Lo cierto
 es que, después de estos hechos, Manuel Prado siguió contando con la 
amistad del monarca.
En tu libro sobre el expresidente Adolfo Suárez, Una tragedia griega,
 presentas a un político que viene del franquismo pero que, 
paradójicamente, al contrario que Felipe, hacia lo que se escora, 
peligrosamente para él, es hacia la izquierda.
Suárez a la banca la llama «la 
madrastra». Y era recíproco, el poder económico desconfiaba de él porque
 lo consideraba imprevisible, que es lo peor que te pueden considerar 
los empresarios. Ahora, por ejemplo, están encantados con Rajoy porque,
 si algo es, es previsible. La incertidumbre los pone muy nerviosos a 
los empresarios. De hecho, la CEOE se dejó mucho dinero intentando 
cargarse a Suárez. La nacionalización de la banca, ningún partido de 
izquierdas se hubiera atrevido a llevarla a cabo, pero Suárez estuvo 
mucho tiempo dándole vueltas. Él tenía cierto síndrome de que, como 
había sido secretario general del Movimiento, temía que se le 
considerase un derechista, quería hacer notar que él en realidad era 
progre y que le hubiera gustado ser Felipe González, con el que tenía 
cierto complejo.
Cuando se constituyó el 
Congreso, Suárez pidió estar en el ala izquierda y le tuvieron que decir
 que ni hablar. Tenía un síndrome de cierto izquierdismo cristiano pero 
muy radical frente a los grandes poderes. Entre otras cosas porque era 
de una familia muy humilde y su padre tuvo problemas con el franquismo, 
había sido un republicano de Sánchez Albornoz, un 
republicano ilustrado, y su familia pasó penurias tremendas. Suárez fue 
maletero en una estación, vendió neveras, se tuvo que buscar la vida y 
hacer la carrera por libre. Este tipo de condicionamiento de clase creo 
que fue muy importante y jugó un papel en su visión. Se consideraba un 
chusquero de la política, todos sus compañeros tenían muchos libros y 
doctorados, él solo hizo unas oposiciones pequeñas y le despreciaban.
Ahora es un icono de la democracia.
Al final se ha terminado 
reivindicando su figura, pero muy tarde, tengo que presumir de que yo 
escribí este libro cuando todavía no se había desatado esta pasión 
tardía por Suárez. Creo que fue un presidente capaz de salvarte cuando 
estás al borde del precipicio, pero en situación de normalidad, 
gobernando el día a día, le patinaba el embrague. Para llevar el país a 
una democracia normal, homologable, hacía falta valor, incluso valor 
físico, y Suárez lo tuvo. La gente del entorno del rey, Fernández-Miranda, Fraga o Areilza,
 todavía esperaba una transformación paulatina del régimen. Una 
Constitución nueva, con todos los partidos políticos, eso Suárez lo hizo
 a contrapelo, a veces del propio rey, que siempre le decía: «Oye, a ver
 si nos equivocamos y nos pasamos».
Carrillo me dijo una vez: «Con lo que el rey me ha dicho a mí de Suárez, qué no le habrá dicho a Miláns del Bosch».
 Con los militares lo ponía a parir. Fue muy imprudente ganándoselos con
 frases en plan «si yo soy el primero que está con vosotros». Él 
provocó, alimentó y cortó el golpe. Como en la historia lo que cuentan 
son los hechos, pues ha quedado que lo abortó. Pero el papel fundamental
 fue de Sabino, que fue quien llamó uno por uno a los militares, en el 
orden que era preciso, para pararlo. Y mientras lo hacía, Juan Carlos le
 decía: «Sabino, a ver si nos estamos equivocando». Dudaba qué hacer. Y 
Suárez ya había avisado de que veía venir el peligro.
En su despacho tenía fotos de 
todos los presidentes de España asesinados. Pensaba que se lo iban a 
cargar. Pero no se anduvo con paños calientes, actuó con esa arrogancia 
democrática, chulería, como cuando le dijo a Tejero: «¡Cuádrese
 ante su presidente!». Un valor que tampoco le faltó ante el rey, porque
 hay dos Suárez, el que es elegido por el monarca y el que es elegido 
por los ciudadanos. Ese creo que fue su gran mérito, el valor. Porque 
hasta su propia gente le consideraba un traidor. Cuando estaba en misa y
 se daban la paz, los que estaban al lado se negaban a darle la mano.
Los golpistas, cuentas, utilizaron la infraestructura del Banco Santander y del Banco de Bilbao.
Quiso dejar muy claro que él no
 era como la derecha del franquismo, que no iba a defender los intereses
 de los poderosos, y tomó muchas medidas que iban en contra de la gran 
banca española. Una vez, el padre de Botín fue a verle a
 la Moncloa. Estuvieron sentados departiendo y de vez en cuando Suárez 
tenía que excusarse para atender alguna llamada telefónica. En una de 
estas salidas, Botín padre apoyó la pierna en la mesita. Al volver 
Suárez y verle, le gritó: «¡Quite inmediatamente ese pie de mi mesa!». 
Cuando luego su ayudante le explicó que el señor Botín padecía de gota, 
contestó «ni gota ni pollas».
Cuentas
 también que a Felipe González Gutiérrez Mellado le pidió después de 
desarticular la Operación Galaxia que no abriera heridas sacando el tema
 de la Guerra Civil.
En aquella época seguía 
contando. Era un asunto tabú en cierta manera, algo muy delicado. Hay 
que entender que la Constitución del 78 fue una especie de acuerdo de 
paz, un abrazo de Vergara. Felipe fue muy consciente de eso. Se dijo, 
vamos a lo nuestro, a modernizar este país y olvidemos esas diferencias 
ideológicas que a nada conducen. No mentemos la bicha porque las 
pasiones son tremendas. Y lo siguen siendo, mira lo que pasó cuando Zapatero habló de la memoria histórica y ahí sigue la gente en las cunetas. Es muy fuerte.
A
 Felipe se le pasó por delante el 50 aniversario del inicio de la guerra
 y el 50 del final y en ninguna de las dos oportunidades hizo 
absolutamente nada.
Durante este periodo yo fui a la Moncloa habitualmente junto a María Antonia Iglesias, Enric Sopena y José Luis Martínez a departir con el presidente de lo divino y lo humano. En cierta manera, a Felipe le interesaba saber a través de nosotros cómo estaba la situación, pero la verdad es que luego no dejaba hablar a nadie [risas]. Y como dijeras algo que le molestara un poco se acababa la conversación. Pues en esas charletas, admitía que había que hacer algo con la Guerra Civil. Concretamente, reconocía dos tareas pendientes. Una, poner las cosas en claro sobre la rebelión de Franco y homenajear a las víctimas de la guerra y la dictadura. Y otra, la Iglesia. Dejar clara su complicidad con el franquismo, ajustarle las cuentas y avanzar hacia un Estado laico de verdad. Decía que ambas cosas las tenía pendientes.
Durante este periodo yo fui a la Moncloa habitualmente junto a María Antonia Iglesias, Enric Sopena y José Luis Martínez a departir con el presidente de lo divino y lo humano. En cierta manera, a Felipe le interesaba saber a través de nosotros cómo estaba la situación, pero la verdad es que luego no dejaba hablar a nadie [risas]. Y como dijeras algo que le molestara un poco se acababa la conversación. Pues en esas charletas, admitía que había que hacer algo con la Guerra Civil. Concretamente, reconocía dos tareas pendientes. Una, poner las cosas en claro sobre la rebelión de Franco y homenajear a las víctimas de la guerra y la dictadura. Y otra, la Iglesia. Dejar clara su complicidad con el franquismo, ajustarle las cuentas y avanzar hacia un Estado laico de verdad. Decía que ambas cosas las tenía pendientes.
Pero gobernó sin pisar ningún callo.
Porque tenía la simpatía de 
mucha gente de derechas. Le encantaba recibir a empresarios y salían de 
su despacho felices, pensando que era uno de los suyos. Era un 
encantador de serpientes, como se dice, con ansiedad de apoyo universal.
 A la izquierda, al centro y a la derecha. Quería ser el gran patriota 
que sacaba el país adelante.
Me suena a Podemos.
En cierta manera sí, es eso. 
Podemos habla de un proceso de regeneración en el que entra la derecha y
 la izquierda, porque no somos ni una cosa ni otra, algo que por cierto 
también decía José Antonio Primo de Rivera, y que te lleva al populismo a una velocidad… También lo pretende Marine Le Pen una vez que ha echado a su padre del partido. Lo cierto es que Pablo Iglesias me
 parece un tipo inteligente, se da cuenta de que con su programa básico 
nunca llegará y va a buscar todo lo que puede ser aceptado de entrada, 
esto es, todo el mundo está en contra de la corrupción, todos queremos 
un sistema electoral más democrático, a nadie le gustan los vicios en 
los que han caído los partidos que parecen asociaciones de auxilio 
mutuo. Pero ha sido dar ese paso y empezar a tener contradicciones 
internas fuertes. La gente que se movilizó en Sol, los del «no nos 
representan», creen que para esos planteamientos no han hecho la guerra,
 que se están convirtiendo en algo como los demás. Lo están reflejando 
las encuestas, aunque tampoco era muy normal que hubiera tanta gente de 
extrema derecha dispuesta a votarles. Cuando uno trata de unificar o de 
unir cosas difíciles de soldar siempre hay problemas, si te vistes de 
una cosa que no es, la gente detecta la impostura.
Nada nuevo bajo el sol.
Hay pocas cosas nuevas, coño. 
Desde la democracia que inventaron los griegos ha habido ya muchos 
inventos. Eso de descubrir la fórmula de que todo el pueblo unido se 
ponga en una misma tarea, pues no es tan fácil.
Esos
 empresarios que iban a ver a González… pasado el tiempo han cambiado 
los presidentes, pero siguen siendo los mismos empresarios los que van a
 Moncloa.
El poder económico es un 
bloque, los cabezas de las grandes empresas, la plutocracia, son los 
mismos. Ha habido pequeñas bajas y casi siempre es la muerte la causa de
 sucesión en las empresas. Entre otras cosas, porque no dimite ni dios. 
La cantidad de gente por encima de setenta años es altísima. Botín en su
 día, Villar Mir que debe tener noventa… Las empresas 
españolas son monarquías absolutas. El presidente busca a los consejeros
 con el único fin de perpetuarse fácilmente. En una empresa se puede 
exigir cierta unidad de gestión, pero es necesario que el consejo de 
administración exija cierto control. Esto es una asignatura pendiente de
 nuestro mundo empresarial.
¿Y en la prensa?
La autocensura. La hay en el 
interior de cada medio porque tienen sus personajes intocables, asuntos 
que más vale no tocar. Desde el 78, periodista que llegaba a una 
empresa, si quería salvar su promoción, lo primero que tenía que saber 
eran los códigos de la empresa. Qué personas eran intocables y de qué 
temas no se podía hablar o no se podía abordarlos por los intereses 
económicos de su grupo. Además, desde un consenso de que perro no come 
perro y de que más vale no criticar a la competencia porque todos tenían
 algo que ocultar. Por todo esto, uno de los factores para la 
consolidación democrática, como es la prensa libre, ha cojeado.
En Las mil caras de Felipe González destaca
 la extensa entrevista que le hiciste a Barrionuevo sobre el GAL, en las
 contradicciones que pone de manifiesto están todas las claves.
Se quejaba de que le pasó como 
cuando Moisés abrió las aguas del mar Rojo y, nada más pasar él, se 
cerraron. Hizo un papel, y me decía que nunca lo hubiera desempeñado sin
 haberlo hablado con Felipe. Esto es evidente. Trató de salvarse 
tirándole a los caballos y estaba muy jodido.
La guerra sucia contra ETA surgió en los estertores del franquismo para vengar el asesinato de Carrero, explicas.
Y la prensa nunca le dio 
importancia. Incluso, cada vez que había un atentado de ETA la prensa 
casi animaba a la guerra sucia. El ambiente era que había que acabar con
 ellos antes de que ETA acabara con la democracia, porque ese peligro 
existía.
Barrionuevo
 dice que había muchos grupos terroristas cuando llega el PSOE al poder,
 que los GAL eran solo unos más, pero desliza «y ocurría en Francia y en
 algunos casos nos resolvía problemas».
Es verdad que luego Felipe 
proclama aquello de que ellos acabaron con ello, pero lo mantuvieron 
unos añitos. Pero lo fundamental de esta entrevista es que me reconocen 
que Felipe no se enteraba por la prensa de estos asuntos.
Le insistes: «No se acaba con algo si no se tiene constancia de que ahí estaba» (en el Ministerio).
Belloch le 
dijo a Felipe que podía salvarlo, pero que en el lance tenían que 
perecer otros personajes. Y Felipe compró. Esta es la misma idea que 
tenía al incorporar a Garzón a su candidatura. Pero ahí
 se juntó la ambición frustrada de Garzón de luego no ser ministro con 
que, como decía Guerra, tampoco le dieron un par de helicópteros para 
que montara películas de acción como secretario de Estado contra la 
droga. Siente que no tiene todo el protagonismo que González le había 
prometido o, al menos, que Felipe no le presta atención. Pero Felipe ya 
ni recibía a los ministros, para verle había que pedir audiencia poco 
menos. Los nombraba porque tenía que hacerlo, pero ya iba completamente 
por libre a esas alturas.
Garzón salió rebotado y al 
volver a su despacho lo primero que sacó del cajón fue el caso GAL, lo 
cual también es un poco fuerte. Cuando escribí este libro, Felipe, según
 me dicen, se quedó sorprendido de que un amigo suyo entrara al detalle 
en lo del GAL, especialmente eso le molestó mucho. A mí ahora también me
 ha decepcionado un poco. Fue presidente del Gobierno con un partido de 
izquierda y no veo bien que ahora solo se codee con millonarios. Al 
final uno termina pensando como vive, como dicen. No digo que tenga que 
pasarse todos los días con la UGT, pero sí le critico que debería tener 
cierta responsabilidad por lo que representa. Pero a Felipe siempre le 
gustó ese ambiente, el aroma de los ricos siempre le sedujo.
Años
 después, tomó el poder Zapatero, otro que utilizó como ascensor en el 
partido la secretaría de prensa, que estaba en manos de Rubalcaba.
Esto por un lado, por el otro 
que, cuando se empezó a gestar aquello de la Nueva Vía, él le fue 
filtrando a los periodistas que él era el líder del movimiento, cuando 
no estaba decidido ni mucho menos. Tuvo dotes de seducción con los 
periodistas. Se lo decía en plan confidencia: «no lo digáis, ¿eh?, pero 
venga, va, soy yo». Gracias a eso consiguió luego postularse para 
secretario general, porque logró que se publicase en la prensa que él 
era la alternativa y al final de tanto decirse se convirtió en un hecho 
consumado.
Esto
 de Nueva Vía tampoco parecía muy sólido, primero que, cuando Blair 
invade Irak, lo tuvieron que meter corriendo en un cajón. Y luego, en El hundimiento socialista escribes
 que Jordi Sevilla le dijo a Jesús Caldera, cuando este buscaba una 
doctrina con la que estructurar la corriente, «Eso no es lo prioritario 
Jesús, las ideas vendrán luego, ya lo verás, hay gente en la universidad
 muy lista, lo que hay es un vacío de poder de la hostia en el partido y
 hay que decidir si lo queremos coger o no».
Me lo contó uno de los próximos
 de Zapatero, que fue ministro, pero más no te puedo contar. Tiene 
nombres y apellidos, pero me dijo que no los pusiera. Tenerlo, lo tengo 
grabado. Y sí, de esto venía Zapatero. Algo muy típico, una especie de 
pragmatismo al que ya directamente le dan igual las ideas. El poder por 
el poder. Poner el carro antes que los bueyes. Primero a coger el poder y
 luego a ver qué hacemos con él. Es una degeneración democrática 
tremenda en la que incurren todos los partidos.
En el congreso en el que también se postuló Rosa Díez comentas
 que tampoco ella iba muy sobrada de doctrina, que tras su intervención a
 los compromisarios «lo único que les había quedado claro era que se 
llevaba muy bien con su hijo».
Es verdad, me quedé asombrado. 
Ella es lista y tiene mucho peligro, pero apareció con un discurso 
rarito, de la juventud y tal, diciendo lo bien que se llevaba con su 
hijo. Quizá quería dar a entender que no era mayor para tomar el relevo,
 pero era una cosa tan flácida que daba vergüenza que se pudiera hacer 
política con esos mensajes. Vergüenza ajena y vergüenza propia.
Te
 quejas de que con Zapatero solo prosperan en el partido los fabricantes
 de frases. Aquí, una antología: «Nadie tiene los planos del paraíso», 
«no hay que buscar una solución verdadera, las fronteras difusas 
permiten un alto grado de contrabando de ideas», «no estar más al centro
 o más a la izquierda sino más adelante, debemos reivindicar la fuerza 
de la cultura frente a la cultura de la fuerza», «una cultura que saque a
 las persona del vasallaje pero que no avasalle»…
Zapatero funcionó con estas 
frases y con gestos espectaculares, como poner a una mujer embarazada 
como ministra de Defensa o promocionar a Madina porque ETA le había herido. Recuerdo especialmente un día durante el debate de los Presupuestos. Resulta que Miguel de la Quadra-Salcedo tenía
 un programa financiado por el BBVA en el que se premiaba a unos niños 
con excursiones a lugares que tenían que ver con la historia de España. 
Los del programa pidieron ver a Zapateo con los críos y les dieron un 
viernes, cuando había Consejo de Ministros. La persona que los llevaba 
pensaba que se habían debido de equivocar, pero fue hasta ahí y les 
tenían montado un puesto con Coca-cola y Fanta. Cuando se estaba 
discutiendo lo más gordo de los Presupuestos, Zapatero salió de la 
reunión a hacerse un montón de fotos. Le dijeron: «Pero ¿cómo haces 
esto?», y contestó: «No os preocupéis, esto ya no es lo que era, desde 
que nos han puesto límite de gasto da igual y va un poco más o un poco 
menos para cada cosa». Una frivolidad increíble. Y así se ha quedado el 
partido.
Hablas de que ha entrado en una dinámica de entropía.
Es una ley que se aplica a la 
economía pero que funciona en los partidos, la de rendimientos 
decrecientes. Es decir, cuando sube el más mediocre, el que genera menos
 resistencias o envidias, el que no es un peligro para muchos, el que es
 capaz de pasar como un camaleón. Un triunfo de la mediocridad y el 
cálculo mezquino. La gente con personalidad, la que puede enfrentarse a 
una línea oficial, la que actúa de una forma coherente con sus ideas, 
está considerada un peligro en los partidos. Se ha producido un 
deterioro tremendo.
Zapatero era un dirigente, 
digamos, limitado, pero con ambiciones mesiánicas. El tío no era ningún 
genio, pero se movió bien en León, con mucha audacia y, sin embargo, en 
lugar de aceptar sus limitaciones, pasó a pensar que era el mesías. Este
 cóctel de insuficiencia y una opinión tan elevada de sí mismo siempre 
lleva al desastre. Ocurrió como con Felipe González, que le daban igual 
los ministros porque consideraba que él era el único personaje 
relevante, pero aquí fue peor. Felipe con la ejecutiva de su partido 
tenía unas trifulcas tremendas, mucha pasión, pero con Zapatero duraban 
lo mínimo para guardar la compostura. No se apoyó ni en los órganos del 
Gobierno ni en los del partido, sino en una camarilla de amiguetes, Javier de Paz, el hombre que hacía de enlace con los empresarios que querían algo, Miguel Barroso, Miguel Sebastián…
 Prefería tener una camarilla de gente de adhesión inquebrantable, 
aplauso y halago, antes que el Gobierno o el partido, por eso funcionaba
 a veces a base de ocurrencias.
En
 su programa de 2004 llevaba promesas serias de cambiar la estructura 
económica de este país, como una reforma fiscal que nunca se llevó a 
cabo.
Su Gobierno tuvo dos vertientes económicas, la de Solbes y
 la de Sebastián, un liberal reconvertido del que Zapatero estaba 
enamorado. Le fascinaba. Y era un tío brillante, pero también limitado. 
Es profesor, pero no catedrático. Muy capaz, pero no un genio. Recuerdo 
que formaba parte de un grupo de sabios que tenemos en El Nuevo Lunes para
 comentar la actualidad, y cada vez que nos juntábamos Zapatero le 
llamaba dos o tres veces. Tuvo una influencia enorme. Pero Sebastián no 
era un hombre de gran compromiso político ni social. Llegó al PSOE por 
cierto oportunismo. Le habían echado del BBVA por algunas críticas que 
hizo al Gobierno del PP como director del servicio de estudios. Rato pidió
 su cabeza y se la dieron. En su situación, le vino muy bien ligarse al 
destino de Zapatero. Solbes, en cambio, estaba en las antípodas. Seguía 
la línea liberal de Solchaga, pero era como un gran funcionario y tampoco quería grandes cambios en la política fiscal.
Ni siquiera Zapatero pareció 
mostrar un gran interés. Cuando hizo el decreto de desgravación de los 
cuatrocientos euros a todo el mundo, desde Botín hasta su jardinero, iba
 contra todos los principios de la socialdemocracia. Volvemos a eso de 
Felipe de tratar de lograr que todo el mundo te quiera, pero con otro 
fundamento. Eso te da idea de su verdadera mentalidad. Tampoco tocó las 
sicav, que son una cosa escandalosa, dio también el cheque bebé para 
todos. Tenía una actitud como si no hubiera clases sociales, ni guerra 
de clases. Efectivamente, en el terreno fiscal esto se manifestó 
claramente.
Botín le dijo, revelas: «Tú eres el gran presidente que necesitábamos, ¿para qué quieres un ministro de Economía?».
Se lo dijo delante de mí. Fue 
en una copa de Fin de Año en la Moncloa. Me confesó el propio Botín que 
se lo había soltado. Así que esto lo cuento de primera mano. Se lo dijo a
 Zapatero, pero antes le habría dicho algo similar a Aznar.
Pero
 a lo que voy es a que Botín le acarició el lomo y luego su reforma 
laboral fue la antesala de la actual, le metió un palo a la negociación 
colectiva… no sé si tendrán relación ambas cosas…
Ese tipo de decisiones son las 
que han machacado al partido. Cambiar la Constitución por la vía rápida 
también. Por mucho miedo al rescate que se tuviera, una política tan 
radical y antisocial debía estar precedida de una convocatoria de 
elecciones. Eso era lo decente.
Al final de El hundimiento socialista hablas
 con Barranco y te confiesa que las capas urbanas abandonaron al PSOE ya
 en 1986, que se han convertido en un partido de implantación rural.
El PSOE todavía tiene el 
problema de las grandes ciudades, donde se supone que un partido 
progresista más apoyo tiene que tener, donde está la gente con más 
formación y más sofisticada. Y ya hemos visto en Madrid los resultados 
que han obtenido. En Andalucía todos los Ayuntamientos de las grandes 
ciudades eran del PP hasta hace poco. El PSOE se ha salvado por un voto 
que no voy a decir que sea rural, pero casi. Convertir un partido 
progresista con vocación de Gobierno nacional en un partido rural, o en 
un partido para Andalucía, tiene mucho mérito. Con eso no se va a ningún
 lado. Encima se ve que, en las encuestas, los votos que pierde Podemos 
se los está llevando Ciudadanos. Se decepcionan con la alternativa de 
Pablo Iglesias, pero esos votos no vuelven a la casa del padre. Ya hay 
encuestas que les dan como tercera fuerza.
¿Cómo ves a Pedro Sánchez?
Como el partido tiene tanta 
necesidad de resucitar de entre los muertos creo que hay un gran 
consenso entre los parroquianos. Sánchez da los mínimos para 
recuperarse, ha conseguido el apoyo de la militancia y se ha ganado la 
vida fuera del partido. Zapatero fuera del PSOE no ganó un solo euro en 
toda su vida, una situación que te condiciona mucho. Por eso Pedro me 
parece que tiene más condiciones, es menos frívolo, pero tengo mis dudas
 sobre su consistencia. No existen aún razones objetivas para decir que 
ha metido la pata, pero me parece zapateril eso de meter de número 6 en 
las listas a la exmilitar Zaida Cantera. O lo de Irene Lozano. Me recuerda a Felipe con Garzón, para probar que han cambiado meten a la chica que les ha machacado.
Pero todo esto me lo explico 
porque creo que Sánchez no ha podido elegir a su gente. El PSOE es un 
partido muy complicado donde mandan los barones, él tiene un pequeño 
margen y ha querido demostrar que mandaba más de lo que manda, aunque 
fuesen medidas criticadas, pero como su autoridad está en entredicho… 
Aunque aún no tengo elementos de juicio, no es como con Zapatero, que 
antes de que llegase mi revista fue muy crítica con él por todos los 
detalles que ya había dejado que indicaban que no era un líder sólido. 
No puedo decir lo mismo de Sánchez ni ponerme a criticarlo porque sea 
guapo [risas].
En 2005, el diputado balear Antoni Diéguez denuncia irregularidades de la empresa de Iñaki Urdangarin. Solo tu revista, El Siglo, siguió el caso y le disteis varias portadas.
Fuimos los primeros que lo 
dimos y los únicos. Ahí se ve el consenso que había entre los medios a 
la hora de informar sobre los asuntos reales. Cuando saqué la primera 
portada del yernísimo, me llamó el propio Urdangarin y tuve con él una 
conversación demencial. Me dijo que la gente no podía entender que él 
pudiera organizarse su vida profesional al margen de que fuese parte de 
la familia real. «Yo es que me voy a hacer republicano», me dijo. Yo le 
contesté que si había algo que no fuese cierto, se rectificaba. Y 
respondió: «Si es que no es eso, es el enfoque principal».
Luego hicieron que me llamase 
un ministro del PSOE, suponiendo Urdangarin que yo era del PSOE, cosa 
que no es cierta, estoy en una izquierda moderada pero nunca he tenido 
ningún carné. El ministro me pidió si no se podía cambiar alguna cosa, 
pero él mismo ya le había advertido a Urdangarin de que yo iba por libre
 y que no se podía hacer idea de qué manera, que ya les había dado 
bastantes disgustos a ellos.
Cuando explotó el tema judicialmente, ya salió en todos los medios. En la Sexta y en Telecinco entrevistaron aInmaculada Sánchez,
 la directora de la revista, yo soy el editor, pero es una vergüenza que
 los periodistas no hicieran su trabajo. Porque esto no es atacar al 
jefe del Estado, es informar. Deberíamos hacer una petición de perdón 
colectiva por nuestra connivencia con el rey y sus asuntos 
impresentables.
Esta ley del silencio supuso 
además que con los años el rey se cortase menos e hiciera estas cosas 
con más descaro. Todo esto lo decía Aznar, que le dijo a alguien «yo sé 
lo que sé y él sabe que lo sé». Rajoy, pues igual. Además, todos han 
reconocido que leían mis libros, aunque más bien sería por amabilidad [risas].
 Pero no, mi revista sí que la han recibido en todos los gabinetes de 
prensa y ha habido un silencio, una complicidad con unos manejos. 
Pensaban que esto iba a durar eternamente y nunca se llegaría a saber, 
pero eso es imposible.
Hombre, el rey sabía devolver los favores, ¿no?
Sí, a Felipe González le 
encargó que influyera en Grecia para que la familia de la reina pudiera 
recuperar sus propiedades. El presidente envió para allá a Julio Feo y
 algo consiguió. Luego el rey en un discurso de Navidad pidió moderación
 a la prensa cuando peor lo estaban pasando los socialistas. Felipe y el
 rey tuvieron muy buena relación. Había química. A los dos les gustaban 
los mismos chistes chabacanos, se entendían muy bien. Con Aznar no, el 
rey decía en público textualmente: «A mí ese del bigote…». Y Felipe 
también se lleva muy bien con el hijo, con el otro Felipe. Con lo de Eva Sannum y lo de Letizia,
 Juan Carlos quiso que mediara para que hiciera entrar en razón a su 
hijo, pero González dijo: «Una persona que está en condiciones de 
reinar, también lo está para elegir a su mujer». Hay que tener claro 
también que sin Felipe no habría habido monarquía. Una monarquía de 
derechas es imposible. Alfonso XIII nunca recibió a Pablo Iglesias ni a los socialistas, hizo una monarquía de derechas y así le fue.
Felipe quiso el primer día poner orden en los regalos que se recibían y no pudo.
Me lo dijo un ministro, tampoco
 voy a decir quién. Se le dijo a Juan Carlos, que se iba a hacer una 
norma para regular los regalos que recibían el presidente y él, y el rey
 gritó: «Ni hablar, ¡encima de que estoy todo el día pringando!».
Cuando publicaste La soledad del rey, ¿qué te dijo?
Apeló al hecho de que saqué lo de la novia, Marta Gayá,
 con la que estuvo dieciocho años. Yo no quería meterme en cotilleos de 
estos, pero en la medida en que esta Marta consiguió que se cesase al 
secretario general de la Casa Real, para mí es noticia. José Luis de Vilallonga estaba
 introduciendo a Marta en cierta sociedad mallorquina. Era un grupo 
restringido, pero le daba cuartelillo y presencia. El secretario general
 lo criticó, le dijo que tuviera más cuidado y cuando ella se enteró le 
pidió que lo cesara. Si una cosa de amores tiene relevancia hay que 
contarla, porque si no es imposible explicar los hechos. A mí me entró 
por ese lado. Me dijo que todo lo que decía el libro lo aguantaba, que 
tenía las espaldas anchas, pero que la reina estaba desolada. Yo no 
quería romper un matrimonio, pero también el rey es rey todos los 
minutos del día, no es un funcionario con un horario determinado. Tiene 
que dar ejemplo. Y eso de que Sofía le tuviera que preguntar a Sabino si era normal que el rey tuviera que ir al dentista a las cuatro de la mañana…
En tu siguiente libro, El rey y su hijo,
 planteas que la institución tiene anacronismos irresolubles en estos 
tiempos. Como la imposibilidad de tasar el tráfico de influencias, que 
un yerno sin formación termine en consejos de administración, la 
publicidad que hacen las gafas que llevan, etc.
Es que patrocinaban hasta el 
carrito del bebé, el coche, el equipo para navegar, todo tenía un fin 
crematístico. Ahora ha cambiado mucho, también es verdad, pero eso de 
que el rey recibe un dinero del que dispone libremente lo interpreta 
como que no tiene que dar cuentas y esto no es así. Eso no pasa en 
ninguna monarquía europea. El auditor de las cuentas solo daba el 
informe al propio rey, no pasa ni por el Congreso ni por el Tribunal de 
Cuentas. Recibir regalos gordos, coches de lujo, las motazas de Juan 
Carlos… ningún monarca europeo puede aceptar eso.
Relatas
 un episodio en el que Marichalar hace que un avión tenga que aterrizar 
de emergencia por «una indisposición» y que el rey dijo: «Le metería 
cuatro tiros. ¿He dicho cuatro tiros? No, quería decir seis».
Estaba muy encabronado, pero 
luego el que era peor era el otro yerno. Marichalar, al no haber régimen
 de incompatibilidades, se ha colado en tantas cúpulas empresariales… 
Tampoco lo hay en Inglaterra, pero la reina decide. Y en teoría aquí 
también, pero como estas cosas las hacía el rey mismo, no tenía 
autoridad moral para impedirlo. Aquí podría ocurrir que Felipe pusiera 
un puticlub en la carretera de Extremadura. Ninguna ley lo impide. Y sin
 una ley es imposible evitar que la gente sepa que estás en la familia 
real, de modo que el tráfico de influencias está servido y casi sin que 
nadie lo exprese. Urdangarin pedía un dinero a distintas empresas para 
la organización de eventos o como asesoramiento, pero es que, además, 
cuando empezó con el negocio fue el propio rey el que hizo las primeras 
llamadas a los grandes empresarios en favor de su yerno. Sí que han 
actuado inteligentemente dejando la familia real solo en el núcleo duro:
 rey, reina e hijos. Antes era mucho más amplia y se ha dejado lo 
meramente institucional porque hay mucho Borbón por ahí y cualquiera te 
puede meter en un brete. Lo bueno que podemos decir del actual rey, de 
Felipe, es que no se le conocen golfadas de esta clase.
Lo del elefante también marcó un antes y un después.
Afortunadamente, las últimas 
tropelías del rey Juan Carlos generaron cierta reacción en la gente de 
que por ese camino no íbamos a ninguna parte y la autocensura ha ido 
desapareciendo con mucha lentitud. Aquel día, con lo del elefante, Juan 
Carlos le hizo un gran servicio al país porque consiguió que la prensa 
entendiera que la monarquía no era un apartado para la sección de 
corazón o sociedad, sino algo político. Por fin se llegó a plantear un 
debate sobre la conveniencia de la monarquía o si se puede aceptar que 
sea hereditaria. En términos puramente políticos.
Me parece muy relevante el detalle que recogiste en El rey y su hijo de
 que Juan Carlos se empeñara en que Felipe hiciera la carrera militar. 
En su proclamación, de hecho, lo primero que ocurrió en la Zarzuela fue 
que su padre le hizo entrega del fajín rojo de capitán general de las 
Fuerzas Armadas. Él luego se vistió de militar, un uniforme que tiene un
 significado que lo siga llevando el jefe del Estado.
Los socialistas le dijeron a 
Juan Carlos en su momento que no les parecía bien que el príncipe Felipe
 hiciera la carrera militar, que en estos tiempos era más apropiado un 
futuro rey que fuese civil. Pero Juan Carlos dijo que no, que de ninguna
 manera. Primero, que había que meterle en el Ejército cuanto antes, no 
se le fuesen a quitar las ganas, y segundo, que eso era esencial para la
 defensa de la democracia. Se trata de flecos, ni más ni menos, de que 
todavía no estamos en plena normalidad; son flecos del franquismo. En 
España todavía hay un sustrato franquista, un franquismo sociológico, 
autoritario, considerable. Y tiene una base importante de ciudadanos. 
Todavía hay reflejos franquistas en cantidad de cosas. Y esa es la 
percepción que tenía el rey cuando insistió tanto en querer ponerle un 
uniforme militar a su hijo para que reinase.
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