Nos ofrece una varita mágica en forma de consumo responsable como si fuera la salvación del planeta .
¿Donde está la OIT? ¿para qué sirve la ONU? ¿que opina el FMI de esta crisis humanitaria y del crecimiento de las economías occidentales debido a la venta de móviles?
Sin lugar a dudas con el consumo individual podemos influir en la imagen social de determinadas marcas. Pero hemos de admitir que su grado de incidencia ha sido realmente bajo cuando hemos organizado campañas entre los diferentes movimientos sociales . Los fairphones pueden ser una alternativa a la compra para quien se los pueda pagar , que sin duda serán pocos . Las opciones que nos ofrece el mercadeo de la conciencia en tiendas de comercio justo , productos ecológicos, aquellos libres de maltrato animal realmente hace que sus precios prohibitivos sean aquellos que tienen economías precarias sean las que consuman los productos mas agresivos contra el medio ambiente y las personas .
Mucho mas efectivo sería presionar a los gobiernos e instituciones políticas para que esos productos no llegaran a las estanterías de las tiendas y supermercados .
Todas las campañas de concienciación se pueden ir al carajo si se aprueba con nocturnidad y alevosía un tratado como el TTIP.
Hacer recaer todo el peso del sistema económico en acciones individuales de compra o no compra es cuando menos bastante miope como forma de cambio social .
En el caso hipotético de una huelga de consumo hacia este tipo de productos tuviera una incidencia significativa seria una buena noticia no porque una empresa quebrara si no por el grado de conciencia de la población que lo realizara y todo lo que ello conllevaría como repulsa a una guerra encubierta que usa la economía como tanques de combate y de saqueo
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Los problemas del Congo ni empiezan ni acaban con el coltán, ni su
estructura política se debe a la natural ineptitud de los africanos, ni
las ONG son una ayuda
Jaume Portell Caño
- Periodista - 14/11/2016
Me alegré mucho cuando vi que Salvados dedicaría un
programa a hablar de la guerra del Congo. Que el equipo de Jordi Évole
pusiera en prime time un tema tan silenciado es
digno de elogio. Sin embargo, me gustaría añadir algunas ideas y señalar
los riesgos de la narrativa de Salvados, demasiado parecida a la de
tantas campañas humanitarias.
Lo más brutal del Congo
es la continuidad histórica de las atrocidades. Lo repasaba el
periodista Xavier Aldekoa al inicio del programa: los grandes
desarrollos tecnológicos occidentales han venido acompañados de
sufrimiento en el Congo. Pero no se trata solo de eso: las estructuras
políticas han ido encaminadas siempre a mantener la explotación. Viendo
el programa, podría dar la sensación de que los políticos congoleños son
unos irresponsables y que los africanos, en conjunto, no dan para más
que para ser una tropa de idiotas y ladrones, acompañados por una serie
de ciudadanos desamparados en el papel de víctimas. Y que siempre fue
así. Las multinacionales extranjeras haciendo de malos, y las ONG
europeas poniendo parches como pueden. Fin.
Ahí eché de menos a Lumumba y Mobutu. Patrice Lumumba,
primer ministro electo del Congo independiente, quería acabar con el
tribalismo para construir un país próspero gracias a sus riquezas
naturales. "Que se vayan y nos dejen en paz con nuestro futuro", decía.
Fue depuesto y, al cabo de seis meses, asesinado. A manos de katangueños
independentistas, controlados de facto por los belgas. Es importante
mantener la teatralidad: que parezca un crimen entre negros, sin hablar
nunca de las manos blancas que mueven los hilos. El líder de esos
independentistas, Moïse Tshombe, fue aplaudido por el diario ABC y acabó
exiliándose a la España franquista. El Congo consiguió que ABC
estuviera a favor de la independencia unilateral de una región, ya les
digo que es un país increíble. Lumumba fue sustituido finalmente por
Mobutu, que durante tres décadas acumuló miles de millones de dólares
antes de fallecer de un cáncer de próstata. Durante sus años en el poder
recibió todo el apoyo financiero de EEUU, Europa, el FMI y todos los
organismos serios del mundo libre.
¿Quiénes son esos rebeldes?
El contexto del Congo no puede entenderse sin hablar de las grandes
potencias (Francia, Estados Unidos, Reino Unido) y los estados vecinos
(Ruanda y Uganda) que les sirven de marionetas. Para entenderlo debemos
ir al genocidio ruandés: más de 800.000 personas (entre tutsis y hutus
moderados) fueron asesinadas por las milicias hutus radicales, los Interhamwe.
El conflicto acabó con la llegada al poder de Paul Kagame, un tutsi.
Muchas personas huyeron al Congo –ayudadas por los franceses, cómplices
en primera instancia de los genocidas– temiendo posibles represalias. Y
el tema se convirtió en un asunto de seguridad para Ruanda: en los
campos de ACNUR, los genocidas preparaban una nueva invasión. Para
prevenir, las tropas de Kagame aniquilaron a decenas de miles de
personas: muchos de esos refugiados no tenían nada que ver con el
genocidio. Susan Rice, voz experta en asuntos africanos con Clinton y
con Obama, resumió el papel americano poco antes de las masacres: "Kagame sabe lo que hay que hacer, lo único que tenemos que hacer nosotros es mirar hacia otro lado". Y así fue.
Desde la expulsión de Mobutu del poder, Ruanda ha tenido un papel clave
en la política congoleña. Apoyada por la élite global (Bill Clinton y
Tony Blair, entre otros), se ha convertido en el ‘milagro económico’ de
la zona, aunque raramente se comenta el papel de sus milicias en el robo
de minerales del país vecino. Su omisión en el programa es una lástima.
El Congo es un desastre por su propia dinámica interna, pero también ha
sido el gran daño colateral del genocidio en Ruanda.
El consumo ético no es ético
Una de las últimas tesis del programa es hablar del consumo responsable
de móviles. Y eso nos lleva a la última conclusión, quizá la más
importante para hablar seriamente de desarrollo en los países
empobrecidos. Aunque todo el mundo comprara Fairphones, el Congo
seguiría siendo pobre. Si un país vende cacao a otro, y este le vende
chocolate al primero, ¿quién gana? El chocolate es un producto elaborado
y siempre será más caro que la materia prima. Si vendes más barato de
lo que compras, acabarás con deudas. Y eso no se arregla con cacao de
comercio justo, cacao environment- friendly o cacao veggie wonderful para que un europeíto de clase media sienta que está haciendo su parte por mejorar el mundo.
Si Costa de Marfil, primer productor de cacao mundial, tuviera su
propia industria, el país se enriquecería y no necesitaría ninguna
ayuda. Y sus niños, en lugar de trabajar como esclavos para grandes marcas,
podrían ser ingenieros para mejorar la productividad de las máquinas
marfileñas. Y los ingenieros marfileños adultos, en lugar de jugarse la
vida para acabar recogiendo fresas en Almería, se quedarían trabajando
en casa. La misma idea es aplicable al Congo y a cualquier país
africano.
La industrialización de África, por
supuesto, es una quimera. Los préstamos que reciben de los países ricos
van condicionados, precisamente, a que no usen las medidas
proteccionistas que les permitirían crear esa industria. A la postre, se
les impide que sigan el camino que recorrieron todos los países que hoy
son ricos. Y se sigue insistiendo en que el comercio entre un productor
de trigo y un productor de coches acabará enriqueciendo a ambos –aunque
el productor de trigo africano vea su mercado local saturado por el
trigo subsidiado europeo y americano–. Como resultado, los países
africanos se endeudan con los países ricos, que acaban extrayendo más
capital del continente del que acaban enviando. Ayudamos a los africanos
a ser pobres y nos enriquecemos en el proceso.
Una
crisis como la de los refugiados es un buen pretexto para debatir estos
temas, pero seguimos empeñados en dar respuestas bien intencionadas a
problemas más profundos, y crear debates morales sobre consumo cuando
quizá toca impugnar el sistema entero.
Que la peor
crisis del capitalismo en 80 años acabe con la extrema derecha en el
poder es un buen indicador del éxito de las ideas progres. Que cada uno
haga lo que quiera, pero los problemas del Congo ni empiezan ni acaban
con el coltán, ni su estructura política se debe a la natural ineptitud
de los africanos, ni las ONG son una ayuda. Con toda su buena fe, sirven
para enmascarar los problemas y hacernos creer –todavía– en esa África
dependiente que no sabe resolver sus problemas, ocultando la cruda
realidad: el saqueo colonial, cinco siglos después, sigue más vivo que
nunca.
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