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https://iniciativadebate.org/2016/12/05/europa-la-censura-y-la-maquinaria-mas-cruel/
(Atrapados por el exceso de desinformación)
Somos cautivos de un inefable aparato 
mediático, que es capaz de convertir al agredido en agresor y al agresor
 en alma caritativa que va por la vida ofreciendo ayuda humanitaria.
Son tiempos difíciles, pero 
tremendamente difíciles para la libertad de información y, sobre todo, 
para la difusión de dicha información.
La tarea es tan ardua y tan complicada 
que quienes se dedican a investigar e intentar exponer sus análisis en 
profundidad, con otras miradas, desinteresados, impulsados por la honda 
motivación de querer entender cómo funciona el mundo en que vivimos, y 
dispuestos a establecer un diálogo para poner de relevancia las 
inmundicias de este sistema que nos devora, terminan normalmente siendo 
cuestionados o, lo que es peor, censurados como meros transmisores de 
teorías estúpidas o sin ningún sentido.
Ya no importa el tema que vayas a 
tratar; hables de ecología, agricultura, alimentación, investigación, 
farmacias, organizaciones no gubernamentales, política, cambio 
climático, religión, filosofía, deportes o redes sociales, todo está 
hasta tal punto contaminado que no tenemos casi nada que hacer. Tan solo
 esperar la comprensión de quien te lee, creer en su templanza y en su 
buen hacer, en esa predisposición a construir y argumentar nuevas ideas.
 Pero ese margen de confianza está también deteriorado, sencillamente 
porque los cauces de información general están absolutamente 
esquilmados.
Europa está a la vanguardia de la censura y la ocultación.
 Mientras vivimos una época en la que la ciudadanía europea hace valer 
su “supremacía democrática” sobre el resto del mundo (y sobre el mundo 
árabe en particular), la propia ciudadanía desconoce los acuerdos y 
pactos que firman sus dirigentes.
Dicha supremacía respalda, como no podía
 ser de otra forma, el ímpetu del capitalismo. Un sistema en continua 
expansión y que, precisamente por ello, está en la necesidad de 
proveerse de poderosos aparatos de propaganda
 para construir amplios consensos que justifiquen sus guerras (o lo que 
es lo mismo, sus nichos de recaudación y reestructuración).
Queda resuelto de este modo el control 
absoluto de la información. Por un lado a través de la censura y, por si
 esto no fuera poco, con el añadido de esa maquinaria capaz de alterar 
la percepción selectiva de la población.
Que los medios de comunicación están en manos de cuatro grandes grupos lo
 saben ya muchas personas, pero aun así no percibo una conciencia 
mayoritaria sobre las consecuencias de dicha intimidación. Si hiciéramos
 una encuesta en relación, por ejemplo, a las “revoluciones de colores” o
 a las “primaveras árabes”, una mayoría absoluta se decantaría 
precisamente por lo que dichos medios les han contado en todos estos 
años de embustes y ficción. Por tanto, superar la asimilación de la 
supuesta convicción del engaño que vuelve a engañar, es misión 
imposible.
Desgraciadamente, un claro ejemplo de ello lo tenemos en los informes posteriores a
 la invasión de Libia. Periodistas, filósofos, politólogos y analistas 
de la “vanguardia intelectual de la izquierda” hicieron un flaco favor a
 los deseos de paz y movilización popular apoyando la injerencia en 
dicho estado, y clamando por el derrocamiento de Gadhafi. Y ahora que 
sabemos lo que ocurrió realmente, ¿qué nos queda? ¿Van a donar sus 
bienes para regalárselos al pueblo libio, que ha quedado desmantelado? 
Es tremendo, es desolador tener que convivir una y otra vez con el mismo
 drama.  He de callar mi boca y mirar a otro lado, para no lanzar 
misiles con mis palabras para quienes alientan tanta violencia. ¿Qué 
necesidad tienen, qué consiguen con ello? ¿Son posicionamientos 
conscientes o tan solo producto de la torpeza u “otros infortunios”?
El Parlamento español también apoyó la 
invasión (intervención militar para ellos), a petición de José Luis 
Rodríguez Zapatero. De un total de 340 diputados presentes,  336 votaron
 a favor, 3 en contra y una sola abstención. Cinco años después 
comienzan a llegar las primeras conclusiones.
 Siempre es igual. Siempre tarde. Y la Corte Penal Internacional de La 
Haya cubriéndose de medallas con sus deliberaciones nada imparciales, 
con África en el punto de mira mientras nuestros dirigentes salen ilesos
 de sus graves decisiones; “la estrategia estuvo basada en conjeturas erróneas”. A la estrategia también se le puso nombre: Odisea del amanecer.
 Se me humedecen los ojos una y otra vez, en cada ocasión que un nuevo 
informe demuestra la barbarie que nos rodea. Libia ya está aniquilada.
No quiero entrar en un debate en el cual se me interpelaría por mis propias observaciones.
 Procuro dejar constancia de mis preocupaciones, a ser posible con 
noticias y argumentos contrastados. Ahí están diseminadas por la red 
miles de palabras, pensadas, ordenadas y analizadas, queriendo gritar 
una realidad que se nos oculta, queriendo dar luz a las oscuras causas 
que matan y menosprecian. Palabras que siempre necesitan ser 
justificadas. Pero también palabras que a veces pueden ser recordadas.
Como hoy, recordadas para desbrozar la 
maleza, para celebrar el acontecimiento de una noticia, y para tomar 
aliento y seguir con tiento cada referencia.
En varias ocasiones escribí sobre Ucrania.
 No recuerdo debate ni ningún tipo de acogida. Sí en cambio que me 
tiraba al monte sin brújula alguna. La cuestión es que, sabedor de 
tamaña peripecia, has de buscar información hasta en las ocultas estancias de la memoria,
 para que quien pueda llegar a leerte tenga elementos suficientes para 
proseguir tu estela. Pero es tan engorroso y es tan agotador que muchas 
veces piensas en dejarlo todo y quedarte solo en la esquina de tu propio
 balcón.
Es muy cansado verte en la obligación de
 estar justificando cada frase, cada consideración, y la respuesta que 
otorgas a cada interrogación.
Es más, estoy convencido de que es una 
trampa. Mientras ellos nos devoran con sus continuas falacias, y nos 
ocultan hasta el código informático del recuento de votos, nos obligan a
 tener que demostrar la existencia de documentos robados, de disquetes 
devorados, de entrevistas preparadas, de incendios provocados, de datos 
escondidos, de violaciones enmascaradas, y hasta de matanzas amañadas.
Mientras ellos juegan nosotros tenemos 
que averiguar cuál va a ser la próxima tentación de su desmesura, y cuál
 fue el crimen que cometieron mientras se reunían en la última cena.
Es un delirio estar continuamente a 
expensas de que nazca un Snowden o de que un tipo insistente descubra el
 dato que demuestre que el engaño era evidente. Es un delirio obligarte a
 tener que buscar allí donde han arrojado toneladas de residuos para que
 luego tú tengas que limpiar hasta el inodoro del presidente de la 
comunidad. Y todo para conseguir un dato, un miserable dato que 
justifique tu percepción. Hastía, devora, fulmina…
Durante el Festival de Cine de San 
Sebastián una mañana me encontré con el programa de mano de todas las 
proyecciones. Estaba con dos amigas. En una de las secciones anunciaban 
un documental sobre Ucrania.
 En cuanto lo vi me enojé y se lo hice saber a ellas. ¿Éste documental? 
Pero si es una parodia de lo que aconteció en realidad. ¿Quién se 
encarga de decidir qué películas se van a proyectar? No hay derecho! 
Allí se quedaron mis palabras… Netflix ganó fácilmente la batalla. Es 
muy fácil que te la den hasta sin queso. Este documental (Sub
 HD, hay que insistir después de las ventanas publicitarias y ya está), 
estuvo en la Selección Oficial del Festival de Cine de Venecia en el 
2015, en la Selección Oficial del Festival de Cine de Telluride del 
mismo año, en la Selección Oficial del Festival de Cine de Toronto y, 
claro está, ¿cómo no iba a llegar a la Bella Easo? Nos lo ponen muy 
caro. El tráiler ya avanza un subproducto de Hollywood fácil de masticar.
Y así hasta que a veces llega el 
salvador, y todos tus esfuerzos parecen ser recompensados. En esta 
ocasión llega vestido de documental con una nueva producción de Oliver Stone,
 y dirigida por Igor Lopatonok. La prensa parece estar ausente, como no 
podía ser de otra forma. Lo que trasciende es una bofetada contra los 
mass-media y contra la verdad oficial, y nos descubre, oh sorpresa, una 
nueva visión de lo que ha acontecido en Ucrania, una nueva visión de lo 
que representan las “revoluciones de colores”, y una nueva visión del 
papel que representan la CIA y los Estados Unidos en el mundo.
Digo parecen porque uno no se siente muy
 cómodo por el hecho de que su trabajo tenga validez o no en función de 
lo que un director reconocido o un infiltrado hagan o dejen de hacer. 
Pero he de reconocer que a veces, reconforta.
Lo que verdaderamente nos interesa es 
mostrar la implacable censura de los medios, y denunciar a esta Europa 
infatigable en su desmantelamiento de la democracia. Dos días antes del 
estreno, en la red apareció una petición del ucraniano Andréi Nezvani 
para que se prohibiera el filme, ya que en él “se tergiversan los 
hechos” y puede “provocar desórdenes en masa en Ucrania”.
El desorden ya está instalado en este 
continente corrompido por su avaricia y su modelo de desarrollo. Somos 
ahora nosotros quienes debemos ser conscientes de ello, y denunciar 
además de la censura y a sus confidentes de la manipulación el fraude al
 que estamos asistiendo.
¿Por qué cuesta llegar tanto al fondo de
 los hechos, que siempre cuentan con un mismo patrón? ¿Por qué quienes 
escriben y quienes pretenden informar son, en su mayoría, alentadores de
 un modelo de gestión donde se permite que el expolio de otras partes 
del mundo forme parte de nuestra tradición?
Estamos atrapados por el exceso de 
desinformación, y “forzados magistralmente” a asumir un comportamiento 
lastrado por las consecuencias del despotismo y el neocolonialismo más 
cruel.
Joséluis Vázquez Domènech, sociólogo, miembro del colectivo internacional Ojos para la Paz
No a las Injerencias, No a las Guerras
www.undominiopropio.com   
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