Berger se impuso la tarea más difícil, y la que más falta nos
 hace hoy: vivir con los ojos abiertos sin dejarse derrotar por el 
nihilismo. Ser testigo del mundo sin caer en el odio ni la desesperación. Marta Peirano 
  
  
    
    
      03/01/2017 http://www.eldiario.es/cultura/libros/Cosas-puedes-John-Berger-ahora_0_597390803.html
 
    
John Berger era un sabio, no un 
intelectual. Su temprana columna sobre arte para el New Statesman generó
 encendidas cartas de la crítica, comisarios e instituciones y una 
devoción eterna entre el resto de la población civil, que después 
aprendería a amar el arte gracias a sus  Maneras de ver,
 la colección de ensayos que se convirtió en la serie televisiva de 
1972. Su visión era humanista, callejera y política, inspirada por  Walter Benjamin y por Marx. Y  Maneras de ver era su contraprogramación al académico elitista Kenneth Clark, cuyo ensayo  Civilización se había convertido también en una popular serie televisiva. 
Para Berger, el arte era la llave de la iluminación, pero también del 
consuelo. Lo salvó de la desesperación en un internado brutal al que le 
mandaron de niño durante la guerra y, desde entonces, su misión 
fue compartir la gracia con los que la necesitaban más. Además de un 
visionario, Berger era y siempre fue marxista pero sin partido, dedicado
 a la causa con el fervor de un monje que no necesita iglesia ni 
congregación, solo la fuerza de una profunda fe interna. Pintor de 
vocación y de formación, en mitad de los años 50 cambió el pincel por la
 pluma porque "había demasiadas urgencias políticas para pasarme la vida
 pintando". Tenía 30 años. 
Su primera novela,  Un pintor de nuestro tiempo,
 sobre la desaparición del exiliado húngaro Janos Lavin que vuelve a 
Budapest en 1956, fue retirada de circulación al mes de ser publicada 
por presiones de un grupo anticomunista  patrocinado por la CIA y, al parecer, el poeta  Stephen Spender. En cuanto pudo dejó Inglaterra para irse a vivir a Francia.
Pasó la mayor parte de su vida en  Quincy, un pueblecito de la Alta Saboya  francesa
 donde pensaba, escribía, dibujaba, pastoreaba y hablaba con su mujer, 
Beverly Bancroft, hasta su muerte en 2013. Al parecer,  estuvo mucho en Betanzos.
 También estuvo en Mexico con el subcomandante Marcos, en Estambul con 
la disidencia turca y en Palestina contra la ocupación. Nunca le hizo 
falta estar en Londres, Nueva York o París para ser un pensador de su 
tiempo. Rodearse de jornaleros le servía mejor. 
Era implacable en lo moral y generoso en lo humano, una secta de uno 
que despreció las jerarquías y el movimiento sísmico de las grandes 
masas. También fue riguroso: cuando cedió la mitad del premio Booker a 
las Panteras Negras para protestar contra las explotaciones que habían 
hecho rico al fundador Booker McConnell en el Caribe, todo el mundo se 
enfadó. "La derecha por darles la mitad del dinero –explicaba su alumno 
aventajado Geoff Dyer– y la izquierda por darles  solo la mitad".  
Pero era un individualista capaz de contener multitudes. "Más de la 
mitad de las estrellas del universo son huérfanas, no pertenecen a 
constelación alguna y arrojan más luz que todas las estrellas de 
constelación",  decía en esta entrevista. La otra mitad del Booker la usó para financiar  Un séptimo hombre,
 un largo reportaje a medias con el fotógrafo suizo Jean Mohr sobre la 
vida de los inmigrantes europeos después de la Segunda Guerra Mundial. 
El hermano europeo del   Algodoneros de Walker Evans y  James Agee. 
Su compasión era infinita y legendaria. Con ella como guía se impuso la
 tarea más difícil, y la que más falta nos hace ahora mismo: vivir con 
los ojos abiertos sin dejarse derrotar por el nihilismo. Ser testigo del
 mundo sin caer en el odio ni la desesperación. Nuestra tarea y tributo 
es seguirlo como un faro en la densa oscuridad que nos ciega, para que 
nos salve del desprecio, la angustia y la desidia. 
Dos cumpleaños y un funeral
A los libros  que ya conocemos, una colección que incluye  novela, ensayo, cartas, dibujo, poema, retratos y reportaje periodístico y
 que hay que leer, releer, recomendar, regalar y recordar, se sumaron en
 los últimos meses varios títulos valiosos. Berger era de la escuela de 
Gerhard Richter, el otro gran genio de nuestro tiempo, y trabajaba todos
 los días, contra viento y marea, sin esperar a la musa, el buen tiempo o
 la revelación. 
Acababa de publicar  Portraits (retratos), un cuaderno de perfiles artísticos que empieza en las cuevas de  Chauvet y acaba en la jovencísima artista palestina  Randa Mdah, pasando por su querido Cy Twombly,  al que consideraba un poeta-pintor y, por lo tanto, un hermano. Le siguió su complementario  Landscapes (paisajes), un libro de encuentros con almas gemelas como Bertold Brecht, Walter Benjamin y Rosa Luxemburgo.
  Paisajes salía el día de su 90 cumpleaños, el pasado cinco de noviembre, igual que  A Jar of Wild Flowers: Essays in Celebration of John Berger , un libro de homenaje con tributos de sus amigos y colaboradores. Hablan de él y con él gente como Ali Smith, Sally Potter,  Ram Rahman, Hsiao–Hung Pai o Julie Christie. Lo escribieron para su cumpleaños y ahora será el primer homenaje de su funeral. Habrá muchos. Y está su   Cuaderno de Bento donde
 dibuja y escribe poseído por Spinoza, el filósofo favorito de Marx. No 
deja ninguna autobiografía. Probablemente, su última lección. 
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