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 // “Vivimos en el mejor de los mundos, no hay alternativa posible”. 
Este es el mensaje con el que nos llevan bombardeando durante décadas, 
de manera machacona: el capitalismo ha triunfado y no tiene oposición. 
Máxima que se mantiene aún hoy, incluso en los tiempos que corren, donde
 se evidencia el colapso ecológico en el que nos encontramos, las 
crecientes desigualdades que nos asuelan, la violencia y la exclusión 
como pan de cada día. “Dentro del sistema, todo; fuera, el abismo”, 
añaden ahora, ante el oscuro panorama que se nos ofrece a la humanidad y
 al planeta. De esta manera, como cada vez se hace más complicado vender
 las virtudes del sistema, centran sus esfuerzos en destruir toda 
iniciativa, propuesta, agente y proceso que ose marcar otras sendas por 
las que avanzar. El marco de lo posible —nos siguen diciendo—  es
 tan estrecho como el que define la lógica capitalista y la democracia 
formal. Se impone un imaginario dentro de este minúsculo margen, que 
tratan de inocularnos hasta que parezca pensado por nosotras mismas: no 
hay bienestar sin crecimiento económico; los problemas ecológicos tienen
 solución tecnológica; el comercio y la inversión son premisas del 
desarrollo; si a las grandes corporaciones les va bien, nos irá bien a 
todos y todas. Precisamente, son las empresas 
transnacionales, principales protagonistas del sistema vigente, quienes 
más interés tienen en sostener y difundir este imaginario, como vía para
 mantener y ampliar un poder sin igual en la historia: actualmente, 69 
de las 100 principales entidades económicas mundiales son empresas y 
solo 31 Estados. 
A la vez, su acceso e incidencia en las decisiones estratégicas es enorme a través de la labor de lobby, de la corrupción y de las “puertas giratorias” —auténticas camas redondas
 público-empresariales, en realidad—; manejan la información y la 
comunicación a través del control de seis grandes conglomerados 
mundiales; y han impuesto un marco jurídico global plagado de tratados 
de comercio e inversión, que configuran una arquitectura de la impunidad
 que sitúa en un altar la seguridad en las inversiones, mientras que los
 derechos humanos y de la naturaleza se arrodillan. “Las instituciones 
financieras multilaterales son necesarias para garantizar la estabilidad
 de los países” y “los tratados de libre nos benefician a todos, 
quedarse fuera es rezagarse en el progreso”, nos repiten cual mantra.
Pero por mucho que insistan, cada vez más
 comunidades, movimientos sociales y gobiernos populares tienen claro 
que sí hay alternativas, y que todas ellas transitan por caminos 
antagónicos a los hoy dominantes. Son alternativas no solo teóricas, 
sino sobre todo prácticas, demostrando que se hace camino al andar y que
 la disputa es aquí y ahora, para ganar nuestro presente y nuestro 
futuro. No hay término ni vía intermedia: o apostamos y defendemos la 
vida, o nos hundimos con el capital. El imaginario hegemónico se rompe y
 se cuestiona desde la raíz.
Así, por ejemplo, en 2008 se 
remunicipalizó el servicio del agua en París, frente a la oposición de 
las dos más grandes empresas mundiales del sector (Suez y Veolia), 
demostrando la viabilidad de lo público frente a la avaricia 
corporativa. A su vez, Bolivia había denunciado en 2015 todos y cada uno
 de los 22 tratados bilaterales de comercio e inversión firmados hasta 
esa fecha, cancelando en 2006 su deuda con el FMI y  poniendo
 fin a su adhesión a los tribunales de arbitraje del Banco Mundial, sin 
hundirse ni mucho menos por ello. Y podemos destacar también, entre 
muchas otras experiencias, el caso de la empresa de producción de té 
FRALIB, recuperada en Marsella por los y las trabajadoras, evidenciando 
la posibilidad de que estas dirijan la misma sin patrón alguno —y además
 desde una perspectiva agroecológica—, frente al gigante Unilever, que 
pretendía deslocalizar dicha planta en Polonia en busca de menores 
costos laborales.
Este es el punto de partida de Alternativas al poder corporativo,
 un libro que recoge 20 propuestas y 90 medidas políticas frente al 
poder de las grandes empresas, fruto de la sistematización de 30 
experiencias de resistencia, regulación y propuesta alternativa en 
América Latina y en Europa. Se trata de plantear, de esta manera, toda 
una agenda de confrontación con las multinacionales —que necesariamente 
debe ser aterrizada a contextos y agentes específicos— cuya meta es, en 
última instancia, contribuir a la movilización social y a la agencia 
política frente al poder corporativo y al capitalismo, a partir de la 
sugerencia de una respuesta humilde pero articulada a las preguntas 
sobre qué, hacia dónde y cómo hacerlo.
1. Apuesta inequívoca por la vida frente al capital.
 Los contextos climático y energético están poniendo en riesgo la vida 
tal y como la hemos conocido, y por ello es necesario disputar espacios a
 los mercados, la ganancia y el lucro, posicionando en sentido contrario
 el bien común, la democracia, el trabajo y la sostenibilidad. Es 
fundamental incidir en la impostergable transición energética, como 
propone la cooperativa vasca sin ánimo de lucro GoiEner que, además de 
garantizar consumo de energía renovable a sus socias, se plantea la 
producción local y social como horizonte. A su vez, es fundamental 
priorizar la defensa de la tierra y el territorio frente a los 
megaproyectos, tal y como nos muestran miles de experiencias de 
resistencia, de entre las que destacamos la articulación de campesinos, 
maestras y comunidades del istmo de Tehuantepec (México) frente a los 
“desiertos eólicos”, en los que participan empresas como Iberdrola. Esta
 defensa del territorio en ningún caso conlleva obviar la apuesta 
global, como ejemplifica la red de articulación internacional de 
sindicatos y movimientos en torno a la empresa minera brasileña Vale, 
con nodos que van desde Canadá a Mozambique.
2. Defensa de la democracia y avance del poder popular.
 Frente a la democracia de baja intensidad, la única vía posible es la 
de fortalecer la regulación y ampliar los procesos participativos. 
Destacamos aquí la propuesta de un Tratado de los pueblos impulsada por la campaña global Desmantelando el Poder Corporativo, que defiende un sistema jurídico internacional en favor de los derechos humanos y de la naturaleza frente a la lex mercatoria.
 Igualmente son muy valiosos ejercicios de democracia directa como las 
consultas populares realizadas en muchos lugares del mundo frente a la 
arremetida de los megaproyectos, desde la celebrada en 2005 en Sipakapa 
(Guatemala), ante el rechazo popular a la entrada de la minera 
canadiense Goldcorp, al referéndum realizado en 2011 en Italia en favor 
del agua como derecho y servicio público, hito de soberanía popular 
frente a la privatización.
3. Construcción de economía alternativa.
 Es fundamental demostrar la viabilidad de otros principios y sistemas 
viables de entender la economía, más allá de la hegemonía absoluta de 
mercados y grandes empresas. Así, es importante aprender del ejemplo de 
REAS en el Estado español, una red que integra producción basada en el 
trabajo, mercado social y finanzas en un sistema de intercooperación 
articulado y en expansión. O del movimiento de la Vía Campesina, que 
impulsa procesos de reforma agraria, apoyo a las economías campesinas y 
al modelo agroecológico a partir del enfoque de soberanía alimentaria, 
tal y como propone también el Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT). 
Podemos destacar también el intento de generar nuevas 
institucionalidades basadas en la autogestión, como el proyecto de 
comunas venezolanas.
4. Redistribución radical de bienes y trabajos.
 No hay emancipación sin igualdad, por lo que redistribuir es 
preceptivo. Y no nos referimos únicamente a los recursos sino que, 
dentro de una lógica de desmercantilización, ampliamos la mirada a la 
propiedad de todo aquello que resulte fundamental para la sostener la 
vida, así como de todos los trabajos necesarios en ese sentido. 
Destacamos así la apuesta por una compra pública socialmente 
responsable, como la impulsada en el Estado español a través de muchos 
ayuntamientos; la incidencia en favor de una fiscalidad internacional 
que ponga fin a los paraísos fiscales y a la evasión y elusión fiscal; 
la realización de auditorías para el impago de la deuda y la 
nacionalización de empresas y sectores estratégicos como las llevadas a 
cabo en Bolivia y Venezuela en la última década. Además, tenemos mucho 
que aprender de planes de igualdad como el hoy vigente en Gipuzkoa, que 
aborda de manera novedosa y emancipadora aspectos cruciales como los 
cuidados y las asimetrías de género.
5. Estrategias corresponsables y articuladas local-globalmente.
 Para avanzar en términos de poder popular es fundamental, ahí donde sea
 posible, el esfuerzo combinado de instituciones, movimientos sociales y
 comunidades. Gobiernos que regulen y también favorezcan la 
emancipación, organizaciones sociales que sostengan la agenda de 
transformación estructural desde una lógica de transición. Este ha sido 
el caso del Programa Campesino en Porto Alegre (Brasil), con el que se 
han articulado organizaciones campesinas, sindicatos urbanos y la 
municipalidad para impulsar una estrategia de alimentación saludable y 
transición agroecológica conjunta. Al igual que el caso de Nápoles, 
donde la municipalidad otorga valor jurídico a los procesos de 
autogestión, ensayando nuevas institucionalidades alternativas.
No podemos caer en el desánimo. Frente al
 imaginario único, hay muchos otros imaginarios, viables, en marcha, que
 disputan espacios al capital. Esperamos que este y otros trabajos 
parecidos sirvan para ponerlos en valor y multiplicar su fuerza. Los 
pueblos y comunidades sí tenemos alternativas, sí hay otros mundos 
posibles.
Gonzalo Fernández Ortiz de Zárate es investigador del Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL) – Paz con Dignidad.
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