Juan Manuel Bustamante, de 26 años, más conocido como Nahuel, salió de la prisión de Aranjuez el pasado 8 de marzo. Llevaba 16 meses encarcelado sin juicio, sin pruebas sólidas; acusado de terrorismo en unos informes plagados de especulaciones. Él no recuerda qué hora era cuando se dirigió a la puerta de la cárcel: se dejó cachear, se quitó el reloj de la muñeca para traspasar el arco de seguridad y perdió la noción del tiempo. En la entrada del centro penitenciario aguardaban familiares, compañeros, amigos. Aplaudieron con ganas y corearon la proclama que habían paseado por el mundo físico y el virtual desde noviembre de 2015: “Nahuel libertad. Nahuel libertad”. Él se encasquetó la capucha de la sudadera y se metió las manos en los bolsillos mientras se acercaba al grupo. Al alcanzarlos, empezó a repartir abrazos. En el vídeo de su liberación, se ve alegría entre la gente. En Nahuel resulta imposible captar un ápice de euforia. “Le perdí el miedo a la cárcel, si mañana me dice alguien vuelves a la cárcel, me daría igual”, reflexiona, perplejo de sí mismo: “Me he vuelto totalmente apático allí dentro”.
Nahuel ha pasado por cinco prisiones en menos de un año y medio. Incluso los presos vascos se sorprendían.La jueza Carmen Lamela decidió dejarlo salir porque la instrucción del caso está prácticamente terminada y porque tiene “arraigo familiar” en España. El argumento contrario, la falta de arraigo, fue esgrimido por la misma instructora para rechazar otras peticiones de libertad: “Yo el único DNI que tengo es el español”, dice Nahuel. Nadie se esperaba el auto de excarcelación. Su caso ha carecido de lógica desde el principio. A Juan Manuel Bustamante se le aplicó el estricto régimen FIES (Ficheros de Internos de Especial Seguimiento) pensado para reclusos extremadamente peligrosos: intervención de cartas y comunicaciones orales; anotación de todos los movimientos, lecturas, paseos, compañeros; prohibición de tener más de dos prendas de vestir, de participar en talleres o cambio constante de centro sin valorar su vinculación familiar... Nahuel ha pasado por cinco prisiones en menos de un año y medio. Incluso los presos vascos se sorprendían. “Mi mayor miedo era que me llevaran a Galicia”, allí las visitas se harían casi imposibles.
—Lo peor de la cárcel era no ver a mi madre— lamenta.
Juan Manuel Bustamante es un joven nacido en Cartavio (Trujillo, Perú). Los diez años que lleva viviendo en Madrid le han difuminado un poco el acento peruano. Habita en Lucero, una zona obrera, pobre de la capital; aunque no tanto como las calles que lo vieron crecer. Viste con camisa a cuadros y peina un moñete azaroso que, junto a las gafas de pasta, le confiere un aspecto de samurái intelectual. Aparenta menos de sus 26 años. Habla con CTXT en una salita de la cooperativa de abogados que lo defiende. Al lado de su sillón hay una lámpara posada sobre un montón de volúmenes de Derecho: la prueba de que todavía transita por un limbo en el que nada le pertenece, en el que no merece la pena poseer nada más de lo que lleva encima. Quiere que el juicio llegue rápido. Sólo contempla la absolución total o la búsqueda de una pequeña condena para “evitar el ridículo” y “justificar el hecho de que haya estado en prisión”.
Si se materializa la acusación con todas sus consecuencias, podrían pedir para Bustamante más de treinta años de cárcelSupuestos ataques a bancos
Se le achaca haber incendiado dos sucursales bancarias en 2013 y 2015. Ocurrió a las seis de la mañana. Los informes hablan de encapuchados que rompen el cristal y lanzan algún artefacto incendiario al interior del local. Y, a partir de esos actos de vandalismo, la justicia habla de intención de subvertir el orden constitucional. Esta pirueta viene facilitada por la modificación del artículo 573 del Código Penal injertada en el pacto antiyihadismo entre PP y PSOE: un cajón de sastre que permite confeccionar una amenaza terrorista en un Estado sin terrorismo. Si se materializa la acusación con todas sus consecuencias, podrían pedir para Bustamante más de treinta años de cárcel.
Si un periodista se enfrenta a una entrevista con un terrorista, lo lógico es que acuda antes a las víctimas y que, después de escuchar el testimonio del horror de las vidas destrozadas, llegue a la cita con el criminal inmunizado contra cualquier argumento ideológico. En el caso de Nahuel, el relato está cojo: la única opción, en todo caso, sería hablar con unos cuantos vidrios rotos que deben haber sido reciclados hace tiempo. De hecho, los informes lo dejan claro: “No había personas en el interior ni viviendas sobre ellas [las sucursales]”. El local se encontraba cerrado a esa hora. El estiramiento de los hechos hasta encajarlos en el artículo 573 se realiza a través de especulaciones como esta: “… hubieran [las llamas] podido producir daños en las zonas colindantes de no haber sido sofocadas”. Sin embargo, incluso la atribución a Bustamante de estos actos de gamberrismo común parece carecer de sustento.
Están en muchas partes del mundo: no fuman, no beben, no esnifan. Cualquier sustancia adictiva, para ellos, es una estrategia del sistema para adormecer a la genteAdemás de unas pintadas que aparecieron semanas antes en las sucursales afectadas, las pruebas son una serie de proclamas publicadas junto a otros amigos (también de veintipocos años y encausados) a través de las redes sociales de Straight Edge Madrid: citas o letras de canciones de bandas anarquistas. La investigación también incluye algunos posts como evidencias del comportamiento violento del grupo; por ejemplo, un cartel en el que aparece el dibujo de un cóctel molotov bajo el lema “Quema el instituto” y que, en realidad, se refería a unas jornadas de educación alternativa en Vallecas (o Vallekas). Siguiendo esa línea, se consideran pruebas de terrorismo provocaciones virtuales como “arderán vuestros cajeros”.
El Straight Edge (SXE) es una rama del hardcore y del anarquismo que defiende el veganismo, el antiespecismo y lucha contra el consumo de drogas legales o ilegales. Están en muchas partes del mundo: no fuman, no beben, no esnifan. Cualquier sustancia adictiva, para ellos, es una estrategia del sistema para adormecer a la gente. En su caso, Nahuel y otros compañeros crearon SXE MAD, según él, para organizar conciertos, recoger fondos para distintas causas (refugios veganos, apoyo al pueblo sirio…) o hacer activismo de calle. La idea era juntar a diferentes bandas, crear comunidad. “Para hablar de grupos musicales decía bandas, ellos [la policía] lo interpretaron como banda armada; ahora sólo digo grupos musicales”.
Sin mediar palabra me cogieron, me pusieron contra la pared y fueron a buscarlos a ellosLa detención
Bustamante y otro amigo al que también detuvieron habían ido a acompañar a la novia del primero, Candela, porque acababan de operar a su madre del pecho y “estaba nerviosa”. Eran las cuatro de la mañana y tocaron al timbre. Nahuel creyó que algo malo le había pasado a la madre de Candela, pero enseguida volvieron los golpes: “¡Somos la policía, abre la puerta!”.
— ¿Y qué pensó?
— Me quedé de piedra. “¿Cómo?”, pregunté. Y otro policía me dice: “¿Eres Bustamante? Pues abre que también te estoy buscando a ti”. Ellos se quedaron paralizados. Vi a Candela temblando. Me dio mucha pena, le dije que se cogiera un abrigo, habíamos visto en televisión que cuando te detienen te llevan con las pocas cosas que tienes. Fui a abrir, estaba muy enfadado. Sin mediar palabra me cogieron, me pusieron contra la pared y fueron a buscarlos a ellos. Nos empezaron a decir que estábamos acusados por pertenencia a organización terrorista, nos acusaron de estragos a una serie de sucursales… Al principio, yo pensaba, que, no sé, que muchos conciertos que hacíamos eran en centros sociales en los que, a lo mejor, habían ido a detener gente sólo por ir a asambleas, y yo pensé que nos pondrían alguna vinculación por haber ido a esos centros. Pensaba que sería más o menos eso, pero cuando dijeron lo de estragos… para mí era la primera vez que escuchaba esa palabra, ¿estragos? Y yo pensé: pintadas o algo por el estilo, ¿en serio nos van a hacer esto por pintar o pegar carteles? Pregunté y dijeron que habíamos incendiado… No me lo creía.
Separaron a los amigos. A él lo llevaron a casa de su madre para registrarla.
— Empezaron a buscar cosas en la habitación de mi hermano porque hace artes plásticas y tiene productos para limpiar pinceles y brochas. Entraban a todas partes. Yo no oculté nada, les dije, mira, ahí tienen los botes de humo y las bengalas: si ahora te metes en internet ves cómo grupos como Wolf Down usan bengalas en los conciertos.
Le sorprendió el hecho de que buscaran una sudadera que aparecía en el vídeo Bajo la capucha: yo tapo mi cara, tú tapas tu realidad: un montaje audiovisual que alterna las reflexiones de unos personajes enmascarados sobre la revolución con fragmentos de Los Simpsons, Padre de Familia, Antz o El Club de la Lucha. “La idea no era enaltecer la violencia organizada; si es un trabajo con el que quieres adoctrinar, no te vas a poner a hacer tantas tonterías como hacía yo en los créditos”. Al final del documento, Nahuel bromea y se despide con una fórmula poco propia de personajes sanguinarios: “Ciao. Hasta luego. Besis”.
Los resultados de los registros de la policía muestran productos de limpieza, azúcar, sal, bicarbonato, cerillas, un botecito de ajo y, lo más sonoro, material pirotécnico que puede comprarse en cualquier tienda o en internet (Petardy, Escuadrilla de Ataque, Silba Boom…). El mismo informe policial los califica como artículos de “libre comercialización” y sin “alteraciones respecto a su formato original”.
Mientras otros presos trapicheaban para conseguir tabaco o drogas, él tuvo que ingeniárselas para dejar de adelgazar y equilibrar la dieta de cualquier maneraA partir de entonces empezó su peregrinaje por el mapa penitenciario español. Sólo él quedó entre rejas. Sus cinco amigos, apresados también en la que se bautizó como Operación Ice, salieron bajo fianza. Desde el principio sus convicciones vitales, sobre todo el veganismo, le trajeron problemas en la cárcel.
— Me informé de que cualquier interno tiene derecho a una dieta y a que se respeten sus convicciones ideológicas o religiosas. En Navalcarnero y Sevilla sí controlaron la dieta, pero cuando me trasladan a Estremera me dan sólo papa cocida y arroz. La mayoría del tiempo sólo arroz, llegué a comer dos platos de arroz blanco.
— ¿Arroz blanco de primer plato y arroz blanco de segundo plato?
— De primero y de segundo...
Mientras otros presos trapicheaban para conseguir tabaco o drogas, él tuvo que ingeniárselas para dejar de adelgazar y equilibrar la dieta de cualquier manera. “Creé un minimercado negro de la comida”, sonríe, “en Aranjuez se me negó la dieta vegana y para no comer sólo lechuga y tomate, conseguí garbanzos, lentejas”. Viajaban de módulo a módulo dentro de un bote de Cola Cao hasta acabar en sus manos. “Compraba avena y la mezclaba con salsa brava. Es feo, pero necesitaba proteínas”.
La droga circulaba sin problemas dentro de la prisión. Le recordaba a Cartavio, su pueblo natal. Una de las cosas que le gustó de España cuando aterrizó aquí es que resultaba muy fácil esquivar las drogas. Pero tras los muros de la cárcel la historia cambia: “Estaban por todas partes, es más, la mayoría de medicaciones que dicen tratar ciertos problemas que los presos en realidad no tienen, se usan también como drogas: antidepresivos, relajantes”. Mucha gente empieza a consumir dentro de la cárcel.
— ¿Trazó alguna estrategia mental para mantenerse íntegro psicológicamente?
— Hay una cosa de la que me he dado cuenta. Desde pequeño, si la gente se mete conmigo por ser diferente, me produce más orgullo.
Juan Manuel Bustamante fue algo parecido a un “socialdemócrata” durante un tiempo. Escuchaba la música Straight Edge ya en Perú, desde los 13 años, y le molestaba la injusticia, pero no había profundizado en ideologías. No fue la pobreza andina la que lo empujó a politizarse, sino la crisis española. “En 2010 nos desahuciaron”, amarga la boca, intenta apaisar las cejas, “me pareció muy injusto, no fue un banco, sino un particular”.
— Nunca lo decía porque tenía un sentimiento de vergüenza. No decía “nos han desahuciado”, decía como que “nos habíamos mudado”.
A partir de entonces contactó con V de Vivienda, uno de los colectivos semilla del movimiento antidesahucios y, desde ahí, leyendo, escuchando, observando, se encaminó hacia el anarquismo. Aquella ideología y aquellos ambientes le conquistaron: se hablaba de inclusión, de antirracismo, mientras que en su barrio debía soportar pintadas nazis. Comenzó a sumarse a movilizaciones y lo detuvieron varias veces. La primera, en la manifestación de Rodea el Congreso. Dice que intentó mediar para que no hubiera enfrentamientos con la policía y que, al no lograrlo, se acurrucó en el suelo, en posición fetal: “Me dieron porrazos y patadas en la cabeza, estaba mareado, acabé desmayándome”.
En la cárcel hay escenas de luz y escenas de sombra. Escenas como cuando salía al patio solo porque los otros presos estaban tan empastillados que no se levantaban. “Fue la bienvenida al aislamiento: niebla, paredes grises, moho, palomas, cosas oxidadas; me recordaba a Silent Hill”. Momentos como cuando quiso llamar a Perú porque su abuela se estaba muriendo y lo “último que quería” era hablar con él. Ella no sabía que él estaba preso. Un papel no estaba en regla y no le permitieron llamar. Ella murió y él se dio cuenta de que el encierro le estaba cambiando, de que de pronto parecía incapaz de sentir dolor: “Mi hermana estaba llorando y mi padre, triste, pero yo cambié de tema”, recuerda aún sin terminar de reconocerse.
En cambio, las escenas de luz vivían siempre al otro lado de los barrotes. Pocos días antes de que lo liberaran, el sábado 4 de marzo, entró su nombre a gritos desde la calle. Habían organizado una concentración para rodear el centro tratando de dar con su celda. Se cumplían 16 meses de internamiento. Él consiguió verlos, a lo lejos. Entre las banderas y los mensajes políticos, había también una madre llamando a un hijo.
Autor
Esteban Ordóñez
Es periodista, creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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