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“Herodes se enojó sobremanera y mandó matar a todos los 
niños varones en Belén y en todos sus alrededores, de dos años de edad 
para abajo” (Mateo, 2:16) La vesania de los ultra-católicos 
españoles en guerra superó con creces la del malvado rey bíblico por la 
simple razón de que los franquistas asesinaron a niños y niñas menores y
 mayores de dos años. Fue tanta su crueldad así como su adicción a la 
pena de muerte, que las transmitieron a sus epígonos, esos que hoy 
fusilarían si pudieran “sólo a algunos” niños mientras rezan por “el 
derecho a la vida”.
Hoy no vamos a hablar de los cientos o decenas de miles de Niños 
Robados por la simple razón de que, por fortuna, es un tema conocido 
–aunque apenas judicialmente. Vamos a hablar de algo mucho peor que, 
además, es menos conocido: el fusilamiento de niños y de nonatos durante
 la Guerra y la inmediata Posguerra.
Algunos de los nombres de aquellos infantes fusilados deben ser 
citados con nombre y apellidos, en parte porque, si alguien duda de que 
la barbarie llegara a esos extremos, fácilmente los pueden revisar en 
internet. Por citar sólo un puñado de ejemplos: Francisco Castillo 
Sánchez (asesinado a los 12 años), Félix Gálvez (13), Juan Gómez Sánchez
 (16), Juan González Espinosa (12), Celedonio Maroto (16), Dionisio 
Martínez (13) Y también Antonia Molina Pérez (13), cuya ejecución prueba
 que los ‘nacionales’ también fusilaron a niñas.
Dadas las condiciones en las que se desarrollan –quema de archivos, 
saboteo sistemático de los gobiernos, etc.-, las investigaciones del 
movimiento memorialista son inevitablemente incompletas. Aun así, 
gracias a ellas se puede demostrar que, por ejemplo, durante las 
exhumaciones en el cementerio de San Rafael (Málaga), sólo en 2009 ya se
 habían encontrado los restos de 349 menores de 10 años, quizá no todos 
fusilados sino -otra vez quizá-, algunos víctimas por otras causas. Por 
otra parte, en las dos Castillas, se sabe que fueron fusilados no menos 
de 40 menores. ¿Huelga añadir que todas estas cifras son extremadamente 
parciales y provisionales?
Dos infamias poco excepcionales
Grazalema. En el verano de 1936, la columna falangista de 
Fernando Zamacola Abrisqueta entró literalmente a sangre y fuego en este
 pueblo gaditano. Asesinaron a 250 personas (un 15% de la población) y 
arrojaron los cuerpos, algunos vivos todavía, a varias fosas comunes.
En 2008, en una de las ocho fosas que, ¡finalmente!, consiguieron
 abrir, los forenses memorialistas encontraron los restos de quince 
vecinas -embarazadas cuatro de ellas- de edades entre 15 y 61 años… y 
también los de un niño de 13 años al que sus paisanos llamaban el Bizarrito porque era hijo de María la Bizarra y de Pepe el tío Fraile.
 El Bizarrito no cometió otro delito que estar en la hora y lugar 
equivocados, precisamente en la curva de la carretera donde estaban 
siendo torturadas aquellas señoras. El niño fue obligado a cavar su 
propia tumba. Fue el último ejecutado. Sus padres, obreros del carbón 
“desaparecieron sin dejar rastro”.
Ponferrada. También en 2008, en esta localidad leonesa se 
exhumaron los esqueletos de una mujer de 22 años y de su hijo, de tres 
años. Han leído bien, los franquistas asesinaron incluso a un casi bebé 
del cual sólo se conserva su única foto en vida –fácilmente obtenible en
 internet. En ella, se observa que Fernandito Cabo Blanco, hijo 
de Jerónima Blanco, es tan diminuto que ni siquiera subido en una silla 
llega a la cabeza de su mamá, fusilada pese a estar notoriamente 
embarazada de seis meses. Pero el sadismo no se limitó a este doble 
asesinato sino que, además, los sayones se divirtieron jugando al tiro 
al plato con Fernandito. Según la Historia Oral, le lanzaban por los 
aires y es fama popular que, según caía, le ensartaban en las bayonetas.
Nonatos y otros daños colaterales
Los fanáticos opositores al aborto, históricamente hablando lo son 
‘según y cómo’. Con ello no me refiero a las señoritas de postín 
viajando a Suiza sino a los franquistas vulgares. Un caso habla por sí 
solo. El aragonés Jesús Pueyo Maisterra, se estremece recordando un 
episodio de la participación en la Guerra de un cura feroz, 
concretamente en “el fusilamiento de Basilia Casaus, que tenía 19 
años y estaba embarazada de gemelos. Según el médico le faltaban entre 
una o dos semanas para dar a luz. La Guardia Civil y la Falange 
aceptaron esperar para fusilarla. Pero su primo, que era sacerdote, se 
negó a prorrogar la sentencia y dijo: ‘Hay que fusilarla, muerto el animal, muerta la rabia’, y fue fusilada frente al castillo de Sádaba“.
Además de nonatos, la infame estadística se nutre de otros casos en 
los que todavía no podemos saber si los niños fueron fusilados o simplemente
 torturados hasta la muerte. Por ejemplo: dentro de la prisión de 
Saturrarán (Bizkaia, 1938-1944; dirigida por monjas mercedarias) se han 
encontrado evidencias sobre los restos de 56 niños. Y la monstruosidad 
no terminó en esos asesinatos sino que continuó en la modalidad de niños
 robados puesto que luego se decretó que los niños menores de tres años 
no podían permanecer en ese penal por lo que fueron separados de sus 
madres desapareciendo automáticamente de las listas de ingreso de la 
enfermería de la prisión.
Un último dato que revela la duración de lo que los franceses llaman 
la “guillotina seca”: en el Jaén de 1942, la mortalidad infantil entre 
los vencidos llegó al 35%, un récord que hoy creemos exclusivo de los 
países pobres pero impropio de un país europeo tan amante de los bebés 
que llegó a calificar como delito el control de natalidad 
–evidentemente, no así el control de la mortalidad.
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OTRA COSA: Docentes en acción. Lamentamos la pérdida -suicidio- de la directora del CEIP Taraguillas.

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