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Pablo Olmos 28/02/2017 http://www.eldiario.es/murcia/murcia_y_aparte/perdiendo-tren_6_617398258.html
España es una excepción. No me refiero al viejo lema
“Spain is different”, o a que las aspiraciones de cambio de la sociedad
no las esté aprovechando algún partido del `populismo identitario´ como
en EEUU, o Francia.
Mirando a la evolución reciente
del mundo, tenemos muchos indicios e indicadores de que estamos a las
puertas de un cambio económico disruptivo, casi civilizatorio, y lo
podemos observar de forma muy evidente en 4 fenómenos que se
retroalimentan entre ellos:
- El constante abaratamiento de las energías renovables, especialmente la solar.
- El constante abaratamiento de la capacidad de almacenamiento de electricidad.
- El constante abaratamiento del coche (y transporte en general) eléctrico.
- La maduración de la tecnología de automatización del transporte (coches autónomos, camiones autónomos…).
A lo que habría que sumar la extensión de Internet y las tecnologías de
la información, la normalización de la robotización y la extensión de
la inteligencia artificial en general… que daría para otro artículo.
Estos cambios no lo van a vivir nuestros nietos, sino que lo estamos
empezando a ver ya, y será evidente en algún momento de los próximos 20
años
Al pensar sobre estas cuestiones tengo que
reconocer la capacidad innovadora de la humanidad, y en concreto del
capitalismo de libre mercado como sistema económico. Me siento un poco
como los pensadores revolucionarios del siglo XIX, que admiraban la
enorme potencia del capitalismo industrial para generar riqueza
globalmente para la economía a la vez que se lamentaban de que a su vez
dejado sin control, generaba terribles desigualdades y enormes bolsas de
pobreza.
Aquí junto al capitalismo global coexiste el `capitalismo de amiguetes´
Obviamente, como civilización
tenemos graves problemas en el horizonte. El fin del petróleo barato ya
no parece tan preocupante como el gran reto del cambio climático, que
puede suponer desastres difíciles de predecir. Pero un problema más
difícil de discernir para la mayoría, es el desarrollo sin control del
capitalismo global.
La globalización económica lleva
más de 30 años reduciendo, y continúa haciéndolo, la capacidad de los
estados (y por tanto de la ciudadanía) para financiar los sistemas de
bienestar, controlar la desigualdad y en general decidir las políticas
públicas a establecer. Este otro fenómeno se nos confunde a veces con la
construcción de la Europa neoliberal, pero los efectos son los mismos.
El mercado impone vetos que generan grandes dificultades al que intenta
decirle lo que hay que hacer. Un mercado sin puestos centrales de
mando, pero en el que no somos ciudadanos libres e iguales sino
consumidores/inversores en los que rije el “tanto tienes tanto vales”.
Un mercado implacable en su búsqueda de beneficio y que expulsa del
mismo a los menos productivos, convirtiéndolos en `perdedores´ del
capitalismo que ahora llamamos `globalización´. Esta expulsión puede ser
de personas o de regiones o estados enteros.
Y este
riesgo de `expulsión´ lo tenemos en España como país, debido a nuestra
excepción: aquí junto al capitalismo global coexiste el `capitalismo de
amiguetes´ o de amigantes (amigos y mangantes). Estoy hablando del
círculo vicioso en el que está metida la vieja clase política, incapaz
de salir de la puerta giratoria que comparte con los sectores económicos
cuya cuenta de resultados depende de su capacidad de influir sobre
cuáles y cómo se aplican las políticas públicas en este país:
constructoras, bancos y eléctricas.
Así, teniendo una
población preparada, una situación geográfica envidiable y unas
infraestructuras más que suficientes para afrontar el reto, todo apunta
a que para defender los intereses de unos pocos, en su afán parasitario
de la economía que existe, nos puede dejar fuera de este tren que
viene… Corremos el riesgo de convertirnos definitivamente en esa
periferia del sistema económico global.
El futuro se
avecina a la vez prometedor y amenazante. El mundo debe establecer un
lazo que ponga límites democráticos a la economía global por el bien de
las mayorías sociales. Una tarea que suena difícil, casi imposible, y de
ello depende el futuro... Pero en España tenemos un reto más cercano y
accesible: acabar con el ‘chanchulleo’ de una casta que nos impide
construir un nuevo país que no deje a nadie atrás. ¿Que pasará? El
problema es sobre todo político ¿Seremos capaces de defender nuestro pan
y nuestra libertad?
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