Son las siete de la mañana. Todos los días me despierto a la misma hora; desayuno, me visto y me incorporo a mi puesto de trabajo a las 8 de la mañana. Es de noche todavía y la ruidosa puerta del almacén se cierra en mi espalda.  Frida Arguedas - Viernes 3 de marzo  http://www.laizquierdadiario.com/Mi-precariedad
Mi misión diaria no está todavía definida. Tal vez, en el 
momento de entrar, me encuentre con un enorme contenedor reteniendo, del
 suelo al techo, de pared a pared y de principio a final, pesadas cajas.
 A descargar entonces. Tal vez pedidos. No sé cuántos, no sé de qué, no 
sé nada.
No estoy contratada para pensar. Sin embargo, cualquiera que sea la 
función que comience a desarrollar, puede verse súbitamente interrumpida
 por otra nueva y para ese momento ha de quedar todo controlado. Todas 
las cifras en mi mente, las cajas que he movido, los palets contados...
A la una, generalmente, paramos a comer. Paro yo, y para la gente contra la que estoy expuesta a competición.
El ambiente no es especialmente bueno, somos muy pocos, algunos 
afortunados vuelven a sus casas y los demás calentamos nuestra comida 
envasada en el microondas, que nos espera pacientemente cada mediodía 
sobre la blanca mesa del comedor. Allí no hay nada más que la mesa, 
cuatro sillas y el dichoso aparato. Alguna vez que hemos tenido 
refuerzos, hemos comido unos cuantos en el suelo.
Y a las tres, después de dos largas y somnolientas horas al frío de 
la inhóspita nave, cruzamos desganados la puerta teniendo que estar 
preparados para la segunda parte. La teoría, y es que en este lugar las 
teorías son fascinantes ilusiones que atraviesan de lado a lado el 
cansancio y la presa sensación de vivir aquí, es, que salimos a las 6 y 
media.
Pero no es así. No, nunca es así.
Pedidos, camiones, contenedores, devoluciones, cajas perdidas, palets
 desubicados, todo se vuelve una frenética carrera a contrareloj para 
salir a la hora, solo hoy. Al menos hoy.
Pero el tiempo y los recursos se agotan a velocidades vertiginosas cuando corres por tener un par de horas más en casa.
Es enfermiza la desesperación que se llega a producir en las entrañas
 de una, cuando, a media hora de las 8, otro fardo de hojas se deja caer
 encima de la mesa. Y comprendes que, aun hay más pedidos que montar, 
más cajas que encontrar, y más palets que retractilar, y que hasta que 
no estén hechos esos al menos, no vas a ir a ninguna parte.
De esta manera, el final de la jornada suele aparecer a las 8… A las 
9... Las 7 y media, por qué no. Y sí, algún día, de forma inesperada y 
desconcertante, a las 6 y media. También por otra parte, nos hemos 
sorprendido alguna noche saliendo inexplicablemente a las 10, o las 11 
de la noche. En cualquier caso, salimos de allí en una escena casi 
exacta a la que entramos; cansados, fumando nerviosamente, y de noche. 
Evidentemente, el parking se vacía de inmediato.
Y llegar a casa…
Abrir la puerta de mi casa me revela la oquedad que mi trabajo está 
perforando en el resto de mi vida. Antes pintaba y escribía, me gustaba 
el orden, hacer galletas, leer...
Ahora la casa está tremendamente desordenada, los platos sin fregar, 
el pijama en el suelo… Me sumerjo sin pensar en la cocina y preparo la 
comida para el día siguiente, bien sea un guiso que me alegraré de ver 
mañana a la una, o puede que una lata de lo que publicitan como guiso de
 patatas con verduras, que tiene un ligero regusto a óxido; depende del 
tiempo que me haya quedado.
Hago el almuerzo, selecciono los cubiertos y lo meto todo en una 
bolsa de plástico. Evalúo el hambre y el tiempo de que dispongo y me 
decido a cenar o solamente sentarme en el sofá, al sedante amparo de la 
televisión.
Después de todo el día, mi cuerpo solo necesita sentir los dos pies 
en el aire para dejarse hundir amargadamente entre las mantas revueltas,
 pero poco después me traslado a la cama para no tener que volver a 
moverme. Recojo el pijama de su rincón y aviento el pesado uniforme en 
su lugar.
Suelen ser como las 11 y media de la noche.
Me rindo apenadamente de saberme otro día perdido, y me duermo.
Son las siete de la mañana. Todos los días me despierto a la misma 
hora, desayuno, me visto y me incorporo a mi puesto de trabajo a las 8 
de la mañana. Es de noche todavía y la ruidosa puerta del almacén se 
cierra en mi espalda...
 
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