El periodista y escritor Joaquín Estefanía acaba de publicar   Abuelo, ¿cómo habéis consentido esto? (Planeta).
 En él, reflexiona sobre cómo, por primera vez en décadas, los hijos son
 más pobres que los padres y los nietos tienen aún menos esperanzas. 
Estefanía agita la posibilidad que tiene la "V Internacional, la de los 
jóvenes", de producir cambios profundos.
Estefanía, 
de 66 años, fue director de El País entre 1988 y 1993 y es miembro del 
patronato de la Fundación Alternativas. Paralelamente a la publicación 
del libro, ha comenzado a colaborar con el director de cine Gerardo 
Herrero y el guionista José Antonio Romero: "Quieren hacer una película 
sobre la V Internacional, y me han pedido que les ayude a hacer el 
guion. Todo es muy coherente y me gusta poder seguir trabajando en lo 
mismo durante un tiempo".
 En su libro se recupera el concepto de las Internacionales.
Eso es lo peculiar. Yo menciono en el libro que Timothy Garton Ash usó 
el concepto de quinta internacional para hablar de los jóvenes. La 
primera, la de Marx y Engels; la segunda, la socialista; la tercera, la 
leninista; la cuarta, la trotskista; la quinta, los jóvenes. Y es verdad
 que por primera vez en mucho tiempo los jóvenes están reaccionando más 
generacionalmente que ideológicamente. Me pareció un instrumento útil 
para entender lo que está sucediendo.
 Hablan idiomas muy distintos generacionalmente.
Hay problemas de comunicación, problemas sociológicos de entendimiento 
de la sociedad y de cómo vivir se manifiesta nítidamente en las 
conversaciones con los jóvenes. Eso es lo que he pretendido decir en el 
libro: quizá desde mayo del 68 no se ha producido una cosa así, por las 
circunstancias por las que están saliendo de la crisis tienen una forma 
de vivir, de entender la vida y de practicarla muy distinta de la 
nuestra. Aquella secuencia de casarte, tener un hijo, comprarte una 
vivienda... Eso se ha roto en mil pedazos.
 Y que a tu hijo le va a ir mejor que a ti.
Eso es. Eso ya no existe, y que a mi hijo le irá mejor que a mí 
llevábamos muchos años diciendo que no iba a ocurrir, pero es que ahora 
ya tenemos los datos. Ahora ya no son ni percepciones ni sondeos, son 
datos de la realidad. Lo que hay que averiguar es si es una anomalía 
histórica, una generación a la que le ha ido mal, o es que a mis nietos 
le va a ir peor que a mis hijos, lo cual sería una tendencia.
 Y en tiempos de paz.
Por lo menos los nuestros, sí. Conviven tres generaciones: la mía, que 
hemos vivido siempre en paz y siempre hemos progresado económicamente 
con picos de sierra; luego está la generación de los  millennials,
 hasta 35 años, que empiezan viviendo bien, van progresando y les llega 
la crisis en 2007-2009 y es un coito interruptus en sus vidas; y luego 
hay otra generación, la de los  centennials; que 
tienen alrededor de 18 años y sólo han oído hablar de crisis y lo que 
les cuentan de una etapa de normalidad es un cuento, que muchos de ellos
 no pueden acceder a estudiar porque las matrículas son mucho más caras,
 no pueden acceder a trabajar porque no tienen puesto de trabajo y que 
no tienen expectativas de nada. Y dado el contexto geopolítico, tampoco 
se puede asegurar que vivan en el mismo periodo de normalidad que 
nosotros.
 No hay perspectivas.
Es muy complicado. Nosotros fuimos jóvenes muy poco tiempo, nos tuvimos
 que hacer adultos muy rápidamente y nos ha ido bien. Ahora es al revés,
 son jóvenes adultos emergentes, permanentemente.
 ¿No era un espejismo esperar un progreso sin fin?
Era un paréntesis en la historia. Pero las ideas con las que hemos 
crecido y que nos han introducido desde el punto de vista ideológico y 
económico, eran las de que teníamos una cierta seguridad, que no se iba a
 producir lo del pasado...
 Que no se iba a retroceder....
Eso es, que la Gran Depresión y las dos guerras mundiales eran cosas 
esotéricas que habían ocurrido hacía mucho tiempo. Fíjate que la 
distancia en tiempo para los  millennials de hoy 
con las dos guerras mundiales, es la misma que para mí la guerra de Cuba
 o francoprusiana. Para ellos es una vivencia adquirida en la que ni 
siquiera piensan.
 Pero también hay gente que ha estado alertando de los riesgos del progreso indefinido para el planeta.
Eso es otra cosa, los límites del planeta... También en el libro se 
cuenta que la austeridad era un concepto progresista, todos hemos 
crecido con la idea de que había que ser austeros, que era la manera de 
limitar el crecimiento –no se hablaba de cambio climático–, y nos 
parecía que el calvinismo era lo más progresista, y de repente nos 
cambian ese concepto de austeridad por la austeridad expansiva que 
consiste en que cuanto más reduzcamos los gastos hoy, más nos llevará al
 crecimiento. ¿Cuándo llega ese final y qué se hace con toda la gente 
que queda por el camino? Y se transforma un concepto del cual se podía 
presumir personalmente a que nos hacen ser austeros a la fuerza y de 
esta manera.
 Y al tiempo cuesta construir un discurso alternativo.
Muchísimo.
 En el libro se habla de cómo la socialdemocracia se ha parecido tanto 
en los últimos tiempos a los partidos conservadores y liberales.
La situación en la que estamos es el producto de una derrota, de 50 
años de una revolución conservadora que se ha ido regenerando en 
distintas etapas, y al mismo tiempo la otra parte acompaña en una 
especie de síndrome de Estocolmo en todas estas cosas y ha hecho 
conservadurismo compasivo. Y ese es el origen de la crisis de 
representación política que estamos viviendo hoy. Cuando la sociedad no 
da respuestas a los problemas nuevos que surgen, los jóvenes miran hacia
 otro lado. Y el otro lado es lo que está más confuso, pero está claro 
que en estos momentos es difícil encontrar jóvenes que reivindiquen los 
partidos tradicionales.
Pero no solo es por aspectos 
económicos. Mira Holanda, un país con casi pleno empleo, un déficit 
ridículo, una deuda muy baja y los niveles de desafección son tan 
grandes o más que en un país con un 40% de paro juvenil.
 Y con auge de la extrema de derecha acompañado de la crisis de los 
sistemas liberales se dibuja un panorama que recuerda a los años 30.
Hay analogías, sin duda alguna. Si uno estudia en cualquier historiador
 el ambiente de los años 30, encuentra manifestaciones clarísimas de 
analogías: el malestar, la multitud de pequeños conflictos, la 
multiplicación del paro... Aunque también hay diferencias como que ahora
 tenemos un Estado del bienestar, mayor formación que entonces y la 
declaración de derechos humanos, que todos tenemos interiorizada.
 También entonces había un contrapeso como el soviético, aunque ahora no lo hay.
Ahora de lo que más hablan los más atrevidos es de refundar el 
capitalismo, embridar el capitalismo, regular el capitalismo, pero no se
 habla de un sistema alternativo. Mientras que en aquellos momentos el 
fascismo y el comunismo estaban viviendo su momento de gloria. Ahora no 
existe eso en ninguna parte.
Todo esto que te he 
mencionado, estos verbos reguladores, también se han olvidado. Se 
pronuncian cuando se inicia la crisis en 2007 y se habla en las primeras
 reuniones del G-20, pero se han ido olvidado todas.
 A partir de la caída del Muro, la socialdemocracia europea intentó 
reinventarse a través de la Tercera Vía y abrazando la globalización.
Eso fue una filfa. Todos creímos en un momento determinado en ese 
núcleo que luego fue una filfa, el que se manifestaba entre Clinton, 
Schröder y Tony Blair. Blair cayó rápidamente por sus posiciones 
belicistas. Clinton no salió mal porque dejó una buena herencia 
económica pero ahora hemos visto que mucho de lo que ha pasado desde 
2008 tuvo que ver con su desregulación. Y nos queda Schröder, que fue el
 que salió más vivo de aquello.
 Pero bien colocado en Gazprom.
Eso es, por dos cosas: la Agenda 2000, las reformas que decían que 
Alemania saldría más solidaria difuminó todas las fronteras de la 
socialdemocracia con la democracia cristiana; y en segundo lugar ese 
caso paradigmático de puertas giratorias. Es distinto a lo que hizo aquí
 Felipe González, que cuando llegó tuvo que hacer la revolución 
industrial, eso es otra cosa y otro momento. Pero el caso de la Tercera 
Vía es dramático.
 ¿Qué responsabilidad tiene la arquitectura europea en todo esto?
Es fundamental. La gran discusión que hay ahora en Europa es si la 
culpa es de la arquitectura y del modelo europeo o es que el problema 
está en que hay un monopolio del modelo de las fuerzas conservadoras: 
que el Parlamento Europeo tiene mayoría conservadora; que el presidente 
de la Comisión Europea, del Consejo, del BCE... No hay contrapeso 
alguno.
 
    
 Y si es reformable o no.
Yo no me atrevo... Porque atreverte a eso es poner en cuestión es la 
única utopía factible de mi vida, que es Europa. Pero es una discusión 
muy interesante. Y ahora, respecto a la crisis del euro, ya no son 
economistas fuera del sistema los que están diciendo esto, también lo 
dicen los de dentro.
 A raíz de lo que pasó con Grecia pareciera que no hay alternativa.
Representó una posibilidad, pero en estos momentos está olvidada. Los 
problemas son los mismos de hace unos años. Y además tienes 60.000 
personas refugiadas de segunda, como afganos, somalíes, sudaneses, que 
nos lo quieren en ninguna parte pero que tampoco pueden volver a sus 
países. Es la representación de cómo un país muy empobrecido puede ser 
solidario con otros todavía peores que ellos.
 Cuando se simplifica con el término populismo, precisamente se confunde entre los del  refugees welcome y el  refugees go home.
Es que yo creo que tendríamos que ponernos de acuerdo todos en que el 
término populismo ya no sirve. Si yo te digo que soy partidario de que 
en vez que el SMI haya subido un 8% lo justo es que suba un 10%, piensas
 este tipo es un populista.
 Porque el concepto se ha desvirtuado.
No sirve para nada. Una vez que dices que es aquel que da soluciones 
simples para problemas complejos, avanzar a partir de ahí es 
prácticamente imposible para explicar lo que está sucediendo. Ni 
siquiera es lo mismo Wilders que Le Pen, para nada. Es un concepto que 
hemos devaluado hasta reducirlo a la nada, y es una trampa. Acusar a uno
 de populista y dejarle fuera de la circulación dialéctica es 
facilísimo.
 Aunque el campo político cada vez se desenvuelve más en eso.
Evidentemente, pero no sirve. Yo creo que hay que hablar de partidos 
islamófobos, como es el caso de Wilders, aunque en otras cosas es 
demócrata, cosa que no ocurre con Le Pen, que es de extrema derecha. En 
esos territorios sí que nos podemos reconocer, pero no en los 
territorios de los populismos, porque entonces metemos ahí a Podemos y a
 Syriza y al Bloco portugués...
 Se usa para eso, claro, para conectar a estos partidos con la extrema derecha.
Por eso lo deberíamos no usarlo. El único que lo usa con criterios 
propios es Íñigo Errejón, un estudioso de Laclau y ha estudiado qué es 
el populismo auténticamente.
 En el libro, sin embargo, una conocida suya, A. L., joven, sí traslada un mensaje de esperanza.
Tiene 30 años, es arquitecta y ya ha emigrado a Alemania, China, 
México, y ahora ha vuelto porque quiere ser normal y quiere tener hijos,
 tener algún tipo de arraigo. Y acaba de encontrar un trabajo menos que 
mileurista y es verdad que cuando ella lee el libro, es más optimista 
que yo.
 ¿Quizá porque considera a su generación responsable del legado?
Cuando uno hace un repaso de lo que ha avanzado y retrocedido, creo que
 mi generación no se merece mucho de lo que ha ocurrido. No habríamos 
pensado nunca que veríamos a un tipo como el que vemos ahora en la Casa 
Blanca, y que anuncie que 24 millones de personas se vayan a quedar sin 
Seguridad Social y que no ocurra nada. Es molesto. Es inentendible para 
nosotros ese tipo de cosas.
 Pero también dice que esa juventud, a diferencia del 68, han dado el paso de la calle a la institución.
Igual que hay una línea con contradicciones secundarias entre lo que hizo Ronald Reagan y Margaret Thatcher; los  neocon
 de Bush y lo que está pasando ahora con Trump; también hay una 
secuencia entre Mayo del 68, los movimientos antiglobalización de 
principios de 2000 y el 15M.
Cuando surge el 15M y 
Podemos, la mayoría son jóvenes, pero hay una presencia de gente mayor 
impresionante: eso es Manuela Carmena.
Y casa con las tres anteriores generaciones de las que hablábamos, la mía, la de los  millennials y la de los  centennials.
 Con una diferencia, que los conservadores mandan, lo cual es novedoso 
porque cuando acaba la Segunda Guerra Mundial la mayoría de los 
gobiernos eran progresistas. Cuando los conservadores pierden ante 
(Jimmy) Carter, se refugian en las universidades y los  think tank que ellos han creado, siguen generando papeles e ideas, y vuelven con los  neocons.
 Fueron muy prolíficos, incluso FAES, en generación de doctrina.
Los  neocons
 tienen unos pensadores de primera categoría, son tipos con una 
capacidad y unas revistas teóricas impresionantes, pero que no ocurre 
ahora con Trump.
 En conclusión, ¿qué le diría a sus nietos?
Yo soy muy partidario de las reformas poco a poco, y en ese sentido 
sigo creyendo que no es lo mismo que gobiernen unos o que gobiernen 
otros. La única fórmula es la movilización y participación electoral de 
la gente, los jóvenes son mayoría en el mundo pero sus ideas no 
gobiernan porque no se movilizan. Otra cosa es que cuando gobiernen se 
metan en el conflicto economía-política, capitalismo-democracia... Y la 
parálisis que se ha producido en Podemos en los últimos meses por sus 
problemas internos es dramática, porque o son eficaces con 70 diputados o
 ¿a dónde va a mirar toda esa gente si se pierde la ilusión? 
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OTRA COSA: 8 de marzo, de Laura Gómez Recas
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OTRA COSA: 8 de marzo, de Laura Gómez Recas
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