4 junio 2017 - Antonio Piazuelo - miembro de Attac en Aragon
http://www.aragon.attac.es/2017/06/04/senor-que-cruz/
Como se suele decir, que cada cual se pague sus vicios
Como cada año llegan estas fechas tan señaladas en las que la mayoría
de los españoles nos vemos obligados a confesar nuestros pecadillos
ante la Hacienda Pública (sin ocultar ninguno, como hacen otros) y, con
ellas, la inevitable campaña de la Iglesia Católica, empeñada una vez
más en convencernos de que marquemos una crucecita en su casilla para
que una parte de nuestros impuestos vaya a parar a su faltriquera. Por
tantos, dicen que es… Bueno, pero sobre todo por ellos. Y a mí me pasa
con esto (salvando las distancias) como a Manuel Vicent con los toros:
que todos los años, cuando se acerca la Feria de San Isidro, escribe un
artículo para poner a la fiesta taurina a bajar de un burro. Vamos a
ello sin más preámbulos.
A ver, ¿saben ustedes cuánto dinero público le cae al año a la
Iglesia desde las arcas públicas? La cifra, según el informe «Opacidad y
Financiación de la Iglesia Católica», de la asociación Europa Laica,
supera los once mil millones de euros entre subvenciones y exención de
impuestos, y a ella contribuyen todas las instancias estatales: la
administración central, la autonómica y la municipal. O, por decirlo de
un modo que pone la carne de gallina, uno de cada cien euros del
Producto Interior Bruto español se deposita en el cepillo que administra
la Conferencia Episcopal.
De ese dinero, unos 250 millones se los ingresa directamente el
Estado a partir de nuestro impuesto sobre la renta. Dicen que ese
dineral sale del bolsillo de los que marcan la cruz en la casilla (por
cierto, si es usted mormón, musulmán o adventista del Séptimo Día, no
busque su casilla en el impreso de la declaración: no existe). Dicen que
sale de ahí pero es mentira, lo que es grave pecado para un católico
según rezan los Mandamientos de la Ley de Dios. Y es mentira por la
sencilla razón de que quienes marcan la (bendita) casilla no pagan un
euro más de lo que les corresponde, sean católicos o budistas. De modo
que, suponiendo que solo sea ese dinero, el que voluntariamente ofrecen
sus devotos, el que se entrega a la Iglesia, habrá que decir al tiempo
que tan animosos feligreses se ven por ello dispensados, en el mismo
porcentaje, de contribuir a las obras públicas, los gastos corrientes de
la Administración, la Defensa, la Sanidad o la Educación… de modo que
somos los demás quienes tenemos que suplir esa contribución con nuestros
impuestos.
Pero además tampoco eso es verdad. Aunque la financiación pública de
la Iglesia Católica no es ningún modelo de transparencia y no sabemos
hasta qué punto esos 250 kilos se cubren con los voluntarios, lo cierto
es que, si por pitos o flautas no llegaran a cubrirlos, el Estado está
obligado a aportar la diferencia según los acuerdos en vigor, con lo que
lo de la crucecita de marras no deja de ser un engañabobos. Pagamos los
250 millones, sí o sí. Y los pagamos entre todos, no solo los
católicos. Esa es la verdad y no el cuento de la casilla.
Seguro que alguien está pensando ahora que eso es lo que está firmado
en los acuerdos de enero de 1979 y que, mientras no se deroguen, habrá
que seguir pagando. Bueno, la respuesta es sencilla: denúnciense esos
acuerdos (yo llevo pidiendolo 35 años ) y dejemos de pagar a escote
entre todos las misas y liturgias que les gustan solo a algunos. Como se
suele decir, que cada cual se pague sus vicios. Pero además, si no
pagáramos, no seríamos los únicos ni los primeros en incumplir dichos
acuerdos. En ellos también se comprometió la Iglesia Católica a lograr
por sí misma los recursos suficientes para financiar sus necesidades
como hace en los restantes países de nuestro entorno. En 1979. Hace
treinta y siete años. Puestos a incumplir los acuerdos… ustedes mismos.
Pero no quiero que se me olvide referirme también a la coartada con
la que, como cada año, pretende justificar la Iglesia Católica esta
prebenda injusta. En ningún anuncio de los que animan a poner la cruz en
la (bendita) casilla verá usted reflejada otra actividad eclesial que
no tenga un carácter social, de ayuda a los necesitados. Cáritas y otras
organizaciones confesionales más o menos caritativas parecen, a juzgar
por la publicidad, las únicas destinatarias de tan generosa aportación
y… ¿quién será tan cruel de negarse a financiar ese noble empeño?
Teniendo en cuenta que las políticas sociales deberían correr a cargo
del Estado y contar con una dotación adecuada y estable en los
Presupuestos Generales, no está tan claro que sean las manos de la
Conferencia Episcopal las llamadas a ofrecer su caridad (¡con dinero de
otros»). Pero es que una vez más hay que decir que eso es mentira…
aunque tal vez en el mundo de la publicidad sea solo pecado venial.
Si fuese verdad, ¿cómo podríamos explicarnos el desenfado con el que
se financian una emisora de radio tan poco piadosa como la Cope y una
cadena de televisión en la que no es difícil escuchar a fieros
tertulianos, nostálgicos de otra época, que demuestran poca o ninguna
preocupación por las injusticias sociales? Esos extraordinarios
altavoces para la línea política de la Conferencia Episcopal suman
pérdidas, entre 2010 y 2015, de casi noventa millones de euros… antes de
impuestos. 2,8 millones para la Cope y 63,5 para 13TV. La fuente es el
diario Público y las cifras no han sido desmentidas, aunque ya digo que
la transparencia no es la virtud que más practican los ensotanados
monseñores. Por eso carezco de datos a partir de 2015, pero no es
arriesgado aventurar que no andarán muy lejos.
No sé si entenderán los obispos como obra de caridad la (pen) última
animalada que soltó por esa boquita en 13TV Antonio Jiménez, el director
y presentación de su tertulia «El Cascabel» (un sujeto cuyo estipendio,
nada mileurista, por cierto, sale de nuestros bolsillos vía impuestos).
Mientras todas las personas decentes nos estremecíamos por el salvaje
atentado terrorista de Manchester, al susodicho solo le preocupaba que
la tragedia no hubiese ocurrido entre aficionados al fútbol y se
alegraba de que el Manchester Arena no fuese el lugar donde juegan el
Manchester United o el City (aunque, ignorante como es hasta de lo que
más le interesa, no estaba totalmente seguro de que fuera así).
Tuvo que ser otro tertuliano, el director de La Razón –que no sé de
dónde saca el tiempo para dirigir su periódico, de tertulia en tertulia
todo el santo día– quien le hiciera ver lo estúpido y grosero de su
actitud. «Hay algo más, aparte del fútbol», le dijo Marhuenda por si no
lo sabía, pero el tal Jiménez se vino arriba y, entre risas, replicó:
«No señor. El fútbol es lo más importante y el Real Madrid, mucho más».
Eso con los cadáveres de las víctimas aún calientes. Lo repito, por si
alguien se ha olvidado: el dinero que recibe por ese «trabajo» un
individuo tan deleznable sale de nuestros bolsillos. De los que marcan
la cruz y de los que no.
¿Hace falta añadir que les recomiendo muy vivamente que no la marquen? Señor, señor, qué cruz.
fuente
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OTRA COSA: El gasto público en educación caerá a su menor nivel en 20 años
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