jueves, 13 de julio de 2017

Mi España vacía,· de Virginia Hernandez




Anoche Jordi Évole convirtió la despoblación en un problema de importancia nacional. Sin embargo, no nos salvamos.
Si bien abre cierta ventana de esperanza la relevancia que este asunto está tomando en los últimos meses, no conseguimos sobrepasar el estadio de la descripción, para lo que, por otra parte, poco más que un paseo por casi cualquier rincón de la España interior basta. Necesitamos analizar las causas y explorar de una manera más profunda el “fenómeno”.

La España vacía no es solo la serranía celtibérica, ocupa más de la mitad del estado español: las dos Castillas, Aragón, la Rioja y Extremadura.
Los habitantes de este enorme país despoblado somos ciudadanos de segunda si nos comparamos con los que habitan la España que no está vacía. Y lo somos por culpa de un modelo económico voraz que primero la vació y ahora no hace nada por rescatarla. Basta ya de hablar de la despoblación como fenómeno de generación espontánea.
Y es que los habitantes de la España vacía sabemos que desde las administraciones se trabaja por terminar de vaciarnos y no al revés. Estamos hartos de escuchar que la despoblación es un problema de primer orden, ahora incluso estamos en una agenda de estado, pero los habitantes de la España vacía nos sabemos recursos susceptibles de ser recortados. Perdón, de ser gestionados de una manera más eficiente.
Ya no hablo de políticas fiscales que favorezcan a los habitantes de nuestros pueblos. Hablo de que si la despoblación fuese considerada realmente un problema de Estado, no tendríamos que estar mendigando de administración en administración tres duros para poner no sé qué parche al pueblo para no echar el definitivo cierre.
Aun resignados a convertirnos en el parque temático del vecino urbanita, nos ahorrarían el esfuerzo de memorias y proyectos, que nunca se aprueban, con propuestas de centros de interpretación hasta de cómo desayunaban nuestros abuelos, que quieren arrastrar a nuestros municipios, aunque sea, a un puñado de escolares una mañana de primavera.



Y es que quienes dicen legislar y ocuparse de la despoblación jamás pisaron un pueblo como el mío. Y como si de matar moscas a cañonazos se tratase, lanzan cualquier ocurrencia bajo cuyo paraguas tiene que caber la salvación de un pueblo de 50 habitantes y la de otro de 10.000.
En los despachos no se habla de casuísticas concretas o planes de desarrollo adaptados a cada situación. Y seguimos escuchando palabrería sobre la despoblación cuando, en el mejor de los casos, las ayudas que nos proporcionan lo hacen con criterio poblacional, a razón de tantos euros por habitante. Como si la farola de un municipio de 20 habitantes fuera más barata que la de uno de 20.000.
Pero estas cosas pasan porque ni una sola de las personas encargadas de atajar políticamente este mal, que no es de generación espontánea sino provocado, jamás ha pisado un pueblo como el mío. Ni gobierno ni oposición. Ni siquiera de la administración más cercana.
Los habitantes de la España vacía seguimos escuchando cómo estos que viven de nuestros impuestos nos intentan convencer de que nuestro futuro pasa por emprender y ni siquiera se han dignado a garantizarnos la llegada de Internet para decírnoslo. Ni para decírnoslo ni para obligarnos a la administración electrónica. Despotismo conectado: todo con Internet, pero sin Internet.



Mi España vacía está vacía porque la vaciaron y no se revierte porque cuesta dinero. Y no vayan a creerse que la gente no vive en nuestros pueblos por falta de vivienda. Nos sobran ruinas. Nos faltan políticas de vivienda social y nos sobran políticos sin conciencia social.
Nuestros pueblos se mueren, nos morimos. Y con ellos la cultura, el patrimonio, la sabiduría., la naturaleza, las tradiciones, la tierra… la España vacía no son tres nonagenarios mirando al horizonte recordando lo que su pueblo llegó a ser.
La España vacía es un país dentro de otro donde asumimos, más por corazón que por cabeza, que somos ciudadanos de segunda porque como decía el alcalde de Chumillas no queremos que cambien nuestro pueblo, queremos seguir en él. 
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OTRA COSA: Los pueblos indígenas que defienden los bosques de Centroamérica



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