En el sur de Europa, la gentrificación se
convierte con frecuencia en turistificación. No es ya que una comunidad
pobre sea sustituida por otra más rica, sino que es reemplazada por una
no-comunidad de viajeros que pasan sólo un par de días en el barrio. 23 de
Mayo de
2017 - Iago Lestegás http://ctxt.es/es/20170517/Firmas/12838/Gentrificacion-barrios-turismo-sur-alquiler.htm
Un tranvía atraviesa una calle en el barrio lisboeta de Castelo. 2014.
Rob Hurson
Rob Hurson
Como dice en su título una página de Facebook,
gentrificación no es un nombre de señora. Es el proceso mediante el cual
los pobres son desplazados de sus barrios céntricos porque el mercado
los rehabilita para gente con dinero. Tras décadas viviendo en edificios
degradados y distritos ignorados por la inversión pública y privada,
sus calles se reforman y sus alquileres cada vez son más caros. Pronto
se tienen que ir. “Es la ley del mercado”, me dijeron en Lisboa, cuyo
centro histórico se convierte en un gran airbnb. Con frecuencia
la gentrificación es vista como un fenómeno positivo: se rehabilitan
los edificios, se abren nuevas tiendas, se llenan los cafés. Sharon
Zukin habla de “pacificación por capuchino”: los negocios tradicionales
son sustituidos por nuevos locales de consumo para la clase media.
En realidad, la gentrificación representa la lucha de
clases y la segregación históricas. No sólo una comunidad pobre es
sustituida por otra de mayor poder adquisitivo, sino que en muchos casos
una población de inquilinos de origen inmigrante es sustituida por otra
de propietarios blancos. En las ciudades estadounidenses esto es
especialmente brutal. En el Bushwick de Brooklyn, la presión de los gentryfiers
sobre la comunidad hispana se refleja en la cohabitación temporal entre
banderas de Puerto Rico en las ventanas, tiendas con cajas de yuca en
la puerta y vírgenes de Guadalupe en el escaparate, galerías de arte y
espacios de creación de todo tipo, edificios modernos con buenos
acabados, murales de mil colores y stencils que dicen que “la gentrificación es el nuevo colonialismo” y “tu lujo es nuestro desplazamiento”. Esta mezcla, que guías turísticas y folletos de promoción inmobiliaria venden como diversidad,
es una fase de un proceso de expulsión. Es fácil adivinar quién va a
quedarse con el barrio, y no serán los jóvenes universitarios y artistas
bohemios que, atraídos por los precios relativamente bajos, el ambiente
alternativo y la buena ubicación, son sólo punta de lanza de un proceso
que acabará por echarlos a ellos también. Con los hijos de la clase
media blanca que huyó a las periferias vuelve también a la ciudad el
capital inmobiliario.
En el sur de Europa, la gentrificación es con frecuencia turistificación. En un balcón de la Barceloneta dice un cartel: “Bienvenido
turista, el alquiler de apartamentos turísticos en este barrio destruye
el tejido socio-cultural de esta zona y promueve la especulación. En
consecuencia muchos de nuestros vecinos se ven obligados a abandonar el
barrio. Disfruta de tu estancia”. No es ya que una comunidad pobre
sea sustituida por otra más rica, sino que es reemplazada por una
no-comunidad de turistas que pasan sólo un par de días en el barrio. La
gentrificación sustituye poblaciones; la turistificación las elimina. En
Barcelona, el derecho a la vivienda y a la ciudad está tan amenazado
por el turismo masivo tras años de estímulo institucional que hoy es
elemento central de la agenda del gobierno local. En los barrios más auténticos
de la capital catalana, la concentración de apartamentos turísticos y
los precios de los pisos son tan elevados que es imposible vivir ahí. En
Madrid, Lavapiés se está convirtiendo en un airbnbarrio y es cada vez más difícil alquilar un piso para habitarlo.
No es lo mismo reservar en Airbnb la habitación de invitados en la casa de un vecino que reservar un apartamento entero que es alquilado a turistas durante todo el año
El turismo, durante décadas protegido y promovido como
solución a todos los problemas del Sur, es visto ya por muchos vecinos
como una fuerza que se apodera de los barrios y los echa de sus casas.
Todos somos turistas en algún lugar o deseamos serlo, pero
cuando el turismo masivo devora la ciudad es necesario regular. Sin duda
cuando viajamos debemos ser también conscientes del impacto de nuestras
acciones. El auge de plataformas como Airbnb, nacidas en el marco de la
economía colaborativa pero convertidas en formidables instrumentos de
mercantilización de la ciudad al servicio de empresas turísticas e
inmobiliarias, agrava la situación. No es lo mismo reservar en Airbnb la
habitación de invitados en la casa de un vecino que reservar un
apartamento entero que es alquilado exclusivamente a turistas durante
todo el año.
En Lisboa, el boom turístico que vive la ciudad
estimula la venta de su centro histórico en el mercado inmobiliario
global. La crisis y la austeridad devastaron el poder adquisitivo de los
portugueses y mermaron el mercado interno. Sin embargo, los precios de
la vivienda suben de modo espectacular en los barrios más antiguos por
la demanda extranjera de pisos turísticos y segundas viviendas. Según el
Instituto Nacional de Estadística portugués, el número de contratos de
compraventa creció un 105,9% en Lisboa entre 2012 y 2015. En 2015, el
valor medio de los inmuebles vendidos era un 26% mayor que en 2011. La
carta abierta Morar em Lisboa, promovida el pasado enero por un
grupo de ciudadanos y organizaciones y firmada por casi 4.000 personas,
denuncia un aumento de los alquileres de entre el 13% y el 36% y una
subida de los precios de compraventa de hasta el 46% en los últimos tres
o cuatro años en la capital portuguesa.
Este proceso de mercantilización urbana, impulsado por
la inversión extranjera y el turismo masivo, es estimulado por
políticas públicas que han convertido a Portugal en un offshore inmobiliario. En 2009, el gobierno de Sócrates implementó el régimen fiscal de los residentes no habituales
para atraer a profesionales cualificados y jubilados extranjeros. Los
primeros disfrutan de una tasa impositiva reducida sobre la renta del
20% y los segundos (en su mayoría franceses) no pagan impuestos por sus
pensiones. En 2012, por mandato de la Troika, Passos Coelho liberalizó
los alquileres desencadenando su actualización por encima de la
capacidad económica de muchos inquilinos en un contexto de austeridad.
Ese mismo año puso en marcha el programa Golden Visa, similar
al que existe en España o Grecia, que otorga permisos de residencia a
ciudadanos extracomunitarios que hagan inversiones (generalmente
inmobiliarias) de 500 mil euros en Portugal. En caso de compra de
propiedades de más de 30 años o situadas en áreas de rehabilitación,
basta gastar 350 mil. Al estimular la demanda en mercados externos con
mayor poder adquisitivo, se promueve el aumento de los precios de la
vivienda sobre la capacidad de una población local empobrecida por la
austeridad. Parece que la crisis de 2008 no frenó la especulación urbana
sino que sólo la desplazó de la periferia al centro de la ciudad.
En 2012, por mandato de la Troika, Passos Coelho liberalizó los alquileres desencadenando su actualización por encima de la capacidad económica de muchos inquilinos
La rehabilitación del centro histórico de Lisboa,
igual que la de tantas otras ciudades, era necesaria y urgente. En la
parroquia de Santa Maria Maior, que se extiende en torno a la catedral e
incluye los barrios más turísticos de Alfama, Castelo, Baixa y partes
de Chiado y Mouraria, más del 30% de los pisos estaban vacíos en 2011.
Sin embargo, la mejora física de estos barrios no frena la pérdida de
población que sufren desde los años ochenta. De hecho, contribuye a la
desaparición de los vecinos que quedaban, cuyas viviendas y otras que
estaban abandonadas son convertidas en pisos turísticos. En los bajos
abren tiendas, cafés y restaurantes para turistas. ¿Tiene sentido
rehabilitar un barrio si no es para mejorar la vida de sus habitantes?
Cuando mejoramos esos barrios, ¿lo hacemos porque mejora la vida de sus vecinos o porque los sustituimos por otros que ya vivían mejor?
Es difícil, en una economía de mercado en la que suelo
y vivienda son mercancías que se compran y venden a precios libres,
rehabilitar un barrio para sus vecinos. Cualquier mejora sobre una
vivienda o su entorno se traduce en un aumento del alquiler al que sus
inquilinos raramente pueden hacer frente. Incluso en los casos de
habitantes propietarios, las ofertas de fondos de inversión de toda
procedencia interesados en comprar les llevan muchas veces a vender y
marcharse. En casos de turistificación, la desaparición del comercio
local y su sustitución por tiendas de souvenirs y restaurantes caros
ponen en jaque la vida cotidiana. Sería más fácil mitigar la
gentrificación si el volumen de vivienda pública en alquiler tuviese
suficiente peso dentro del parque habitacional como para permitir que
los gobiernos influyesen en los valores inmobiliarios del mercado. Pero
en el sur de Europa, donde el porcentaje de vivienda pública en alquiler
es muy inferior a la media europea y se sigue promoviendo la propiedad,
eso está lejos de ser posible.
------------------Iago Lestegás. Arquitecto, columnista, doctorando en regeneración urbana y desarrollo económico
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OTRA COSA: Poema: Sólo de lo negado canta el hombre, de Agustín García Calvo
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