José Bautista | La Marea | 24 Junio 2017  http://iniciativadebate.net/2017/06/25/refugiados-climaticos-hablan-las-victimas-del-calentamiento-global/
Ya hay más de 64 millones de personas desplazadas debido a
 los efectos del cambio climático, según Naciones Unidas. La Agencia de 
la ONU para los Refugiados (ACNUR) calcula que el calentamiento global podría empujar al exilio a 1.000 millones de personas en las décadas venideras.
 En 2015 más de 200 gobiernos de todo el mundo dieron una muestra de 
responsabilidad al adoptar el Acuerdo de París. Por primera vez en la 
historia se pusieron de acuerdo para limitar el calentamiento global de 
aquí a 2050 a 1,5 grados centígrados, dejando así un poco de margen al 
límite de dos grados, a partir del cual los científicos auguran 
catástrofes de una envergadura impredecible e irreversible.
Los estudios científicos avalados por la ONU advierten que, al ritmo actual, la temperatura media del planeta superará con creces la barrera de los tres grados antes de 2050.
 La última cumbre del clima, celebrada en Marrackech en 2016, concluyó 
rozando el fracaso absoluto al posponer hasta 2018 el establecimiento de
 mecanismos que pongan en marcha lo acordado en París, un consenso del 
que el país más contaminante del mundo, Estados Unidos, ya se ha 
retirado.
Detrás del ruido mediático de las cumbres del clima, por 
las que desfilan decenas de presidentes, ministros y miles de técnicos, 
expertos y lobbistas, permanecen silenciadas millones de voces que ya sufren las consecuencias directas del cambio climático.
 La mayoría procede de países con economías empobrecidas, territorios 
seriamente afectados por desastres naturales cada vez más impredecibles y
 demoledores.  La Marea conversa con algunas de esas víctimas invisibles del cambio climático.
Refugiados climáticos
Sequías e inundaciones, nuevas enfermedades y la 
desaparición de especies son sólo algunas de las facturas que paga la 
naturaleza y quienes viven de ella en los países desindustrializados de 
menor renta per cápita, los más vulnerables al calentamiento global, que
 además son los más expuestos a la contaminación generada por grandes empresas extractivistas (deforestación,
 suelos contaminados, etcétera). “Nos vemos obligados a engrosar las 
filas de la emigración a la ciudad”, lamenta Blanca Chancoso, líder 
indígena quechua venida desde Ecuador.
El calentamiento global también aparece entre los factores
 que, junto con razones geopolíticas, origina conflictos tan sangrientos
 como la guerra de Siria (la subida del precio del trigo, debido a la 
escasez de lluvias en países productores, influyó en el estallido de ese
 y otros conflictos ligados a la Primavera Árabe). De los 50 países más 
afectados por el cambio climático, 36 están en África. “Estamos 
decepcionados con las resoluciones, vengo de un país en el que tres 
cuartos de la superficie son ya desierto”, denuncia Adjoudji Gueme, 
presidenta de la Unión de Sindicatos de Chad. Recuerda que el mítico lago Chad ya ha perdido el 90% de su superficie.
 Gueme pide hechos contundentes y cita el ejemplo de las explotaciones 
petroleras en su país, que “han destruido cultivos” en su única zona 
fértil y han empujado a miles de personas al exilio.
Pese a estas realidades, los refugiados climáticos no existen a efectos legales,
 con excepción de países como Suecia y Finlandia. En 2007 saltó a las 
portadas el caso de Teitiota y su familia, que huyeron a Nueva Zelanda 
porque el mar se comía la isla de Kiribati, su hogar. Las autoridades 
neozelandesas les denegaron el asilo. La Convención sobre el Estatuto de
 los Refugiados de 1951 aún no reconoce los desplazamientos por razones 
climáticas, al igual que no lo hace el Acuerdo de París.
Samir Abi es de Togo y preside el Observatorio de Migraciones del África Occidental. Lleva años viendo cómo miles
 de agricultores de esa región se desplazan para huir de la subida del 
mar, las olas de calor y la alteración de las estaciones. 
“Europa ha impuesto la idea de migrante económico para criminalizar a 
quienes llegan a sus fronteras, pero no habla de emigrantes climáticos 
porque eso lo cambiaría todo”. “La explotación minera en nuestros países
 contamina el agua y destruye el suelo, ¿de qué vamos a vivir? Somos 
víctimas de las multinacionales del norte, emigramos por su culpa”, 
añade emocionado. Además, recuerda que gran parte de los fondos 
destinados al sur acaban “en Suiza o en las Islas Vírgenes británicas”. 
“No hay corrompidos sin corruptores”, sentencia.
La responsabilidad de los que más contaminan
El Acuerdo de París plantea la transferencia de tecnología
 de los países industriales a los países del denominado sur –en su 
mayoría situados en África, América Latina y el Sureste asiático–, así 
como la creación del Fondo Verde, dotado con 100.000 
millones de dólares hasta 2020 destinados a mitigar los efectos del 
cambio climático (80% del fondo) y a proyectos y políticas de adaptación
 (20%) en los países de menor renta, los más vulnerables, para que no se
 vean en la tesitura de escoger entre su desarrollo o la lucha contra el
 calentamiento global. Hasta ahora sólo se ha comprometido –que no 
transferido– una quinta parte de esa cifra. “Tienen una deuda histórica 
con nosotros, no estamos pidiendo limosna”, opina en voz alta una 
indígena de rasgos andinos durante una de las reuniones informales de 
movimientos sociales.
“No podemos hablar de justicia climática 
sin hablar de justicia social”, opina Inés Djouhri, joven francoargelina
 que ayuda en la organización de la cumbre alternativa en una zona 
autogestionada de la Universidad Cadi Ayyad de Marrakech. Al igual que 
ella, las tailandesas Chirapaporn Laima y Nachira Titpranee tienen claro
 que sólo podrán mejorar sus economías y proteger el medio ambiente “con
 el compromiso de las naciones más desarrolladas”. Fue también en 
Marrakech, en 2001, donde se aceptó la creación del Fondo de Adaptación,
 predecesor del Fondo Verde ideado en 2011, durante la COP17 de 
Sudáfrica. Quince años después y en la misma ciudad, los líderes
 de las naciones más ricas del mundo siguieron sin ponerse de acuerdo 
para darle vida.
Mujeres contra el cambio climático
La COP20 celebrada en Lima en 2014 incorporó por primera 
vez el enfoque de género en la lucha contra el calentamiento global. Los
 líderes que fraguaron el fracaso de la Cumbre de Marrakech se 
comprometieron a “desarrollar un plan detallado de acción de género”, 
pero las mujeres de los países más vulnerables no están satisfechas.
 Kalyani Raj, de la organización All Indian Women’s Conference, asegura 
que “el cambio climático impacta de forma diferente a mujeres y hombres,
 pero sólo hay hombres decidiendo las políticas”. Usha Nair, que trabaja
 en la concienciación de mujeres indias, defiende que se incluyan en la 
misma agenda “la lucha contra el cambio climático, la igualdad de género
 y los derechos humanos”.
Los expertos señalan que el cambio 
climático afecta más a las mujeres de las zonas más expuestas a la 
alteración del clima que sus pares masculinos, ya que reduce con
 fuerza sus posibilidades para mejorar su nivel de educativo o realizar 
trabajos que les permitan tener independencia económica, dos 
pilares clave para su emancipación, lo que perpetúa y profundiza la 
desigualdad de género. Fatou Sarr, senegalesa y presidenta en el Sahel 
de la ONG Enda Graf, defiende que se les dé más poder: “Las mujeres 
ponemos el listón más alto porque nuestro rol está más cerca de la 
prevención y la preservación climática”. Se alegra de ver que “cada vez 
hay más mujeres comprometidas, aprendiendo y sensibilizando”, pero 
comparte la decepción que, para todos, supuso la Cumbre de Marrakech.
La agricultura de subsistencia es el sustento de muchas 
mujeres en países empobrecidos. Ellas tienen más dificultad que sus 
pares masculinos para acceder a tecnología con la que mejorar su trabajo
 o enfrentar las catástrofes medioambientales, cada vez más frecuentes. 
La FAO estima que se podría reducir en más de 100 millones el número de 
personas que sufren hambre si las mujeres del mundo rural tuvieran el 
mismo acceso a este tipo de recursos, pero solo el 7% de las inversiones agrícolas acaban en manos de ellas, a pesar de que representan el 43% de esta fuerza laboral.
“Los gobiernos no escuchan, falta voluntad política”, 
lamenta Blanca Chancosa, indígena quechua, mientras camina en el río de 
trajes oscuros que deambula por las instalaciones de la Cumbre de 
Marrakech.
Este reportaje fue publicado en el número 44 de La Marea. Puedes comprarlo haciendo clic aquí.
‘The Guardian’ se hace eco del “colapso” del río Tajo
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