¿Dónde hay que firmar Esteban? 
Pocas réplicas admite este artículo de Esteban Hernández. Y habla de lo que hay que empezar a hablar.
.........................................Pocas réplicas admite este artículo de Esteban Hernández. Y habla de lo que hay que empezar a hablar.
Es común que las ideas terminen llevando a prácticas contradictorias con lo que se predica. Y en el caso de la derecha, es también obvio: la de hoy no es ni liberal ni conservadora. ESTEBAN HERNáNDEZ 01.09.2017 https://blogs.elconfidencial.com/espana/postpolitica/2017-09-01/derecha-liberalismo-conservadurismo-espana_1436724/
Es curioso, porque está de moda ser crítico con la 
izquierda contemporánea, con su incapacidad para adaptarse a los 
tiempos, su dificultad para llegar a los votantes potenciales y para 
tener una relación sólida con la mayoría de la sociedad. Es un género 
literario muy cultivado, y al que me he sumado gustosamente en diversas ocasiones, sobre todo en lo que se refiere a la izquierda triunfante nacional. Pero lo mismo podría decirse de la derecha, y casi nadie lo cuenta.
 Quizá porque gobiernan muchos partidos de ese estrato ideológico en 
Occidente, y el éxito tapa las deficiencias, pero lo cierto es que los 
partidos de derechas tienen poco de derechas, si entendemos por eso la 
adhesión a las ideas que se supone que deberían defender.
Para
 empezar, ese lado conservador que se les presuponía cada vez es menor 
en la práctica: cuando un partido de derechas, como es el PP aquí, está 
en la oposición, no tiene ningún inconveniente en ratificar posturas 
culturales duras, como frente al aborto, las cuestiones de género, la 
defensa de la religión, los inmigrantes y demás. Pero cuando llega al poder, sus
 leyes no difieren esencialmente de las que impone un partido de centro 
izquierda. Hay matices que los separan, pero sus acciones están bastante
 lejos de lo que sus votantes culturalmente concienciados les exigen.
Las islas en la nada
Igual
 ocurre con el concepto patria. Si los partidos de derechas eran 
nacionalistas (mientras que los de izquierda decían ser 
internacionalistas), hoy la cosa es un poco diferente, porque todos los 
partidos de bien apuestan por la globalización, aunque eso suponga un 
problema para su país. El sentimiento nacionalista de la derecha española, en la práctica, solo se sostiene por los independentistas catalanes.
 Si ellos no existieran, y si no se diera esa tensión entre partes del 
Estado, la derecha quedaría como lo que es, un conjunto de gente que 
está pensando únicamente en hacer lo que se les dice desde las 
instituciones internacionales y desde los grandes centros de la 
inversión para que las cuentas cuadren a su gusto. Pueden decir que son 
españolistas porque se mantienen firmes frente a la amenaza de secesión,
 pero no porque estén realizando acciones que contribuyan a que nuestro 
país sea mejor: no hay industria, apenas hay agricultura o ganadería,
 las reservas de energía propia son ínfimas, y todo lo que han hecho ha 
sido empeorar esa situación. No es extraño que haya partes vacías de
 España, una suerte de islas en la nada, donde la gente subsiste de las 
pensiones o de los cuatro servicios que sus zonas de influencia 
demandan.
Dicen
 que son españolistas porque se mantienen firmes frente a la secesión, 
pero no porque realicen acciones que contribuyan a que el país sea mejor
Cuando la derecha ha apelado al sentimiento nacional de una forma intensa, como en el Brexit, en los EEUU de Trump o en la Francia de Le Pen, la jugada les ha salido bien
 precisamente por las mismas razones por las que la izquierda no 
centrista ha ganado adeptos simplemente ocupando las posiciones 
económicas que los partidos de izquierda de gobierno habían abandonado. 
Como los partidos mayoritarios de derechas decían defender algo y en 
realidad no lo hacían, su discurso lo han copiado otros y les ha 
funcionado. No podía ser de otra manera. Su idea de defender a sus compatriotas se resume en esto:
 para que las cosas vayan mejor, solo es necesario que nos adaptemos a 
los tiempos, que haya buena educación para que aprendamos matemáticas y 
física y que tengamos mentalidad emprendedora.
Sus contradicciones
Puede argumentarse, y así se hace profusamente, que esa idea de la derecha corresponde por suerte a tiempos pretéritos,
 que hoy el mundo es global y que pertenecer hoy a esa ideología es 
sobre todo defender el liberalismo. También dijeron eso los partidos 
socialdemócratas y así les ha ido.
 En todo caso, esa es la tendencia dominante, la que casi nadie rebate y
 la que se ha convertido en su centro conceptual. Pero esto es también 
falso. Si en lo cultural la derecha propugna una serie de postulados que
 luego no cumple, en lo económico va mucho más lejos en sus 
contradicciones: cualquier parecido de nuestro sistema con las bases 
teóricas de esa ideología, como las que tejió Adam Smith, es una azarosa coincidencia.
Si
 alguien monta un negocio y le sale mal, lidiará con las consecuencias; 
si el negocio le sale mal a un gran banco, los estados le darán el 
dinero 
Podemos entender que el liberalismo tiene una base común, la defensa del individuo contra el poder, ya sea este religioso, estatal o económico.
 Sus ideas tratan de preservar el ámbito de decisión del ser humano en 
los múltiples aspectos que inciden en su vida, resguardándolo de las 
interferencias de los centros de poder. El problema es que es justamente
 lo que no se está haciendo: cuanto más dicen defender unas ideas, más 
las subvierten. Veamos algunos ejemplos.
La sociedad de la excepción
Nuestra
 sociedad queda definida por sus excepciones, y mucho más en lo 
económico. Las leyes están vigentes, se aplican de una forma insistente,
 salvo a los actores poderosos que cuentan con la capacidad de 
evadirlas, y con ellas sus responsabilidades. Si alguien monta un 
negocio y le sale mal, tendrá que lidiar con las consecuencias; si el 
negocio le sale mal a un gran banco, los estados le darán el dinero para
 que pueda seguir haciendo lo mismo. Si una autopista no funciona, los inversores solicitarán y recibirán un rescate.
 Si se gana lo suficiente, se pueden pagar impuestos en paraísos 
fiscales; es decir, se puede pagar mucho menos. Si quieres montar un 
negocio, allá tú; pero si eres una gran empresa que quiere implantarse 
aquí, recibirás de forma continuada ayuda institucional para la 
adquisición del suelo, en forma de exenciones fiscales o de la Seguridad
 Social o de ayuda a la investigación y el desarrollo. Hay numerosos 
ejemplos de estas disfunciones sistémicas en los últimos años y los liberales, en lugar de criticarlas, han sido quienes las han aplicado.
Ese
 incremento de poder provoca que una firma imponga a sus proveedores, 
abarate los salarios o suba los precios sin consecuencias negativas
En segundo lugar, en vez de luchar contra los efectos perversos en la competencia, los han incrementado. Según los economistas Jan De Loecker, de la Universidad de Princeton, y Jan Eeckhout, del University College de Londres, que han analizado datos de la economía estadounidense desde 1980 hasta hoy, las grandes empresas han aumentado enormemente su poder de mercado.
 Esta clase de alteración de la competencia es observable en nuestra 
vida cotidiana. Los negocios se están concentrando, y los jugadores 
solitarios tienen cada vez menos opciones de subsistencia. Ese 
incremento de poder provoca que una firma pueda imponer condiciones a 
sus proveedores, abaratar los salarios y rebajar calidades o subir los 
precios a sus clientes sin que haya consecuencias negativas. Y eso sin 
entrar en que muchas de estas empresas cuentan con consumidores prácticamente cautivos:
 los bancos, las eléctricas, las petroleras o las firmas de telefonía 
pueden elevar precios, prestar un mal servicio, o aumentar las 
comisiones, sin que eso suponga un castigo, ya que la falta de 
competencia real está ligada a que casi todas las firmas rivales 
trabajen con las mismas condiciones, con lo que nuestra capacidad de 
elección es nula. El resultado es obvio, y ha sido celebrado por los 
liberales: en sus últimos resultados, muchas empresas que cotizan en bolsa habían incrementado los beneficios sin haber ingresado más.
El horror burocrático
Tampoco hay ninguna acción especial promovida por los liberales que gobiernan para mejorar nuestra posición como consumidores. Cualquiera que haya tenido un problema con una de estas grandes compañías sabe de qué estoy hablando:
 conoce bien la irritación de pasarse mucho tiempo al teléfono lidiando 
con grabaciones, con operadores que tratan de parar los golpes 
tratándote con menosprecio, solo para desanimarte lo suficiente. Además,
 su nivel de burocracia, esa que los liberales tanto criticaban respecto
 de las administraciones estatales, es terrible.
 Realizar un trámite con una de estas firmas supone pasar por un profuso
 listado de normas y excusas absurdas (“las transferencias solo se 
pueden hacer hasta las 11”, “el sistema no me permite hacer esa 
operación”, “eso lo hicieron nuestros subcontratados, tienes que habar 
con ellos”), que provocan una impotencia e indefensión enormes.
Casi
 nadie gasta tiempo o dinero para recuperar una cantidad pequeña. Como 
me decía un juez, 'solo un lunático o un fanático van a juicio por 30 
dólares'
Y cuando los abusos se producen, la situación es ya cómica. Un ejemplo reciente es el de la resolución 
 de la Audiencia Nacional anulando una multa de la Comisión Nacional de 
la Competencia a Repsol por un error de forma; y no sería raro si no pasara con tanta frecuencia. La pasada semana, publicaba 'The New York Times' un artículo de opinión en el que Richard Cordray,
 director del Consumer Financial Protection Bureau de EEUU, relataba una
 de estas acciones tan habituales. En su país, una de las figuras 
jurídicas más importantes en la defensa de los usuarios es la 'class 
action', un tipo de demanda que permite reclamar en nombre de todos los 
perjudicados por la decisión de una sola empresa. Por ejemplo, si una 
firma cobra a todos sus clientes 30 euros de más en su factura, es 
posible con una sola demanda solicitar justicia para todos ellos. Lo que
 señalaba Cordray es que las grandes compañías estaban obligando a sus 
clientes a renunciar a la 'class action' en sus contratos tipos, 
dirigiéndoles hacia un servicio de arbitraje. Por una razón evidente: “Cuando
 un banco carga cantidades ilegales a millones de consumidores y luego 
impide que se les demande colectivamente, el resultado no son millones 
de reclamaciones individuales, sino cero”. Es obvio, porque “casi 
nadie gasta tiempo o dinero para recuperar una cantidad pequeña. Como me
 decía un juez, 'solo un lunático o un fanático van a juicio por 30 
dólares”.
Una muy mala idea
Así es, casi nadie reclama por pequeñas cantidades, porque los problemas que genera serán siempre superiores a lo recuperado,
 y eso si nos ponemos en el mejor de los escenarios, que la demanda se 
gana con las costas. Aquí hay 'class actions', se han incorporado 
últimamente a nuestro sistema, pero es muy complicado ponerlas en 
marcha, en parte por las dificultades que añaden los jueces. Pero, sobre
 todo, no incluyen lo esencial: en EEUU, si la empresa pierde, no solo 
ha de recuperar lo indebidamente percibido y los daños causados, sino 
que además debe pagar una gran multa para evitar caer en la tentación la
 próxima vez. Aquí no. Simplemente se recupera lo que no se debió cobrar
 y se añade una pequeña cantidad por los perjuicios causados. Es mucho más fácil cometer abusos que ser castigado por ello, y eso es una muy mala idea, y nada liberal.
Quizá ser de derechas se haya convertido en esto, en defender el 'statu quo' contra viento y marea
En definitiva, tanto en los asuntos económicos como en los culturales, la derecha es mucho menos derecha de lo que dice, porque hace a menudo lo contrario de lo que predica, como cuando insistieron en que iban a bajar los impuestos cuando llegaran al poder y lo que hicieron fue subirlos.
¿Por qué hacen esto? Sencillo, porque no son liberales ni conservadores.
 Simplemente hacen lo que se supone que deben hacer, dar la razón a 
quienes tienen más poder en la sociedad. Quizá ser de derechas se haya 
convertido en esto, en defender el 'statu quo' contra viento y marea, 
hoy propugnando la economía de mercado, mañana solicitando una pausa en 
la economía de mercado y pasado acelerándola. Esta es la derecha que hoy
 triunfa: la que no tiene ideales.
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OTRA COSA: ¿Cómo les explico a mis nietos que poner urnas es de golpistas y subvencionar a la Fundación Francisco Franco es de demócratas?.
OTRA COSA: ¿Cómo les explico a mis nietos que poner urnas es de golpistas y subvencionar a la Fundación Francisco Franco es de demócratas?.
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