Antonio Manuel  22/09/2017 http://cordopolis.es/el-insurrecto/2017/09/22/andalucia-en-peligro/
En 1974, Carlos Castilla del Pino publicó un artículo denominado 
“Andalucía no existe”. En él, afirmaba que “Andalucía tendrá que hacer 
sus reivindicaciones económicas, administrativas y educacionales” pero 
que ello no sería por causa ni el origen de una conciencia de pueblo 
“que la diferencie y la autoidentifique”. Justo al año siguiente, 
Enrique Tierno Galván publicó su conocido ¿Qué es ser agnóstico? en el 
que utilizaba como lógica argumental que un ateo necesita un concepto de
 Dios para negarlo. Entonces entendí a Castilla del Pino. Negaba una 
concreta noción de Andalucía. Y al hacerlo, afirmaba su existencia. 
Justo lo que vuelve a pasar ahora.
Los contextos sociopolíticos de la aquella transición, como la de la 
segunda república, se parecen demasiado. En la segunda república, el 
gobierno provisional no fue capaz de derribar los pilares que sostenían y
 sostienen el nacionalcatolicismo español, a pesar de los 
incuestionables avances que se consiguieron para parecer un Estado 
moderno. Pero lo cierto es que el miedo a una reacción de las 
oligarquías del poder tradicional, condicionó en exceso la prudencia y 
la moderación en muchas de las medidas que se requerían. De ahí los 
pronunciamientos unilaterales de Catalunya ante la insuficiencia de un 
modelo territorial que temía denominarse “Federal” huyendo de los ecos 
de la primera república. O incluso la candidatura del Frente Popular 
para dar voz a cuántas personas creyeron que el régimen constitucional 
republicano traerá consigo un verdadero cambio de paradigma, más allá 
del simple modelo de gobierno. Todo terminó con un golpe de Estado, el 
genocidio franquista y el miedo clavado en el ADN de quienes nos 
gobernarían en la transición.
Tras la muerte del dictador, unas oligarquías de poder (económico, 
religioso y territorial) prediseñaron el nuevo modelo de Estado, con 
notables avances que nadie puede ni debe cuestionar, pero sin tocar en 
esencia los pilares del nacionalcatolicismo representados en el escudo 
de España: “Cruz, Corona y Reinos”. La Cruz se garantizó conservando los
 privilegios de la Iglesia bajo un Estado confesional encubierto y los 
acuerdos con el Vaticano; la Corona, manteniendo el heredero elegido por
 el dictador; y la configuración territorial del Estado, sentando a 
Cataluña y Euskadi en la mesa de los “padres de la Patria”. La necesidad
 de paz social y el ansia de democracia eran suficientes motivos para 
que fueran pocos y marginales quienes cuestionaran el futuro modelo 
constitucional. Pero nadie podía prever que fuera Andalucía quien lo 
hiciera añicos generando una auténtica cuestión de Estado con las 
manifestaciones millonarias del 4 de diciembre de 1977 y el asesinato de
 Manuel José García Caparrós. Andalucía exigió su derecho a decidir para
 ser como las que más en el Estado. Y forzó la inclusión del infame 151 
que sólo el pueblo andaluz ejerció para alcanzar su autonomía plena.
Hoy vuelven a reproducirse los mismos esquemas, pero de manera más 
sibilina: la Iglesia católica se ha visto reforzada con el mayor 
empoderamiento patrimonial de su historia, y hemos pasado de tener dos 
reyes a cuatro sin consultar a la ciudadanía. Sólo queda por resolver la
 nueva configuración territorial del Estado, cada vez más compleja 
debido a la tensión generada en Catalunya. Dejemos claro que en España 
coexisten hasta cinco modelos superpuestos a la vez: el Estado de la 
Diputaciones, de los Fueros (derechos civiles propios), de las 
Diputaciones Forales (haciendas propias), Nacionalidades Históricas 
(Catalunya, Euskadi, Galicia y Andalucía), más el resto de Comunidades 
Autónomas. La solución más sensata y posible pasaría por concretarlo en 
un modelo federal donde los distintos sujetos políticos tengan clara la 
distribución de sus competencias y la financiación para acometerlas. 
Andalucía sería uno de ellos por derecho propio. Y es aquí donde 
comienzan los peligros.
El discurso empleado por Susana Díaz para desbancar a Pedro Sánchez 
pasaba, entre otros argumentos, por la defensa de la “unidad de España”.
 En verdad, de su homogeneidad. Apenas existían diferencias con el 
Partido Popular al que permitió gobernar. Después de la debacle de las 
primarias, entre otras razones debido a ese discurso derechizante y 
españolista, arremetió con dureza contra el mismo Pedro Sánchez cuando 
omitió Andalucía en la lista de nacionalidades históricas. Y, poco 
después, volvió a desmarcarse de la dirección “federal” de su partido en
 relación a Catalunya, demostrando que el PSOE andaluz es el mejor 
aliado del discurso reaccionario del PP y Ciudadanos.
La conducta cuántica de Susana Díaz confirma la hipótesis de Castilla
 del Pino. Andalucía no existe cuando hay que defender la “unidad de 
España”, aunque me tenga que poner de parte de mis enemigos políticos 
externos. Pero Andalucía existe si puede resultar agraviada en un nuevo 
diseño del Estado, aunque me tenga que poner en contra de mis compañeros
 de partido. Susana Díaz pidió a Pedro Sánchez que no le obligara a 
elegir entre sus dos lealtades: Andalucía y el PSOE. Pero no dijo por 
cuál se decantaría.
Ése es el verdadero problema. La falsa identificación de Andalucía 
con la Junta, producto casi inevitable de estos 40 años de gobierno. O 
de la crisis territorial con un fracaso del modelo autonómico. A pesar 
de las apariencias, ninguna de las dos ecuaciones son ciertas. En los 
años más duros de la crisis económica, fueron precisamente las 
autonomías las que soportaron el coste más elevado por asumir las 
competencias de empleo, salud, educación o vivienda. Mientras las 
diputaciones provinciales cerraban sus ejercicios con superávits y el 
gobierno central salvaba a los bancos con nuestro dinero que jamás 
recuperaremos, las autonomías intentaban salvar a las personas 
endeudándose hasta lo imposible.
De ahí que sea urgente y necesario un cambio de modelo territorial 
que termine con este solapamiento de Estados dentro del Estado. Y es en 
este contexto donde Andalucía corre el peligro de perder la posición 
política que alcanzó por derecho propio. Por la sencilla razón de que 
parece no existir en la tensión mediática España versus Catalunya. Hasta
 el punto de que hoy es más probable que millones de andaluces se lancen
 a la calle para defender la “unidad de España” frente a la 
independencia catalana, que para defendernos a nosotros mismos ante una 
posible reforma constitucional. Porque la aspiración de muchos andaluces
 es ser un facha pobre antes que creer en una reivindicación social que 
vertebre al pueblo andaluz. Equivocadamente, creen que la culpa de su 
situación es de la autonomías (y  no de quienes la gestionaron) y 
esperan la salvación del gobierno central (corrupto hasta la tuétanos) 
porque levanta la misma bandera que sus ídolos deportivos.
Llegará octubre. Noviembre. Diciembre… Y Catalunya seguirá ahí. Pero 
también Andalucía. Y millones de andaluzas y andaluces que sí queremos 
volver a ser lo que fuimos porque nunca hemos dejado de serlo. Porque 
Andalucía existe, especialmente para quienes inútilmente se esfuerzan en
 negarla. Ése es el peligro.
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OTRA COSA:  Reivindicación: apertura de caminos públicos vallados por fincas privadas
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