
Vivían apartados de la 
civilización. Entre peñascos y breñas, alejados de todo núcleo urbano. 
Eran rojos o, al menos, habían sido condenados a muerte por el régimen 
por 'adhesión a la rebelión' aunque posteriormente esta pena sería 
conmutada por 30 años de cárcel por 'auxilio a la rebelión' y cuando no 
cabía ni un preso más en las cárceles franquistas, se les ofrecía la 
posibilidad de redimir sus penas por trabajos forzados. Son los presos 
políticos del fascismo que con su mano de obra casi esclava levantaron 
las grandes obras públicas de las que el franquismo sacaba pecho. A 
mediados de los años cuarenta, había en España 121 destacamentos donde 
trabajaban alrededor de 16.000 presos.
El destacamento penal de Bustarviejo, una pequeña 
localidad del norte de Madrid, es un vestigio vivo de aquel trabajo de 
los presos republicanos, de un pasado de un país con problemas de 
memoria. Al final de un sendero de apenas un kilómetro y medio que sale 
de la localidad y conduce al viandante a una dehesa, se sitúa en la más 
absoluta soledad una estancia de piedra conocida en el lugar como Los Barracones,
 una estructura de planta rectangular con un patio central donde se 
alojaban los presos cuando no estaban trabajando. En las colinas que 
rodean la dehesa se situaban las cabañas y las chozas donde se alojaban 
las familias de los presos.
Por estas dependencias pasaron entre 1944 y 1952 una 
media anual de 100 presos que participaron en la obra de la línea férrea
 entre Madrid y Burgos construyendo dos túneles (de 395 y 248 metros), 
un viaducto (de 26 metros de altura, con 11 arcos de 12 metros de luz) y
 una estación de tren ubicada en las afueras del pueblo, a cargo de la 
empresa contratista Hermanos Nicolás Gómez. En total, para la 
construcción de esta línea férrea el régimen instaló nueve destacamentos
 penales en el tramo comprendido entre las localidades madrileñas de 
Chamartín y Garganta de los Montes.
Antonio Sin, que hoy tiene 74 años, fue uno de los 
niños que habitó durante 'siete u ocho años' una de las cabañas para las
 familias de los presos. Su padre había sido enviado a Barcelona durante
 la Guerra Civil para cumplir con el servicio militar de la República. 
Una vez acabada la guerra fue condenado a muerte porque 'el cacique del 
pueblo decía que era comunista'. Poco después, su pena fue revisada y 
conmutada a 30 años de cárcel, que cumplió con ocho años de trabajos 
forzosos y seis años de reclusión en la cárcel de Barbastro.
'Mi padre no era político ni era nada, pero le tocó 
hacer el Servicio Militar y el cacique local lo acusó de ser comunista. 
Después sería condenado a muerte y después nos vinimos a vivir a 
Bustarviejo porque por cada día trabajado le quitaban tres de condena', 
recuerda para Público Antonio Sin, que no pudo conocer a su 
padre hasta que cumplió los cinco años. Después comenzaría a viajar 
hasta Bustarviejo en verano y en navidades para, finalmente, 
establecerse allí hasta que su padre redimió la totalidad de los 30 
años.
'Mis padres nunca me hablaron de Bustarviejo ni del por
 qué estábamos aquí. Todo lo que sé lo he sacado yo de mi cosecha y de 
mis recuerdos, que están vivos. Creo que lo tenía como una especie de 
carga que había caído sobre él y que pretendía apartar de nosotros por 
todos los medios. Ni le preguntábamos, ni nos daba explicaciones', 
recuerda Sin.
Viaducto construido por los presos republicanos. 
Tampoco Fernando Martínez y Juanita Ballesteros, un 
matrimonio que vivió en Bustarviejo para cumplir la condena de Martínez 
por escribir cartas al extranjero desmontando 'las mentiras del régimen 
tras la II Guerra Mundial', contaban a su familia nada sobre su pasado. 
Santiago Martín, su sobrino, recibió la noticia de boca de su tía 
Juanita una vez Fernando Martínez ya había fallecido. 'Siempre los 
invitaba a acudir a Bustarviejo, donde resido, pero nunca querían venir.
 Me parecía raro pero desconocía la causa', asegura Martín, cuyo tío fue
 condenado a trabajar en el campo como médico de presos y guardianes.
'Mi tía me contaba que los dos tenían muy mal recuerdo 
del pueblo. Es una zona con un clima muy duro donde hacía mucho frío en 
invierno. Mi tía visitaba a mi tío los fines de semana e intentaba traer
 algunas medicinas. Los dos pasaban el fin de semana recorriendo las 
casas del pueblo para atender a los enfermos', recuerda hoy Santiago.
Con la victoria del ejército franquista en 1939 la 
Dirección General asumió las responsabilidades en la gestión del sistema
 penitenciario y acuñó nuevas formas de explotación de la mano de obra 
reclusa en las que las empresas privadas pasaron a ser las 
beneficiarias. La fundamentación teórica del nuevo régimen penitenciaro 
se basó en los conceptos católicos de pecado, expiación de la culpa y 
perdón sustituyendo a los conceptos de derecho de delito, pena y 
amnistía. La fundamentación material fue el trabajo forzoso a cambio de 
reducción de condena como una especie de gracia condedida al preso para 
su rescate físico y moral a través de la reconstrucción de un país 
arrasado por una contienda bélica.
'El preso, en este caso, no era otro que el enemigo 
político en la contienda y el sistema de Redención de Penas por el 
Trabajo una fórmula creada para responder al problema de la cuantiosa 
población reclusa de posguerra, cuya manutención a cargo de la Hacienda 
Pública preocupada al nuevo Jefe del Estado', escriben en su 
investigación sobre la represión franquista después de la Guerra Civil a
 través de los campos forzados de trabajo desde un punto de vista 
arqueológico un grupo de jóvenes investigadores de la Universidad 
Complutense de Madrid.
Este sistema de represión, explica a Público 
Álvaro Falquina, miembro del equipo de investigadores, pretendía incidir
 sobre la ideología y la conducta de los vencidos y debe entenderse como
 un proyecto de 'ingeniería social'. 'A través de la redención el 
prisionero salía del status de rojo antiespañol y se acercaba a la 
salida del espacio físico de la cárcel recobrando el espíritu nacional 
perdido', señala Falquina, que considera la propia arquitectura del 
espacio del penal de Bustarviejo y 'la ubicación de los familiares' 
tiene la función de eliminar la 'identidad política republicana' y 
'crear una nueva conciencia de sujetos validos para el régimen 
franquista'.
'Un ejemplo son las casas de los familiares. Las 
instalan en las colinas para que siempre sea visible desde el penal. Las
 familias constituían las alambradas de espinos para que no se escaparan
 los presos. Si los familiares están presentes y los presos tienen 
conciencia de su presencia no se escaparán y aceptarán las condiciones 
que les impongan', explica Falquina, que considera este fenómeno como 
una instrusión del Estado en la vida privada de las familias. 'Esta es 
una muestra del carácter fascista del régimen', sentencia.
El destacamento penal ha sido reconvertido actualmente 
en un museo de la memoria. En 2009, a través de una enmienda que 
presentó Gaspar Llamazares a los Presupuestos Generales del Estado se 
destinaron 150.000 euros para la restauración del destacamento y de los 
edificios principales. 'Utilizamos las fotografías antiguas para su 
rehabilitación y hermanamos la ciudad con otro ayuntamiento francés 
donde se sitúa el campo de concentración de republicanos de Septfonds, 
donde estuvieron cerca de 17.000 presos republicanos', narra a Público José Manuel Fernández (IU), ex alcalde de la ciudad.
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