miércoles, 8 de noviembre de 2017

Franco, ese ladrón. El caso del Pazo de Meirás


Tranquilo, Luis, no te alteres, no te sulfures’, o como me diría Mariano, ‘Luis ¡sé fuerte!’
Intento efectivamente mantener la serenidad, abordar este arduo trance con la máxima calma aunque me temo que en algún momento no podré contener un estallido de cólera. Me tomo una tila acompañada de varios ansiolíticos, sigue una breve sesión de meditación y relajación, o como dicen los cursis, mindfulness… a mi edad no son buenos los sofocos.
Y es que hay temas imposibles de tratar sin que la sangre hierva. Uno de ellos es el asunto Pazo de Meirás.
Porque ¿es posible mantener la objetividad y el tono neutro al hablar de un caso como éste? Hablamos de un bien inmueble único, representativo de la historia y la cultura de todo un pueblo, que fue expoliado por un dictador genocida para su uso privado, en plena guerra de exterminio por él mismo encabezada, mediante el uso de sus recursos intimidatorios y represivos. El cual, tras el final de la dictadura, y en el marco de una transición que decidió salvar a los criminales franquistas y amortizar sus crímenes, ha permanecido en poder de los deudos del sátrapa.
A día de hoy, los herederos se atrincheran en ese palacio (traducción del gallego pazo) poniendo todo tipo de trabas para facilitar su visita durante 4 días al mes, a lo que están obligados legalmente. Y, en un último estrambote, la Fundación Francisco Franco, que gestiona el inmueble, anuncia que aprovechará las visitas para glosar la ‘grandeza’ del propio tirano.
¿No es inevitable alterarse ante un disparate tal? Algo solo imaginable, y con dificultad incluso para Orwell, en el escenario distópico de ficción de una sociedad colectivamente narcotizada.
El latrocinio franquista como contexto
El caso ha vuelto a suscitar recientemente un debate social que evoca en primer lugar la masiva rapiña efectuada por el franquismo tras el ‘alzamiento’ de julio de 1936 en los territorios que iba sometiendo, en los que se aplicaba tanto la limpieza ideológica y el genocidio como la incautación de los bienes de depurados y asesinados o de dudosa titularidad, así como la requisa y privatización de bienes de dominio público o comunal.
La mayor parte de las fortunas sobrevenidas en la posguerra tienen su origen en ese saqueo sistemático, que, junto con el trabajo esclavo y otros fenómenos como el estraperlo y los monopolios, son característicos del modelo socioeconómico del franquismo autárquico.
La leyenda neofranquista sostenía que en el marco de ese capitalismo de compinches, Franco siempre había contrastado por su austeridad, ajeno a las tentaciones materiales. La realidad, como se ha documentado ya sobradamente, es bien distinta: él y su familia se enriquecieron desmesuradamente, y aunque el poder despótico era lo que de verdad le ponía, no le hacía tampoco ascos a los beneficios más tangibles derivados de aquel.
Por si cabía alguna duda, el economista e historiador Ángel Viñas nos ha proporcionado recientemente (‘La otra cara del Caudillo’, Crítica, 2015) un buen texto de referencia al respecto.
Un bien singular
Como es sabido, el pazo fue construido a finales del siglo XIX sobre las ruinas de una fortificación, en el municipio de Sada, junto a la ría de Betanzos y próximo a Coruña, por la escritora Emilia Pardo Bazán. Se trata de un edificio de estilo tradicionalista neorománico, mezcla de pazo (palacio) y fortaleza, un conjunto monumental y único.
En él la escritora escribió muchas de sus imprescindibles obras y, como agitadora cultural y social, organizó también numerosos encuentros y contubernios político-literarios (en los que participaron figuras como Unamuno y Pérez Galdós) hasta su muerte en 1921.
En el pazo concurren, así, además de sus valores arquitectónicos y paisajísticos, otros intangibles igualmente importantes, constituyendo en suma un hito singular de la historia contemporánea de Galicia, y justificando sobradamente su declaración de BIC (bien de interés cultural), en el año 2008.
Rufianesca caciquil en estado puro
El caso de la expropiación y ofrenda servil del Pazo de Meirás retrata bien la cultura política de la época y la calaña de los sublevados. En el año 38, en Galicia, al igual que en otros territorios del estado ya bajo control de los golpistas, se estaba produciendo una profunda depuración de toda persona sospechosa; aunque allí no hubo prácticamente guerra como tal, se tiene constancia de casi 5.000 asesinatos políticos, la mayoría extrajudiciales, y casi 30.000 personas represaliadas judicialmente (datos del proyecto de investigación ‘Nomes e Voces’), sin contar las víctimas de otras formas de represión.
Tiempos esos de trepar y ganar puestos en el andamiaje del estado nacional-católico en construcción, y qué mejor forma que haciéndole la pelota al patrón. Al parecer este había dejado caer sibilinamente su ilusión por disponer de un sitio para vacacionar en su tierra natal, no pensando, seguramente, en un apartamento en segunda fila de playa.
Recogida la sugerencia, los caciques locales se deciden por la adquisición del pazo, y, de paso, la expropiación de algunas tierras contiguas hasta llegar a las casi 7 hectáreas. Pero había que darle al asunto además un giro de farsa popular, al estilo ‘bienvenido Mr. Marshall’: el pazo debía ser un regalo del pueblo agradecido a su libertador. Y por si este no se estiraba en el donativo de motu propio, se organizó una cuestación municipio por municipio, parroquia por parroquia y casa por casa, a cargo de unos digamos ‘comités de sablazo’, constituidos por el jefe de falange, el cura y el alcalde, con la guardia civil probablemente no muy lejos para mayor persuasión de posibles remolones.
Al donativo popular se añadió un igualmente ‘voluntario’ descuento de la nómina de empleados y asalariados, además de la aportación municipal de un 5% de su recaudación por contribución urbana. Todo ello coordinado desde el gobierno civil de La Coruña, a través de un organismo ad-hoc, la ‘Junta pro-Pazo del Caudillo’.
La opereta culmina con la entrega solemne de la propiedad a Franco en diciembre del 38, aderezada con diversas celebraciones cuyo broche es el Caudillo entrando bajo palio en la catedral de Santiago, show castrense-litúrgico al que eran tan aficionados él y la jerarquía católica.
Hay más detalles chuscos en esta historia como el hecho de que a la heredera de la Pardo Bazán le fuese impedido en su momento, por los nuevos ocupantes, recuperar las pertenencias de la escritora, entre ellas una importante biblioteca. O el que a lo largo de los años la familia Franco fuese almacenando en el pazo piezas de valor recolectadas a lo largo y ancho del territorio gallego, que según la propia familia desaparecieron en buena parte con motivo de un sospechoso incendio declarado en el inmueble en 1978. Por cierto, los vecinos de la zona atestiguaron entonces que en los días previos al incendio se había producido un inusual trasiego de camiones llevándose grandes cajas del pazo.
Casualmente, en estos mismos días se ha difundido que dos tallas de piedra del siglo XII pertenecientes nada menos que al Pórtico de la Gloria, hace tiempo perdidas, forman parte de la decoración del pazo para solaz de sus usurpadores.
Devuélvase lo robado
La desfachatez con la que tanto la familia como la fundación defienden lo apropiado con malas artes y abuso de poder (y encima con recochineo del paisanaje), refleja de forma fiel las incoherencias antidemocráticas que subsisten en este país hasta nuestros días a causa de una liquidación en falso de la dictadura. Hace falta tener muy poca vergüenza y nulas convicciones democráticas, y también sentirse muy protegido, para hacer tal exhibición de desprecio a toda una sociedad.
Y hacen falta unas instituciones indignas de una sociedad democrática y decente para que este atropello se perpetúe, cuando, aun sin cuestionar la adquisición y donación, lo mínimo sería considerarla realizada en favor del estado, en calidad de residencia de su máxima jefatura, y no de la persona del dictador, mucho menos de sus herederos.
Los epígonos del franquismo y sus cómplices hablan de no reabrir heridas para seguir tapando los crímenes franquistas, cuando resulta del todo evidente que heridas como la del Pazo de Meirás (y otros casos similares, véase el cortijo ‘regalado’ a Queipo en Sevilla) no sólo no están cerradas sino que son llagas sangrantes ante la pasividad de los gobernantes y el escarnio de sus perpetradores.
Los activistas que han ocupado simbólicamente el pazo el pasado 30 de agosto lo tienen muy claro: ‘El pazo es del pueblo gallego’; ‘que nos devuelvan lo robado’; ‘franquismo nunca más’. 
Epílogo: La historia del pazo como alegoría de nuestra Historia
Más relajado tras haberme explayado a gusto, intento acceder a un estado tántrico imaginando ese momento, esperemos que no lejano, en el que el pazo se abra por fin al uso público, debidamente documentado, ilustrando con su propia peripecia al visitante sobre la historia de nuestro siglo XX: una primera etapa convulsa, social y culturalmente fecunda, seguida de una larga oscuridad de tiranía e injusticia, con un intermezzo de pillaje y esperpento. Y un último cuarto de siglo de ilusiones y decepciones.
Probablemente a las generaciones venideras la historia del pazo les parecerá disparatada, pero procuremos al menos dejársela enmendada a la altura de los valores que proclamamos, para evitarles la vergüenza colectiva que hoy sentimos nosotros.
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OTRA COSA: En Campo Abierto: Es el capitalismo, estúpidos. Por Carlos ARENAS POSADAS



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