Por Luis Suárez, miembro de La Comuna. 08 Oct 2017 http://blogs.publico.es/verdad-justicia-reparacion/2017/10/08/franco-ese-ladron-el-caso-del-pazo-de-meiras/
‘Tranquilo, Luis, no te alteres, no te sulfures’, o como me diría Mariano, ‘Luis ¡sé fuerte!’
Intento efectivamente
 mantener la serenidad, abordar este arduo trance con la máxima calma 
aunque me temo que en algún momento no podré contener un estallido de 
cólera. Me tomo una tila acompañada de varios ansiolíticos, sigue una 
breve sesión de meditación y relajación, o como dicen los cursis, mindfulness… a mi edad no son buenos los sofocos.
Y es que hay temas imposibles de tratar sin que la sangre hierva. Uno de ellos es el asunto Pazo de Meirás.
Porque ¿es posible 
mantener la objetividad y el tono neutro al hablar de un caso como éste?
 Hablamos de un bien inmueble único, representativo de la historia y la 
cultura de todo un pueblo, que fue expoliado por un dictador genocida 
para su uso privado, en plena guerra de exterminio por él mismo 
encabezada, mediante el uso de sus recursos intimidatorios y represivos.
 El cual, tras el final de la dictadura, y en el marco de una transición
 que decidió salvar a los criminales franquistas y amortizar sus 
crímenes, ha permanecido en poder de los deudos del sátrapa.
A día de hoy, los herederos se atrincheran en ese palacio (traducción del gallego pazo)
 poniendo todo tipo de trabas para facilitar su visita durante 4 días al
 mes, a lo que están obligados legalmente. Y, en un último estrambote, 
la Fundación Francisco Franco, que gestiona el inmueble, anuncia que 
aprovechará las visitas para glosar la ‘grandeza’ del propio tirano.
¿No es inevitable 
alterarse ante un disparate tal? Algo solo imaginable, y con dificultad 
incluso para Orwell, en el escenario distópico de ficción de una 
sociedad colectivamente narcotizada.
El latrocinio franquista como contexto
El caso ha vuelto a 
suscitar recientemente un debate social que evoca en primer lugar la 
masiva rapiña efectuada por el franquismo tras el ‘alzamiento’ de julio 
de 1936 en los territorios que iba sometiendo, en los que se aplicaba 
tanto la limpieza ideológica y el genocidio como la incautación de los 
bienes de depurados y asesinados o de dudosa titularidad, así como la 
requisa y privatización de bienes de dominio público o comunal.
La mayor parte de las
 fortunas sobrevenidas en la posguerra tienen su origen en ese saqueo 
sistemático, que, junto con el trabajo esclavo y otros fenómenos como el
 estraperlo y los monopolios, son característicos del modelo 
socioeconómico del franquismo autárquico.
La leyenda 
neofranquista sostenía que en el marco de ese capitalismo de compinches,
 Franco siempre había contrastado por su austeridad, ajeno a las 
tentaciones materiales. La realidad, como se ha documentado ya 
sobradamente, es bien distinta: él y su familia se enriquecieron 
desmesuradamente, y aunque el poder despótico era lo que de verdad le 
ponía, no le hacía tampoco ascos a los beneficios más tangibles 
derivados de aquel.
Por si cabía alguna 
duda, el economista e historiador Ángel Viñas nos ha proporcionado 
recientemente (‘La otra cara del Caudillo’, Crítica, 2015) un buen texto
 de referencia al respecto.
Un bien singular
Como es sabido, el 
pazo fue construido a finales del siglo XIX sobre las ruinas de una 
fortificación, en el municipio de Sada, junto a la ría de Betanzos y 
próximo a Coruña, por la escritora Emilia Pardo Bazán. Se trata de un 
edificio de estilo tradicionalista neorománico, mezcla de pazo (palacio)
 y fortaleza, un conjunto monumental y único. 
En él la escritora 
escribió muchas de sus imprescindibles obras y, como agitadora cultural y
 social, organizó también numerosos encuentros y contubernios 
político-literarios (en los que participaron figuras como Unamuno y 
Pérez Galdós) hasta su muerte en 1921.
En el pazo concurren,
 así, además de sus valores arquitectónicos y paisajísticos, otros 
intangibles igualmente importantes, constituyendo en suma un hito 
singular de la historia contemporánea de Galicia, y justificando 
sobradamente su declaración de BIC (bien de interés cultural), en el año
 2008.
Rufianesca caciquil en estado puro
El caso de la 
expropiación y ofrenda servil del Pazo de Meirás retrata bien la cultura
 política de la época y la calaña de los sublevados. En el año 38, en 
Galicia, al igual que en otros territorios del estado ya bajo control de
 los golpistas, se estaba produciendo una profunda depuración de toda 
persona sospechosa; aunque allí no hubo prácticamente guerra como tal, 
se tiene constancia de casi 5.000 asesinatos políticos, la mayoría 
extrajudiciales, y casi 30.000 personas represaliadas judicialmente 
(datos del proyecto de investigación ‘Nomes e Voces’), sin contar las 
víctimas de otras formas de represión.
Tiempos esos de 
trepar y ganar puestos en el andamiaje del estado nacional-católico en 
construcción, y qué mejor forma que haciéndole la pelota al patrón. Al 
parecer este había dejado caer sibilinamente su ilusión por disponer de 
un sitio para vacacionar en su tierra natal, no pensando, seguramente, 
en un apartamento en segunda fila de playa.
Recogida la 
sugerencia, los caciques locales se deciden por la adquisición del pazo,
 y, de paso, la expropiación de algunas tierras contiguas hasta llegar a
 las casi 7 hectáreas. Pero había que darle al asunto además un giro de 
farsa popular, al estilo ‘bienvenido Mr. Marshall’: el pazo debía ser un
 regalo del pueblo agradecido a su libertador. Y por si este no se 
estiraba en el donativo de motu propio, se organizó una cuestación 
municipio por municipio, parroquia por parroquia y casa por casa, a 
cargo de unos digamos ‘comités de sablazo’, constituidos por el jefe de 
falange, el cura y el alcalde, con la guardia civil probablemente no muy
 lejos para mayor persuasión de posibles remolones.
Al donativo popular 
se añadió un igualmente ‘voluntario’ descuento de la nómina de empleados
 y asalariados, además de la aportación municipal de un 5% de su 
recaudación por contribución urbana. Todo ello coordinado desde el 
gobierno civil de La Coruña, a través de un organismo ad-hoc, la ‘Junta 
pro-Pazo del Caudillo’.
La opereta culmina 
con la entrega solemne de la propiedad a Franco en diciembre del 38, 
aderezada con diversas celebraciones cuyo broche es el Caudillo entrando
 bajo palio en la catedral de Santiago, show castrense-litúrgico al que 
eran tan aficionados él y la jerarquía católica.
Hay más detalles 
chuscos en esta historia como el hecho de que a la heredera de la Pardo 
Bazán le fuese impedido en su momento, por los nuevos ocupantes, 
recuperar las pertenencias de la escritora, entre ellas una importante 
biblioteca. O el que a lo largo de los años la familia Franco fuese 
almacenando en el pazo piezas de valor recolectadas a lo largo y ancho 
del territorio gallego, que según la propia familia desaparecieron en 
buena parte con motivo de un sospechoso incendio declarado en el 
inmueble en 1978. Por cierto, los vecinos de la zona atestiguaron 
entonces que en los días previos al incendio se había producido un 
inusual trasiego de camiones llevándose grandes cajas del pazo.
Casualmente, en estos
 mismos días se ha difundido que dos tallas de piedra del siglo XII 
pertenecientes nada menos que al Pórtico de la Gloria, hace tiempo 
perdidas, forman parte de la decoración del pazo para solaz de sus 
usurpadores.
Devuélvase lo robado
La desfachatez con la
 que tanto la familia como la fundación defienden lo apropiado con malas
 artes y abuso de poder (y encima con recochineo del paisanaje), refleja
 de forma fiel las incoherencias antidemocráticas que subsisten en este 
país hasta nuestros días a causa de una liquidación en falso de la 
dictadura. Hace falta tener muy poca vergüenza y nulas convicciones 
democráticas, y también sentirse muy protegido, para hacer tal 
exhibición de desprecio a toda una sociedad. 
Y hacen falta unas 
instituciones indignas de una sociedad democrática y decente para que 
este atropello se perpetúe, cuando, aun sin cuestionar la adquisición y 
donación, lo mínimo sería considerarla realizada en favor del estado, en
 calidad de residencia de su máxima jefatura, y no de la persona del 
dictador, mucho menos de sus herederos.
Los epígonos del 
franquismo y sus cómplices hablan de no reabrir heridas para seguir 
tapando los crímenes franquistas, cuando resulta del todo evidente que 
heridas como la del Pazo de Meirás (y otros casos similares, véase el 
cortijo ‘regalado’ a Queipo en Sevilla) no sólo no están cerradas sino 
que son llagas sangrantes ante la pasividad de los gobernantes y el 
escarnio de sus perpetradores.
Los activistas que 
han ocupado simbólicamente el pazo el pasado 30 de agosto lo tienen muy 
claro: ‘El pazo es del pueblo gallego’; ‘que nos devuelvan lo robado’; 
‘franquismo nunca más’. 
Epílogo: La historia del pazo como alegoría de nuestra Historia
Más relajado tras 
haberme explayado a gusto, intento acceder a un estado tántrico 
imaginando ese momento, esperemos que no lejano, en el que el pazo se 
abra por fin al uso público, debidamente documentado, ilustrando con su 
propia peripecia al visitante sobre la historia de nuestro siglo XX: una
 primera etapa convulsa, social y culturalmente fecunda, seguida de una 
larga oscuridad de tiranía e injusticia, con un intermezzo de pillaje y 
esperpento. Y un último cuarto de siglo de ilusiones y decepciones.
Probablemente a las 
generaciones venideras la historia del pazo les parecerá disparatada, 
pero procuremos al menos dejársela enmendada a la altura de los valores 
que proclamamos, para evitarles la vergüenza colectiva que hoy sentimos 
nosotros.
...........................................................
OTRA COSA: En Campo Abierto: Es el capitalismo, estúpidos. Por Carlos ARENAS POSADAS
OTRA COSA: En Campo Abierto: Es el capitalismo, estúpidos. Por Carlos ARENAS POSADAS
No hay comentarios:
Publicar un comentario