Europa está a merced
de una moneda común que no sólo era innecesaria para la integración
europea, sino que en realidad está debilitando a la Unión Europea misma.
¿Qué hacer entonces con una moneda que no tiene un estado que la
respalde, o con los diecinueve estados europeos que no tienen una moneda
que puedan controlar?
La respuesta lógica
es una de dos: desmantelar el euro o crearle el estado federal que
necesita. El problema es que la primera solución sería sumamente
costosa, mientras que la segunda es inviable en un clima político que
favorece la renacionalización de la soberanía.
Aquellos
que coinciden en que el costo de desmantelar el euro sería excesivo se
ven obligados a una especie de pensamiento ilusorio que se ha puesto de
moda (sobre todo tras la elección de Emmanuel Macron como presidente de
Francia). La idea es que, de algún modo y por algún medio no
especificado, Europa hallará la forma de convertirse en una federación.
Para ellos, parecería que es sólo cuestión de esperar.
La idea de Macron es
no quedarse en este optimismo ocioso, y obtener en cambio el
consentimiento alemán para convertir la eurozona en una entidad de
carácter estatal: una federación reducida. A cambio de que los franceses
“germanicen” su mercado laboral y controlen el déficit presupuestario,
Alemania debería aceptar, en principio, un presupuesto común, un
ministro de finanzas común y un parlamento europeo que provea
legitimidad democrática.
Para que el gobierno
alemán halle la propuesta tolerable, se sugiere un presupuesto común
minúsculo (alrededor del 1% del producto agregado de la eurozona)
destinado exclusivamente a financiar las estructuras básicas de una
federación reducida, por ejemplo un seguro de depósitos común que dé
sustancia a la “unión bancaria” europea, y una parte de las prestaciones
de desempleo. El plan también imagina emisión compartida de bonos
(eurobonos), que sólo cubriría una fracción de las deudas nuevas, con
prohibición explícita de mutualizar la voluminosa herencia de deudas de
los estados miembros.
Macron sabe que la
federación que propone sería macroeconómicamente insignificante, dada la
profundidad de la crisis de deuda, bancaria, de inversiones y de
pobreza que se desarrolla en la eurozona. Pero a tono con el tradicional
espíritu de gradualismo de la UE, Macron cree que el cambio sería
políticamente trascendente, un paso decisivo hacia la creación de una
federación auténtica.
Hace poco, un
funcionario francés me lo explicó con estas palabras: “En cuanto los
alemanes acepten el principio, la economía los obligará a aceptar las
magnitudes necesarias”. Este optimismo puede parecer justificado, a la
luz de propuestas similareshechas en el pasado por nada menos que Wolfgang Schäuble, ministro de finanzas alemán. Pero hay dos poderosas razones para el escepticismo.
En primer lugar, la
canciller Angela Merkel y Schäuble no nacieron ayer. Si los
colaboradores de Macron ven la federación reducida como una cuña para
meter la plena integración política, lo mismo harán Merkel, Schäuble y
el fortalecido Partido Democrático Libre (que tras la elección federal
de septiembre casi seguro se unirá a una coalición de gobierno con la
democracia cristiana de Merkel). Y educadamente, pero con firmeza,
rechazarán las insinuaciones de Francia.
En segundo lugar, en
el improbable supuesto de que Alemania dé vía libre a la federación
reducida, cualquier cambio en el funcionamiento de la eurozona se
devorará una importante cuota de capital político de los reformistas. A
menos que produzca resultados económicos y sociales que faciliten (en
vez de imposibilitar) la creación de una federación auténtica (y yo
sospecho que no los producirá), podría desatarse una reacción política
que ponga fin a cualquier perspectiva de lograr una federación más
sustancial en el futuro. En tal caso, el desmantelamiento del euro será
inevitable, costará más y dejará a Europa en un estado de mayor
confusión.
Si no me equivoco al afirmar que el gradualismo de Macron y su federación reducida terminarán siendo un fracaso preanunciado, ¿qué alternativa hay? Mi respuesta es sencilla: resignificar las instituciones europeas actuales de modo que simulen el
funcionamiento de una federación en los cuatro ámbitos donde se
desarrolla la crisis del euro: deuda pública, bancos, inversiones y
padecimientos sociales.
Una vez estabilizadas
estas cuatro subcrisis, renacerá la esperanza y la idea de Europa
quedará rehabilitada. Entonces (sólo entonces) debería iniciarse el
proceso de convocar una asamblea constitucional, base indispensable de
cualquier programa de construcción de una federación democrática plena.
Pero ¿cómo simular
ahora una federación macroeconómicamente (y macrosociológicamente)
significativa, con los tratados y las instituciones actuales?
Imaginemos una
conferencia de prensa en la que los presidentes del Consejo Europeo, la
Comisión Europea, el Banco Central Europeo (BCE) y el Banco Europeo de
Inversiones (BEI) emiten una declaración conjunta sobre el lanzamiento
(mañana mismo) de cuatro nuevas iniciativas que no demandan
instituciones nuevas ni cambios a los tratados.
En primer lugar, el
BEI iniciará un amplio programa de recuperación, impulsado por la
inversión en tecnología verde, por un 5% del producto de la eurozona,
totalmente financiado mediante emisión de bonos propios, que el BCE
comprará en los mercados secundarios, de ser necesario, para mantener su
rendimiento lo más bajo que sea posible.
En segundo lugar, el
BCE emitirá bonos propios para pagar los vencimientos de los bonos
soberanos de la eurozona (no para comprarlos), sólo por la parte
compatible con Maastricht (60% del PIB). Esos bonos serán redimidos por
los estados miembros cuya deuda haya sido pagada en parte por el BCE con
el interés extremadamente bajo que este puede conseguir.
En tercer lugar, los
bancos en problemas serán desnacionalizados. Según un acuerdo
intergubernamental informal, la autoridad de supervisión bancaria del
BCE designará una nueva junta directiva, y cualquier recapitalización se
financiará directamente mediante el Mecanismo Europeo de Estabilidad. A
cambio, el MEE se quedará con las acciones de los bancos para
revendérselas al sector privado en alguna fecha futura.
En cuarto lugar,
todas las ganancias derivadas de las compras de bonos del BCE, y de su
sistema contable interno Target2, financiarán un programa paneuropeo de
ayuda alimentaria inspirado en el sistema estadounidense, que provea las
necesidades nutricionales básicas de las familias europeas que estén
debajo de la línea de pobreza.
Véase cómo una sola
conferencia de prensa basta para anunciar al mundo que la eurozona está a
punto de simular una federación política en la que se usarán
instituciones vigentes para reestructurar toda la deuda pública (sin
quita alguna), crear una unión bancaria adecuada, impulsar la inversión
agregada y aliviar la pobreza a escala continental. Y cómo esta
federación simulada realmente puede crearse mañana mismo, sin salirse de
los tratados vigentes de la UE.
La crisis del euro es
resultado de la falacia de que una unión monetaria evolucionaría hacia
una unión política. Hoy una nueva falacia gradualista amenaza a Europa:
creer que una federación reducida evolucionará hacia una federación
democrática viable. Por paradójico que suene, anunciar una federación
simulada hoy puede ser la última posibilidad de rescatar el sueño de una
auténtica Unión Europea.
Traducción: Esteban Flamini
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OTRA COSA: Tenemos derecho a una buena vida y, desde luego, no es esta
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