Hemos
 conseguido una sociedad en la que todo el mundo pretende que la policía
 o los jueces castiguen cualquier expresión. Eso no nos protege, sino 
que nos fragiliza y pone en manos del poder un arma represiva, además de
 conculcar un derecho básico
Beatriz Gimeno
2 de
Enero de
2018 http://ctxt.es/es/20171227/Firmas/16993/expresion-libertad-derechos-odio-persecucion.htm
 
Libertades en España. J.R. Mora
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Como han denunciado diversos organismos, entre ellos 
la Plataforma en Defensa de la Libertad de Información, vivimos en una 
situación excepcional, por lo antidemocrática, en lo que se refiere a la
 situación de la libertad de expresión en España. Raperos en la cárcel, 
activistas pacíficos juzgados por enaltecimiento del terrorismo, gente 
en la Audiencia Nacional por un tuit o por hacer la parodia de una 
procesión y gente juzgada por determinadas opiniones políticas que el 
Ministerio del Interior califica de “odio”. La aprobación de la Ley 
Mordaza supuso consagrar una espiral represiva y sancionadora de la 
libertad de expresión que llevaba tiempo gestándose con sucesivas 
reformas del Código Penal que han ido, poco a poco, acotando y 
restringiendo este derecho. España se ha convertido en un país en el que
 la libertad de expresión está seriamente amenazada. Es una anomalía que
 nos sitúa al lado de países con democracias frágiles y muy lejos de 
democracias consolidadas en las que la libertad de expresión sigue 
siendo considerada un pilar fundamental de la libertad y en las que se 
pueden decir/escribir cosas que aquí, hoy, serían inimaginables. El 
retroceso es muy evidente si nos comparamos con nosotros mismos hace 
unos años. Y lo peor es que no se percibe resistencia social y política 
al vaciamiento de este derecho.
Soy de la opinión de que no hay resistencia porque se 
ha conseguido hegemonizar una idea del delito del odio como la 
prohibición absoluta de ofender, especialmente al poder, pero en 
realidad a cualquiera, con lo que en lugar de defender la libertad de 
expresión, cada persona o grupo social piensa que puede usar la ley en 
su beneficio, para restringir la libertad de expresión de los otros/as. 
De cualquiera que nos ofenda, en realidad. Es un engaño, naturalmente. 
Lo cierto es que en lugar de entender y defender una libertad de 
expresión amplia que nos ampare a todas las personas, especialmente a 
quienes queremos expresar opiniones radicales desde los márgenes del 
sentido común general (que es donde la libertad de expresión tiene 
valor), lo que hemos conseguido es una sociedad en la que todo el mundo 
pretende que la policía o los jueces castiguen o acallen cualquier 
expresión que nos ofenda a cada una de nosotras o a los grupos sociales o
 de identidad a los que pertenecemos. Al final, naturalmente, eso no nos
 protege sino que nos fragiliza y pone en manos del poder un arma 
represiva muy poderosa, además de conculcar un derecho básico. 
El Ministerio del Interior afirma que la celebración de las diadas catalanas buscaban fomentar el odio al estado español. Cualquier día, pretender que los ricos paguen más impuestos nos va a costar una demanda por odio de clase
Unos denuncian al autobús de la transfobia y poco 
después Hazte Oír denuncia a los que le denuncian por ofensa de los 
sentimientos religiosos. Las feministas piden que la fiscalía intervenga
 ante los tuits que nos llaman feminazis, y unas feministas acaban en 
los tribunales por sacar un coño en procesión. Un grupo feminista quiere
 demandar a El País porque incluye los reportajes de feminismo 
en la sección de Moda, lo cual indicaría odio al feminismo y los 
machistas acusan a las feministas de odio a los hombres. Una canción 
sobre el capitalismo y sus miserias puede costarte una multa, lo mismo 
que un insulto a un político. He leído una noticia de que un nazi ha 
demandado a una persona por delito de odio; por odiar a los nazis. Hace 
unos días un cantante dijo en un escenario que “había poca diversión y 
mucha policía” y eso le costó una multa. Lo último que he visto es que 
El Ministerio del Interior afirma que la celebración de las diadas 
catalanas buscaban fomentar el odio al estado español. Cualquier día, 
pretender que los ricos paguen más impuestos nos va a costar una demanda
 por odio de clase.
Se ha producido una expansión incontrolada de lo que 
se llaman delitos de odio que ni siquiera deberían llamarse así. El odio
 es un sentimiento y, como tal es subjetivo, y depende desde donde se 
mire y desde dónde se odie para que reciba una u otra calificación 
moral, que nunca debería ser penal. En todo caso, más que delitos de 
odio deberían llamarse delitos de discriminación y utilizarse cuando 
ésta se produzca o, como mucho, utilizarse como agravantes de otros 
delitos motivados por prejuicios contra colectivos vulnerables, nunca 
contra la policía o personas concretas pero, sobre todo, nunca contra 
opiniones en contra de algo o alguien, aunque sean opiniones injustas, 
discriminatorias u ofensivas, que para eso ya estaban los delitos de 
injurias, calumnias o amenazas.  Pretender, como se está haciendo, 
equiparar ideas discriminatorias con odio, es una deriva profundamente 
lesiva de la libertad de expresión. Casi todas las iglesias están 
basadas en ideologías discriminatorias contra las mujeres, muchos 
partidos o grupos sociales defienden lo que otros consideramos 
discriminaciones basadas en la clase, el nacimiento, el origen etc.; la 
mayoría de la población es machista, las instituciones son racistas y 
clasistas... La intervención policial o judicial contra la opinión o la 
expresión no puede ser el garante de una convivencia armónica y justa. 
Para eso está la lucha social, no la policía. Estamos, entre todas y 
todos, acostumbrándonos a una sociedad basada en un fascismo de baja 
intensidad que consiste en la permanente delación y denuncia policial de
 quienes pensamos que molestan o que sostienen ideas equivocadas, así 
como en el  convencimiento de que las penas de cárcel solucionan 
problemas sociales.
Las sucesivas reformas del Código Penal han ido 
incorporando cada vez más delitos de esos que se pueden usar para 
castigar cualquier opinión que no nos guste. Desde el delito de 
humillación a las víctimas (¿qué víctimas?, ¿qué es humillación y qué 
no?), al de ofensa a los sentimientos religiosos (¿Por qué religiosos y 
no ateos? ¿qué es la ofensa a un sentimiento? ¿Todos los sentimientos 
valen lo mismo?) ¿Pensar y decir que sólo las niñas tienen vulva es un 
delito de odio? ¿Escribir que las mujeres tendemos a la histeria más que
 los hombres? ¿Que la homosexualidad es una enfermedad…? A mi juicio 
esas opiniones no son delito, sino opiniones que deben ser derrotadas 
como se ha hecho siempre, con lucha social y política. ¿Expresar que la 
intervención policial en Cataluña fue brutal es delito de odio? ¿Hacer 
un chiste sobre la virginidad de María es un delito? ¿Y sacar un autobús
 con el lema “Dios no existe”? Tampoco. La lucha de las mujeres, de las 
personas racializadas o de las personas LGBIT no han necesitado del 
Código Penal para conseguir cambiar el sentido común a su favor y, al 
contrario, se han beneficiado de la libertad de expresión cuando el 
sentido común no estaba de su lado. Pretender penalizar cualquier 
opinión que nos parezca ofensiva colisiona de manera evidente con un 
derecho que a todas nos conviene que sea lo más ancho posible. La 
petición de que se penalicen expresiones susceptibles de ser 
consideradas homófobas, machistas, racistas, etc, son, en realidad, 
perfectamente funcionales al poder, que aprovecha dicho estado de 
opinión como coartada para reprimir cualquier cosa que ese mismo poder 
considere ofensiva, que considere subversiva, en realidad. No es posible
 suponer que al poder le interese verdaderamente castigar el machismo o 
el racismo, cuando las propias estructuras sociales son racistas y 
machistas; simplemente utiliza la categorización de los delitos de odio 
para castigar opiniones políticas y para, al mismo tiempo, ir 
conformando una opinión pública partidaria de castigar cualquier opinión
 malsonante o radical, o radicalmente malsonante, con lo que la 
represión pasa más inadvertida.
Las opiniones discriminatorias o los insultos con intención de herir,
 de discriminar o de expresar una opinión machista, homófoba o racista, 
deben ser denunciados y combatidos socialmente, no estoy apoyando la 
inacción o la indiferencia. Si hoy día es casi imposible  manifestar 
públicamente que es justo discriminar a gente de otra raza o las mujeres
 porque son menos inteligentes, por ejemplo, no es porque en todos estos
 años haya habido ninguna persecución a las personas que expresaban 
estas opiniones, sino porque ha habido una lucha social que se ha 
ganado. La libertad de expresión es un derecho básico que protege la 
opinión discordante y no la hegemónica; ésta se llama sentido común y no
 necesita protección. Aunque nos pueda parecer lo contrario, esa espiral
 de llamados al estado para que reprima al otro que nos ofende es un 
espejismo en el que, en todo caso, los más débiles siempre llevaremos 
las de perder. El poder tenía la fuerza y nosotros y nosotras la 
palabra; pero ahora estamos entregando la libertad de palabra casi sin 
darnos cuenta, y lo vamos a pagar muy caro.------------------
Beatriz Gimeno es diputada de Podemos en la Asamblea de Madrid.
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OTRA COSA: No entiendo cómo desear una violacion colectiva a una candidata a la Generalitat es condenable con cuatro meses de carcel y desearle la muerte a la alcaldesa de Madrid se va quedar sin pena imputable, de Antonio Larrey
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