Juan Carlos I cumple 80 años y la prensa conservadora, entre la que se encuentra el periódico que en otro tiempo fue adalid de la izquierda, se vuelca en elogios al rey emérito. Quienes me sigan pueden imaginarse que no puedo compartir ninguna de esas palmaditas hacia un personaje que, una vez abdicado, ni siquiera ha tenido la honestidad de dejar de chupar del bote, disfrutando de lujos y un sueldo de casi 16.000 euros al mes, a pesar de que ni siquiera tiene unas funciones reguladas.
Todos esos medios afines a los Borbones, que comparten ese apego al calor Borbón al que se arriman partidos que dicen ser de izquierdas como el PSOE, olvidan multitud de detalles de la biografía del rey emérito que dicen muy poco de sus valores, de sus principios.
Cuando su familia salió por pies de España porque llegaba al país uno de los momentos de mayor esplendor, la II República, los Borbones buscaron abrigo nada menos que en la Italia fascista de Mussolini. Esta circunstancia, de la que no tiene culpa Juan Carlos I porque, de hecho, él nació en Roma, da una idea muy clara del clima en el que se educó.
Tiende a omitirse que el padre de quien nos reinara por espacio de 39 años no perdió ocasión de ofrecerse para aportar su granito de arena al Golpe de Estado de 1936, que terminaría desembocando en la Guerra Civil que traería 40 años de dictadura.
Cuando escucho decir al Borbón que aceptó ser el sucesor de Franco para poder acometer la Transición, se me antoja que el tipo cree que somos idiotas o algo parecido, porque antes de que aceptara tal cometido, bien se benefició del tren de vida que le reportaba la Dictadura.
Una persona con principios rectos, honestidad real y nobleza, entendida ésta como lo opuesto a la vileza y no a contar con títulos nobiliarios, se habría mantenido en el país o, incluso, en el exilio (en un país democrático y libre), combatiendo una dictadura, en lugar de, como ha admitido el propio Juan Carlos I, hacer reír a Franco.
El rey emérito nunca combatió el Franquismo, sino que vivió de él.
Mostró su admiración por él, como prueba aquella entrevista en 1969 en
una televisión suiza, tantas veces viralizada y que parece tener tan poco
efecto entre quienes un día hablan de sacar cuerpos de las cunetas y
otras se van de recepción con un tipo que, mientras se arrojaban esos
cadáveres a las fosas, se tomaba un licor con Franco.
En su 80 cumpleaños y ya sin ser Jefe del
Estado, sigo teniendo la sensación de que Juan Carlos I me roba, nos
roba, no sólo el dinero de nuestros impuestos con el que podríamos
reducir la pobreza, sino que con su misma figura y lo que representa nos hurta la verdadera democracia, la igualdad entre personas que todos esos medios que hoy lo elogian entierran con paladas del clasismo más recalcitrante.
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OTRA COSA: La Memoria de nuestros Mayores
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