Jairo Vargas http://www.publico.es/sociedad/archidona-ultimas-horas-vida-mohamed-bouderbala-infierno-archidona.html
Es imposible saber cuándo la vida se convirtió en un infierno para Mohamed Bouderbala.
Tan solo hay registros —no muchos— de cuando decidió escapar de él. Fue
el 29 de diciembre de 2017. O quizás fuera la madrugada del 28. Sólo él
podría precisarlo con exactitud. Puede que algunos compañeros de ese no lugar en
el que se encontraba tengan más detalles, pero eso no parece importar
mucho a quien escribe la historia judicial de un país con leyes que el
poder Ejecutivo puede incumplir sin consencucias. No se puede huir de un
limbo por muy cercano que éste esté del infierno, o eso debió de pensar
Mohamed, un argelino de 36 años, cuando decidió dejar de existir.
Cuando quiso acabar con todo.
Ocurrió en algún momento entre las 15.27 y las 9.25
horas. En ese intervalo, Mohamed cogió la sábana de la celda 41 del
módulo 3 de la cárcel de Archidona (Málaga) y la ató a uno de los
salientes del perchero. El otro extremo lo anudó a su cuello y se dejó
caer. Tuvo que ser un tirón fuerte, porque su estatura le permitía tocar
con los pies en el suelo sin que la sábana tirase de él. Murió prácticamente arrodillado.
Así se lo encontraron los agentes de policía antidisturbios que
custodiaban la prisión. Ya debía de llevar horas sin vida porque el
cadáver empezaba a mostrar los síntomas del rigor mortis, según ha
confesado el director de la prisión a la senadora de Podemos Maribel
Mora.
La autopsia aún no se ha terminado de redactar. Sólo existe el informe preliminar del forense que habla de "muerte de etiología violenta". De "muerte por asfixia mecánica por ahorcadura"
sin "signos exteriores de violencia ni defensa". El forense ve claro el
suicidio. El juez también, dadas las grabaciones de las cámaras de
seguridad de ese módulo, que dejan claro que en 18 horas nadie, ningún
policía, médico, voluntario de Cruz Roja o traductor (junto a los
internos son todas las personas que están allí en algún momento), se
preocupó de qué hacía ni de cómo estaba Mohamed.
Mohamed no era un preso. No había cometido
ningún delito, pero estaba en una prisión que aún no se había
inaugurado. Aún no era apta para presidiarios. Faltaba agua corriente
potable, faltaba agua caliente en las duchas, faltaba ropa interior
limpia, faltaba comida medio decente, faltaba calefacción en pleno
invierno. Faltaba casi de todo
menos los muros y los barrotes de las celdas. Aún así era válida para
personas que se han jugado la vida cruzando en patera, junto a otros
como él. Las personas como Mohamed no son personas del todo en Europa,
por eso se las encierra durante un tiempo —el que dura el procedimiento
de expulsión— en espacios que no son lugares. Donde no hay derechos.
Donde no hay luz para poder mirar y ver lo que ocurre en su interior. De
hecho, lo de Mohamed no fue una llegada, sino un "ataque sin precedentes a las costas españolas", según el Gobierno. Mohamed y los 500 argelinos
que llegaron ese fin de semana a las costas de Murcia son, pues,
enemigos en la guerra de fronteras que libra Europa con los países del
sur. El tiempo de guerra, el estado es siempre de excepción. Así está
permitido saltarse la ley y
tomar medias que vulneran derechos, que es lo que ha hecho el
Ministerio de Interior, según la oposición, las ONG, colectivos
sociales, sindicatos y juristas.
Motines de los internos
Pero volvamos a la celda 41 del módulo 3 de este
limbo que el ministro Zoido se sacó de la manga y decidió llamar "Centro
de Internamiento de Extranjeros provisional". Mohamed estaba allí el
día de su muerte, como 144 internos del módulo. A esas horas no era
normal, ya que todos pasaban la mayor parte del tiempo en el patio de la
cárcel o en las zonas comunes, tal y como indica el reglamento de los
CIE. Ese día se había producido un motín.
Uno de los dos grandes que se han registrado en los más de 50 días que
ha estado en funcionamiento Archidona, según ha reconocido a la senadora
Mora el director del centro.
A la hora de la comida, varios internos se autolesionaron con cubiertos de plástico
en el comedor para lograr que les sacaran de allí, aunque fuera a un
hospital, tras mes y medio de hambre y frío y quejas que caían en saco
roto. Según el director, Mohamed no era uno de ellos, aunque el informe
del forense habla de "lesiones que impresiona autoinfligidas superficiales en el tórax". Al parecer, se las hizo él mismo días antes, en otra de las numerosas refriegas que han ocultado los muros de esta cárcel.
Las quejas por el trato, la comida y el frío; los
uniformes al completo de los antidisturbios, con porra y escudo
incluidos; la frustración de los internos; la barrera del idioma y las
enfermedades —se han atendido casos de VIH, sarna, epilepsia y tuberculosis,
entre otros—crearon una olla a presión que tenía que estallar en algún
momento. Había altercados a diario, según el director, que recuerda cuatro motines,
dos de ellos "grandes", con intervenciones duras de los agentes. Ambas
coincidieron con el comienzo de las deportaciones a Argelia.
Prueba de ello es el estado en el que ha quedado el centro penitenciario. Ventanales rotos, mobiliario destrozado, canastas y porterías del patio desmontadas y sangre. Muchas marcas de sangre
en las paredes, en rastros de gotas que van desde las celdas a las
zonas comunes o al revés, quién sabe. "Hemos visto sangre hasta en el
techo de las estancias", advierte Mora.
Tras la intervención policial, asegura el director a
la senadora, los internos fueron llevados a las celdas del módulo 3.
Debía de ser las alrededor de las 15.00, porque según el juez, Mohamed
fue introducido en la celda de la que nunca saldría vivo a las 15.27
horas. Les aislaron de dos en dos, pero Mohamed estaba solo. Únicamente
los considerados cabecillas de la revuelta fueron encerrados
individualmente, siempre según la entrevista entre la senadora y el
director de Archidona.
18 horas de aislamiento
No se les llevó ni comida ni agua en 18 horas.
Tan sólo cenaron los enfermos es día. Nadie recibió asistencia médica
pese al motín y la intervención policial, al menos durante ese período.
Nadie sabe qué pasó esa tarde y noche por la mente de Mohamed. Tampoco
ha querido saberlo el juez. Por el momento, no hay constancia de que el
director del centros autorizara la reclusión en las celdas tras los
incidentes. Se desconoce si el juez de control del centro recibió
notificación de esta decisión. Son asuntos clave para la familia de
Mohamed, porque son las únicas reglas en medio de la barbarie de los
CIE.
"Puede que nadie le viera suicidarse, pero los que estaban en la celda de al lado pudieron oír algo"
La familia del fallecido y la ONG Andalucía Acoge, personados judicialmente en la causa,
pidieron que se tomara declaración a los internos. Querían saber qué
pasó durante el motín que precedió al encierro, pero de boca de los
migrantes. Querían saber si Mohamed dijo algo en voz alta antes de
quitarse la vida. Quería saber qué había fallado para que alguien
muriera bajo custodia del Estado. Sin embargo, el juez ve suficientes
las grabaciones para certificar que nadie pudo ser testigo de la muerte y
ha rechazado las peticiones testificales. No ha solicitado ninguna
diligencia y sólo se ha basado en un "amplio atestado policial" para
cerrar el caso. "Puede que nadie le viera suicidarse, pero los que
estaban en la celda de al lado pudieron oír algo", opina José Luis
Rodríguez, letrado de Andalucía Acoge.
Si alguien tiene más información, ya está lejos de
Archidona. La gran mayoría de los 572 migrantes que fueron allí
confinados durante este mes y medio están de vuelta en Argelia. Tan solo
algo menos de un centenar han sido trasladados por Interior a otros CIE
de Tarifa, Algecias, Barcelona y Madrid. Esta es la situación que más
temía la familia de Mohamed, que ya no quedara nadie para hablar si es
que algún juez decide preguntar.
Seis días trascurrieron entre el levantamiento del
cadáver y el sobreseimiento provisional del caso. Un tiempo récord. Juez
y defensa creen que no hay dudas de que nadie mató a Mohamed, pero la
familia quiere entender qué le llevó a quitarse la vida después de
jugársela —y conservarla— en la travesía de Argelia a Cartagena. Creen
que un suicidio no exime de responsabilidades penales a quien es
responsable de la custodia de alguien privado de libertad.
Organizaciones de ayuda al migrante, partidos políticos, colectivos
sociales e incluso el Gobierno argelino —que ha abierto su propia
investigación y ha pedido el cuerpo para practicar otra autopsia— ven
extraña tanta prisa por cerrar el caso —y por cerrar la cárcel después
de la muerte—. Hay dudas sobre si se puso en marcha el protocolo para
evitar suicidios, dadas las autolesiones de los internos, entre ellos
Mohamed. Piensan que esta muerte podría haberse evitado si el Gobierno
no hubiera improvisado con la vida de casi 600 personas que no
cometieron delito alguno.
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