La libre elección es hoy nuestra jaula. La imposibilidad para vivir aquí y ahora es su consecuencia.
Una reflexión sobre Ahora, el último ensayo del Comité Invisible.
Amador Fernández-Savater
05/01/2018 http://www.eldiario.es/interferencias/habitar_plenamente-Comite_Invisible_6_726237396.html
La asombrosa realidad de las cosas / es
mi diario descubrimiento / Cada cosa es lo que es, / y es difícil
explicarle a nadie cómo me alegra esto / y cuánto me basta. / Basta
existir para sentirse completo” (Alberto Caeiro)Una reflexión sobre Ahora, el último ensayo del Comité Invisible.
El pensamiento crítico reprocha a nuestra sociedad vivir aplastada en
un “presente perpetuo”: un presente cerrado sobre sí mismo, sin apenas
memoria del pasado ni proyecto de futuro. Nuestro problema, desde esta
perspectiva, es que vivimos a corto plazo, en lo inmediato, con el
presente como único horizonte posible. Sobre todo la gente más joven. Y
lo que nos hace falta es recuperar el “sentido histórico” -porque sólo
el pasado esclarece el presente- y la facultad de la esperanza, la
apertura a otros futuros posibles.
Pero, ¿estamos seguros de esto? ¿Vivimos realmente instalados en el presente, es ese nuestro problema?
No se diría si consideramos la cantidad de gente que acude hoy a terapia para que le ayuden a recuperar la capacidad de vivir aquí y ahora porque su cabeza no para nunca de viajar entre lo pendiente y lo posible: mails por contestar, entregas que acabar, nuevos proyectos que abrir, etc.
No se diría si consideramos lo extendido que está el llamado síndrome FOMO (fear of missing out),
esa sensación recurrente de “estar perdiéndote algo”, de que “la vida
de los demás es más interesante que la tuya”, de que “algo va a pasar” y
no es ahí donde tú estás; la compulsión bulímica a consumir
“experiencias de vida”, a pasar de una a otra sin estar nunca aquí y
ahora.
No se diría si
consideramos la multiplicación de “cronopatologías”: la percepción de
que el tiempo se acelera, de que “no hay suficientes horas” y de vivir
permanentemente en una “fuga hacia adelante” que hace imposible la
experiencia de un tiempo pleno y completo, el disfrute de una duración
(estar con gusto, estar en algo).
No. No vivimos excesivamente instalados en el presente. Es un error del
pensamiento crítico contemporáneo, un desfase entre la teoría y la
experiencia cotidiana. Nuestro problema más bien es el contrario: la
incapacidad generalizada para estar aquí y ahora, la erosión de la
atención. No vivimos encerrados en ningún presente perpetuo, sino en un
tiempo contraído entre los pendientes y los posibles.
Este me parece que es el corazón y uno de los hilos centrales del
último libro del Comité Invisible, titulado significativamente Ahora. Un libro abarrotado, como los anteriores, de poderosas imágenes, reflexiones y sugerencias para captar el presente en clave de transformación social.
Ni la mejor terapia, ni el mejor cursillo de mindfulness pueden
modificar las condiciones de vida que nos generan tanto malestar. En el
mejor de los casos, nos ayudan a elaborar de un modo más positivo
nuestra relación con ellas, minimizando los daños. En el peor, nos
enseñan a “vivir bien en un mundo que está mal”, fomentando la anestesia
y la desconexión de lo común como vías de salida y curación.
La propuesta del Comité Invisible es muy distinta: entender lo que nos
pasa desde una crítica radical de la vida cotidiana y pensar el cambio
social como un ejercicio de atención plena a las potencias que laten ya
en las situaciones que atravesamos (y nos atraviesan). Revincular la
regeneración de nuestras capacidades y la transformacion de nuestras
condiciones de vida, la sanación y la revolución.
La uberización del mundo
¿Qué está pasando? ¿Cómo hemos perdido el presente, quién nos lo ha
robado? Según el Comité Invisible, la explicación hay que buscarla en la
expansión del dinero como mediación de toda relación social, la
mercantilización generalizada.
Pensemos en lo que representa por ejemplo la llamada “economía
colaborativa”, Uber o Airbnb. Es la extensión de la racionalidad
instrumental en ámbitos y espacios donde aún no había penetrado: a
partir de ahora un cuarto vacío en casa o un asiento libre en el coche
serán vistos como “ocasiones de negocio” aprovechadas o perdidas. Se
puede calcular sobre cualquier trozo de la realidad... y la precariedad
azuza.
Existencialmente, el
trabajo ha perdido centralidad en nuestras sociedades porque ya no lo
hay, es precario e intermitente, no estructura sólidamente la vida. Pero
a la vez todo se ha vuelto trabajo: una fiesta es
la ocasión de “hacer contactos”, estar en las redes sociales es un modo
de “ganar visibilidad”, las relaciones sociales son consideradas un
“recurso” (hay que distinguir primero entre “relaciones que aportan” y
“relaciones tóxicas”), etc.
Nuestras destrezas, capacidades y saberes son “capital humano” que
debemos cuidar y gestionar. Somos a la vez el producto, el productor y
el vendedor del producto. Cada cual su propia empresa, guiada por el
esfuerzo constante de autovalorización.
El Comité Invisible cita la novela de Bernard Mourad Los activos corporales,
que recrea la ficción de un capitalismo extremo en el que las personas
pueden salir a bolsa como “sociedades unipersonales” en el marco de la
“Nueva Economía Individual”. Pero no se trata de ninguna ficción, sino
de la exageración de la realidad que ya vivimos. Especulamos
constantemente sobre nuestro valor: hay que hacerse creíble, merecer
crédito, que nos acrediten; aumentar nuestra apreciación, atractivo y
reputación. Por cierto, Mourad fue consejero especial de Emmanuel Macron
en las últimas elecciones francesas.
El capital se hace mundo y produce su humanidad. Y quienes llevan esta
tendencia al extremo son curiosamente nuestros héroes (y heroínas): los
futbolistas, los actores, los youtubers, los autores de éxito, etc.
Compadezcámoslos, nos dice el Comité Invisible, porque viven peor que
nadie: en un tour de auto-promoción permanente, encadenados a un
capital-reputación que gestionar sin tregua, obligados a gustar a un
público cada vez más abstracto. Son dinero viviente.
En definitiva, la humanidad se vuelve “optimizadora”. El cálculo
pérdida-ganancia, la búsqueda de rentabilidad y la evaluación utilitaria
de todo (nuestro cuerpo, nuestros saberes, etc.) se aplican en
cualquier momento y lugar. Incluso los pocos gestos gratuitos que nos
permitimos -un regalo, un don, un favor- se valoran en vistas a un
beneficio futuro. Hacemos fracking en el subsuelo de la tierra y en el subsuelo de nosotros mismos.
Pero, ¿cómo se relaciona todo esto con la cuestión del tiempo, del presente, del aquí y ahora?
Es muy sencillo: ya nada es lo que es, sino lo que podría ser, lo que podríamos ganar con ello.
Siempre puede haber algo más, algo mejor. Mejor que la persona que
tengo al lado, mejor que el lugar en el que me hallo, mejor que lo que
estoy haciendo. Vivir aquí y ahora implica una renuncia insoportable a
lo que podría ser, es de losers.
El dinero todo lo difiere, dice el Comité Invisible. Vivimos
escindidos: estamos aquí, pero también allí, al acecho “de algo más”.
Nada alegra o basta por sí mismo, nada es completo y redondo en sí
mismo. La vida está en otra parte. Lo existente se nos aparece en forma
de opciones, equivalentes e intercambiables, y siempre puede haber una mejor. La libre elección es hoy nuestra jaula. La imposibilidad para estar-ahí y la incapacidad para estar-con son sus consecuencias.
El tejido de las situaciones
¿Contra qué atenta esta expansión “totalitaria” del mercado? ¿Qué
perdemos de vista cuando optimizamos? ¿Con qué dejamos de tener
relación?
No es el “yo” o
el “verdadero yo”, como nos dicen tantas filosofías terapéuticas o New
Age, sino el mundo y la vida entendidos como una multiplicidad infinita y
concreta de situaciones que nos atraviesan y constituyen.
Como explica Juan Gutiérrez, somos seres abiertos y engarzados a otros
seres. Vivimos vinculados con los otros, pero también con las cosas, los
lugares, las máquinas y los demás seres vivos. La memoria nos engarza
con los muertos y los no-nacidos heredan las consecuencias de nuestros
actos. Somos engarces, siempre singulares, de un tejido del que también
somos tejedores.
Por
tanto, el territorio de resistencia no es el Yo, sino los entramados
materiales y simbólicos en los que estamos inscritos, que somos. Lugares
vivos por los que sentimos apego, situaciones de vida que nos
conciernen, vínculos que nos hacen y deshacen. Todo lo que nos afecta,
nos concierne, nos apasiona, nos sostiene o nos ata a la vida. Ese
tejido es nuestro aquí y ahora. El primer gesto de revuelta es
percibirnos inmersos en esa trama, en esa gigantesca malla.
Según el Comité Invisible, la actual “fragmentación del mundo” es una
ocasión para percibirnos mejor en ese plano de realidad. ¿En qué
sentido?
Por todas partes
estallan las formas de lo Uno: las formas trascendentes, centralizadoras
y homogéneas de organizar la vida en común. La Ley y el Derecho,
ideadas para una ciudadanía indistinta y abstracta, se pulverizan en mil
decretos, normas y legislaciones de excepción con vistas a cuestiones o
sujetos específicos; el Estado-nación se ve hoy superado por arriba
(debe doblegarse a poderes globales) y cuarteado por pulsiones
independentistas, secesionistas o autonomistas por abajo; las
identidades fuertes (la Humanidad, el Trabajador) ya no funcionan como
polos de identificación; y la biografía, como narrativa unitaria y
coherente del Yo, se desmigaja en una sucesión de “estados”, como
nuestros perfiles de Facebook.
Podemos sin duda lamentar este desmantelamiento. Deplorar la disolución
de las viejas formas de pertenencia e identidad. Criticar, desde el
resentimiento hacia el presente, el “caos” que emerge y prolifera por
todos sitios. Hay buenas razones: la fragmentación es también choque y
guerra civil entre distintas formas de vida, multiplicación de burbujas
autorreferenciales, aislamiento y babelización.
Pero también es posible, como sugiere el Comité Invisible, abrazar la fragmentación.
En el fondo, las formas de lo Uno recubrieron siempre con abstracciones
los vínculos situados que somos: territorios, apegos, comunidades,
hermandades y sororidades. La fragmentación los pone por el contrario al
descubierto, los hace visibles.
En lugar de quejarnos de lo que ya no hay y debería haber (Estado,
padre, sindicatos), podemos sumergirnos en el caos del presente, ver
también sus potencias, aprender a relacionarnos con él sin distancia, la
distancia de un Ideal, de un Modelo de cómo deberían ser las cosas.
Partir de lo que hay para generar los vínculos, los lugares, los saberes
y las comunidades que nos hagan más fuertes, más libres y más felices.
La política y lo político
El Comité Invisible nos dice: el tejido de las situaciones de vida es
el plano de realidad donde habitan las potencias de transformación del
mundo. Es decir, la potencia está ahí donde estamos, no en otra parte.
Pero la concepción clásica de la política nos dirige todo el rato hacia
esa “otra parte”. Nos tienta siempre en un mismo sentido: abandonar las
situaciones de vida, juzgadas como demasiado “limitadas”, “pequeñas” o
“aisladas”, para empezar a jugar en otro dominio “más serio”, “más
global”: el poder político, el Estado, las instituciones, etc.
"La política” se piensa así como una esfera particular, separada y
diferente de la vida cotidiana, donde se decide sobre “lo general”,
sobre “lo de todos”. Una esfera que es siempre propia de especialistas y
expertos: los políticos o los militantes revolucionarios que aspiran a
sustituirlos, tanto da.
Lo
importante nunca está aquí y ahora, en este pedazo de realidad concreta
que comparto con estos otros también concretos, sino siempre “más
arriba”, “más allá”, “más tarde”. En el Estado, en la dimensión europea
de las luchas, en la revolución venidera...
Este planteamiento reproduce las condiciones de espera en dos sentidos al menos:
En primer lugar, se abandona el plano vital donde habitan las
potencias, instrumentalizándolo y vaciándolo para mejor “asaltar los
cielos”, pero pronto se descubre que el cielo del poder es un lugar de
pura impotencia. Es inútil esperar por ejemplo que Manuela Carmena o Ada
Colau vayan a detener por sí solas la gentrificación que vuelve
inhabitables nuestras ciudades mientras los demás seguimos con nuestra
vida igual. Y es inútil también criticarlas por ello: es la queja del
consumidor iluso al que le habían prometido otra cosa. Criticar es otra
manera de esperar.
En
segundo lugar, se genera una militancia permanentemente insatisfecha,
ansiosa y que salta de una cosa a otra sin profundizar en nada. Se crean
y se abandonan colectivos, los vínculos se vuelven muy instrumentales,
la angustia es permanente. Porque nada vale en sí mismo, todo es medio para un fin (que nunca llega). Y si todo es medio para un fin, nunca hay verdadera presencia, nunca hay verdadero presente, nunca hay verdadera plenitud.
De ese modo, el militante político está aquejado finalmente de los
mismos males que el “empresario de sí mismo” neoliberal: agobiado en mil
proyectos, corriendo como el hamster en la rueda, siempre proyectando
"algo más", desea secretamente que lleguen las vacaciones para
“desconectar”. Es muy importante pensar esto a fondo: el mercado y la
política son dos figuras del nihilismo, es decir, dos formas de la
desvalorización del aquí y ahora en nombre de un “más allá”. Dos figuras
de la falta.
El Comité Invisible sugiere distinguir “la política” de “lo político”.
“Lo político” no sería una esfera o un dominio propio. No sería un
nombre, sino un adjetivo. Es decir, no ocurre “más allá” de las
situaciones de vida, sino que es una cierta intensificación o
declinación de estas.
Lo que hay aquí y ahora no es “restringido”, “limitado” o “pequeño”, como nos dice la concepción clásica de la política, sino infinito. Sólo desde aquí podemos entender lo que ocurre allí,
como sólo tras el atentado de 2004 en Madrid pudimos entender lo que
ocurría a diario en Irak. Sólo desde “ahora” podemos relacionarnos de
forma viva con el pasado, que también fue un ahora y sólo puede volver a
cobrar vida si lo leemos desde las búsquedas del presente.
No se trata de “pasar” de lo pequeño a lo grande. Porque eso que
llamamos grande, general o global no es sino un “compuesto” de
situaciones particulares, un “efecto de conjunto” de una multitud de
interacciones inmediatas y minúsculas. Cada situación contiene en sí
mismas todas las potencias: se trata de desplegarlas. Y de producir
nuevos compuestos, nuevos entrelazamientos entre ellas.
Desmercantilizar
Recapitulamos: nuestro problema no es vivir excesivamente instalados en
el presente, sino en un tiempo contraído entre la lista de los
pendientes y la proyección de los posibles.
Esta contracción del presente tiene que ver con la expansión
“totalitaria” de las relaciones de mercado a toda la vida social:
cualquier espacio, cualquier momento se vuelve una “ocasión de negocio”.
Nunca es lo que es, sino lo que podría ser.
Vivir el presente pasa por percibirnos inscritos en situaciones y
vinculados con otros, engarces de una inmensa malla donde también
tejemos y destejemos. La fragmentación actual del mundo es una
oportunidad para percibir con más claridad los aquí y ahora concretos
que nos constituyen.
La
potencia de transformación late en esas situaciones de vida y no “en
otra parte”. Pero la concepción clásica de la política redirige siempre
nuestra atención y nuestro deseo hacia un “más allá”: más lejos, más
arriba, más tarde.
"Lo
político” es un adjetivo y no un nombre. Es una cierta elaboración de
las situaciones. ¿Cuál? La fuga de la economía: la desmercantilización
radical de la vida y el mundo. La experiencia del comunismo.
El Comité Invisible habla mucho de amor en Ahora,
lo que seguramente incomodará, sorprenderá o irritará a más de uno. ¿A
qué viene mezclar el amor con la política? ¿No es la emancipación una
cuestión de voluntad, compromiso militante, estrategia y poder (o
contrapoder, que es lo mismo pero al revés)?
La emancipación es caracterizada en este libro como una experiencia de
continuidad con los otros y con el mundo. No estamos solos, no empezamos
y acabamos en nosotros mismos, nos prolongamos unos a otros y
prolongamos el mundo. Lo común es una experiencia de continuidad
sensible a través de los vínculos. Pero, ¿qué vínculos?
Si el Comité Invisible habla tanto de amor -también de amistad, pero menos que en A nuestros amigos-
es porque se trata de la experiencia más común y masiva de un “vínculo
en interioridad”. El amor nos “enseña” que no sólo existen las
relaciones instrumentales.
Mientras que la relación instrumental es de “quita y pon” (la quitamos y
nos quedamos igual), el vínculo en interioridad nos constituye: duele
si hay separación porque perdemos un trozo de nosotros mismos.
Mientras que el vínculo instrumental está animado por el cálculo
pérdida-beneficio (o la estrategia medio-fin), el amor “no echa
cuentas”: es un vínculo des-interesado, afinitario, apasionado.
Mientras que el vínculo instrumental es “libre” como el de un contrato
(siempre revocable), el vínculo en interioridad nos compromete, nos
implica, nos obliga como un pacto.
Desmercantilizamos la vida y el mundo cuando construimos situaciones de
vida a través de los vínculos en interioridad. Vínculos entre los
seres, entre los seres y los lugares, entre los seres, los lugares y los
objetos, entre los seres, los lugares, los acontecimientos, etc.
En las zonas desmercantilizadas, las cosas pueden resplandecer de nuevo porque son inconmensurables. Pueden permanecer singulares porque no tienen precio. Pueden volverse concretas porque ya no son equivalentes ni intercambiables. Llevan la recompensa en sí mismas. Están aquí y ahora.
Es el comunismo. No un régimen político, sino un mundo. El mundo “más
allá de la economía” en el que la riqueza se define por la abundancia de
tiempo y de vínculos. El mundo que se puede habitar plenamente y no
sólo a medias, el mundo de la presencia. No un horizonte utópico, sino
una experiencia. La experiencia de continuidad con los seres y el mundo.
Una experiencia presente, una experiencia del presente.
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