martes, 27 de febrero de 2018

Vamos a trabajar muchas más horas y nuestro dinero irá a parar a China

Fernando Broncano R está con Esteban Hernández. ·   27/11/2017
En este recomendable artículo se expresa muy claramente una idea que ha sido hecha realidad en nuestra época: el marxismo (realmente existente) entendió mucho mejor el capitalismo que sus propios defensores. Esteban Hernández describe aquí cómo la geopolítica y la geoeconomía están ya unidas en la destrucción de una forma de estado en la que nos han educado: el estado nos protege contra los abusos de los fuertes. Su tesis puede recibirse como políticamente incorrecta (y algo de eso tiene), pero lo importante que señala es que China ha entendido el capitalismo mucho mejor que Europa y Estados Unidos. Y está configurando el mundo de acuerdo a esta convicción. Sería una idiotez pensar en que la defensa puramente verbal de los "valores" de Europa va a defender nuestras sociedades privilegiadas frente a las tormentas geoestratégicas. Me gustaría decir muchas cosas que necesitaremos pensar en los próximos años: ya no tiene sentido pensar en "nuestros" valores, cuando han sido ya mejor entendidos por "ellos" que por nosotros. Un mundo que se parece cada vez más a 1984, la novela distópica. Como siempre, la historia es la historia de un "ellos" y un "nosotros", pero este escenario ha cambiado radicalmente. Saber las diferencias será nuestra tarea para las próximas décadas. Y no es China vs Europa, sino un otro "ellos" y un nuevo "nosotros"
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Se está librando una guerra económica entre EEUU y China en la que los grandes perdedores son las clases medias y las trabajadoras de Europa. Y el futuro parece peor https://blogs.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/tribuna/2017-11-27/estupidez-europea-trabajar-horas-nuestro-dinero-china_1484415/

Hace más de ocho años, conversaba con un banquero de inversión que había pasado tiempo en la City y me contaba cómo el destino de Europa estaba marcado: vivíamos demasiado bien, nos habíamos acostumbrado a un estado del bienestar exagerado y además seguíamos queriendo sueldos altos. Esa exigencia resultaba imposible en un contexto en el que competíamos con la mano de obra asiática, especialmente con la china, que era muchísimo más barata. Europa tenía que rehacerse y sólo había un camino: que los costes salariales fuesen mucho más bajos y las prestaciones que se recibían de las instituciones mucho menores.
No era la idea de un banquero, era el diagnóstico compartido por la élite europea. Desde entonces hasta ahora, todo ha ido en esa dirección, desde los minijobs alemanes a la precariedad institucionalizada española. Hay que cobrar menos, readaptarse, eliminar o reducir prestaciones sociales, reconfigurar los procesos laborales, abaratar costes y así lograremos exportar más.
Si queremos conservar el empleo tenemos que ser mejores que los robots, lo que implica cobrar poco y trabajar muchas más horas
Como explica André Spicer, uno de los ensayistas más interesantes ligados al entorno empresarial en un artículo en 'The Guardian', escrito al hilo de su recomendable nuevo libro, 'Business Bullshit', esta época de automatización tiene componentes paradójicos. Citaba a las empresas de lavados de coches, que se habían reconvertido años atrás con la adquisición de máquinas para que realizasen el trabajo, y que últimamente están contratando personas para que vuelvan a lavar a mano. El consumidor confía más en esa práctica pero sobre todo les resulta más barato porque los costes salariales han bajado tanto que ganan más dinero de este modo que empleando máquinas. Este es nuestro futuro si queremos conservar el empleo, ser más baratos que los robots. Y eso implica no sólo cobrar poco, sino trabajar muchas más horas.

“Occidente no lo pilla”

Eso es lo que ha conseguido China, tanto en las manufacturas como en el trabajo de alta cualificación, el de las nuevas tecnologías. Un reportaje publicado el fin de semana pasado en 'El País' lo señalaba de una forma diáfana. Describía la ciudad de Shenzhen, uno de sus centros de innovación, poblado por “gente joven, educada y enérgica que va a toda velocidad. La competencia es altísima”. La filosofía que define la ciudad es tétrica (“El tiempo es dinero. La eficiencia es la vida”), pero sus pobladores la asumen de buen grado. Suelen tener peluches junto al teclado, porque lso utilizan de almohadas para echar un cabezadita y luego seguir trabajando. Uno de los entrevistados para el reportaje, Bay McLaughlin, un surferillo que ha trabajado en Silicon Valley y que ahora acelera start-ups en Hong Kong, expone la situación para que la entendamos todos: “Occidente no lo pilla. La gente aquí se está rompiendo el culo a trabajar. Bienvenidos a la nueva norma. ¿Crees que Suecia es el mundo real? Están jodidos. No es que a los europeos no les guste trabajar. Allí se ha adoctrinado con que el equilibrio es más importante que la productividad. Y está muy bien si el mundo va a ese ritmo. Pero adivina, ha cambiado. Ahora es global. Y Europa ni siquiera sale en la gráfica”.
El gigante asiático cuenta con un enorme ejército de soldados, y muy fieles, en la guerra que hoy importa, que es la económica
Esto es curioso, porque el país más comunista se ha convertido en el más neoliberal del mundo en el ámbito laboral. Hipercompetitivo, con una mano de obra que dedica su vida al trabajo, que sólo piensa en ganar dinero y en ahorrarlo, el gigante asiático cuenta con un ejército de soldados fieles en una guerra, la económica, que es la principal en nuestro época. EEUU y China están peleándose, y en ese contexto Europa no es más que un sirviente.

“Se sienten una raza superior”

Ayer, el coronel Pedro Baños pronunció en la facultad de Políticas en Somosaguas una conferencia titulada 'China a la conquista económica de Europa'. Autor del exitoso 'Así se domina el mundo' (Ed. Ariel) subraya algo que solemos ignorar, que tenemos una potencia muy poderosa enfrente que cuenta con elementos que le dan gran ventaja. “Están trabajando a muy largo plazo, a 30 o 50 años vista, lo que es inasumible hoy en Europa. Además, se sienten una raza superior, por razones históricas y porque han sido una cultura muy avanzada que ha sufrido el azote del mundo occidental. Tienen ansias de desquite, pero en lugar de conseguirlo a través de la vía militar están siendo más astutos y buscan dominar el mundo a través de lo económico”.
La deslocalización en China ha supuesto una gran debilidad para estadounidenses y europeos. Copiaron nuestra tecnología
Es un aspecto que casi nadie en Occidente señala. Más al contrario, el auge chino es celebrado por nuestras élites, que han visto a Xi Jinping como un adalid del mercado libre y por tanto un aliado en este mundo complejo. Lo cual es paradójico, cuando no estúpido: China ha crecido muchísimo empujada por dos factores a cada cual más torpe. Las empresas occidentales deslocalizaron su producción y la llevaron al país asiático, que vivió así un gran desarrollo gracias al dinero occidental, lo que permitió además que los chinos copiaran la tecnología y le sacaran el máximo partido, ya fuera para sus propias empresas o vendiendo productos falsificados. A las élites europeas no les preocupó mucho, porque generaba enormes beneficios: producían más barato y se quedaban el resto. De este error sólo parece haberse dado cuenta Trump. Según Baños, el discutido mandatario “ha sido consciente de que la deslocalización tecnológica en China ha supuesto gran debilidad para los europeos y para los estadounidenses. Ellos han copiado esas técnicas y las han mejorado. Por eso Trump quiere que ahora las empresas se queden en EEUU, especialmente las de alta tecnología, y no quiere que se deslocalicen ni en China ni en México”.

Paga la población europea

Este nuevo escenario perjudica de una manera evidente a los europeos. Una buena prueba está en la creciente desigualdad, que está directamente ligada a los procesos globalizadores. Las clases medias medias y trabajadoras europeas se han empobrecido a pasos agigantados, pero desde el World Economic Forum, desde Bruselas y desde la economía ortodoxa señalan que esto no es un problema, porque si bien el nivel de vida ha descendido en Europa, ahora hay mucha más clase media en el mundo, y eso es algo que deberíamos celebrar. En concreto, el país donde más clase media se ha creado ha sido China, y esa es, desde su perspectiva, una buena noticia.
Estamos dejando de ser competitivos y los recortes que ha anunciado Macron son parte de una serie de reformas en marcha
Lo cual es un diagnóstico extraño: proporcionas capital masivo y tecnología innovadora a un país emergente que gracias a ello se convierte en una gran potencia, y cuando tu población se empobrece te alegras porque la china aumenta sus recursos. No es raro, pues, que el país asiático esté disputando la hegemonía económica a EEUU y haya relegado a Europa al papel de comparsa.

La solución: más de lo mismo

En este contexto, las élites han comenzado a pensar cómo puede Europa recuperar un papel relevante en el siglo XXI. Pero las ideas que se les ocurren son enormemente pobres. Esos dirigentes, expertos, banqueros centrales, financieros y directivos de empresas productivas, que han favorecido a sus rivales hasta extremos inusitados por simple avaricia, quieren que nos resituemos en el mundo con una sola receta: que la mayor parte de la población europea siga perdiendo poder adquisitivo, opciones vitales y posibilidades de futuro. La excusa es sencilla: nos enfrentamos a los chinos, que cuentan con una enorme reserva de mano de obra y muy comprometida y por lo tanto tenemos que igualarnos a ellos mientras les abrimos la puerta de nuestro mercado. Como avisa Baños, “estamos dejando de ser competitivos y los recortes que ha anunciado Macron no son más que parte de una serie de reformas en marcha que nos van a debilitar aún más”.
Los chinos, aquí y en su país, viven, comen y duermen para el trabajo. Y toda la familia ayuda, porque esa es su mentalidad
Entretanto, “China está aprovechando las debilidades de Europa tanto en el nivel microeconómico como en el macro. Durante la crisis, sus nacionales adquirieron negocios débiles en ese momento, como era el de la restauración en los países europeos, y ahora lo están haciendo con grandes empresas en sectores estratégicos. Nos afecta especialmente a países en situación débil, como Portugal, Grecia o España, pero también entraron en Francia o en Alemania. Como son dos naciones más resistentes, han puesto freno ahora a las inversiones chinas”. Para ese objetivo, señala Baños, el país asiático cuenta con un ejército muy dispuesto: “A veces no somos capaces de entender sociedades que tienen fines en la vida distintos de los nuestros. Los chinos, aquí y en su tierra, viven, comen y duermen para el trabajo. En ciudades como Madrid, que tienen libertad de horarios, les ves 24 horas al día 7 días a la semana trabajando. Y toda la familia ayuda, porque esa es su mentalidad. Cuentan con gran capacidad de ahorro y cuando les hace falta dinero lo solicitan a familiares y conocidos y no a los bancos. Cuando montan una tienda, toda la mano de obra, como albañiles o fontaneros, es suya. Tienen sus propios lugares de ocio, aunque no son muy amantes de él, y cuentan con una mentalidad clara de dar el máximo. Vienen para unos años, ganan el dinero suficiente para pagar sus deudas y ahorrar algo, y se vuelven a su país”. Y cuando montan empresas en Europa de grandes dimensiones, sus formas de trabajo se asemejan demasiado a las que operan en China.

Las élites son el problema

Hasta ahora todas las ideas para combatir a ese rival han consistido en seguir alimentándolo. Nuestras élites son felices porque obtienen beneficios con las deslocalizaciones y con los productos baratos, y porque esperan que en algún momento China se abra y puedan hacer negocios allí. Esa es su mentalidad, de modo que el ajuste tendrá que venir por el lado de los costes, los laborales y los sociales. Ese es el horizonte que nos espera: no somos competitivos, tenemos que ser más baratos y trabajar muchas más horas. Permitirán a China seguir enriqueciéndose a costa de nuestros salarios, permitiendo que nuestra clase media descienda para que la suya aumente, y luego nos dirán que tenemos que ponernos a la altura de los asiáticos, renunciar a nuestra comodidad, esa que nos permite tener familia y optar a una vida digna, y a nuestro egoísmo, ese que nos hace querer un salario con el que al menos podamos pagar las facturas. Es absurdo, porque la gente que ha causado el problema es la que nos exige sacrificios. Y ese es el horizonte que nos espera: la eficiencia es la vida. Una nueva sociedad oscura asoma por el horizonte mientras unos culpan a los bots rusos y otros al adocenado carácter europeo. Pero quizá el problema no esté ahí, sino en nuestras élites.


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