Se
 trataría de poner en marcha una materia específicamente diseñada para 
que el alumnado entienda la necesidad de dudar, de buscar fuentes, de 
confrontar versiones
Hace unos días, un amigo me invitó al colegio donde trabaja para que explicase a un grupo de chicos y chicas de 16 a 18 años cómo se hace un programa de televisión. La charla, sin embargo, no tardó en centrarse en un solo asunto. Ocurrió cuando dejé caer que los medios de comunicación raramente dicen "la verdad". Que, de hecho, lo único que podemos considerar "verdad" son los datos en que se basa una noticia; a partir de ahí todo es interpretación, ideología, sesgo y, en algunos casos, también mentira malintencionada.
Entonces ¿no tenemos que creer lo 
que se dice en televisión?, me preguntó uno de los chicos con los ojos 
como platos. ¿Se supone que ninguna cadena dice la verdad, ni siquiera 
esta, ni siquiera esta otra? Alguno de aquellos alumnos entrará en la 
universidad dentro de unos meses. Algunos pueden votar ya.
Tras la charla fui invitado a una comida con varios 
profesores. Allí me confirmaron lo que ya había quedado meridianamente 
claro en el aula: que (por decirlo suevamente) el pensamiento crítico es
 una de las competencias más descuidadas en la educación formal. Los 
chicos y chicas sencillamente creen lo que oyen en casa y en el colegio,
 no digamos ya lo que leen en redes sociales, sin cuestionar la 
veracidad de esos planteamientos. Bien, ¿por qué iba a ser de otro modo?
 Toda su formación se ha basado precisamente en  creer, en aceptar sin poner en duda, en repetir las palabras de un libro de la forma más semejante posible.
Que algo está fallando pone de acuerdo a todo el mundo. Dónde lo 
hace no pone de acuerdo a casi nadie. Algunos señalan a la familia, 
otros a la escuela, a los medios, a internet. Y, por supuesto, todos 
culpan al vecino. Los medios aseguran que no son más que un reflejo de 
la sociedad. Los profesores consideran que el alumnado debe llegar 
educado de casa; los padres, que esa es labor de los profesores.
Cuando se habla de estos asuntos (y se habla poco, dado que lo urgente 
devora siempre lo importante) suele salir a colación la posibilidad de 
introducir el pensamiento crítico en el currículum académico. Una de las
 opciones consistiría en poner en marcha una asignatura específicamente 
diseñada para que el alumnado entienda la necesidad de dudar, de buscar 
fuentes, de confrontar versiones. No es la solución ideal, de acuerdo, 
pero, a problemas desesperados, soluciones desesperadas.
La cuestión es que también para eso vivimos en un tiempo y un lugar 
poco propicios. ¿Quién iba a impulsar tal cosa? ¿El mismo gobierno que 
se ha desgañitado en sepultar la asignatura de filosofía bajo la 
coartada de que no sirve para nada (traducción: no sirve para ganar 
dinero)? ¿El mismo Estado que persigue pensamientos disidentes y 
criminaliza el mal gusto?
No parece muy probable que 
el poder vaya a apostar por el libre pensamiento, que es, al fin y al 
cabo, su principal enemigo. Solo por eso, convendría abordar este debate
 desde todos los frentes posibles. Salvo, claro está, que nos guste la 
idea de un futuro tan oscuro como este presente nuestro.

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