El periodista Jordi Sabaté disecciona en 'El libro negro del consumo' varios casos de engaños a clientes, desde el dieselgate hasta las preferentes
Actual director de ConsumoClaro, Sabaté analiza también algunos cambios en los patronos de consumo y su impacto negativo sobre el medio ambiente
"Si una barrita energética tiene un 36% de azúcares, no aparece así en el etiquetado, en el que salen porcentajes inferiores de dextrosa, sacarosa…"
Actual director de ConsumoClaro, Sabaté analiza también algunos cambios en los patronos de consumo y su impacto negativo sobre el medio ambiente
"Si una barrita energética tiene un 36% de azúcares, no aparece así en el etiquetado, en el que salen porcentajes inferiores de dextrosa, sacarosa…"
 
    
El cliente ya no siempre tiene la razón. Desde la venta desaforada de participaciones preferentes hasta el  dieselgate, el consumo se ha convertido a menudo en un laberinto que deja en situación de indefensión a los ciudadanos. En   El libro negro del consumo (Rocaeditorial),  Jordi Sabaté disecciona varias de las que él denomina "fallas del sistema" comercial actual, desde  casos como el del Sovaldi en España hasta la perversión de los etiquetados en los supermercados. Actual director de la sección en eldiario.es  ConsumoClaro,
 especializada en el ámbito del consumo y el bienestar, y jefe de 
sección durante una década en Consumer, Sabaté sostiene que 
"lamentablemente" el bienestar del consumidor ha dejado de ser una 
elemento clave para el funcionamiento de la economía. Y esto nos hace 
más vulnerables.
 ¿Cómo surge lo que llamamos sociedad del consumo?
Nace alrededor de los primeros años del siglo XX en zonas industriales 
de Inglaterra y Estados Unidos. La sociedad del consumo formaba parte 
del pacto social para encontrar un equilibrio entre las clases 
trabajadoras y las élites. Se crea un ecosistema en el que a la clase 
trabajadora se le procuran unos bienes de consumo que le permiten 
escalar en calidad de vida, y eso favorece también a las empresas, 
porque tienen empleados que compran sus productos.
 En algún momento esto se tuerce y el consumidor deja de tener esta consideración por parte de las grandes empresas. ¿Por qué?
Porque la sociedad industrial se desmorona en los 70 del pasado siglo 
como consecuencia de la entrada en una sociedad financiera en la que la 
producción de capitales es especulativa, a la vez que la producción se 
traslada a los países pobres. Es algo que ahora vemos claramente en el 
sudeste asiático, pero que empezó ya hace cerca de 45 años. Esto 
desmonta la sociedad de consumo occidental, porque la clase obrera 
pierde su protagonismo como eje social.
Ya no es 
necesario garantizar un acceso fácil a los bienes de consumo para este 
estrato porque ha dejado de ser un motor económico. A partir de los años
 ochenta, el obrero ya no tiene ningún valor social salvo porque ha 
acumulado capitales durante la época industrial que ahora debe retornar a
 las élites mediante la explotación de su bolsillo. No importa que los 
métodos sean poco ortodoxos, incluso absolutamente deshonestos: el 
objetivo es convertir el ahorro de las clases obrera y media en materia 
de explotación comercial.
 En el 
libro repasa una docena de casos y ámbitos en los que se ha engañado al 
consumidor o se ha abusado de su situación. ¿Cuál te parece el más 
grave?
Para mi lo más sangrante se produce 
con las farmacéuticas, especialmente con los ejecutivos y emprendedores 
de rapiña, que se dedican a pillar patentes de medicamentos meses antes 
de que venzan -y, por lo tanto, se conviertan en genéricos-, y los 
explotan subiendo los precios descaradamente a enfermos necesitados. 
Además, no solo les obligan a pagar, sino que intentan que estos 
presionen a los gobiernos para que negocien subvenciones millonarias. Es
 como si Tony Soprano tomara sus decisiones mediante un consejo de 
administración.
 Cita el caso del
 Sovaldi, que retrata precisamente esto, cómo una farmacéutica como 
Gilead negoció con el Gobierno la subvención millonaria a este 
medicamento que tan efectivo es para combatir la Hepatitis C.
Sí, Sovaldi es conmovedor y más en un país como España, donde la 
Hepatitis C, una enfermedad a la larga mortal, fue una lotería durante 
muchos años porque te la podían transmitir en el Servicio Militar al 
vacunarte con agujas usadas previamente...
 También habla de los polémicos analgésicos derivados del opio que han causado estragos en Estados Unidos.
Han dejado víctimas tan insignes como Prince, Philip Seymour Hoffman o Tom Petty, pero el grueso es   la América pobre y sobre todo blanca;
 la adicción a los fármacos sintéticos derivados de la heroína se ha 
convertido en un auténtico ángel de la muerte en Estados Unidos. Estamos
 hablando de analgésicos opiáceos, idénticos a la heroína, que 
estuvieron permitidos y recetados por médicos de cabecera, sin 
prescripción y con una alegría desbordante desde 1996 hasta 2006.
Se recetaba el equivalente a un 'chute' durante siete días para 
problemas como dolores de muelas o luxaciones practicando deporte. Les 
daban, a chavales de 16 años o a madres de familia de 50, fármacos como 
OxyContin, Vicodin, Percocet, etc., cuya estructura química es idéntica a
 la de la heroína. Un 40% de los pacientes recetados con OxyContin han 
acabado adictos y, al final, recurriendo al mercado negro para conseguir
 heroína sin receta, que era más barata.
El problema 
es que los cárteles mexicanos, los principales suministradores en 
Estados Unidos, la mezclan con fentanilo, otro potente opiáceo 
sintético, y lo hacen al azar, de modo que dependiendo de la proporción 
de fentanilo que haya en tu dosis revientas o sobrevives. Es otra 
lotería que se calcula que ha costado la vida por sobredosis a más de 
300.000 personas entre Estados Unidos y Canadá en lo que va de siglo.
 Lo preocupante es que a menudo muchos de los casos más graves que relata no son ilegales.
Es muy delicado. El del Sovaldi, por ejemplo, era legal, porque si tu 
tienes una patente tienes derechos sobre su precio. Es el libre mercado.
 El problema aquí es la ética y que la ley no cambia acorde con los 
tiempos. Algunas veces sí, como ocurrió con el VIH en Sudáfrica o la 
India, que decidieron pagar lo que fuera, multas millonarias, con tal de
 acabar con el libre mercado y tener medicamentos genéricos asumibles 
para combatir el virus.
Lo que recojo en el libro a 
menudo no son siempre estafas, sino fallos del sistema, desfases entre 
las prácticas deshonestas y la legislación, que casi siempre llega 
tarde. Otras veces las empresas son conscientes de que cometen 
ilegalidades, pero el negocio es tan lucrativo que prefieren pagar 
multas millonarias a perderse miles de millones de dólares en 
beneficios. Creo recordar que Purdue, inventora de OxyContin, fue 
multada con más de 3.000 millones de dólares, pero ganó decenas de 
miles.
 Uno de los escándalos de mayor impacto mediático que relata es el del  dieselgate. Cómo las principales marcas manipularon las emisiones de gases de miles de coches.
Aquí hay dos cosas. Primero, que el amaño es ilegal, como se demostró 
con el escándalo. Pero también hay un fallo clamoroso en el sistema, 
porque tenemos una gran industria europea del motor que se sustenta en 
el diésel desde los 90, y que no nos atrevemos a encausar dado que es la
 gran industria europea. Y esto es así pese a que la contaminación por 
dióxido de nitrógeno y metales pesados en Europa causa 430.000 muertes 
prematuras anuales según informes de la propia Comisión Europea. Han 
envenenado a los europeos y nuestros gobiernos lo han permitido porque 
ha habido siempre un interés en aupar esta industria en Europa.
Nadie, a mediados de los 90, cuando el diésel comenzó a ser el 
combustible de moda, se fijó en que la combustión del gasóleo emitía 
mucho más dióxido de nitrógeno que la gasolina, especialmente en 
conducción urbana. Y luego, cuando se dieron cuenta de que no podían 
controlar estas emisiones, prefirieron callarse y manipular el software 
de los motores porque el negocio era suculento. No les importaron los 
cientos de miles de muertos.
 Otro ámbito en el que el consumidor se pierde como en un laberinto es el alimentario, según recoge en el libro.
Durante más de 40 años se nos dijo que las grasas eran nocivas y el 
azúcar inocuo, pero ahora estamos viendo que sucede exactamente lo 
contrario: el azúcar es un auténtico veneno metabólico que se ha 
infiltrado en nuestras vidas a través de la bollería, los refrescos, las
 chucherías e incluso los encurtidos o los productos cárnicos. Es la 
droga del siglo XXI, una plaga que deja obesos y diabéticos en todo el 
mundo, que está arruinando la vida de las comunidades indígenas de 
Centroamérica tanto como la de las etnias rurales de Tailandia, Mianmar o
 Camboya.
La revelación de la toxicidad del azúcar ha
 dejado a muchos productos que se vendían muy bien en una situación 
delicada. Las empresas no pueden prescindir de las bestiales cantidades 
de azúcar que usan, porque es lo que a menudo engancha a la gente, por 
lo que tratan de esconderlo en el etiquetado. Hay barritas energéticas 
con un 36% de azúcares, que es como seis terrones. O los  petit-suisse, que equivalen a cuatro terrones. Tú se los das a tu hijo cuando los pide, pero: ¿los meterías en una taza de café?
 Sin embargo, sostiene que los etiquetados han mejorado en España durante los últimos años.
Sí, por la presión de las asociaciones de consumidores y los 
nutricionistas, pero seguimos teniendo que ponernos las gafas de aumento
 para leer la letra pequeña de un tarro de chucrut o de remolacha. Las 
empresas quieren que sean ilegibles e incomprensibles, para robarnos el 
poder de ver y escoger. Hay que mirar bien la composición nutricional de
 los alimentos si queremos evitar esta situación de envenenamiento 
continuo con azúcares y grasas trans. A menudo, si un producto tiene un 
36% de azúcares, no lo pone como tal, sino que aparecen porcentajes 
inferiores de dextrosa, sacarosa, glucosa, jarabes, etc., que son lo 
mismo. 
El etiquetado nutricional más claro es el 
británico, que es un semáforo que marca la etiqueta en rojo, amarillo o 
verde según su conveniencia, simplificando la lectura. Una diputada 
inglesa lo propuso para la Unión Europea y los lobbies del sector 
alimentario hicieron una campaña muy dura durante casi un año; ¡hasta 
llegaron a poner en los escaños de los diputados papeles falsos 
simulando instrucciones de los partidos el día de la votación! Al final 
los lobbies ganaron la batalla.
 Los niños y las familias precarias son dos de los grandes mercados del sector alimentario de peor calidad. ¿Por qué?
El gran problema es que el azúcar inunda los productos del lineal de 
supermercado que abaratan la cesta de la compra, los que puede adquirir 
una familia precaria o de clase obrera, que no puede aspirar a producto 
fresco, bien por precio o porque no encuentra a nadie que lo 
comercialice en varios kilómetros a la redonda de donde vive. Es lo que 
se conoce como situación de "desierto alimentario" y no nos pilla tan 
lejos: Madrid tiene barrios obreros donde se dan desiertos alimentarios.
 Aparte están los niños, el otro polo vulnerable, para el cual existe 
toda una gama de productos azucarados hasta el delirio.
 ¿Qué hacen las Administraciones para cambiarlo? Se ha propuesto el impuesto a los azúcares.
Porque la plaga de obesos, enfermos cardiovasculares y diabéticos que 
ha generado el azúcar comienza a pesar en el balance de los gobiernos; 
hay una guerra más o menos soterrada entre las grandes empresas y las 
instituciones de salud europeas, dado que el número de enfermos provoca 
unos gastos insoportables para la sanidad pública. Si en Inglaterra se 
han instaurado impuestos sobre los refrescos es por este motivo. En 
Cataluña este impuesto es también una realidad y no es por impostura: 
España capitanea muchos de los rankings de obesidad infantil.
 ¿Qué herramientas tiene el consumidor para defenderse en un mundo donde parece que todos le engañan?
La más potente es la información. Saber leer un etiquetado nutricional es básico, así como procurar no ser víctima del  márketing.
 Ser conscientes de que nos están explotando y reaccionar en 
consecuencia. Y usar la capacidad para asociarnos en las redes sociales y
 en entidades para luchar contra las estafas. 
 Cuando habla de asociarse entre consumidores, existe el caso 
emblemático de los clientes de banco, bien sea por los desahucios o por 
las participaciones preferentes.
 
Sobre todo las preferentes evidencian el desamparo absoluto de los 
pequeños ahorradores, que queda muy bien recogido en el libro de Andreu 
Missé  La gran estafa de las preferentes. ¿Fue una 
estafa? De entrada, firmaron unos papeles en los que constaban ciertas 
condiciones. Pero años después hemos visto sentencias en las que se deja
 claro que fue un abuso, una estafa en toda regla. Su colocación fue 
fruto de la desinformación sobre un producto muy complejo que se vendía 
incluso a personas de hasta 100 años; un auténtico desafuero 
injustificable lo mires por donde lo mires.
 Entre tanto desánimo, ¿hay victorias remarcables de los consumidores?
Sí las hay cuando estos se asocian y hacen ruido de verdad, pero debe 
darse para ello una masa crítica de movilización social. Las victorias 
más evidentes son las de la banca, donde se ve cómo asociándose en 
plataformas como la PAH, ADICAE, Facua o 15MpaRato, se pueden conseguir 
sentencias demoledoras, aunque haya mucho sufrimiento detrás. Lo mismo 
ha pasado con el abuso de las cláusulas suelo. El reto es conseguir 
concienciar a las personas de que tienen unos derechos que deben hacer 
valer. 
 Otro fenómeno nuevo que afecta al modelo de consumo es la aparición del low cost. ¿Qué ha supuesto?
Tiene mucho que ver con la decadencia de la sociedad de consumo, con el
 empobrecimiento no auto-asumido de las clases medias y trabajadoras. 
Muchas empresas previeron que dichas clases perderían su poder 
adquisitivo durante el siglo XXI y necesitarían productos más baratos 
para seguir con su ficción consumista. Vieron que gracias a la 
globalización y la producción en países pobres, podían conseguir este 
abaratamiento de la producción.
Es el caso de Zara o 
H&M, por ejemplo. Ahora bien, esto se paga en términos de medio 
ambiente y calidad. Así, no importa que tu jersey sea de algodón de mala
 calidad, lleno de fibras derivadas del petróleo y con colorantes que 
contaminen ríos, lagos e incluso alteren tu propio ciclo hormonal: tú la
 compras porque crees que te hace "rica por un día", dado que no va a 
durar mucho más. Es la inconsciencia del consumo actual, la "esencia 
líquida del consumidor", en términos de Zygmunt Bauman.
 Con su visión panorámica de las principales fallas del sistema de consumo, ¿qué es lo que más preocupa?
Sin duda que este sistema desquiciado y disfuncional tiene efectos 
colaterales muy negativos sobre el medio ambiente, que es la casa donde 
vive la humanidad. La ropa low cost comporta residuos tóxicos en los 
ríos; el diésel envenena el aire; las bacterias resistentes a los 
antibióticos aumentan; el azúcar campa a sus anchas; las playas 
desaparecen del planeta porque hemos fosilizado la mayor parte de la 
arena en forma de cemento, etc. Debemos concienciar a la gente para 
romper este ciclo obsesivo-adictivo del consumo basura antes de que sea 
demasiado tarde.
........................................
OTRA COSA: "Guardar silencio y caminar son hoy día dos formas de resistencia política"
OTRA COSA: "Guardar silencio y caminar son hoy día dos formas de resistencia política"
No hay comentarios:
Publicar un comentario